Tallin, no es un cuento de hadas
Si uno se pone a buscar en google sobre Tallin, va a encontrar que la descripción más común es “una ciudad de cuento de hadas”. ¿Pero qué es una ciudad de cuento de hadas? Yo me imagino casas en los árboles, rodeados de animales mitológicos como elfos y gnomos, y con miles de aves revoloteando alrededor. Algo así como la aldea de los pitufos pero sin personajes tan azules.
Pero la mayoría de la gente parece ir por otro lado o ve otra cosa. Una ciudad de cuento de hadas, para ellos, es una ciudad medieval, con calles angostas y adoquinas. Una iglesia rusa ortodoxa y una gran plaza central con mesas de restaurantes y tiendas de souvenir por todos lados. Ahí los que atienden son jóvenes disfrazados de bardos o verdugos. Música medieval en vivo, guillotinas y horcas de juguete para la foto son parte del decorado. No le sacamos fotos porque, para nosotros, no son parte de la cultura local, son una sátira perversa que buscan venderte hasta lo que no necesitas y a precios excesivamente ridículos.

La iglesia al final de la calle
También es una ciudad dónde a diario hordas de turistas bajan de los cruceros (barcos más grande que la ciudad vieja) sin dejar nada a su paso como si fueran langostas. Es una locura insana caminar por ahí cuando viene uno de esos barcos. Ni siquiera las iglesias respetan. Dónde dice prohibido sacarse fotos y no hablar, se sacan selfies a los gritos. Y la pobre señora de la iglesia cansada de que la historia se repita una y otra vez tiene que ir a pedirles que se callen, que no se saquen fotos. Pero el turista se cree más, sólo por tener euros. Eso es lo que transmiten, y en eso se transformó esta ciudad.

Calle tomada
Está todo pensando para montar un show burdo y grotesco. Lograron agarrar un lugar lindo, con mucho encanto y transformarlo en el disneylandia de los bálticos. Si hasta los grupos van con una etiqueta pegada en la camisa indicando de que barco bajaron.

Iglesia rusa ortodoxa

El parlamento

La ciudad muralla
Pero les tengo malas noticias, acá no hay ningún hada ni ningún Peter Pan. Hay borrachos que aprendieron a escribir sus carteles en ingles para obtener: “una moneda para la cerveza o para el vodka”. Ese pobre tipo camina casi invisible entre las langostas. Estas degluten todo, pero no a un borracho. Lo miran con desprecio o lo ignoran. Igual está quien le saca una foto, porque le parece gracioso el cartel.
Hoy el turismo se convirtió en algo totalmente individualista, para el provecho de uno sin pensar en el lugar/persona/objeto con el que está interactuando. Sólo importa la foto, y subirla rápidamente a Facebook para lograr llamar la atención y que todos vean que estuvimos allá. Cuanto más ridícula sea la ropa de la gente del lugar y cuanto más impresionantes sean mis fotos, mejor.
Ni iglesias, ni mendigos, ni señales de transito se respetan. Los tours se paran en el medio de la calle y los autos tienen que esperar a que termine la superflua explicación para poder pasar. El que trae la plata es el que, pareciera, tiene derecho.
La ciudad es pintoresca, por supuesto. Tiene encanto y tiene glamour. De los soviéticos ya no queda nada, fueron el monstruo malo del bosque que las dulces hadas lograron echar.
Todo este conjunto de atrocidades forma parte de un lugar que se llama Tallin, “una ciudad de cuento de hadas” y una de las capitales más lindas de Europa.
Arte urbano en Tartu
Estamos en Estonia, el tercero (o el primero según cómo se lo mire) de los países Bálticos. Es el que más al norte está y quizá por eso, el que más cercano esta de la cultura nórdica. Ellos mismos se identifican más con Finlandia o Suecia, que con Rusia o Lituania. Eso se debe a su historia, por años fueron parte del reino de Suecia, o a su idioma, el estonio se asemeja al finlandés (y dicen que tiene la misma raíz que el húngaro).
Nos dijeron que era una ciudad tranquila, pintoresca, con ríos y lagos dónde descansar. Eso era lo que queríamos. Dormir más de dos noches en la misma cama, poder cargar agua caliente para el mate (de los últimos porque la yerba se está acabando) y dedicarnos a escribir, leer y caminar. No les vamos a hablar de todo lo que se puede hacer en Tartu, de lo que les vamos a hablar es de otra cosa. Nadie nos había dicho que era una galería de arte a cielo abierto.
Los grafitis no son algo moderno. Desde tiempos ancestrales, el hombre buscó modos de expresarse. Sea para denunciar, para criticar, para festejar o, simplemente, para divertirse. El dibujo y la escritura son dos vías para eso. Tartu podría ser la ciudad dónde todo eso coincide.
Es la ciudad de las universidades y por ello de la juventud. La cultura se palpa en las calle y los grafitis toman las paredes. El street art (arte urbano) se vive en cada esquina y debajo de cada puente, pero siempre bajo ese manto de ilegalidad. Les compartimos algunas de las tantas pintadas que vimos:
Las paredes hablan. Se manifiestan, se aman, se divierten. Algunas con más carga política, otras con más ingenio y otras mas originales. Pasamos horas en las calles de Tartu mirando arte en las paredes. Saquen sus conclusiones: