Nagorno Karabaj, el país que pocos reconocen
Recuerdo que llegué a la región de Nagorno Karabaj con la cabeza mareada de tantos pensamientos. Hoy, si reviso mis notas encuentro solamente garabatos que se plantean sobre el sentido del viaje y la vida. Preguntas que se extienden entre las hojas de mi cuaderno, pero que se cortan abruptamente al llegar a Shushi.
El pueblo de Shushi sacude hasta a los más duros. Nada más al entrar uno ya tiene la sensación de estar en un lugar medio vivo y medio muerto. Edificios destruidos pero con ropa colgada en los balcones. Paredes llenas de agujeros de balas pero con grafitis coloridos. Un leve sol que se anima a salir pero una niebla espesa que cubre todo. Triste pero real. Así es el primer pueblo que visitamos en el no recocido país de Nagorno Karabaj.
Nagorno Karabaj es, en realidad, un enclave armenio en territorio de Azerbaiyán. Un país no reconocido por ningún miembro de la ONU. Un hueco en los mapas. Una frontera invisible pero tangible en sus controles y en la vasta presencia militar. Un pueblo que sufrió (y sufre) la guerra y luchó (y todavía lucha) por ser reconocido.
Llegamos a Sushi a dedo (autostop) desde Armenia. En realidad, desde el único sitio que se puede llegar, ya que las fronteras de Nagorno Karabaj solo están abierta con Armenia. Las fronteras con Azerbaiyán están cerradas. Incluso, la República de Azerbaiyán no permite el ingreso de ningún viajero que haya estado en Nagorno.
El viaje hasta Sushi fue ameno, pero el mayor problema fue comunicarnos con el dueño del auto que nos levantó. El insistía que ir a Artsaj era una gran idea, que ahí estaban las montañas más lindas del mundo y que la culpa de todo esta guerra eran los políticos. Luego, entendimos que Artsaj era el antiguo nombre armenio de la región. Pero, por las dudas y mientras fuimos en el auto, nosotros le dijimos que sólo íbamos a ir a Nagorno Karabaj, no a Artsaj. Nagorno Karabaj es el nombre ruso de la región y significa altas montañas. Pero el hombre no se preocupó por nuestro desconocimiento, al contrario siempre alabó que las comunidades armenias de Argentina y Uruguay hayan colaborado mucho con el levantamiento del no-país después de la guerra. Nosotros queríamos saber más, pero el idioma era una barrera. Por suerte, en Sushi nos espera S., él sí hablaba inglés.
El auto nos dejó a unos 5 kilómetros de la ciudad de Sushi. Decimos caminarlo, además el hombre tenía razón, las vistas eran increíbles. Caminamos por el borde de la montaña mirando hacia abajo la ciudad de Stepanaket, la capital de este no-país.
Pero el paisaje idílico se interrumpió al poner un pie en la ciudad. Buscando la casa de nuestro anfitrión cruzamos callejones desérticos, que para mi no eran más que venas de asfalto y para ellos un campo de batalla. Casas destruidas y hoy ocupadas por la naturaleza.
Nuestro anfitrión es un ex – soldado de la guerra que se nota que se entretiene contándole a los extranjeros sus experiencias. Cuando llegamos estaba sentado hablando con otro hombre, un tanto más joven. Los dos sentados bajo la sombra de un gran roble fumando cigarros y tomando café. Interrumpimos una discusión animada.
“Nagorno Karabaj siempre fue parte de Armenia, hace diecisiete siglos” nos dijo S. antes de que nos sentemos. “El problema comenzó con el genocidio armenio y cuando los turcos llegaron acá. La gente se escondió en las montañas para que no los encuentres y ellos poblaron la zona con azeríes. Pero los azeríes invadieron la zona, su reclamo por estas tierras no tiene sentido. Ellos quisieron destruir algunos monasterios del siglo tres DC. Si realmente fuese su tierra, ¿Por qué quieren destruirla?” Casi que así nos presentamos. Cualquier otra forma no hubiese tenido sentido. Nosotros vinimos para poder ver esta historia a los ojos.
“Luego la situación continúo empeorándose, Stalin…” haciendo una larga pausa y tomando aire agregó, “…Stalin nació en Georgia, conocía bien el Cáucaso. Sabía de los problemas de esta tierra encerrada por dos mares y repleta de montañas. Sabía del problema entre los armenios y los azeríes y no hizo más que empeorarlo. Decidió dejar Nagorno Karabaj bajo el control de Bakú (capital de Azerbaiyán) porque de esta manera se aseguraba que Armenia dependa de la ayuda rusa.” El cuello se lo iba poniendo rojo y las venas hinchando. Pero no se detuvo ahí. “Porque en la época soviética estábamos bajo la influencia rusa, pero todos sabíamos que cuando Rusia se vaya la guerra iba a estallar. En 1988 Nagorno Karabaj votó para separarse de Azerbaiyán y unirse a Armenia. Tal es así que tenemos su misma moneda y su mismo idioma. Hasta nuestra bandera es parecida. Pero no, nadie dijo nada. Ahí mismo empezó la guerra. Rusia nunca nos reconoció, siempre se puso del lado del más fuerte. Pero el pueblo armenio se levantó en armas, porque la defensa de Nagorno Karabaj era también la defensa de toda Armenia y la última frontera de Europa y del cristianismo.”
Es que sí, al oeste los límites de Europa están muy claros. Con todos los mares delimitando el principio del continente. ¿Pero hacia el este? ¿Dónde termina Europa?
“Los límites tienen que ser culturales. Armenia es el extremo sureste del cristianismo. Nosotros somos el último eslabón de Europa, somos la frontera con Asia. Y los musulmanes vienen por todo. Pasa en el oeste de Europa, como en Francia hace poco, y pasa también acá.” Agrega S. cada vez más enojado.
El último conflicto armado entre azeríes y armenios fue en abril del 2016, unos meses antes de nuestra visita. S. ya no era más parte del ejercito, pero su hijo sí y combatió en aquel enfrentamiento.
El atardecer encontró hablando y en el cielo se tiño de rosa. Nagorno Karabaj es una de esas tierras con paisajes encantadores, de los más lindos del mundo, como puede ser la Patagonia o los Alpes Suizos. Con monasterios milenarios, montañas, verdes valles y ríos de agua transparente.
Pero, lamentablemente, está atravesada por una guerra que no los deja pensar ni reflexionar. Ellos tiene que actuar. O mejor dicho no pierden el tiempo pensando, como yo, en lo frágil de la condición humana. Su mundo se reduce a algo mucho más concreto, en un nosotros somos los buenos y ellos son los malos. Entonces ya no queda lugar para cualquier otra discusión.
En Nagorno Karabaj yo tampoco puede pensar en otra cosa más que en la cercanía e inmediatez de la guerra. Quizá por eso mi cuaderno también quedó en blanco.
Armenia y sus habitantes
El sentimiento fue proporcionalmente inverso que a la entrada. Ahora no me preguntaba en que momento debía cubrirme, sino por el contrario contaba los pasos que faltaban hasta cruzar la línea imaginaria que separa a Irán de Armenia. Sólo en ese punto iba a poder sacarme mi improvisado hiyab. También iba a sacarme la camisa de manga larga y con suerte, las calzas que tenia debajo de la pollera. Es que con 39 grados, me costaba mucho andar tan cubierta.
Se ve que no era la única. Delante nuestro, un grupo de cinco mujeres iraníes esperaban que les devuelvan sus pasaportes ya sellados. No les daban las piernas para correr. Buscaron refugio en el primer árbol que se ve del otro lado del puente que separa ambos países, justo debajo de la bandera roja, azul y naranja. Ahí, se sacaron toda la ropa que pueden. Quedaron en short y musculosa. Comenzó una sesión de fotos, maquillaje, y risas. Ellas festejan haber alcanzado cierto estado de libertad, yo, en cambio, trato de pensar cuál de las dos posturas es más opresiva. Pero también aprovecho, y me saco todo la ropa que llevo de más. Las vuelvo a mirar; siguen sacándose fotos. Las leyes, muchas veces, suelen producir el efecto contrario de lo que intentan regular. Las leyes religiosas de la República Islámica de Irán son un claro ejemplo.
Del otro lado, seguían las mismas “libertades”. Todos los locales eran clubs nocturnos y anunciaban cerveza fría. Así fue que nos enteramos que Armenia era el terreno de libertinaje para muchísimos iraníes. Casi, para todos los iraníes que podían salir del país sin problema. Pero nosotros no buscábamos eso. Armenia representaba mucho más que cervezas y poder vestir musculosas.
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Armenia, siendo sinceros, era un país que siempre nos llamó la atención y al que le tenemos un cariño especial. Posiblemente por su cercanía con Argentina y por la cantidad de amigos armenios, quizá por su historia. Armenia nos generaba simpatía, pero también pena, tristeza y desconsuelo. Además, viajar por Armenia nos devolvía un poco a nuestro mundo conocido. Después de tantos meses viajando por países musulmanes, hinduistas o budistas, encontrarnos con el cristianismo cara a cara era todo un adelanto. Armenia es un país por el cual sentíamos empatía, un país en el cual no nos llamaba tanto la atención los paisajes ni los sitios turísticos, sino su gente. Sus habitantes. En Armenia sólo queríamos hacer una cosa: hablar con su gente.
Para eso, no hay mejor manera que hacer dedo. Viajar haciendo autostop nos obliga a subirnos al auto de un desconocido por cierta cantidad de kilómetros y compartir nuestras historias. Así comenzamos a esperar el primer auto. Pasó uno, pasó otro. Todos querían plata. Decidimos seguir esperando. Teníamos que hacer solamente cien kilómetros hasta la ciudad de Goris. Nos frenó una pareja que escuchaba reggaeton a todo volumen y nos llevó diez kilómetros más adelante. Decidimos parar a almorzar al lado de la ruta. Pedimos un khachapuri, un pan relleno de queso, huevo frito y manteca. Volvimos a la banquina a seguir esperando. Finalmente pasó (y frenó) un auto. Nos lleva hasta mitad de camino. Se trata de L., una armenia-rusa que vive en Ereván y viaja alrededor del país por trabajo. Habla inglés y es la mejor introducción que podemos tener al país.
Con L. charlamos bastante. Le preguntamos por la situación actual del país, por su trabajo y por sus aspiraciones. Reconocé que ni ella ni su mamá hablan armenio. Su idioma es el ruso. La URSS cayó, pero sigue presente.
Avanzamos rápido y eso que es todo camino de montañas, con curvas y contracurvas. En Armenia, las distancias son cortas. Es un país chico y con pocos habitantes. Pero no siempre fue así. Armenia perdió territorio y población con el avance atropellador de la historia. Decidí preguntarle a L. por sus sitios favoritos en el país. Nosotros no teníamos ningún itinerario armado, por lo cual, sus sugerencias podrían ayudarnos.
Ella comenzó a divagar. Que es un país chico, que está en los conflicto, que las montañas quedaron del otro lado, que el bíblico Monte Ararat quedó en Turquía, que la mayoría de los armenios están fuera del país. Trató de ser concisa y le pido que sólo me diga el nombre de un lugar. De su lugar favorito en Armenia. Piensa. “El monasterio de Dilijian, ese es mi lugar preferido pero hace muchos años que no voy” nos dijo L. A los pocos kilómetros nos despedimos.
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De noche y con mucho frío llegamos a Goris. Nuestra primer para en el país. Teníamos la dirección de nuestro alojamiento anotada en un papel. La sorpresa fue descubrir que los nombres de las calles no estaban en letras latinas, ni en letras cirílicas. Todo estaba en armenio, un idioma tan complejo como antiguo.
El traducir los caracteres uno por uno parecía una tarea bastante imposible. Decidimos preguntarle a un tipo que estaba estacionando el auto. No reconoce ni el nombre del hotel ni la dirección, pero nos invita a la casa. Ahí podemos usar internet y buscar la dirección correcta. La casa era de piedra, con balcones, ventanales y muchas flores. Combinada perfectamente con el cariz medieval que tiene la ciudad de Goris.
Para entrar a la casa, debemos sacarnos los zapatos. Adentro estaba su mujer y sus dos hijos, también sus padres, su cuñada y tres sobrinos. Todos se ponen de pie para saludarnos. Nadie pregunta nada ni interroga al hombre. Entrar con dos desconocidos era lo más natural del mundo. Nos ofrecen café, vodka, vino y galletitas. En ese orden. También bombones y una computadora para poder buscar la dirección del hotel.
Cada vez que decíamos Argentina, ellos se ponían contentos. “Argentina-Armenia, amigos” decían y unían ambas manos como Alfonsín, en señal radical de la victoria. Y así, el dueño de casa comenzó a enumerar todos los argentinos-armenios que conocía. La cuenta era fácil, sólo había que decir apellidos que terminaban en –ian. Cuando ya estábamos dispuestos a salir de nuevo en busca del hotel, el hombre se ofrece a llevarnos en su auto.
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El Monasterio de Tatev es el sitio de orgullo de los armenios. El orgullo es doble. Por un lado, se trata de una construcción impresionante hecha en roca en el filo de una montaña y por otro, para llegar hasta allá arriba uno puede tomar en cable-carril más largo del mundo, según los records Guinness.
Nosotros no optamos por el cablecarril sino que hicimos dedo en la ruta de tierra que conduce al Monasterio. A medida que el camino se iba metiendo más y más en el valle, nosotros no dejábamos de sorprendernos de tanto verde. Es que sí, veníamos del desierto donde ver un árbol era todo un espectáculo. Acá, por el contrario, no nos daban los dedos para contar todos los tonos de verdes y marrones.
El monasterio nos dejó boquiabiertos. Fue retroceder miles de años en la Historia de la humanidad. Curiosamente, Armenia fue la primer nación en adoptar el catolicismo como religión y la misma, aún hoy, sigue intacta.
El Monasterio de Tatev, al igual que otros tantos monasterios del país, está hecho en piedra maciza. La arquitectura es medieval, las paredes son anchas, las ventanas pequeñas y las vistas siempre son majestuosas. Al ser representaciones de la Iglesia Ortodoxa Armenia, no hay estatuas ni figuras de los santos. Sólo imágenes e íconos, coronados en marcos dorados. Los popes, a su vez, caminan todos vestidos de negros, con sus barbas largas y sus crucifijos brillantes. Las mujeres, debemos cubrirnos la cabeza para poder entrar a las iglesias. También, debemos salir caminando para atrás. No sea cosa que nos demos vuelta y le demos la espalda al Señor.
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Nuestra ruta por Armenia continuó. Seguimos viajando a dedo, visitando monasterio y observando el monte Ararat a lo lejos. Se ve desde números sitios aunque ya no sea más parte de Armenia.
Visitamos Ereván, la capital. Allí, nuestros rasgos occidentales se camuflaban entre la población y todos nos hablaban en ruso. Retoños soviéticos que siguen están a la orden del día. También visitamos los monasterios de Noravank y de Khor Virap. Ambos son construcciones antiquísimas, cargadas de historias e interés.
Nos quedaban pocos días en Armenia y decidimos hacerle caso a L. Dejamos Ereván para ir al norte, al Lago Sevan. Desde ahí, alcanzaríamos Dilijian. Según muchos, Dilijian son los Alpes suizos del país. Posiblemente por ser una zona muy frondosa, con parques nacionales y monasterios perdidos entre las montañas. Sí, en Armenia hay muchos árboles, monasterios y montañas. Aunque muchas hoy sean parte de Turquía o Azerbaiyán.
El famoso monasterio que nos había recomendado L. Estaba a unos diez kilómetros de Dilijian. Decidimos ir a dedo pero a mitad de camino nos arrepentimos. Había sol y el camino iba por medio de un bosque. Decidimos caminar. En eso, un auto pone balizas y frena a unos metros más adelante. Dudamos si paró por nosotros o no.
La puerta se abre y salta L. con una sonrisa de oreja a oreja. “Sabía que eran ustedes. Los reconocí por las alturas. ¿Van al monasterio? Suban”. L. nos presentó a su mamá. Nos dijo que nuestra pregunta por su sitio favorito la dejó pensando y le dieron muchas ganas de volver a Dilijian, su sitio favorito.
Sí, Armenia es el país dónde la misma persona pueden levantarte dos veces en la ruta. Porque, a pesar de que las montañas hayan quedado del otro, el encanto del país sigue siendo su gente.
Aclaración:
En realidad, Armenia es el país donde la misma persona puede levantarte tres veces en la ruta. Porque el día siguiente, L. nos volvió a levantar. Aunque esta vez fue en un punto de encuentro y a un horario acordado.
Persépolis y el ocaso del Imperio persa
“Que no venga a esta nación ni el ejercito enemigo ni la hambruna ni la mentira. Esta petición le hago yo a Ahura Mazda con todos los dioses.”
Palabras de Darío I situadas en la escalera de acceso a Persépolis.
“Cada vez que contempla uno ciudades, templos, palacios ya muertos, se pregunta por la suerte que corrieron sus constructores. Por su dolor, sus columnas vertebrales rotas, por los ojos que saltaron de sus cuencas al recibir el impacto de una esquirla, por su reumatismo. Por su vida desgraciada. Su sufrimiento. Y entonces surge la siguiente pregunta: ¿podrían existir tamañas maravillas sin ese sufrimiento ¿Sin el látigo del vigilante? ¿Sin ese miedo que anida en el esclavo? ¿Sin esa soberbia que anida en el soberano? En una palabra, ¿no habrá sido el gran arte del pasado obra de lo que el hombre tiene de malo y negativo? Y al mismo tiempo, ¿no lo habrá creado su convicción de que lo negativo y lo débil que lleva dentro puede ser vencido sólo por lo bello, sólo por el esfuerzo y la voluntad de crearlo? ¿Y de que lo único que no cambia nunca es la forma de la belleza? ¿Y de la necesidad de ella que vive en nosotros?”
Viajes con Heródoto – Ryszard Kapuściński
“Mirá como se me pone la piel de gallina”. Nos decía Mohamed, el chico que nos estaba llevando gentilmente y sin esperar nada a cambio hacia la puerta de Persépolis. “Esta es la verdadera alma de Irán. El motivo de nuestra grandeza. Todo gracias al glorioso imperio persa”, agrega mientras enciende las balizas, habíamos llegado al gran complejo histórico. Dos mil quinientos años pasaron de la fundación de la ciudad pero la memoria sigue intacta.
Nuestro conductor era joven, no llega a los treinta años pero se emocionaba mientras nos hablaba de sus reyes y sus dioses. “Yo soy musulmán, pero se que el Islam es algo que vino de afuera. Sin embargo, todo lo que hizo el Imperio Persa se construyó desde adentro, fuimos nosotros.”
La distancia entre Shiraz y Persépolis es corta, unos treinta kilómetros y la conversación se acabó de forma repentina. Creo que ambas partes nos quedamos con ganas de hablar más. Hasta incluso le ofrecimos que venga con nosotros y sea nuestro guía, pero sus obligaciones laborales hizo que fuera imposible. Intercambiamos contactos, por las dudas.
Persépolis en realidad es un nombre extranjero que proviene del griego. Significa ciudad persa. En Irán lo llaman de otra forma Tajt-e Yamshid (lo que significa, Trono de Yamshid). Es la mayor atracción turística del país e históricamente el lugar más importante.
A pesar de ser temprano el sol ya pegaba de lleno en aquel árido lugar. Algo común. Como nos fue común en el viaje escuchar de todos los iraníes hablar maravillas de Persépolis, hayan estado o no. Hay algo del orgullo nacional que se desarrolla a partir de la grandeza de los estados. Todos los pueblos tienen su momento de apogeo. Suelen haber pasado por momentos donde ocupaban un territorio mucho más grande que hoy en día. El Imperio Persa ocupó desde India al Mar Mediterráneo, controlando lugares como Egipto o Asia Central. De ahí la devoción por aquel pasado que lo califican como “glorioso”.
Pero así no le pareció a Jomeini, aquel vetusto ayatollah que lideró la revolución iraní, que quiso demolerlo por tratarse de un lugar muy identificado con el Sha y sus banquetes. Sólo el pueblo de Irán pudo frenarlo haciendo manifestaciones para demostrar su rechazo. Gracias a esas marchas es que hay podemos seguir disfrutando de gran parte de la vieja capital persa.
Al llegar a Persépolis (ya con el ticket en mano) lo primero que uno ve es una larga escalera imponente. En realidad son dos simétricas que luego convergen. De ahí en adelante caminar por Persépolis suele ser tranquilo y la emoción dependerá de lo mucho que a uno le interese.
Nosotros quedamos como suspendidos en el tiempo moviéndonos en cámara lenta por cada uno de los relieves de las piedras. Nos quedamos chiquitos entendiendo la cantidad de milenios que nos separan y dándonos cuenta que vivimos en un mundo donde hace miles de años se lucha, por el motivo que sea, para tener un lugar, por el que fuere.
La ciudad está construida en una gran terraza donde están distribuidos todos los palacios y otros edificios reales como el tesoro o el harén. De todos ellos quedan algunas piedras en forma de columna o algunas otras con representaciones de animales con cabezas humanas, grifos, vasallos o grabados.
Jerjes I, gran rey persa, llegó hasta Atenas logrando saquear la Acrópolis. Ese fue el momento de esplendor del imperio. Ciento cincuenta años después Alejandro Magno llegó a Persépolis arrasando con todo lo que se le puso por delante.
Hay dos teorías alrededor de la destrucción de Persépolis. La primera y más sobria habla de una decisión política de Alejandro Magno para demostrar el cambio de poder y que ahora era él el que mandaba. Pero es cierto que en sus anteriores campañas no había ordenado destruir otras ciudades conquistadas. Entonces es ahí que empieza a tomar fuerza la segunda hipótesis. Alejandro, en un noche de borrachera con el buen vino de la región, se dejó persuadir por Tais, una cortesana que lo acompañaba, y lanzó una antorcha sobre el palacio de Jerjes I para vengar el anterior saqueo de Atenas.
Sea como fuere, hoy los turistas nos privamos de ver en su plenitud las maravillosas construcciones, como así también de probar el famoso vino de Shiraz, prohibido por el estado islámico.
Esa misma noche llamamos a Mohamed que no había dicho que podía conseguir una botella de vino de un buen precio. Todo sea para brindar por la memoria de los pueblos.
Info útil
*Como llegar:
- La más sencillo y caro es tomar un taxi. Se puede compartir. En la calle sin siquiera preguntar nos habían dicho 80.000 tomens (24 USD) por ir a Persepolis, luego a Naqsh-e Rostam. Un plan de medio día.
- Otra opción es tomar colectivos (savari) que salen de la estación Karandish en Shiraz. Si no hay directo a Persépolis pueden ir a primero a Marvdasht y de ahí a Persépolis.
- Nosotros fuimos a dedo. Tan simple como ir hasta Qur’an Gate (Qur’an Darvaza), caminar un poco hasta una playa de estacionamiento y de ahí empezar a agitar el pulgar. Luego, desde el estacionamiento de Persépolis conseguimos quien nos lleve a Naqsh-e Rostam.
* Precio:
- Persépolis vale 20.000 tomens (6 USD). Naqsh-e Rostam 20.000 (6 USD). Este último no vale tanto la pena.
* Donde dormir en Shiraz:
- Nosotros nos alojamos en Taha Hostel. La habitación estaba muy bien e incluía desayuno. Es algo así como el lugar donde van todos los mochileros, por lo tanto es un buen punto para intercambiar información.
Ser fugaz en Azerbaiyán
“La escritura como método de captura. El impulso de atrapar pequeñas realidades al paso e interpretarlas en tiempo real. Como la red que quiere pescar su propia agua”
Andrés Neuman
Fue en la embajada de Azerbaiyán en Kazajistán. Teníamos dos opciones: aplicar a una visa convencional de 30 días y de no sé cuantos dólares o, aplicar a una visa de tránsito. Nos inclinamos por esta última opción. Cinco días para conocer Azerbaiyán.
En un momento dudamos ¿No sería muy poco? ¿No es que nos gusta viajar lento y profundo? Pero por otro lado ¿Por qué no? ¿Por qué no experimentar un poco de turismo exprés y contemporáneo?
Nuestro viaje por Azerbaiyán fue un viaje a vuelo de pájaro. Dónde sólo tomamos notas mentales de lo que veíamos, no teníamos tiempo para sacar ni siquiera un cuaderno y una birome. Cinco días para conocer uno de los países que más a crecido en los últimos años.
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La República de Azerbaiyán es una de las quince ex – repúblicas socialistas soviéticas (ex – URSS) y está ubicado en la región del Cáucaso (esa zona montañosa que se extiende entre el Mar Negro y el Mar Caspio). Es uno de los países más desarrollados de la región y eso se debe a su gran reserva de gas y petróleo.
Es un país musulmán, pero ahí el islam se vive muy relajado. La cultura azerí es descendiente de Turquía y su idioma es una lengua túrquica. Ambos países son una suerte de aliados en la región, sobre todo contra Armenia.
Las fronteras de Azerbaiyán son un tanto confusas. Si bien es el país con mayor territorio en el Caucaso, muchos de estos territorios están en conflicto. Un ejemplo: la región de Nagorno Karabaj antes era parte de Armenia.
La geografía es aburrida. Desierto, montañas peladas y muchas torres de petróleo. Si bien el país esta bañado por el Mar Caspio, el color verde no abunda. La gente, es extraña. Ensimismada y asustada. Para ellos, los armenios son terroristas y en cualquier momento los atacan.
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Nosotros, llegamos a Azerbaiyán en barco. El puerto de barcos cargueros está a ochenta kilómetros de la ciudad de Bakú. La única pregunta que nos hicieron mientras hacíamos migraciones fue si habíamos ido o pensábamos ir a Armenia. Por las dudas, dijimos que no. Nos devolvieron los pasaportes y ahí se leía bien clarito: “Visa de tránsito – máxima estadía: 5 días” . A continuación, el baúl de un auto ofició de casa de cambio y así nos hicimos de nuestros primeros manat.
Nuestra primer (y casi única) parada fue la pomposa capital: Bakú. Un oasis artificial en medio del desierto y a orillas del Mar Caspio. Llegamos a la ciudad en un camión que transportaba sandías. Nos dejó en el centro. Costó reconocer donde estábamos. ¿Era una ciudad de Europa? ¿Aún seguíamos en Asia?
Los bazares habían desaparecido y en su lugar las tiendas más ostentosas tenían lugar: Gucchi, Prada y Luis Vitton. Semáforos, parkings y plazas bien prolijas y nuevas. Todo era ordenado y parecía funcionar correctamente. El único problema fue cruzar la calle. La ciudad no está pensada para peatones. En Bakú todos se mueven en auto, parecería que caminar es de pobre. Y ellos, son ricos. Muy ricos y se mueren de ganas de demostrar(te)lo.
La arquitectura nos desencajó. Contamos más de veinte rascacielos que trepaban entre las viejas construcciones europeas. Intentamos preguntarnos por la arquitectura, pero no pudimos. No teníamos tiempo, las preguntas no estaban contempladas.
Vimos un señor sentado en un banco. Vestía chaqueta militar y algún que otro prendedor comunista. La tentación fue fuerte. Queríamos sentarnos al lado, obtener información, crear un vinculo. Pero este es un viaje de pedacitos superpuestos. Nos quedamos sólo con la imagen, el viejo comunista esperando a su amigo, también viejo y también soviético, para jugar al backgammon y tomar un té con limón. De fondo, el edificio emblemático de Bakú: las tres llamas. Ojalá nunca dejen de flamear, si eso pasa significa que Azerbaiyán se quedo sin gas y sin petróleo. ¡Todo se vendría abajo!
Caminamos por la costanera y por la ciudad vieja (ahora devenida en tiendas de imagen y souvenirs). El contraste es rotundo. Lo antiguo y lo moderno conviven. Sin dudas, la ciudad sufre cierta esquizofrenia cultural. Me llamó la atención no ver gente pobre, nadie pide plata.
Esa noche conocimos a A. Un ucraniano que vino acá a juntar plata, básicamente. Según él, este es un gran lugar para vivir. A él le gustan los edificios modernos, las luces, la tecnología, la plata, el desarrollo, el buen vivir etc. Para mi, la ciudad es infinitamente aburrida. Le preguntamos por sus años soviéticos, para nosotros es sorprendente que en algún momento Ucrania y Azerbaiyán fueron el mismo país y compartieron bandera. Él me esquiva la pregunta. “Ahora todo es mejor”, y su Iphone comienza a sonar. La conversación se interrumpe, quizá para siempre.
Vagabundeamos de una punta a la otra. Lo mejor es el mediodía: nos compramos fiambre y nos vamos a comer unos sanguchitos al rio. Los azeríes nos miran incrédulos. ¡Somos un espectáculo! Pero nosotros no los miramos a ellos. Nuestro viaje no da lugar al ver ni al observar.
Los cinco días corren rápido. Tenemos que dejar el país. Decimos ir a frontera con Irán. En realidad, queremos ir a Armenia pero la frontera está cerrada. Irán es el desvió y la excusa. Salimos de la ciudad a dedo. El paisaje urbano se va perdiendo y volvemos al mismo punto del comienzo: el gran desierto con reservas de gas y petróleo.
El conductor del primer auto es un idiota. Nos trata de pobres, de ridículos, de sucios. Somos todo lo que él quiere evitar: ser tercermundista. Igualmente, nos llevó casi cien kilómetros, nos regaló bebidas y nos dio su tarjeta. Creo que en cierto punto le recordamos su pasado, pasado que el prefiere evitar. Ahora estamos mucho mejor, ¿no?
Al segundo auto no lo paramos. El nos paró a nosotros. Se trata de un viejo camión Kamaz modelo ’70. Va a 30 kilómetros por hora y transporta ladrillos. El tipo habla ruso y con eso nos comunicamos. Es un ex soldado rojo. Estudió en Rusia y estuvo en el frente en los años de la guerra con Armenia. Guerra que aún persiste. Nos advierte de no ir a Armenia, esos tipos son terroristas.
Tenemos que hacer solo ciento cincuenta kilómetros con él pero tardamos más de diez horas. Paramos a tomar un té y paramos a almorzar. Además, cada cincuenta kilómetros tenemos que frenar para que el motor se enfrié un poco. Pero no es problema, disfrutamos su compañía. Lo mejor fue el almuerzo. Un viejo puesto al lado de la ruta. Comemos sandía, tomates, quesos, aceitunas, carne de cabra y yogurth. Es el Cáucaso que nos imaginábamos, pero sin vino. Eso lo hacen los terroristas armenios.
Ya de noche llegamos a la frontera con Irán. Estaba cerrada. Teníamos que esperar a las 9 de la mañana del día siguiente. En la plaza de Astara hay una casa de té. Preguntamos si podemos poner la carpa ahí. El dueño nos dijo que sí y nos convidó un vaso de vodka. Con ayuda de Google Translator nos dice que mejor no, que en vez de la carpa vayamos a dormir a su casa. Decimos que sí.
Y nos vamos a la casa de un completo extraño que ni siquiera habla ruso (como si el idioma ruso nos diese cierta familiaridad). Allá nos espera su mujer, sus hijos y sus hermanos. Somos los primeros turistas que ven y las preguntas no se hacen esperar.
Comemos helado, té, frutas y más helados. Nos sacamos fotos y nos dan su cuarto para dormir. Insistimos en dormir en el living pero no hay modo. Al día siguiente nos dejaron en la frontera. Del otro lado espera la República islámica de Irán.
Pero aún estamos en Azerbaiyán aunque no entendamos nada, absolutamente nada. La ligereza de un viaje por un país tan pesado fue una ventaja. No nos enteramos de nada pero, a la vez, todo fue nuevo y asombroso.
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Este viaje fue una manera distinta de viajar y de pensar los tiempos del viaje. Es un viaje instantáneo, sin tiempo de procesar nada. Uno traduce lo que ve, lo captura con el ojo de la cámara y hace una interpretación libre sobre eso. Además, Azerbaiyán está atravesado por la modernidad, tiene un dilema de cultural y muchísimas contradicciones.
Nuestro viaje por Azerbaiyán no fue excepción, sino que fue correlativo a como se viaja hoy en día: rápida y torpemente. Sin ningún tipo de literatura.
Fue un viaje fragmentario. Pero la vida es fragmentaria, por lo tanto que importa.
Las vueltas de Tayikistán
«Teníamos todo el impulso; estábamos montados en la cresta use una ola alta y hermosa… Y ahora, menos de cinco días después, puedes subir a la cima de una colina empinada y mirar hacia el este, y si sabes mirar con los ojos adecuados, casi podrás ver el punto hasta donde llegó el agua, ese lugar en el que la ola finalmente rompió y comenzó a retroceder.”
EL VIAJE
“Afghanistan, very bad” nos dice el viejo mientras señala las montañas del otro lado del valle. Su dedo pulgar se inclina hacia abajo en señal de desapruebo, y luego con gestos no da a entender lo peor: pistolas, barbas largas, fundamentalistas religiosos. Con la otra mano, intenta mantener el volante de su viejo e impecable Lada blanco. Las ruedas patinan, el camino es de barro rojo y hace días que llueve. Las construcciones chinas aun no terminaron esta ruta.
Tayikistán podría repetir la misma historia que todos los países de la región. Tierras de nómadas, influencia islámica, pueblos pequeños que hacían de base en la Ruta de la seda, conquistas zaristas y dominación soviética. Y en cierto modo la repite, pero con ciertas particularidades. La Tayikistán la lengua tiene la misma raíz que el farsi, como Irán o Afganistán, pero tanto Kazajistán, Kirguistán, Uzbekistán y Turkmenistán tienen una lengua que proviene del turco. Pero al igual que el resto de los países de Asia Central, Tayikistán también fue parte de la URSS y antes del imperio ruso.
Si bien acá es donde culturalmente menos influencia rusa notamos, era un lugar estratégico. Tayikistán era la frontera sur del gran imperio rojo (incluso del imperio zarista). Acá se acababa el comunismo. Del otro lado, los ingleses (en realidad India, siendo colonia Británica). El corredor de Walkhan, en Afganistán, fue el gran tapón imaginario que separó ambos absolutismos, ambas economías, ambos mundos. Los tayikos no se sienten cercanos a Moscú, pese a tener varios veteranos que combatieron en al segunda guerra mundial. Ellos se sienten persas, antes con Afganistán no tenían fronteras. Pero no, ahora es distinto.
Balizas. Un kilómetro de autos detenidos. Un camión volcó hace horas y aún no hay nadie trabajando en la zona. Nos bajamos del auto, a mirar y a esperar. Una hora, dos, cuatro. Nada. Ni una grúa ni nada que pueda solucionar el problema. Unos conductores se ponen a correr piedras y a trazar un camino paralelo en la montaña. Nosotros miramos Afganistán del otro lado del valle.
Decidimos seguir a pie. La próxima ciudad estaba a quince kilómetros y el camión parecía querer seguir volcado por unas cuantas horas más. En realidad, nuestro destino final era Dusambé, la capital de Tayikistán. Estaba a solo 300 kilómetros, pero lo que pensábamos hacer en seis horas ya parecía imposible.
Intentamos seguir a dedo, pero resulta ser que casi todos los autos acá son taxis y por ende quieren cobrarnos por llevarnos. Algo entendible si tenemos en cuenta que en el país no existe el transporte público. Seguimos intentando hasta que finalmente damos con uno que acepta llevarnos. Nos deja a mitad de camino.
Ya la noche caía sobre nosotros, por lo cual empezamos a buscar un lugar donde poner la carpa. Una señora nos manda a un café. Le decimos que no buscamos dónde comer, sino donde dormir. Ella insiste. Caminamos hacia el café, y nos dicen que podemos dormir ahí mientras nos señala una mesa con sillones al aire libre. Por las dudas, armamos la carpa. No queremos volver a ser devorados por mosquitos.
A la mañana siguiente, arrancamos de nuevo. Por experiencia, sabemos que los 200 kilómetros que nos faltan pueden tomarnos el día entero. Y así fue. Llegamos a Dusambé a las doce de la noche. Mojados, cansados, con ganas de una ducha caliente y de dormir. Dormir después de muchos días en una cama y con almohadas de verdad (nuestra ropa enrollada no cuenta como almohada). Los poco más de 500 kilómetros que teníamos que hacer desde el Pamir hasta Dusambé nos tomaron 40 horas reloj. Rutas en mal estado, coches en mal estado, policía corrupta y muchas montañas. Pero las montañas comenzaron a quedar atrás y ahora el camino es monótono. Campos amarillos, casas de cemento a mitad de camino y cabras pastando al costado de la ruta. Cuanto más cerca estábamos de Dusambé, más gente, más negocios y más tráfico. Mientras mirábamos otro atardecer desde la ventanilla de un auto desconocido nosotros sólo queríamos una sola cosa: llegar.
DUSAMBÉ (O DUSHAMBE)
Dusambé significa lunes en tayiko. Nunca fue una ciudad muy grande. Incluso, el trajín de la ciudad sólo ocurría los lunes que era el día en que se abría el mercado. Toda la gente del valle bajaba a la ciudad para comercializar. Pero Dusambé fue el lugar que los soviéticos decidieron tomar como capital de su creación: la republica socialista soviética de Tayikistán.
Esa primer noche no vimos mucho. Buscamos el hotel que teníamos anotado y nos fuimos a dormir. Los días siguientes tampoco vimos mucho. ¿Será que la ciudad no tiene mucho por mostrar? ¿O qué uno se cansa de ver siempre un poco de lo mismo? Le dimos tres días. El tiempo justo que necesitábamos para aplicar a la visa de Turkmenistán. Tres días y no sacamos ni una sola foto.
ISKANDERKUL Y KHOJAND
Nos fuimos al norte. La promesa de estar de nuevo en las montañas, del lago Iskanderkul y del Valle de Ferganá nos mantenía ilusionados con Tayikistán. Pero no dábamos pie con bola. Después del Pamir, cualquier montaña parecía insignificante.
Si en el sur todas las conversaciones giraban en torno a Afganistán, en el norte eran el relación a Uzbekistán. Hasta la ciudad de Khojand llegaron los persas y también Alejandro Magno. Incluso, fue él quien encontró el Lago Iskanderkul mientras conquistaba el cordón de montañas Fan. Pero todo ese pasado histórico les había sido arrebatado cuando los soviéticos dividieron las naciones de Asia Central. Los tayikos reclaman como suyas las ciudad de Samarcanda y Bujará, pero los uzbekos no van a entregar por ninguna razón su turística fuente de ingresos. Los tayikos se conforman con Khojand una ciudad del mismo estilo, que aún conserva minaretes y mezquitas y que fue un eslabón más en la Ruta de la seda. Cuando los tayikos nos preguntaban a nosotros que nos parecía les decíamos que era una ciudad linda, que era muy pintoresco. Pero mentimos, no vimos nada que nos llame la atención. Los más interesante es el mercado: venden fruta barata y los melones más carnosos que hayamos probado.
El cuaderno seguía en blanco y la memoria de la cámara, vacía. No veíamos nada para contar. Quizá fuimos por el camino equivocado, seguíamos buscando los paisajes espectaculares del Pamir, las grandes historias que transcurrieron en la altura y la hospitalidad de las montañas. Nos fuimos de Khojand, como si nada hubiese pasado. Teníamos que volver a Dusambé, a buscar nuestra visa y huir hacia Uzbekistán. La idea original era parar en algunos lugares intermedios, pero decidimos ir de un único tirón. Tayikistán entró en una hipérbola negativa dónde nada tiene encanto. A veces pasa, no todos los lugares nos parecen hermosos ni fantásticos, seguramente por nuestra culpa. ¿Perdimos la oportunidad de penetrar más en su cultura y conocer su modo de pensar? Seguramente.
Quizá, luego del Pamir el encanto de Tayikistán se centro más en su gente que en sus arquitecturas o paisajes. Gente arrollada por la historia. Por la historia de las invasiones, de las conquistas, de los soviéticos y de los chinos, que vienen a ser rutas para que el viejo del Lada no siga patinando y pueda usar las dos manos para decir que está preocupado por Afganistán, que está del otro lado del valle. Y !Zaz! la ola se rompió. El idilio del Pamir terminó. Era lógico, algo tan magnífico en todas su formas iba a dejar en otra perspectiva el resto del país. Tal vez, cruzar una nueva frontera, renueve las percepciones.
Pamir: Caminos y desierto
Una hora y media esperamos en una ruta desolada. Nada se veía a nuestro alrededor, salvo altísimas montañas que imponían su respeto con sus fríos y blancos picos. La carretera se perdía en las montañas, y a los costados desierto, sequedad y un sol que daba de lleno en todo el paisaje sin que una sola sombra se interponga en su camino. Lo único que se diferenciaba a lo lejos era una yurta de donde salieron dos nenes que a paso lento se nos acercaron. Empezaron a hablar en un idioma ininteligible para nosotros. Se corrían el uno al otro por la inmensidad de la nada y volvían a nosotros, como si fuéramos el punto de descanso, con pequeñas hojas que arrancaban de unos arbustos que parecían pedir agua a gritos.
Llegamos a Sari Tash gracias a un camionero kirguiso. Nosotros nos bajamos y él siguió rumbo a China. Desde ahí caminamos cuatro kilómetros hasta la bifurcación. La nada misma. Nuestro permiso para entrar al Pamir empezaba al día siguiente. Si nos encontraba la noche ahí estaba en los planes.
El Pamir es una de las cordilleras más altas del mundo. Si bien la mayoría del cordón montañoso se encuentra en Tayikistán, el Pamir se extiende desde Kirguistán hasta Afganistán. Su fama se debe, en parte, por ser la segunda ruta a más alta del mundo.
Una hora y media esperamos. Habíamos pensado que iba a ser duro, pocos autos, un promedio de 10 autos por día. A lo lejos venía el primero. Lo paramos con señas agónicas. Eran tres personas que trabajaban en el puesto fronterizo del lado de Kirguistán. Les contamos un poco nuestra historia y encantados de Messi, Maradona y Natalia Oreiro nos llevaron
EL COREANO
Llevaba una boina en la cabeza y una pipa en su boca. Sos ojos achinados interrumpían la imagen perfecta del profesor universitario europeo. Tal vez por eso o porque tenía puesto un saco pero sin los parches en los codos. Vino caminando hacía nosotros, que estábamos acomodando las mochilas y pensando donde poner la carpa, y comenzó a preguntarnos entusiasmado por nuestro viaje, por haber llegado hasta acá a dedo y lamentándose de tener que regresar a Bishkek. Nos contó que trabajaba en un noticiero de la televisión coreana y le tocó ir a Argentina a hacer una nota sobre las cataratas del Iguazú. Mientras hablábamos de los actuales impactos ambientales y las diferencias en el tema entre Brasil y Argentina se acercó un hombre panzón vestido con gorro y pantalón militar y una muscula blanca manchada con restos de comida.
EL GRUPO
- Soy Wolfgang, de Austria. ¿Hablan inglés?
Fue tan rápido que no llegué a entender que me decía, mi respuesta fue un simple “¿qué?” en español
-¿Hablás inglés?
– Sí.
– Me dijeron que los tengo que llevar hasta la otra frontera (del lado tayiko). Apúrense a sellar los pasaportes que ya salimos.
Nuestra intención no era ir a ningún otro lado, a nadie le habíamos preguntando por conseguir un lugar en un auto, sin embargo el viaje nos venía bien. Aún hoy nos queda la duda si esto fue por ayuda del coreano o de los tres tipos que trabajaban en la frontera. Rápidamente fuimos al puesto de control, y en menos de cinco minutos ya habíamos dejado Kirguistán.
– ¿Ustedes también tienen el permiso a partir de mañana? – preguntaron casi los dos al mismo tiempo.
Rubios hasta la ceja, de nacionalidad danesa y sonrisa fácil. Dos chicos tan blancos que contrastaban con aquel paisaje. Al parecer no éramos los únicos que teníamos permisos para el día siguiente. (Además sacaban fotos excelentes, si quieren las pueden ver acá y leer su historia en inglés).
Los daneses viajaban en un cuatriciclo. Habíamos visto viajeros en motos, a bicicleta, incluso uno caminando llevando un carrito, pero nunca un cuatriciclo.
Atamos las mochilas en el techo y nos metimos dentro de una 4×4 junto a Wolfgang y Alma, su amigo kirguiso y también gordo que no hablaba mucho inglés. Atrás llevábamos un tráiler donde había dos motos con patente austríaca.
BIENVENIDOS A TAYIKISTÁN
Entre ambos puestos fronterizos hay veinticinco kilómetros de distancia y un paso de montaña más 4.000 m.s.n.m. Todo el trayecto fuimos pensando que hacer después de que nos dejen en la frontera. ¿Poner la carpa por ahí? ¿Pedirle un lugar para dormir a la policía fronteriza? Algo seguramente íbamos a conseguir para avanzar. Tal vez al día siguiente.
Ese trayecto entre ambas fronteras fue una de las partes más lindas del Pamir: la altura, la soledad y el desierto. Mientras, el austríaco nos hablaba de lo vagos que eran los daneses, que venían de una familia adinerada y que eran malcriados. Le contestábamos a cada una de sus ofensivas señalando una montaña, un águila o alguna marmota. Mientras nos preguntábamos y seguíamos sin entender cuál era la relación entre los daneses y el austríaco.
Lo que para nosotros resultó un simple sello en el pasaporte, para los que viajaban con vehículo representó una sucesión de oficinas a la espera de una coima. Wolfgang calculó que pagó alrededor de cien dólares de “propinas” entre ambas fronteras, más allá de tener todos los papeles en regla.
Ya con los seis pasaportes en nuestro poder nos invitaron a seguir con ellos. Pero Wolfgang fue en el cuatriciclo y los daneses entraron en el auto. En ese tramo nos enteramos que el austríaco tenía una agencia de turismo un poco improvisada, y otro poco ilegal, y que estos daneses eran sus primeros clientes. Mucho no nos importaba si lograban llevarnos los doscientos kilómetros que separan al pueblo de Murghab desde la frontera. Pero ellos se sentían engañados por lo lento que avanzaban (por el tráiler con las motos) y se quejaban de que era todo espontáneo y no tenían un itinerario definido. No perder su vuelo de regreso era su mayor preocupación. Nosotros escuchábamos y seguíamos señalando picos nevados.
ÁRBITROS A MÁS DE 4.000 MSNM
La altura empezaba a pesar y nos sentíamos como hijos de padres separados que tienen que escuchar las quejas de ambas partes. Alma que iba bastante callado hasta que empezó a vomitar. Paramos.
Mientras Alma vomitaba tratando de contener sus tripas adentro y la noche se aproximaba, Wolfgang empezó a discutir con los daneses sobre cual era el mejor lugar para dormir. Parecía una pelea de pareja. No se pusieron de acuerdo, nos tiraron la pelota a nosotros. “Elijan ustedes”.
Alma seguía vomitando, estábamos a más de 4200 m.s.n.m. (todos amanecimos a 700). Dije lo que me pareció más lógico. “Bajemos lo más posible, al menos hasta el Lago Karakul”. Íbamos a llegar de noche, y tener que elegir los lugares para la carpa a tientas, pero íbamos a poder dormir mejor.
Manejamos algunas horas más y paramos. El lugar no era el ideal, pero las estrellas, el cansancio y el dolor de cabeza no nos permitía seguir mucho más.

Así fue la primer noche
SOL, Y OTRA VEZ
Amaneció como a las seis. El lugar era un idilio, desolado paisaje con un lago azul de fondo y montañas nevadas. A las diez los daneses fueron a un pueblo a veinte kilómetros a comprar pan. A las once nuestro compañero Wolfgang se levantó. Recién a las doce emprendimos la marcha. Nosotros seguíamos con ellos, aunque no éramos parte del tour.

Y así amaneció
Alma siguió vomitando, los daneses y Wolfgang se turnaban el cuatriciclo mientras discutían un poco y nosotros aprovechábamos para contemplar el paisaje. Así llegamos a Murghab. Otra vez, casi de noche fuimos a buscar un lugar para poner la carpa. Otra vez nos tocó elegir a nosotros.
LA COSTA DE LOS MOSQUITOS
Mientras Alma se arrepentía entre vómitos por haber dejado su Bishkek natal, nosotros divisamos un arroyo con pasto alrededor (Sí, increíblemente había pasto a esas alturas). Parecía ser el lugar ideal, pero con tan sólo bajar del auto una bola, literalmente una bola, de mosquitos se abalanzó sobre nosotros. Igualmente acampamos ahí. No podíamos usar las dos manos porque una tenía que estar libre para espantar a esos diminutos depredadores. Ocupaban cada espacio de piel libre. Tan pronto armamos la carpa nos metimos adentro. Matamos a los que habían entrado y nos fuimos a dormir. La mañana siguiente fue igual pero en sentido inverso. Desarmamos lo más rápido posible para poder huir a otro lugar y desayunar tranquilos.
EN BUSCA DEL CRÁTER
Dudamos si seguir con ellos o separarnos. Murghab era nuestra meta y nos sentíamos en medio de un conflicto de pareja. Por otro lado podíamos aprovechar los lugares libres de la camioneta y recorrer un poco más con ellos. Ir lugares que de otra forma no iríamos. Fuimos, ellos no tenían problemas en llevarnos.
Fueron varios kilómetros por caminos invisibles que surcaban las pequeñas piedras en el gran desierto del Pamir. Nos perdimos, nos llenamos de polvo, vimos tornados y siguieron las peleas, pero Alma ya había dejado de vomitar.
Llegar al cráter fue comprobar que no era más que un pozo relativamente pequeño en una zona rocosa y polvorienta. Si nos remitimos a los datos, el lago Karakul (donde dormimos la primera noche) fue creado por un meteorito y era mucho más interesante.

En el cráter con Wolfgang y Alma
La expedición fue un fracaso, o por lo menos nada emotiva. A la vuelta tuvimos que esperar a Wolfgang que se fue a pasear con el cuatriciclo. Los daneses nos advertían que iba a pedir que les devuelvan el dinero. Nosotros nos queríamos ir. Ya habíamos compartido demasiado tiempo juntos.
VER EL PAMIR POR NUESTRA CUENTA
Caminábamos lentamente saliendo de Murghab, un poco viendo donde poner la carpa y otro poco viendo los autos que pasaban. Ya habíamos dejado a nuestro querido grupo atrás. No muy lejos había un control policial, caminando hacia allá y pensando que no teníamos que dormir otra vez cerca de un arroyo se detuvo un auto al lado nuestro.
- ¿A dónde van? – Preguntaron dos hombres, uno con un sombrero típico kirguiso y el conductor con un sombrero típico tayiko.
- A Alichur – Contestamos. Un pueblo del que sólo teníamos pocas buenas referencias.
- Vamos, los llevamos.
Y así fue como por segunda vez conseguimos un lugar en un asiento de un auto en el medio del Pamir y sin preguntar.
Cronometrado, las frases que aprendimos en ruso nos sirven para hablar los primeros 15 o 20 minutos. Como mucho. Luego todo se vuelve palabras sueltas, gestos y la ayuda del diccionario que tenemos. Para un viaje de dos horas a veces parece poco. Pero teniendo un paisaje tan fácil de contemplar a los costados no era tan terrible.
LA FAMILIA DE ALICHUR
Alichur es un pueblito de cincuenta casas rodeado de montañas nevadas, sacado de un cuento. Con una mezquita y una escuela, todos se conocen. Hacía frío. Dejamos al kirguiso en su casa y el tayiko nos mira por el espejo retrovisor y nos pregunta:
- ¿Dónde van a dormir?
- En carpa.
- Carpa no. En mi casa
- ¿Ponemos la carpa en tu casa?
- Carpa no.
Estacionó en la puerta de la casa. Con más vergüenza que otra cosa nosotros bajamos las mochilas, nos sacamos las zapatillas sucias y entramos. Lo seguimos hasta un cuarto grande con todo el piso y las paredes llenas de alfombras. Afuera se hacía de noche, debía ser la noche más fría hasta ahora. Nos sentamos en el suelo.
Al rato entró Lola, la hija mayor, con una bandeja con pan, papas y té. Lola tenía los ojos claros y unos quince años. Aprendió inglés en la escuela, se notaba que hablaba bien pero con nosotros era muy tímida. Le hicimos algunos chistes y se río. Una de las sonrisas más sinceras que nos pareció encontrar en el camino. Tal vez por lo inesperado de la hospitalidad, o por el paisaje que seguía seduciéndonos.
Para comer nos dejaron solos, ellos comieron aparte. Pero luego de la cena vinieron todos. Lola era la intérprete y la madre la más curiosa. Nunca habían tenido un turista en su casa y estaban contentos de tenernos. Nosotros agradecemos que haya gente en el mundo capaz de no sólo llevarte sino también alojarte cuando afuera hacen temperaturas bajo cero.
A la mañana siguiente nos levantamos a las seis y media. Ya era tarde. Estaban todos despiertos y tenían nuestro desayuno listo. A la despedida no pararon de decirnos “vuelvan alguna vez”. No se si lo podremos cumplir, por las dudas anotamos su dirección en un cuaderno.

La familia
EL DESIERTO
Diez minutos pasaron desde que llegamos a la ruta y ya estábamos arriba de dos camiones chinos. Íbamos separados, cada uno en un camión distinto pero de la misma flota. En realidad, los camioneros son de nacionalidad china, pero se sienten más uigures. Sobre todo cuando a mis primeras frases en chino, el tipo me miró perplejo como diciendo quiero tener un viaje en silencio.
Demoramos diez horas, dos pinchaduras de rueda y doscientos cincuenta kilómetros recorridos. La mayor parte por el medio de un desierto. La otra por la frontera con Afganistán.
Las sensaciones en el desierto son austeras y el calor, el viento, la falta de sombras hacen que las formas se desfiguren. Pero el cielo con sus montañas era envolvente y las nubes se veían mas llenas.
Pareciese que en el desierto la austeridad y la hospitalidad van de la mano y la falta de sensorialidad lleva a la reflexión interna. Todos los grandes profetas de las religiones buscaron retirarse al desierto no huyendo de ellos mismo, sino para encontrarse.
Habíamos pensado que viajar por el Pamir a dedo iba a resultar difícil, nos preocupamos, nos preparamos y finalmente logramos hacerlo. Pero les aseguro que mucho más difícil es atravesar los desiertos de nuestras mentes.
Guía completa para viajar a China
ACLARACIÓN SOBRE ESTA GUÍA DE VIAJE A CHINA
- La información recogida aquí se corresponde con nuestros dos viajes a China. Ambos viajes fueron de 30 días cada uno. El primero fue en noviembre del 2015 y el segundo en mayo del 2016.
- Todos los datos están basados en nuestra propia experiencia. De este modo, los precios son los que nosotros pagamos, y los trámites, los que nosotros mismos realizamos.
Esperamos que cumpla su objetivo: serle útil a futuros viajeros.
Cualquier duda, pregunta o comentario, no duden en hacerlo llegar.
¡Buen viaje y disfruten de China!
VISA
Todas las nacionalidades necesitan visa para viajar a China. La misma se tramita en cualquier embajada o consulado chino.
Por nuestra experiencia, es mucho mejor tramitarla en el país de origen de uno ya que los costos son más bajos y uno puede aplicar por más tiempo de estadía. Nosotros aplicamos estando de viaje por Asia. La primer visa la aplicamos en Ulan-Bator (Mongolia) y la segunda en Dhaka (Bangladesh). En ambos países el procedimiento fue el mismo y es el que vamos a detallar a continuación.
REQUISITOS
- Pasaporte con vigencia mínima de seis meses y con, al menos, dos páginas libres enfrentadas.
- Foto carnet. Puede ser una o dos según la embajada donde se tramite.
- Formulario. Se puede descargar e imprimir o completar directamente en la embajada. El formulario es largo y pide, por ejemplo, un itinerario tentativo pero detallado de nuestro viaje por China. Por lo cual, es recomendable completarlo con tiempo y anticipación. En el formulario es importante detallar el tipo de visado que queremos, el tiempo del mismo y e indicar si queremos el trámite normal (una semana) o el exprés (demora sólo dos días hábiles y tiene un valor adicional de veinte dólares.) Podés descargar el formulario acá.
- Carta de invitación o reserva de las siete primeras noche de alojamiento. Este punto no es tan claro y depende de la embajada dónde se tramite. La carta de invitación se puede pedir en cualquier hotel o hostel en China pero según nos explicaron en la embajada, si tenemos la primer semana del viaje con alojamientos reservados no es necesario. Nosotros presentamos un reserva gratuita de alojamiento en Beijing que realizamos por Booking.com. La reserva de siete días en Beijing luego la cancelamos.
- Seguro médico. En la embajada de Mongolia nos la pidieron pero no en la de Bangladesh.
- Estado de cuentas bancarias (fondos). En la embajada de Mongolia nos la pidieron pero no en la de Bangladesh.
- Pasajes de entrada y de salida del país. Pueden boletos de tren o aéreos. Nosotros presentamos dos reservas cancelables. Cuando aplicamos en la embajada de Bangladesh, sólo nos pidieron el vuelo de salida.
COSTOS Y DEMORAS
El valor de la visa turista de treinta días tramitado en el exterior es de treinta dólares. Cuando la tramitamos en Bangladesh, nos cobraron cuarenta dólares pero era algo propio de esa embajada. El tramite del visado demora una semana, pero se puede aplicar a una versión exprés abonando veinte dólares extra o, se puede obtener en el mismo día si se abonan treinta dólares extra.
Cuando la tramitamos en Mongolia, tuvimos que ir a un banco especifico a pagar. En cambio, cuando aplicamos en Bangladesh abonamos en la misma embajada el día que retiramos la visa.
IMPORTANTE
Durante el tiempo del trámite, la embajada o consulado se quedan con el pasaporte original.
RECOMENDACIONES PARA LA VISA
Averiguá bien dónde la vas a tramitar y revisa la pagina web de dicha embajada. A los chinos les encantan los feriados y las vacaciones, por lo cual trata que tu fecha de aplicación no coincida con ninguna festividad. A nosotros nos pasó de aplicar en el aniversario de la revolución y tuvimos que esperar una semana a que la embajada de China en Mongolia volviera a abrir sus puertas. El problema no sólo fue la demora sino la cantidad de gente que estaba en nuestra misma condición, lo que se vio reflejado en las más de dos horas para poder ingresar a la embajada y en el malhumor de los empleados.
MONEDA
La moneda es el Yuan (RMB o CNY). El valor de los billetes es de 1, 5, 10, 20, 50 y 100. También hay monedas de 1, 5 y 10 centavos. Los centavos se llaman fen y son muy poco frecuentes.
Aquí van algunas conversiones para tener una idea (al 12/07/2016):
La relación yuan-dólar es de 1 USD → 6,69 RNM.
La relación yuan-euro es de 1 EUR → 7,39 RNM.
Para ver la cotización actual xe.com
Es importante pensar como manejar las finanzas. Hay varias opciones:
- Viajar con cheques viajeros. En todas las ciudades importantes hay casa de cambio que los aceptan. El tipo de cambio es apenas un poco más bajo.
- Viajar con efectivo. Lo más fácil de cambiar son dólares en bancos o casas de cambio.
- Sacar dinero vía cajeros automáticos o manejarse con tarjetas de crédito. Cajeros (ATM) hay por todos lados.
Para nosotros lo más cómodo y simple fue ir sacando plata de cajeros automáticos a medida que el viaje va avanzando. En la mayoría de las ciudades y pueblos encontrarás uno y podes obtener yuanes con tu tarjeta de crédito o débito. Esta opción fue la más segura y barata para nosotros. El inconveniente es que necesitas una cuenta bancaria o al menos una tarjeta a tu nombre.
Si optan por la tarjeta de crédito o débito, recuerden tener siempre una reserva de dinero en efectivo. Nos pasó de estar en pueblos sin cajeros o sin luz.
IDIOMA
El idioma oficial es chino mandarín. Si bien en la región de Cantón se habla chino cantonés y hay varios dialectos dentro del país (uigur o tibetano, por ejemplo), el idioma es el mandarín y es el que todos hablan.
La escritura china, ahora, se conoce como chino simplificado y es justamente eso, la simplificación de los caracteres chinos. Los cuales a su vez, se pueden representar en pinyin que es la escritura de caracteres en silabas latinas dónde se indica su entonación.
TONOS DEL IDIOMA CHINO
El idioma chino tiene cuatro tonos. Por lo cual, una misma silaba (carácter) va a tener cuatro diferentes significación según el tono que se utilice. Por ejemplo, “ma”, significa caballo, mamá, cáñamo, pelea o signo de pregunta.
Pensamos que el idioma iba a ser una gran barrera y lo fue. Si bien la mayoría de los jóvenes, sobretodo en las grandes ciudades y zonas turística, hablan inglés no nos fue fácil darnos a entender en el resto del país.
CONSEJOS PARA COMUNICARTE EN CHINA
Lo ideal es intentar aprender algunas palabras en chino, pero en nuestro caso no pudimos salir del “hola, ¿cómo estás? y gracias”. No nos fue nada fácil.
Por lo cual, es recomendable llevar un diccionario o libro de frases para poder comunicarse. Pero, ojo porque muchas veces nosotros pronunciamos de una manera incorrecta y los chinos no entienden que estamos diciendo porque no utilizamos el tono correcto. De este modo, optamos por mostrarles un papel escrito en chino dónde decía lo que queríamos comunicar.
Si podés, lleva siempre las direcciones escritas en caracteres chinos y en pinyin. Si no, nadie te va a poder ayudar. Un buen mapa offline también es necesario.
También intentamos con un diccionario offline, pero no nos funciono del todo ya que sólo traducía palabras sueltas y nosotros necesitamos frases más elaboradas. Otra opción, es viajar con tarjetas con imágenes que representen lo que buscamos (alojamiento, comida, transporte, etc.). Finalmente, terminamos recurriendo el lenguaje de señas con las manos. Creemos que luego de viajar por China, somos expertos en juegos como “Diálogo con mímica”.
CONCLUSIONES SOBRE EL IDIOMA CHINO
No es fácil comunicarse en China. Sobre todo si se sale de los circuitos turísticos y de las grandes ciudades, pero tampoco es imposible. Con paciencia y voluntad, uno puede hacerse entender. Igualmente, a no desesperar, en las grandes ciudades las mayorías de las calles y estación de subte suelen indicar su nombre en chino y en inglés.
CLIMA
China es uno de los países más grandes del mundo, y cada región tiene sus particularidades climáticas.
En octubre en Beijing, comienza a hacer frío y en noviembre ya puede haber nevadas, mientras que diciembre es la mejor época para recorrer el sur ya que no hace tanto calor.
En Beijing, en verano el clima cambia totalmente y hace calor. Llega a los 30 °C. Y a los chinos les encanta estar al aire libre. Es muy común verlos en las plazas jugando con los niños, bailando al aire libre o desafiándose en eternas partidas de ping-pong.
En conclusión, el país tiene encanto todo el año, y depende un poco de lo que se quiera hacer y ver. Muchos viajeros buscan ver la Gran Muralla China con nieve y otros, en cambio, prefieren verla en primavera cuando todo esta bien verde y florecido.
Lo que si hay que evitar es ir a Tíbet en pleno invierno (de noviembre a abril). Está todo bajo nieve y los caminos por tierra se cierran.
China es enorme, por lo cual para definir una fecha es importante conocer primero la región que vamos a visitar. En base a eso, es mucho más fácil planificar.
PRESUPUESTO
China no se caracteriza por ser un país “barato” pero con ingenio se puede encontrar el modo de viajar sin gastarnos todo nuestro presupuesto. Como siempre, un viaje puede ser tan caro y tan barato como uno de deseé y planeé. En nuestro caso viajamos de un modo económico, al mejor estilo mochilero.
No realizamos excursiones pagas (nos las ingeniamos para realizarlas nosotros mismos) y solemos optar por transporte público antes que tomar un taxi o autos privados con chofer. Viajamos lento y de manera pausada. Solemos informarnos bastante sobre precios, distancias, medios de transporte o cualquier otra variable que intervenga.
Cuando más rápido uno quiere viajar y más destinos en menos tiempo quiere ver, el presupuesto se encarece mucho más.
Un presupuesto muchilero (holgado) promedio en China puede un de 130 yuanes diarios. Incluye alojamiento (baño compartido), comida y transportes. Lo que da unos veinte dólares por día.
Este presupuesto se descompone en tres cosas básicas. Comer, dormir y viajar:
COMIDA
La comida en China es barata y riquísima. Hay que comer dónde come la gente local, buscar lugares cerca de oficinas o universidades, buffets o tiendas de comida rápida. Por cada almuerzo o cena gastamos entre uno y tres dólares cada uno dependiendo de lo que pedíamos. Es más barato comer comida china que continental. A su vez, en casi todo China se puede obtener agua caliente o fría para tomar de manera gratuita, por lo cual el agua tampoco es un costo extra.
Si bien los restaurantes baratos no suelen tener menú en inglés, muchos tienen fotos de los platos en las paredes. Por eso, sólo basta señalar y preguntar el precio. Eso si, a veces las imágenes suelen confundirnos. En Xi’An creímos ordenar algo que traía papas al horno y las supuestas papas terminaron siendo cuadrados de grasa pura.
Por lo general, un plato de arroz frito o noodles con vegetales está 10 yuanes.
ALOJAMIENTO
Depende mucho de qué tipo de viaje quieras hacer. En China son muy comunes los hostels. Según la zona y la ciudad (no es lo mismo un hostel en Beijing que en Urumuchi) una cama puede variar entre los 40/100 yuanes (entre 6 y 18 USD por persona). Son muy limpios, cómodos y el personal suele hablar inglés.
A su vez, también es posible encontrar habitaciones privadas por 80 yuanes. Como siempre, cuando más turística sea una ciudad más caro son los valores.
Igualmente, en comparación con otras partes del mundo los estándares chinos son mucho mejores que en otros países. Por ejemplo, wifi, ducha con agua caliente y pava eléctrica son comodidades que se pueden encontrar hasta en el alojamiento más cutre del país.
Es importante, llegar a las ciudades con el alojamiento resuelto o al menos, con algo visto. No existen zonas “mochileras” como en otros países, por lo cual cada hostel/hotel puede están en una punta distinta de la ciudad… y en China eso es muy lejos.
China es el lugar ideal para hacer Couchsurfing. Está lleno de host que se mueren de ganas de alojar occidentales. La ventaja, además es que casi siempre hablan inglés, por lo cual pueden ayudarnos mucho a conocer más sobre el país, a comprar pasajes de tren o al presentarnos los nombres de los platos de comida.
El tercer modo que utilizamos para alojarnos fue intercambiar trabajo con algunos hostels. En este listado pueden encontrarnos algunos sitios que recomendamos.
TRANSPORTE
Es el gasto más caro de China. Sacando el transporte urbano que vale entre uno y dos yuanes, los transportes de larga distancia son carísimos.
Lo ideal es moverse en tren. Unen casi todo el país, y los hay de máxima velocidad (van a 300 kilómetros por hora), por lo cual sirven para aprovechar muchísimo el tiempo. El problema: son carísimos. Otra opción, autobuses, vuelos lowcost o dedo (autostop).
TRENES EN CHINA
Hay varias clases y tipos de trenes (más rápidos, más lentos). Lo bueno es que llegan hasta casi todos los rincones del país, lo malo, no son nada baratos.
Cada tren suele tener dos secciones bien definidas: Asientos o coches-camas (espacios compartidos entre seis literas. Hay camas blandas o duras y de eso depende su precio).
Los trenes se pueden comprar por internet (pagando una comisión) o directamente en las estaciones de tren. Muchas estaciones tienen ventanillas especiales para turistas dónde, se supone, al menos un empleado habla inglés. Lo ideal es llevar el número de tren, la estación de cabecera, la estación de destino, la hora, el día (los chinos anotan al revés AAAA/MM/DD) y la clase en la que queremos viajar anotado en un papel. Si está escrito en chino, mejor.
Si uno opta por comprar por internet, además de la compra online luego debe retirar los boletos por la estación de tren (puede ser el mismo día que el tren parte). Para eso, una vez reservados los boletos les llegará un número de comprobante al mail. Con ese número, retiran los boletos por ventanilla.
Sea para retirar o comprar, seguramente les pedirán el pasaporte y la visa de China.
Tanto para conocer el horario de los trenes o para comprar por internet, les recomendamos revisar la siguiente pagina: China DIY Travel
ANTICIPACIÓN
China es por lejos es país más superpoblado del mundo. Por lo cual, mucha gente va y viene todo el tiempo. Lo ideal es comprar los boletos de tren con anticipación para no quedarnos sin lugar.
CONSEJOS PARA VIAJAR EN TREN POR CHINA
Todos los trenes en China además de tener un baño letrina y otro con inodoro tradicional, suelen tener un dispenser de agua caliente. Ideal para hacerse un té o una de las famosísimas sopas instantáneas chinas. Sino, Cada media hora, pasa un empleado del tren vendiendo comidas, bebidas, toallas, biromes, sets de medias, etc.
AUTOBÚSES
Los hay a casi todos lados. Suelen tardar más que el tren y suelen ser una mezcla de olores bastante extraños. Cada ciudad suele tener una o más estaciones de autobuses ubicadas según los puntos cardinales (estación este, oeste, norte o sur). Según el trayecto que realicemos tenemos que ir a una u otra estación. Los pasajes se comprar en el momento.
Otro gasto extra en China son las entradas a las atracciones. Para casi todo hay que pagar (incluso para ir al baño) y los precios nunca bajan de los 5-10 USD. Salvo que estén holgados de presupuesto, es importante que piensen bien que visitar y que no. Igualmente, muchos sitios como por ejemplo la Gran Muralla China tiene opciones alternativas para entrar sin pagar.
Muchos de los sitios de interés turístico tienen descuento para estudiantes. En muchos es necesaria la tarjeta ISIC, en otros es suficiente con cualquier credencial y otros, como por ejemplo, Los Guerreros de Terracota sólo tienen descuento para estudiantes chinos.
En nuestro caso, gastamos mucho menos de los 20 dólares que estimamos por día. No pagamos transporte al recorrer el país a dedo y de los dos meses que estuvimos pagamos poquísimas noches de alojamiento ya que hicimos mucho Couchsurfing.
RECORRER CHINA A DEDO (AUTOSTOP)
Viajar a dedo por China fue más difícil de lo que creíamos. Como ya dijimos, estuvimos dos meses en China. Durante el primer mes recorrimos la costa este y las grandes ciudades chinas. Las ciudades interminables, las autopistas que se enredan como una madeja de lana y la prohibición de hacer dedo en las autopistas hizo todo mucho más difícil. Si a eso le sumamos las dificultades idiomáticas, la polución y el ensimismamiento de los chinos, no fue una experiencia para nada placentera.
Salir de las ciudades nos tomó entre una a dos horas. Luego caminar hasta el peaje, y ahí pedir por favor a los empleados que nos dejen intentar hacer dedo. Muchos auto pretender recibir dinero a cambio.
Otro problema, es que muchas veces el auto no iba a destino sino que nos dejaba a mitad de camino y muchas veces eso implicaba perder otra hora para salir de la ciudad ya que no nos querían dejar en la autopista.
Pero, por el contrario, en el sur y oeste del país fue mucho más fácil. Las ciudades son más pequeñas, no se trata de monstruosas autopistas sino de rutas tradicionales y la gente es mucho más amable y simpática. Lo que nos costó el primer mes, fue proporcional a lo que disfrutamos en nuestro segundo viaje a China.
¿Cartel si o no?
Para el primer viaje a China hicimos un cartel (en chino) que indicaba que estábamos viajando a dedo y el destino al que nos dirigíamos. El problema es que los chinos no conocen la idea de hacer dedo/autostop/hitchhiking por lo cual, por más que este en chino, no tenían ni idea de que significaba eso.
Para el segundo viaje, decidimos sacar la parte de “a dedo” y utilizar sólo un cartel con el nombre de la ciudad a la que nos dirigíamos (en chino) y fue mucho más exitoso. El cartel con el nombre de la ciudad ayuda a resolver los problemas de nuestra mala pronunciación de chino y funciona como filtro para la inmensa cantidad de autos que hay en China.
Además del cartel, viajamos con una breve carta que explicaba nuestra historia, nuestro viaje y nuestra condiciones de viajeros. La carta siempre funcionó, sobre todo ante lo limitados que estábamos ante el idioma.
CONEXIÓN A INTERNET
En la gran mayoría de las ciudades (grandes y pequeñas) hay conexión a internet. Incluso muchos shoppings y restaurants tienen wifi. También, las cadenas de comida rápida tienen y el puestito de comida más austero, tiene wifi.
El problema reside en las paginas que el gobierno chino tiene bloqueadas: Google, Gmail, Facebook, Instagram, Twitter, Youtube, etc. La Muralla China de Internet o “The Great Firewall” nos afecta a la mayoría de los turistas occidentales ya que restringe la mayoría de las páginas que nosotros utilizamos a diario. Para poder acceder a estas paginas bloqueadas en China es necesario contar con una VPN. Es decir, una red privada virtual que nos permite hacer un poco de trampa.
Hay VPN gratuitas y pagas (10 USD por mes). Es importante, una vez que compres tu servicio, descargarlas a tu PC, Tablet o celular y activarlas antes de ingresar a China. Una vez dentro de China, ya no se pueden obtener. Nosotros utilizamos VPN EXPRESS y no tuvimos ningún inconveniente.
Importante: Whatsapp se puede utilizar sin problema, pero en ciertas regiones de China también está bloqueado por conflictos políticos. Por otro lado, WeChat es a la vez el Facebook y Whatsapp que utilizan todos los chinos. Nosotros decidimos abrirnos una cuenta para poder estar conectados con nuestros host de Couchsurfing.
ITINERARIO POR CHINA
Si quieren conocer los lugares dónde estuvimos en nuestros dos viajes a China, acá están nuestros itinerarios:
China I: Costa este y grandes ciudades
A modo de resumen, nuestro cinco lugares favoritos de China fueron:
RECOMENDACIONES Y CONSEJOS PARA VIAJAR A CHINA
– Tené cuidado con los billetes falsos y con los timos. No sabemos si fue una situación excepcional o no, pero cuando visitamos China había una gran preocupación por los billetes falsos. Se ve que hay muchos. A nosotros nos dieron uno de 100 yuanes falsos, no sabemos bien como ni cuando. Tené cuidado!
– Además de los billetes falsos, los timos suelen estar a la orden del día. En las grandes ciudades muchos jovencitos/as se hacen pasar por estudiantes de inglés y te piden de ir a comer para practicar el idioma. Mirá bien los precios antes de ordenar. A un amigo chileno dos Coca-Cola le salieron 40 dólares.
– Interiorizate: China es, por lejos, el país más grande del mundo y con una historia muy complicada e interesante. Trata de llegar a China conociendo algo, de su geografía, cultura, historia política y de su situación actual. Si bien a los chinos les interesa muy poco el mundo, para nosotros la situación política de los países que visitamos es una pregunta obligada.
– Planificá: Un viaje sale mejor cuando uno lo planifica, al menos un poco. No somos partidarios de un viaje plenamente organizado, con reservas y un itinerario definido. Somos partidarios de que el viaje se vaya armando a sí mismo, pero eso no quita que uno planifique, al menos, algo. Mira un mapa, que lugares te gustaría conocer, por qué, fijate si te quedan de paso, arma un posible recorrido. Tener en cuenta tu presupuesto, tus gustos y tus ganas. Y además, tené en cuenta de que en China las distancias son enormes y no siempre dos ciudades que parecen cerca, en realidad lo están.
– Dejá los prejuicios en casa, en serio. Oímos mucho sobre los chinos sucios, los chinos mafia, los chinos malos, etc. Si bien esta bueno ir con ciudad y preparados, tampoco hay que caer en nuestro eurocentrismo de creernos mejor. En todo caso, los chinos son…chinos. Chinos que escupen, que fuman a toda hora y en todo lugar, que te eructan en la cara, y que hacen todo tipo de sonidos con sus gargantas. Tratá de no quedarte con lo obvio.
– Evitá viajar durante los días de vacaciones. China es el país más superpoblado del mundo y sí, a su veces, tienen la buena costumbre de en vacaciones viajar dentro de su país… imaginate lo que puede ser! Intentá evitar el mes de junio (vacaciones en las escuelas) y los días del año nuevo chino para moverte de una ciudad a otra porque posiblemente no encuentres pasajes, alojamiento y todo sea mucho más caro.
– Informate: sobre el clima, la situación política y social de los destinos que quieras visitar. China está atravesada por distintos conflictos territoriales, políticos y sociales. Lee el diario, busca en internet, preguntale a la gente local. Sabiendo quizá evitaras pasar por algún mal momento. Sobre todo para quienes quieran visitar el Tíbet o la provincia de Xinjiang, entre otras regiones conflictivas.
– China es un país seguro, es casi inexistente la inseguridad y los robos. No existen, en parte, porque la policía esta todo el tiempo y a todo momento rondando por ahí. Igualmente, estate atento a tener ciertas precauciones. A un amigo francés le robaron la billetera en el metro de Shanghái.
¿CONVIENE VIAJAR CON SEGURO MÉDICO?
Si bien es un requisito para aplicar a la visa China, lo cierto es que una vez pasado ese tramite nadie volvió a exigírnoslo. Nunca se sabe si lo vamos a necesitas, por lo cual, nosotros igual nos sacamos uno. Seguramente no lo uses pero por las dudas… Mejor tenerlo y no usarlo, a necesitarlo y no tenerlo. Hay muchas ofertas y promociones, 2×1, descuentos. Les recomendamos que chequeen posibles cotizaciones y tipos de coberturas en Asegura tu viaje.
Kirguistán: Anotaciones al margen
No me consideraba un “as” de la geografía pero solía tener bastante idea de los países y sus capitales. Si bien un mapa de África me puede dejar en off-side, Asia no. Asia era mi fuerte. El continente en el que viaje por casi dos años. Pero no, todo cambio cuando llegamos a Kirguistán.
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Pero no, cuando L. me propuso viajar por Asia Central y recorrer todas las ex – naciones soviéticas yo asentí sin dudarlo. Después, con el tiempo, cuando empecé a hacer zoom en Google Maps descubrí (y la palabra adecuada es descubrir) un conjunto de países de los que no tenía ni la remota idea. Kirguistán era uno de ellos.
Incluso, Bishkek, su capital, no me sonaba para nada. Incluso su geografía, trazada a mano alzada y de una manera caprichosa y soviética no me sonaba a nada. A Kirguistán llegue así: sin tener idea. De nada.
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A la frontera de Kirguistán llegamos a dedo (autostop). Tardamos siete horas en camión para hacer los doscientos kilómetros que separan Bishkek de Almaty, al sur de Kazajistán. Viajamos en un camión de esos grandes, con más de veinte ruedas y diez metros de largo. Un camión de esos a los que cuesta subir, sobre todo con las mochilas y con el tiempo y espacio justo que se puede encontrar en una banquina de Asia Central. Un camión que avanzaba lento, con un conductor tímido que no hablaba nada de inglés. Se ve que nos vio cara de hambre porque nos regaló medio salamín, un pan y dos aguas cuando nos despedimos.
Nos dejó a diez kilómetros de la frontera. El cruce para camiones es uno y el de particulares, otro. Diez kilómetros, mucho para caminar y una distancia incomoda para hacer dedo. Lo intentamos y a los veinte minutos le estábamos explicando al oficial fronterizo nuestra extraña situación. Tenemos doble nacionalidad, tenemos pasaporte argentino y pasaporte español. A Kazajistán entramos como argentinos, pero a Kirguistán queríamos hacerlo como españoles así evitábamos la engorrosa visa. No entendía, nos pidió la visa en el pasaporte argentino, nos trató de falsificadores de pasaportes, hizo una llamada a alguien y finalmente nos selló. Estábamos en Kirguistán y yo, al menos, no tenía idea de nada.
Cansados, transpirados y con el todo el polvo que acumulamos en la cabina del camión nos subimos a una marshrutka para hacer los últimos kilómetros. Las marshrutka son traffics privadas que hacen de transporte público, con un recorrido oficial, claro está. Por treinta soms cada uno hicimos los últimos veinte kilómetros hasta el centro de Bishkek.
En el asiento de adelante se sentó un muchacho, Ruslan. Apenas veinte años, cabello corto y muy prolijo. Rasgos confusos: mitad ruso, mitad kirguiso. Es de Bishkek, es (y con mucho orgullo) kirguiso pero descendiente de rusos. “Nací en el 1992, soy cien por ciento kirguiso, aclara, pero mis abuelos son rusos”. Nos preguntó nuestra edad, nosotros nacimos antes de 1991, antes de que Kirguistán sea independiente. Nosotros dos nacimos cuando la Unión Soviética aún estaba en pie. Ruslan fue de la primer generación de “cien por ciento kirguís«. Así y todo, es el resultado de la mezcla, de las invasiones y de la ocupación soviética en la tierra de los nómadas del centro de Asia. Nos preguntó con curiosidad por Mongolia. Él, al igual que otros tantos kirguisos, preguntan con asombro por Mongolia. Ellos son hijos de aquellas estepas lejanas que alguna vez unió Gengis Khan. Pero Mongolia sólo queda en las palabras, después nos preguntan por Rusia. Su segundo gran referente, tanto política como económicamente. Ruslan, casualmente, se estaba yendo a Rusia a terminar sus estudios. Dijo que le encanta Kirguistán pero que es peligroso y que Rusia le da más garantías. Después descubrimos que no es el único, la mayoría de los jóvenes del norte de Kirguistán sueñan en ruso. Al igual que en Kazajistán, muchos, incluso, no hablan su idioma nacional. Solo ruso e inglés.
Ruslan nos preguntó a dónde vamos y se ofreció guiarnos hasta nuestro hostel. No sin antes hacer un pequeño city-tour por la ciudad. Nos mostró los mismos elementos que se repiten en cada una de estas ex – capitales soviéticas: monumento a los caídos en la segunda guerra, estatua del soldado desconocido, imagen que representa la libertad, la infaltable estatua de Lenin con la mano derecha levantada, la casa de gobierno, un parque soviético, un bazar y alguna gran avenida llamada Soviet’s, Lenin, Octubre, Marx o Engels. El orden de los factores puede alterarse, pero los elementos son los mismo. A fin de cuentas, estas ciudades fueron hechas por los soviéticos y a ellos se debe la planificación, los parques, escuelas y hospitales que hoy siguen funcionando.
Mientras cruzábamos el centro de la ciudad, Ruslan nos señaló la casa de gobierno y un monumento. El monumento está en el sitio exacto dónde los francotiradores dispararon en revolución del 2010. Intentamos buscar las balas con la mirada pero no vimos ni una, el insistía que aún se veían. Seguimos caminando, no hacía falta evidencias para conocer los no-límites del poder.
En un momento del paseo le pedimos de parar a descansar. Cargando las mochilas, no nos era fácil seguir su ritmo. Se ofreció a ir a comprarnos algo fresco para tomar. Erróneamente aceptamos y nos trajo dos vasos de Kumus: leche de yegua fermentada.
Nos despedimos de Ruslan sin saber si volveríamos a vernos. Nuestra idea era dejar Bishkek lo antes posible. En un país que tiene un ochenta por ciento de superficie montañosa, el encanto está en la naturaleza y no en las ciudades. Pero no pudimos. Las visas, las embajadas, su burocracia y la comodidad de la ciudad hicieron que pasáramos más de una semana en la capital de Kirguistán.
Finalmente, nos fuimos de Bishkek casi obligándonos. La comodidad nunca es buena amiga del viajero. Invita a estar quietos, a armar una rutina, a quedarse adentro. Y en Bishkek, nosotros, estábamos demasiados cómodos. Ya sabíamos donde comprar fruta barata y dónde vendían los mejores kebabs. Teníamos que arrancar. Volver a la banquina de la ruta, a nuestro mejor estilo Kerouac.
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Mirando el mapa, al este de Kirguistán se ve un gran lago. Issyk-kul es el segundo lago de montaña de mayor superficie. Bastó con alejarse unos kilómetros de la ciudad para que el paisaje comience a cambiar. Los bloques grises de departamento dieron lugar a enormes descampados coronados de fondo por unas altísimas y nevadas montañas. El horizonte sólo se quebraba cada unos cuantos kilómetros. Los puntos negros eran puestos improvisados de miel, pescado ahumado y los melones y sandias más sabrosos que alguna vez probamos.
Se supone que Issyk-Kul, el lago que jamás se congela, fue un punto clave en la antigua Ruta de la Seda, pero de aquellos tiempos no queda nada. La ruta norte del lago es terreno de resorts y hoteles de varias estrellas. También de familias que alquilan los cuartos libres de sus casas para que los turistas se alojen. Cholpon Ata es tierra de turistas en su mayoría kirguisos, rusos y kazajos. Turistas que vienen con plata y dispuestos a dar lo mejor de sí en sus dos semanas de vacaciones. Lo mejor de sí: emborracharse, comer hasta reventar, comprar remeras mal impresas y alquilar botecitos para recorrer el lago. Lo más destacable: no tienen frío. Con quince grados y lluvia torrencial nadan sin problemas, nosotros abrigados y con campera los mirábamos desde la orilla.
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Decidimos rodear el lago, y volver por la ruta sur. No sin antes parar el Karakol, la ciudad más importante de la zona. Para ellos Karakol es a Issyk Kul, lo que París es a Francia. Ni íbamos a contradecirlos, pero sólo mencionamos al pasar que la ciudad de Karakol ni siquiera está sobre el lago, sino unos cuantos kilómetros más adentro.
Karakol me recordó a la lejana Siberia. Casas de madera, calles de tierra y pibes jugando a tirarse piedras o a correr a las gallinas. La idea era recorrer los alrededores de la ciudad, meternos en las montañas, acampar bajos las estrellas y pasar mi cumpleaños en algún lugar rodeados de naturaleza. Pero no, llovió todos los días.
Sólo una mañana amaneció apenas nublado y decidimos salir a caminar. Al menos, hasta las montañas que se veían al fondo del pueblo. En el camino, además de saludar a todos los vecinos nos pararon dos tipos. Cada uno con su hoz y su mameluco de trabajo. Nos dijeron que no sigamos subiendo, que había mucho barro. Nos ofrecieron su caballo, iba a ser el mejor modo de subir. Intentamos seguir por nuestra cuenta, pero volvimos. Cuando pasamos de regreso nos pidieron cigarrillos, en su defecto una foto. Al grito de “Messi, Maradona” nos despedimos.
El día de mi cumpleaños decidimos ir a Yeti Ozgul. Unas curiosas formaciones rocosas a sólo quince kilómetros de Karakol. El chico que trabaja en el hostel insistía en que vayamos en taxi, le dijimos que preferimos ir en transporte público. Dijo que es imposible, que no vamos a poder llegar, que necesitamos un taxi. Le dijimos que vamos a probar de ir en transporte público y volver a dedo. Que no. Le dije que es mi cumpleaños, que llueve, que no quiero un taxi. Con un suspiro largo nos despedimos.
Tenía razón. En la parada de marshrutka nadie nos supo decir cual es la que va. Una señora se prestó a ayudarnos. Ella no hablaba inglés, nosotros chapuceamos ruso. Nos preguntó si hablamos alemán. Es curioso, no es la primera persona adulta que habla alemán. Retoños de la educación de la época soviética. Haciendo un mix entre ruso, inglés y alemán nos entendimos. Nos hizo subir con ella a una marshrutka y luego de bajarse con nosotros a unas cuadras, nos indicó cual es la que va.
Con lluvia caminamos por Yeti Ozgul. Lo único bueno es que el cielo gris realza aún más el color rojizo de las montañas. Decidimos volver a dedo. No llegamos a levantar el pulgar que ya una camioneta estaba poniendo balizas. Se trataba de una familia. Eran cuatro y viven en Cholpon Ata, están de vacaciones por lo cual no tienen problema en llevarnos y practicar inglés. Cuando se enteraron que es mi cumpleaños, pusieron balizas de nuevo. Paramos en un café ¡Había que festejar!
El padre ordenó por los seis. Pinchos de carne, samsas, mantis, ensalada de pepino, té y pan. La mamá no comió. Era Ramadán y ella parece ser la única que respeta las costumbres. De postre, el hijo mayor va a comprar una Coca-Cola. Nos despedimos, una vez más. A quien dijo que los viajes están llenos de encuentros, le canto retruco y le recuerdo que los viajes sólo se componen de despedidas.
***
Nos quedan pocos días en Kirguistán y tenemos que avanzar. Decidimos ponernos rumbos al sur. A la ciudad de Osh, la segunda ciudad más importante del país: la capital del sur, y la capital de Ferganá, de este lado. Esa región que los soviéticos dividieron a ojo formando una extraña espiral entre las recientes naciones de Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán.
Hasta Osh son poco más de seiscientos kilómetros con varios pasos de montaña de más de 3.000 msnm. Decidimos hacerlo en dos tramos, sin saber muy bien donde para a dormir. La consigna es, siempre, avanzar lo más que podamos. Y ahora me acomodo en la silla, por lo que viene a continuación fue lo que más disfruté de estas tres semanas de viaje por Kirguistán.
***
De acuerdo a nuestra forma de viajar estamos condenados a que nuestro viaje dependa enteramente de otros. Depende del auto que pone balizas y nos levanta en la ruta, depende de los camioneros, dependemos de la buena predisposición de la gente que nos ayuda cuando estamos perdidos y sin mapas, depende del idioma, dependemos de quienes nos abren las puertas de sus casas y de los hoteles que, a veces, nos reciben. Por supuesto que nosotros somos artífices de nuestro destino, pero déjenme asegurarles que la mayoría de las cosas no dependen de nosotros.
El viaje a Osh no iba a ser la excepción. El primer auto fue un joven que trabaja en la importación de vodka rusos. Nos llevó hasta una rotonda. Desde ahí, un taxista nos llevó “gratis” hasta un peaje. En el camino lo paró una mujer borracha. Con nuestro poco ruso entendimos que le dijo que no tenía plata. También la levantó. La mujer le dijo algo más y el tipo nos hizo bajar. El auto doblo en U y retomó el camino andado. Nos quedaron serias dudas sobre el “cómo” iba a pagar ella el viaje. Almorzamos debajo de un árbol un poco de fruta, pan y queso. Esperamos que pase el calor del mediodía y volvimos a la banquina. Frenó una camioneta. Ellos van hasta Talas, la ciudad de la que es oriundo Manas, el prócer nacional que liberó Kirguistán. Nosotros nos bajamos antes.
Decidimos pasar la noche en Suusamyr. Un pueblito que está metido a unos trece kilómetros de la ruta principal. No aparece en las guías de viaje y los viajeros no paran ahí. Eso es todo lo queremos escuchar.
Esperamos por el último auto. Una señora, también, esperaba con nosotros pero son pocos los autos que toman el desvió a Suusamyr. Dobló uno pero sólo tenía lugar para una persona. Nos despedimos de la señora y ella se subió. Al rato, paró un camión. Frenó sin que le hagamos señas y a paso lento, nos dejó en el centro de Suusamyr. El centro. La intersección de dos calles de tierra, dónde hay una mezquita diminuta, un almacén y un restaurant que sólo ofrece un único plato: Lagman, fideos con verduras y pedacitos de carne. Desde el restaurant el único movimienro que vimos fue el de los pastores que llevaban y traían a las vacas de las montañas y las señoras que charlaban en la calle. A veces la vida parece muy simple. Sospechosamente, simple.
El muchacho del almacén que vende desde ropa hasta tornillos nos dijo que preguntemos en la casa de huéspedes. La reconocimos muy fácilmente, tiene el único cartel en inglés de todo un pueblo de veinte casas y dos calles.
Una señora sin mucha simpatía nos hizo pasar. Sin siquiera decir hola nos dijo un número en inglés. No sabíamos de que se trata, era el precio en dólares por dormir ahí. Su casa cotiza en dólares. Ni “qué tal, ni de dónde son”, nada. Plata. Por eso no me gustan los lugares turísticos. La gente se obnubila y el dinero carcome hasta lo indicios más humanos. Le dijimos que es mucha plata. Nos dijo “chau”. Bueno, en realidad su cuerpo dijo “chau”. Se dio media vuelta y nos dejó solos. A todo esto, su hijita de dos años dice en inglés “photo, photo, hello” y empieza a posar.
Con la noche ya casi encima entramos al segundo almacén del pueblo y preguntamos por un lugar en el cual poner la carpa. Si bien tenemos cientos de kilómetros de tierra vacía, siempre creemos que es mejor preguntar. La chica del almacén nos dijo que esperemos. Llamó a su hija, cerró el local con llave y nos hizo señas de que la sigamos.
Cruzamos la calle, le dijo algo a un nene, el nene pegó un grito y salió una señora a recibirnos. Pañuelo en la cabeza, dientes recubiertos en oro, vestido gastado y botas de lluvia. Nos hizo el gesto universal de dormir uniendo las dos manos bajo una oreja y poniendo la cabeza de costado y nos dijo que la sigamos. La siguiente escena pudo haber sido protagonista de una película de Hitchcock. La seguimos por un pasillo totalmente a oscuras, abrió una reja y entramos a una habitación vacía y sucia. Otro pasillo, una puerta con llave, una cocina vacía, otra reja con llave, una habitación con muchísimas fotos, otra puerta con llave y un nuevo pasillo. Abre una cortina y con algo de luz nos señala un cuarto. La habitación era amplia, piso de alfombra y seis camas de no más de 1,50 metros de largo. Las sabanas son de Mickey, las paredes tienen posters de Winnie Pooh y en un baúl un montón de bloques que esperaban ser apilados. La señora nos dijo que pongamos varios colchones en el piso y que durmamos ahí. Nunca supimos si se trató de un jardín de infantes, de un orfanato, si era la municipalidad del pueblo o qué. Pero pasamos la noche ahí.
A la mañana siguiente no vimos a la señora, el almacén estaba cerrado y no había ningún nene jugando en la calle. Lo único que vimos fue un grupo de señores kirguisos (es fácil reconocerlos por su sombreros blancos de fieltro) borrachos charlando en una esquina.
Caminamos los trece kilómetros hasta la ruta principal y comenzamos de nuevo, a hacer dedo.
No pasaron ni cinco kilómetros y ya estábamos estrechando una mano al son de “Salam Alekium”. El tipo, un petizo barrigón de cuarenta años iba hasta Jalal-Abad a unos 100 kilómetros de Osh. No tenía problemas en llevarnos.
Hicimos juntos casi quinientos kilómetros parando a almorzar, a sacarnos fotos, a buscar un baño de urgencia y a tomar la bendita leche de caballo fermentada. Cuando estábamos llegando a Jalal-Abad el buen hombre se ofreció a hacer cincuenta kilómetros más para dejarnos en Uzgun. Una ciudad con un inmenso minarete que según él no podíamos no ver. Y luego de sacarnos fotos y despedirnos, volvimos a preguntar por un lugar donde poner la carpa.
Una chica preguntó en el parque y le dijeron que no, nos dice que mejor caminemos hasta las montañas al final del pueblo. Decidimos preguntar en otra almacén y esta vez, la dueña nos invitó a dormir en un cuarto vacío que tiene detrás del local. Nos pidió disculpas por no tener demasiado mobiliario y nos convidó un té. Nos contó que en esa ciudad el setenta por ciento de la población es uzbeca. No nos quedaron dudas, estábamos en el corazón del Valle de Ferganá.
Salimos a caminar por la ciudad y el bazar nos hizo sentir que habíamos cruzado una frontera casi invisible. Nada tenia que ver esta parte del mapa con el resto de país. Volvimos al almacén, la señora nos compartió unos helados y nos quedamos un buen rato charlando en la vereda con ella y con todos los vecinos que se habían enterado que en el pueblo había dos turistas de Argentina y que iban a pasar la noche en el almacén.
Ya cerca de las nueves la señora empezó a cerrar. Contó la recaudación de la caja delante nuestro y nos preguntó a que hora queríamos que venga a abrir el local a la mañana siguiente. Nos despedimos y nos dejó solos, con toda la mercadería. Todo un acto de confianza.
Hay cosas que me cuestan explicar o entender. Y está es una de esas. Para mi es inexplicable que alguien nos levante en la ruta, nos invite a su casa, nos comparta su té. No entiendo la hospitalidad y tampoco entiendo por qué me cuesta entenderlo. Cuando debería ser algo obvio y natural. ¡Vos necesitas ir y yo estoy yendo en la misma dirección con lugar en el auto! ¡Vos necesitas un lugar dónde pasar una noche y el living de mi casa está vació! Pero no, nosotros tenemos miedo. Miedo de que nos roben, de que nos maten, de que nos hagan algo malo o de que nos hagan quedar como unos boludos por ser tan desconfiados. Pero acá no. Acá esto es normal, y la vida vuelve a parecer simple.
Y aunque parezca ilógico a nosotros nos gusta viajar así. Dependiendo, confiando, preguntando en las almacenes de los pueblos. No nos gustan las cosas de turistas ni nos gusta las rutas ya trazados dónde todo es fácil y dónde todos hablan inglés y todo se puede pagar en dólares. A nosotros nos gusta el caldo, meternos de lleno, conocer la vida real y nos las aristas ya preparadas para el turismo occidental.
***
Kirguistán fue una gran ensalada (¿Ensalada rusa quizá?). Kirguizos, uzbecos y rusos. Nómadas, comunistas, revolucionarios, rojos y pro-yanquis. El valle de Ferganá dividido con un crayón y grupos étnicos que aún no saben de que lado de la frontera quedaron. Llegamos sin tener mucha idea y nos fuimos con la misma sensación. Las barreras idiomáticas no ayudaron, viajar por los márgenes, por las rutas secundarias tampoco, quizá por eso las cosas no siempre salen como uno las planea. Es el riesgo de viajar saliéndose de los mapas ya establecidos. Pero lo bueno es que los lugares esperan.
Siempre los lugares esperan.
Salir de China
«El viaje normalmente está considerado un desplazamiento espacial. Es una idea inadecuada. Una travesía ocurre al mismo tiempo en el plano espacial, en el temporal y en el de la jerarquía social.»
Claude Lévi-Strauss
Que las personas a las que le preguntás te adviertan y sugestionen acerca del cruce de una frontera tiene un aspecto positivo: uno espera que pase lo peor. Por ejemplo, caminar entre rifles de militares apuntándote y ovejeros alemanes que te ladran. Una inspectora que se acerque a tu mochila con guantes de latex y el olvido de un paquete sospechoso por parte de alguno que haga entrar en pánico a todo el personal fronterizo. Lo que viene a continuación, comparado con eso, es una historia de niños:
El Tíbet de China
«Aunque haya religiones diferentes, debido a distintas culturas, lo importante es que todas coincidan en su objetivo principal: ser buena persona y ayudar a los demás.»
Dalai Lama – Tíbet
– Este es el lugar – dijo Tathagata.
De Bangkok a Kuala Lumpur a dedo
«Nuestras maltratadas maletas se amontonaban sobre la acera de nuevo; nos quedaban largos caminos por recorrer. Pero no importa, el camino es vida«
Jack Kerouac
El 31 de diciembre, en realidad ya primero de enero, nos fuimos a dormir tarde. No somos de trasnochar pero el destino quiso ponernos a varios argentinos en el camino para tener con quién festejar el cierre de un gran año. Mejor. El único inconveniente era que en dos horas iba a sonar el despertador. El primer día del año a las seis de la mañana íbamos a empezar el 2016, viajando. Una vez más.
1.500 kilómetros separan Bangkok (capital de Tailandia) de Kuala Lumpur (capital de Malasia). El objetivo eran tan simple como complejo: unir ambas ciudades en dos días, siempre a dedo, sin usar ningún tipo de transporte público. Una suerte de apuesta personal.

Mapa Bangkok – Kuala Lumpur
Dormidos y con dolor de cabeza salimos a la ruta. No fuimos los únicos. Cientos de autos se apilaban en los semáforos rumbo al sur. Todos iban a la playa. Entre baldecitos, reposeras y heladeras no había lugar para dos argentinos. Pero el pulgar siguió en el aire y el viaje, comenzó a fluir. Mientras caminábamos con las mochilas a cuestas para un auto. Eran dos tailandeses que no hablaban nada de inglés. Nos subimos y vamos a buscar a la hermana de uno de ellos que sí hablaba. Cuándo le contamos lo que queremos hacer, nos llevaron hasta la ruta principal. Lo más difícil era llegar hasta ahí. Así comienza la sucesión de autos: parejas que iban a la playa, familias que iban a pasar el día, dos amigas que habían ido a comprar una bicicleta fija, un tailandés homosexual y multimillonario que tenia una playa privada y una chica que nos quería llevar a toda costa a la estación de colectivos, entre otros.

Los chicos que no hablaban inglés y su hermana
En total fueron siete autos y llegamos a un hotel sobre la ruta. Quizá era un motel, nunca sabemos cual es la diferencia. No avanzamos mucho, sólo 350 kilómetros. El objetivo era hacer 500 como mínimo el primer día.
El segundo día volvimos a madrugar. Teníamos que cruzar la frontera. Nos lo habíamos propuesto. Para eso teníamos que hacer solamente 700 kilómetros. Esta vez fueron cinco autos y dos camiones. Siete en total, de nuevo.
Viajamos con víboras en un balde, con cañas de pescar, con un camionero que se había cansado de ser taxista y comía café instantáneo para no dormirse. Decimos, “comía” porque literalmente se ponía el polvo del sobrecito en la boca, lo masticaba y lo bajaba con un trago de Pepsi-cola. Otro camionero, otra pareja, y varias familias. Viajábamos con un borracho y lo convencimos para que le diga al que manejaba que se desvíe diez kilómetros para dejarnos en la frontera.
Como nos suele pasar las diferencias idiomáticas son una barrera que a esfuerzo de ingenio y señas logramos saltear.
Cerca de las 19 llegamos al borde. Cruzar una frontera nos llena de ansiedad, pero hacerlo de noche es horrible. Las fronteras son líneas imaginarias cargadas de emociones. Esos pocos metros que son tierra de nadie son una suerte de limbo para prepararnos para lo que viene: otro idioma, otra cultura, otro Dios, otra forma de vida.
Del lado malayo no había ni un pueblo y además era otra franja horaria, ya eran las nueve de la noche. El primer hotel estaba a ocho kilómetros. Sólo nos quedaba levantar el pulgar, una vez más. Se detiene un auto. Dos pibes, son primos y son musulmanes. Vuelven de cenar y se enganchan con nuestra historia. Nos ofrecen llevarnos hasta su pueblo. Esta a 40 kilómetros y también hay hoteles. Nos sirve, estamos más cerca de Kuala Lumpur. Nos hacen de guías, nos muestran las mezquitas, nos vuelven a sumergir en el mundo islámico. Cenamos los cuatro. Tenemos más en común que diferencias.

Cena con los primos malayos
Cerca de las doce, vamos a buscar un hotel. Todos están llenos, son caros, son feos y vienen con roedores incluidos en el precio. Lo pensamos y les pedimos si nos pueden llevar a la estación de buses. O pasamos la noche ahí, o nos tomamos un colectivo nocturno a la capital. Ni lo uno, ni lo otro. Nos invitan a pasar la noche a su casa con la promesa de dejarnos al otro día en la ruta bien temprano. Aceptamos, nos lavamos como dice la costumbre islámica y dormimos en el living. Al tercer día también nos levantamos a las seis de la mañana, pero esta vez porque la familia entera se levantó a rezar. Los padres del chico no entendían como había dos extranjeros durmiendo en el living. Lejos de enojarse nos dijeron que la próxima vez nos quedemos más tiempo.

La familia que nos alojó
A la hora, ya estábamos en la autopista. Paró un auto que iba a Kuala Lumpur directo. Hicimos los últimos 450 kilómetros con otros dos malayos. Volvimos a la ciudad de las Torres Petronas. Volvimos, una vez más a comprobar lo peligroso que es el mundo. Los medios tienen razón. El afuera es tan peligroso porque te dan ganas de quedarte, de seguir viajando, de seguir creyendo en la condición humana.

Vista desde el hotel donde estábamos alojados
Último día en Camboya
Suena el despertador y tanteo el velador. Descubrimos que se cortó la luz. No sabemos desde cuando. Con la luz del celular intentamos desayunar un café instantáneo. Ponemos el polvo en las tasas y nos damos cuenta que sin luz no podemos calentar el agua.
Huir de Phnom Penh
Bajamos por la escalera y una horda de taxistas espera en la puerta del hotel. Estos tipos desarrollaron un superpoder para percibir turistas a una legua de distancia. No entienden que no queremos ir a ningún otro lugar más que a la parada del colectivo que sólo está a un kilómetro. Tampoco entienden que queremos ir caminando, o al menos, no pagando cinco dólares. Para ellos es tan extraño encontrarse con un turista que no hace las típicas cosas de turista, como para nosotros que en toda Camboya no exista el transporte público. Sólo hay tres líneas de colectivo y estás cruzan Phnom Penh, la capital. El colectivo número 3 nos sacaba de la ciudad o eso parecía figurar en el mapa.
Nuestro viaje por Camboya había llegado a su fin. Queríamos volver a Tailandia. Con lo maravilloso de Angkor Wat y con lo terrorífico de Phnom Penh ya habíamos tenido suficiente. Lo nuestro fue un basta-para-mi-basta-para-todos pero sin tuti-fruti de por medio.
Pasaron 40 minutos y seguíamos viendo la ciudad desde la ventanilla del bondi. Ciudad bastante deplorable por cierto. Calles de asfalto gastado, polvo y basura apilada al lado de mercados improvisados. Las ciudades camboyanas son feas y huelen peor. No hay veredas, no hay parques, no hay nada que sea lindo, aunque sea para la foto. Incluso el río, que podría ser bastante encantador, es sólo un basurero municipal más. Como cada esquina, cada puesto de comida, cada entrada a un hospital o escuela. Todo es basura y mugre. Los templos tampoco dicen mucho y cada vez quedan más atrapados entre edificios de cemento. Por supuesto que se trata de una capital tercermundista en uno de los países más pobres del mundo, pero no por ello vamos a inventarle atributos que no tiene.
En Camboya las ciudades crecen sólo en el plano horizontal y cuesta mucho, muchísimo, salir. El chofer nos mira por el espejo retrovisor. Final de recorrido. La sensación es que seguimos en el medio de la ciudad. Menos mal que salimos temprano y decidimos darle un poco de changui. Nuestro objetivo es llegar al puerto de la ciudad de Trat, ya en Tailandia, para tomar el último barco rumbo a la isla Koh Chang. El último barco sale a las 19.
Viajamos a dedo para conocer un poco más los países que visitamos: su gente, sus calles, su vida. Al menos nos permite eludir por algunos kilómetros los set de filmación que arman para todos los turistas y que sólo muestra lo que es mejor mostrar.
Cuándo uno empieza a moverse a dedo empieza a prestar atención a detalles que antes pasaban desapercibidos, como las banquinas, los semáforos, los peajes. Uno empieza a buscar, también, los mejores lugares para pararse a hacer dedo. Acá no había nada de nada, ni siguiera un árbol que nos de sombra. Sólo una ruta doble mano poblada por motos que no respetaban los sentidos de circulación y un gran mercado de carne a cielo abierto y sin cadena de frío. Si había vacas, podríamos haber dicho que estábamos en India. Ponernos ahí no tenía sentido. No quedaba otra que seguir caminando. ¿Cuánto fueron? ¿Tres kilómetros? ¿Cuatro? Con el calor y las mochilas todo cuesta más. Las narices tampoco podían más. Todo olía como la mismísima mierda y con el calor, los olores se potencian. Decidimos parar cuándo dejamos de sentir el olor. Aunque en realidad dudo si dejó de sentirse o ya nos habíamos acostumbrado. Cuándo vimos un poco de tierra, que podía servir de banquina para que los autos paren, levantamos los pulgares. Sonrisa de por medio, por supuesto.
Los chinos son muchos
A los diez minutos ya había puesto balizas el primer auto. Era un chino, no me acuerdo el nombre. No es el único. Camboya está lleno de chinos que vienen a hacer sus negocios acá. Por momentos da la sensación de que esté es su patio casero. Le preguntamos porque hay tantos chinos en Camboya. Su respuesta fue concreta: “somos muchos, siempre va a haber muchos chinos en cualquier parte del mundo”. También le preguntamos si hablaba en jemer. Dijo que ni valía la pena intentarlo. Se desvió diez kilómetros para dejarnos en el pueblo siguiente. Nos dice que desde ahí salen colectivos a las playas del sur, que ahí van todos los turistas, que es muy lindo. No entendió nada de todo lo que le dijimos. Antes de irse nos regala dos almanaques 2016, dos aguas minerales, nos da su tarjeta y nos agrega a Wechat (el Facebook chino).
Es cierto, de ese pueblo salían autobuses. En realidad eran minivans con capacidad para diez personas pero iban a mas no poder. Cerca de dieciséis pasajeros y de la puerta trasera iban colgando bolsos, canastos de plásticos, banquetas apiladas, arroceras y, lo más increíble, una moto.
Caminamos hasta el final del pueblo. Habrán sido unos 500 metros pero pasaron demasiado lento. Todas las miradas se centraban en nosotros: dos turistas transpirados se bajaron del auto de un chino y empezaron a caminar.
El camino dispone
Pasó el tiempo y ningún auto asomó en la ruta. Empezamos a mirar el mapa con desconfianza. Quizá no estamos dónde creemos estar. Vemos que viene un camión azul a veinte kilómetros por hora. Dudo si hacerme la boluda o no. Hacemos señas y para mis adentro pienso que es mejor que siga de largo. A esa velocidad no vamos a llegar jamás a la frontera. Pone balizas y frena.
El tipo no supera el metro setenta, esta vestido con un overol de militar, aparenta tener 60 años pero luego nos enteramos que no llega a los cincuenta. Tiene un ojo perdido por culpa del glaucoma. Su nombre suena algo como “pen” pero con acento camboyano. No habla nada de inglés y nosotros no cazamos un fulbo de jemer.
Con lo único que nos entendemos es con el nombre de las ciudades y en afirmar todo con un “OK” mientras levantamos un pulgar como gesto de afirmación. Así entendimos que iba hasta la frontera con Tailandia, nos dejaba a diez kilómetros del borde. Más no podíamos pedir. El único problema era la velocidad. Íbamos demasiado lento y ya eran las once de la mañana. Podríamos haber inventado un excusa, bajarnos antes, pero decidimos seguir con el buen señor. A las dos horas paramos a almorzar en un puestito sobre la ruta. Esos lugares siempre sirven la mejor comida, no hay lugar a dudas. Comemos los tres más otros tres camioneros. La altura de Lucas fue el tema de la conversación. Seguimos avanzando. Despacio, con las ventanillas bajas y golpeándonos la cabeza con el techo cada que vez que agarrábamos un pozo. Algo que en las rutas de Camboya pasa cada cinco minutos. Lo buena de la velocidad en modo-slow es que no nos perdíamos ningún detalles de los pueblos que íbamos cruzando. Incluso la humedad de la selva entraba por las ventanillas. De pronto vemos una ambulancia pasar: era un moto con la calcomanía de una cruz verde pegada. Iban tres personas sentadas. El primero manejaba, la del medio tenia barbijo y un camisón de hospital. La tercera podría ser la enfermera y era la que sujetaba el suero que iba a conectado a la paciente del medio. Increíble.
Empezamos a parar cada veinte minutos. Con el calor y las bajadas de la ruta los frenos se recalentaban. Había que tirarles agua fresca y esperar que se enfríe. Poco a poco nuestras esperanzas de llegar a agarrar el último barco comenzaron a desvanecerse.
Paramos en una gomería. Ahí descubrimos que los otros tres camioneros venían atrás nuestro. Eran de la misma empresa y nuestro conductor parecía ser jefe. No sé si al chico de la gomería le llamó más la atención el mal estado de la rueda, o que no había rueda de auxilio o que viajaban dos turistas. Todo se hacia lento. Todo se charlaba y comentaba entre todos. Todos opinaban y metían mano en la rueda. Todos salvo el jefe, él se puso a dormir en una hamaca. Lo único que entendíamos de toda la conversación era cuándo decían Koh-Kong –ciudad de la frontera- y nos señalaban. Al menos, lo dijeron ocho veces. Nosotros, con cara de feliz cumpleaños, veíamos la hora pasar.
El fantasma de los jemeres rojos
Seguimos avanzando y parando a refrescar los frenos. Cerca de las cinco volvimos a detenernos. Estábamos a 40 kilómetros de la última ciudad fronteriza. Paramos a comprar una coca, literalmente. Evidentemente ese boliche sobre la ruta, una sombrilla con una mesa, sillas y una heladera llena de hielo y latas, es parte del ritual de estos cuatro camioneros. Conocían al dueño o eso supusimos. No entendíamos nada de la charla. Y cuándo un sentido esta bloqueado, los otros restantes comienzan a ser más leales. No entendíamos nada pero empezamos a mirar todo con más atención. El dueño del parador era de lo más desagradable. Estaba en cuero y una cicatriz que le cruzaba el hinchado abdomen. Fumaba, escupía y hablaba a los gritos. Sus gestos eran muy violentos, y sus ojos, estaban muy colorados. Recién ahí tuve miedo. No me preocupaba el cruce de la frontera, no me preocupaba estar en medio de la selva camboyana con desconocidos, no me asustaba estar en un camión que tenía los frenos sacando humo. Lo único que me aterraba era pensar que ese tipo tan brusco pudo ser un jemer rojo en sus años de juventud. Me puse incomoda, quería irme, subir al camión, avisarle a mi familia dónde estaba, parar otro auto. Pero nada de eso era posible. El último auto lo habíamos visto cien kilómetros atrás.
En esos casos lo mejor en sonreír. Cada vez que el tipo nos clavaba los ojos le sonreía y le daba un sorbo a la coca-cola. Con la excusa de buscar un baño entre los yuyos me fui arrimando al camión. Arrancamos a los veinte minutos.
Con el viento en la cara
El sol se estaba poniendo y el camionero nos avisa que en dos kilómetros dobla y que nos tenemos que bajar ahí. Nos despedimos afectuosamente. Estábamos a diez kilómetros de Tailandia. No pasaban autos. Empezamos a caminar, si venía algún vehículo lo íbamos a escuchar. Dos pibes pasan con sus motos y se nos quedan mirando. Frenan de golpe y preguntan a dónde vamos. Ellos van hasta la ciudad (cinco kilómetros antes de la frontera). Se ofrecen a llevarnos. En la ciudad le habremos dado lástima porque nos dicen que nos llevan a la frontera. Iba cada uno en una moto con las mochilas puestas. Los pibes manejaban muy rápido y frenaban de golpe para cancherear con sus amigos que llevaban a dos gringos con mochilas (en viaje). Segundo momento dónde tuve miedo. No me gustan las motos, para nada. Mucho menos cuándo no se dónde agarrarme, cuándo voy con un completo extraño y cuando tengo 12 kilos en la espalda que me tiran para atrás. Trate de no pensar y contar cuántos segundos faltaban para llegar al borde. Tuvimos que cruzar un puente sobre el rio. Vimos un atardecer perfecto y me di cuenta que en nuestros veinte días en el país ese día fue el que más había disfrutado y cuándo más había aprendido de su gente.
Cruzar la frontera
Con el ultimo instante de luz, llegamos al borde. Estaba lleno de gente. La mayoría ponía un billete de un dólar en la primera página del pasaporte. Todos pasaban. A nosotros nadie nos reclamo ninguna coima.
Ya habíamos perdido el barco, pero no nos preocupaba. Al contrario, nos daba culpa dejar Camboya. La gente buena está en todos lados, solo se trata de salir a su encuentro y de alejarse de los circuitos estereotipados para el turismo. Pero estábamos en Tailandia, una vez más. Debíamos recorrer cien kilómetros hasta el llegar a Trat y de ahí, veinte más al puerto.
Era de noche, y casi no se veían autos. Pasamos el último control policial y nos ponemos a hacer dedo. Un tipo que estaba por ahí se acerca a la policía, nos señala y atrás de él viene el policía tailandés. Con una sonrisa –el único recurso aplicable a esos casos- le explicamos que queremos ir a Trat. Preocupados nos dice que ya no hay colectivos, que nos sentemos y que el le pregunta a los autos si alguno va para allá. Le hacemos caso. No íbamos a llevarle la contra al policía. Pero veníamos que no les preguntaba a todos los autos. Se va en moto, queda el otro policía a cargo. No le pregunta nada a nadie. Dudamos si ponernos a hacer dedo de vuelta. Vuelve el primer oficial y nos dice que a las 22 viene un autobús desde Camboya y va a Trat. Momento incómodo. No queremos el bus, queremos hacer dedo. Le preguntamos por algún hotel para pasar la noche. Nos dice que no hay ninguno. Le explicamos que cambiamos de planes y que no vamos a ir a Trat sino al siguiente pueblo a pasar la noche. Le pedimos que por favor le pregunte a los autos. No entendemos la lógica, sólo le pregunta a algunos. No se si es por la patente, por la cara o por qué. Detiene a un camión. Nos hace señas de que subamos. Pero eso ya forma parte de la historia de otro país.
Guía de viaje a Rusia: Datos y consejos
Última actualización 05/12/2015
Aclaraciones
- La información recogida aquí se corresponde con nuestra visita al país durante el periodo de julio a octubre del 2015. En total estuvimos 3 meses en Rusia.
- Todos los datos están basados en nuestra propia experiencia. De este modo, los precios son los que nosotros pagamos, y los trámites, los que nosotros mismos realizamos.
Esperamos que cumpla su objetivo: serle útil a futuros viajeros.
Cualquier duda, pregunta o comentario, no duden en hacerlo llegar.
¡Buen viaje y disfruten de Rusia!
Animarse
Un viaje comienza cuándo a uno se le cruza por la mente la simple idea de realizarlo. Y quizá ese es el momento más difícil del viaje: Animarse. Cruzar la barrera de los prejuicios y los miedos para tomar coraje para salir a conocer el mundo. El comienzo y fin de un viaje no se corresponde con la temporalidad de subir y bajar de un medio de transporte; el viaje nos va a acompañar. Pasará a formar parte de nosotros, y nosotros ya no seremos los mismos.
No miremos la realidad desde la comodidad de nuestro sillón, salgamos a conocerla y transformarla. El mundo no es un lugar tan peligroso como mucha gente nos quiere hacer creer. Más bien todo lo contrario; es hospitalario y amigable.
Sobre Rusia
Cuando estábamos en Polonia y los Bálticos, a cada uno que le decíamos que queríamos ir a Rusia nos miraban como locos. Nos repetían una y otra vez que era peligroso, que hay tanques por todos lados y que la guerra es inminente. Mucho peor fue su reacción cuando le dijimos que querías cruzar el país haciendo dedo (autostop).
Siendo sinceros teníamos ciertas dudas sobre adentrarnos en Rusia y cruzar el país haciendo autostop. Las guerras y la propaganda norteamericana se ocuparon de llenar occidente de mitos y prejuicios infundados acerca del país más grande del mundo. Pero poco a poco fuimos derribando esos mitos y descubrimos en Rusia una de las culturas más hospitalarias del mundo.
Como siempre, es necesario desligar a la población de un país de las decisiones políticas que tomaron a lo largo de la historia.
Visa

«Visa policy of Russia» Wikipedia – Own work. Licensed under CC BY-SA 3.0 via Commons.
Argentinos y gran parte de Sudamérica no necesita visa para entrar a Rusia. Disponemos de 90 días gratis y no necesitamos hacer ningún trámite previo. El tiempo de permanencia tiene la misma lógica que la zona Schengen, uno puede estar por un máximo de 90 días por cada período de 180 días. Entrando y saliendo todas las veces que se quiera.
Otras nacionalidades (casi todo el resto del mundo) deben tramitar un visado previo. El mismo se realiza en cualquier embajada/consulado o agencia de turismo habilitada. El valor dependerá del tiempo del visado y de la nacionalidad del interesado. Los requisitos suponen: pasajes de entrada y salida del país, cobertura médica y reservas de alojamiento. La visa estándar es de única entrada por lo cual no se puede salir y volver a entrar con la misma visa.
Registración
Antes de entrar a Rusia hablamos con la Embajada Argentina en aquel país. Nos dijeron que es necesario registrarse si uno se queda más de 10 días en el país, pero es algo que todo el tiempo cambia.
La registración no es mucho más que un papel, que los hostels y hoteles la suelen hacer automáticamente pidiendo los pasaportes. Si uno utiliza couchsurfig o se aloja en alguna casa de familia también es necesario registrarse. En este caso, hay que ir ante alguna división de migraciones cercana a donde se alojan.
La registración supuestamente es obligatoria y la exigen en la frontera.
Nosotros estuvimos tres meses en Rusia y cruzamos la frontera tres veces del país (primero en Kaliningrado, luego cruzamos a Kazajistán y volvimos a entrar a Rusia y finalmente de dejamos el país en el frontera con Mongolia). Ninguna de las tres veces nos pidieron las registraciones.
Leímos por ahí que la registración sólo se exigen a quienes requieren visa para entrar al país pero hablamos con algunos europeos que nos dijeron que tampoco se las pidieron. Quizá es una cuestión de suerte.
Vacunas y otros medicamentos
No hay vacunas ni recomendaciones necesarias para visitar Rusia.
Nosotros, igualmente, nos acercamos al Hospital Muniz (C.A.B.A.), al servicio de medicina al viajero. La cita es con turno previo (Uspallata 2272, Parque Patricios, C.A.B.A. Tel: 4304-8794) Allí contamos nuestro itinerario, tiempo de viaje y completamos una pequeña historia clínica, en base a eso nos recomendaron que vacunas y medicación era necesaria. En nuestro caso:
- Polio (refuerzo)
- Hepatitis A y B (refuerzo)
- Antitetánica (refuerzo)
- Rubeola
- Rabia
También nos dieron consejos en relación a la alimentación y elementos necesarios para llevar el botiquín.
Moneda
La moneda es el Rublo (RUB). El valor de los billetes es de 50, 100, 500, 1.000 y 5.000. También hay monedas de 1, 5 o 10 rublos. Los centavos se llaman Kopeks pero son muy poco frecuentes.
Aquí van algunas conversiones para tener una idea (al 06/12/2015):
La relación rublo-dólar es de 1 USD → 68,05 RUB.
La relación rublo-euro es de 1 EUR → 74,02 RUB.
Para ver la cotización actual xe.com
Es importante pensar como manejar las finanzas. Hay varias opciones:
- Viajar con cheques viajeros. En todas las ciudades importantes hay casa de cambio que los aceptan. El tipo de cambio es apenas un poco más bajo.
- Viajar con efectivo. Lo más fácil de cambiar son dólares o euros.
- Sacar dinero vía cajeros automáticos o manejarse con tarjetas de crédito. Cajeros hay por todos lados.
Para nosotros lo más cómodo y simple fue ir sacando plata de cajeros automáticos a medida que el viaje va avanzando. En la mayoría de las ciudades y pueblos encontrarás uno y podes obtener rublos con tu tarjeta de crédito o débito. Esta opción fue la más segura y barata para nosotros. El inconveniente es que necesitas una cuenta bancaria o al menos una tarjeta a tu nombre.
El caso de Argentina es particular. Como la compra de divisas extranjeras no es sencilla nosotros sacamos adelantos con la tarjeta de crédito. Los cajeros nos daban directamente rupias y pagábamos en la moneda argentina. Terminábamos pagando al dólar oficial + 35% AFIP + 3% interés mensual. Sigue siendo más barato y seguro que salir a buscar en el mercado paralelo. Los que pagan bienes personales o impuesto a las ganancias pueden deducir ese 35% de ahí.
En el caso de querer sacar adelantos con las tarjetas de crédito, primero hay que llamar a la tarjeta emisora para generarle el pin (la clave). Con eso ya se puede extraer. También te conviene hablar con el banco para ampliar el límite de adelantos, de esta forma se puede sacar más plata. Actualmente existe una disposición en Argentina que el monto máximo que se puede sacar por mes es USD 800.
Si optan por la tarjeta de crédito o débito, recuerden tener siempre una reserva de dinero en efectivo. Nos pasó de estar en pueblos sin cajeros o sin luz.
Idioma
El idioma oficial es el ruso. Si bien hay unos poquísimos dialectos dentro del país todos hablan ruso, desde Kaliningrado hasta Vladivostok. En Rusia, como en otros países que estuvieron bajo la orbita soviética el alfabeto utilizado es el Cirílico.
Pensamos que el idioma iba a ser una gran barrera pero la mayoría de los jóvenes, sobretodo en las grandes ciudades y zonas turística, hablan ingles o español.
Al viajar a dedo y al salirnos de clásico recorrido por Rusia nos fue útil aprender algunas palabras en ruso. Imaginábamos el idioma mucho más difícil, pero si bien no es tan fácil, tampoco es imposible. Lo bueno del ruso es que cada letra tiene, por lo general, una única pronunciación. De este modo, con aprender el alfabeto cirílico uno ya puede leer carteles y manejarse muy bien con un libro de frases.
Igualmente, más allá de la utilidad del idioma siempre nos parece un lindo gesto aprender algunas palabras del país que visitamos.
Clima
Rusia es el país más grande del mundo, y cada región tiene sus particularidades. En el centro polar ártico las temperaturas en invierno puede alcanzar los -70 °C. En el Lago Baikal el invierno no supera los -40 °C. El lago se congela y se puede cruzar en auto.
En verano cambia totalmente y hace calor. Llega a los 30 °C. Y a los rusos les encanta estar al aire libre. Es muy común que acampen y se muevan haciendo autostop.
El país tiene encanto todo el año, y depende un poco de lo que se quiera hacer. Los rusos dicen que tienen 6 meses de invierno. De octubre a marzo. No tiene temporadas de lluvias, ni monzones ni nada parecido.
Pero no siempre uno puede acomodar las fechas de su viaje por lo cual no hay mejor remedio contra el frío que ropa térmica y un poco de vodka. Igualmente, en Moscú y San Petersburgo las temperaturas no son tan bajas (se parece más al invierno europeo). Por otro lado, en la zona de Cáucaso (entre el Mar Negro y el Mar Caspio) tampoco suele hacer frío en invierno.
En nuestro caso, tuvimos un clima perfecto ya que fuimos en otoño y encontramos todos los bosques amarillos pero nos quedaron las ganas de ver Siberia con nieve.
Presupuesto
Un viaje puede ser tan caro y tan barato como uno de desee y planee. En nuestro caso viajamos de un modo económico, al mejor estilo mochilero.
No realizamos excursiones pagas (nos las ingeniamos para realizarlas nosotros mismos) y solemos optar por transporte público antes que tomar un taxi o jeep privado. Viajamos lento y de manera pausada. Solemos informarnos bastante sobre precios, distancias, medios de transporte o cualquier otra variable que intervenga.
Cuando más rápido uno quiere viajar y más destinos en menos tiempo quiere ver, se encarece mucho más el presupuesto Igualmente, Rusia es un destino barato, sobre todo con la fuerte devaluación que sufrió el rublo en el ultimo tiempo.
Un presupuesto muchilero promedio en Rusia puede un de 1.200 rublos diarios. Incluye alojamiento (baño privado), comida y transportes. Lo que da unos 20 dólares por día.
Este presupuesto se descompone en 3 cosas básicas. Comer, dormir y viajar:
- La comida en Rusia es barata. Hay que comer dónde come la gente local, buscar lugares cerca de oficinas o universidades, buffets o tiendas de comida rápida. Por cada almuerzo o cena gastamos entre uno y tres dólares cada uno dependiendo de que pedíamos. Es más barato comer comida rusa que continental. A su vez, en casi todo Rusia el agua es potable siempre y cuando se filtre previamente. La mayoría de las casas viene equipada con un filtro. Razón por la cual prácticamente tampoco compramos agua.
- El alojamiento depende mucho de qué tipo de viaje quieras hacer. En Rusia son muy comunes los hostels. Según la zona y la ciudad (no es lo mismo un hostel en San Petersburgo que en Omsk) puede variar entre los 600/1000 rublos (entre 10 y 15 USD por persona). Son muy limpios, cómodos y el personal suele hablar ingles.
- En cuanto al transporte, la mejor manera de moverse y la más barata es el Tren Transiberiano. Hay varias clases y tipos de trenes (más rápidos, más lentos). Un trayecto de 2.000 kilómetros (en Siberia, desde Omsk a Irkust) demora 40 horas. En tercera clase con asientos literas costó 50 dólares. Pero también hay asientos y clases más caras. Lo bueno de los trenes nocturnos es que uno se ahorra la noche de alojamiento.
En nuestro caso, gastamos mucho menos de los 20 dólares que estimamos por día. No pagamos transporte al recorrer el país a dedo y de los 3 meses que estuvimos no pagamos una sola noche de alojamiento ya que hicimos couchsurfing y utilizamos la carpa.
Cada uno de los tres ítems del presupuesto se explican con más detalles aquí abajo:
Comidas
La comida rusa es muy contundente. Cuándo se come, se come bien. Por lo general no son tas comunes los platos aislados, sino los menús: sopa, ensalada, carne con verduras como plato principal, pan y té negro para acompañar.
En Rusia la comida es rica y barata y rara vez te quedas con hambre. Nosotros solíamos frecuentar los bufets dónde uno puede elegir que comer respetando la secuencia de sopa, ensalada y plato principal o pidiendo solamente uno de las opciones. Lo bueno de los bufets es que un ve la comida y al señalarla no hay dificultades idiomáticas.
También hay muchas panaderías dónde se pueda comprar porciones de pizzas, panes rellenos o cosas dulces para el postre.
Igualmente, el mejor lugar que encontramos para comer en Rusia (y esto es un secreto que mejor no revelar) fueron los supermercados. La gran mayoría venden comida casera por kilo. Los precios son muy baratos y la comida es de calidad.

Las casas de comida rápida nunca fallan.
Transporte
Teniendo en cuenta las distancias extensas entre un punto y otro en Rusia, lo mejor para trasladarse es, sin dudas, el tren. Es barato, cómodo, eficiente y el escenario ideal para que se desarrollan grandes charlas. Además, no estamos hablando de cualquier tren sino del mítico Tren Transiberiano.
Si están interesados en leer un poco más sobre el Tren Transiberiano, sus ramales, las clases, los tipos de boletos y los precios estimados les recomendamos leer esta guía especifica que armamos sobre el tren: GUIA DEL TREN TRANSIBERIANO, DATOS Y CONSEJOS.
Igualmente, nos confesamos, nosotros hicimos la mayoría de nuestro viaje por Rusia a dedo (autostop) y fue una decisión acertada. No solo que fue facilísimo, sino que fue muy gratificante ya que conocimos una Rusia totalmente desconocida y hospitalaria. Creo que fue por todas las buenas experiencias que tuvimos hacienda dedo que Rusia pasó a ser uno de nuestros países favoritos.
Alojamiento
Si uno planea hacer la ruta del Tran Siberiano las paradas ya están definidas por las guías de viaje. En cada una de estas ciudades van a encontras hostels o hoteles de todas las gamas y presupuesto. Un hostel promedio puede estar rondando los 10 USD, los hoteles comienzan en los 50/60 USD. Mucho nos advirtieron de que en Rusia el alojamiento es muy caro, pero no nos pareció muy distinto a Europa del Este. Conocimos muchos viajeros que utilizaban AirB&b para alojarse.
Cómo dijimos antes, de los 90 días que estuvimos en Rusia nunca pagamos alojamiento. Utilizamos Couchsurfing (una red que contacta a viajeros con locales dispuestos a alojarnos por algunas noches) y en Rusia se ponen muy contentos cuándo alguien los contacta y también utilizamos mucho la carpa. Más allá de las condiciones climáticas en Rusia se puede acampar en cualquier lado por libre. No existe el concepto de tierras privadas, por lo cual cerca de los lagos, en el bosque, cerca de la ruta si te encontró la noche mientras esperabas algún lado, en cualquier lugar siempre se puede acampar. Es importarte buscar un buen lugar y si hay alguna casa cerca, preguntar primero.
El tercer modo que utilizamos para alojarnos fue intercambiar trabajo con algunos hostels.
Conexión a internet
En la gran mayoría de las ciudades (grandes y pequeñas) hay conexión a internet. Incluso muchos shoppings y restaurants tienen wifi. Las cadenas de comida rápida tienen wifi abierto.
Lo mejor: el subte de Moscú tiene wifi abierta. Sólo hay que registrarse previamente.
Si van a estar varias semanas recorriendo el país lo más útil puede ser comprar un chip con plan de datos. Son baratos y fáciles de obtener.
Recomendaciones y consejos
Informales:
- Interiorizate: Rusia es, por lejos, el país más grande del mundo y con una historia muy complicada e intesante. Trata de llegar a Rusia conociendo algo. A los rusos les interesa conocer como el mundo los ve sobre todo por la mala prensa que occidente les hace a diario. La situación política es una pregunta obligada.
- Planifica: Un viaje sale mejor cuando uno lo planifica. No somos partidarios de un viaje plenamente organizado, con reservas y un itinerario definido. Somos partidarios de que el viaje se vaya armando a sí mismo, pero eso no quita que uno planifique alguito. Mira un mapa, que lugares te gustaría conocer, porque, que te quedan de paso, arma un posible recorrido. Tener en cuenta tu presupuesto, tus gustos y tus ganas.
- Dejá los prejuicios en casa, en serio. Les compartimos algunos de los mitos y curiosas que fuimos encontrando y derribando conforme avanzamos con el viaje. Se van a sorprender del pueblo ruso: MITOS Y CURIOSIDADES SOBRE RUSIA.
Formales:
- ¿Conviene viajar con seguro médico?: No lo sabemos, pero nosotros igual nos sacamos uno. Seguramente no lo uses pero por las dudas… Mejor tenerlo y no usarlo, a necesitarlo y no tenerlo. Hay muchas ofertas y promociones, 2×1, descuentos. Les recomendamos que chequeen posibles cotizaciones y tipos de coberturas en Asegura tu viaje. Además, si necesitan tramitar la visa de Rusia, el seguro médico es obligatorio.
- Informate: sobre el clima, la situación política y social de los destinos que quieras visitar. Rusia está atravesada por distintos conflictos territoriales, políticos y sociales. Lee el diario, busca en internet, preguntale a la gente local. Sabiendo quizá evitaras pasar por algún mal momento.
- Rusia es un país seguro, no existe la inseguridad ni los robos. No existen, en parte, porque la policía esta todo el tiempo y a todo momento rondando por ahí. Por lo cual esta atento a tener ciertas precauciones. A nosotros casi nos multan por cruzar un semáforo en rojo corriendo, a un argentino lo detuvieron por tener marihuana en su auto. Anda con tranquilo, pero con cuidado.
Lecturas y películas recomendadas:
Un buen modo de conocer la cultura rusa es a través de sus libros y películas. Nosotros somos más de leer que del cine, pero igualmente acá van algunas recomendaciones.
Películas:
- Dr. Zhivago es un gran clásico. Es una película vieja, lenta y larga pero que logra trasmitir esa transición entre la época soviética a la Rusia soviética, con los rojos, los blancos y las persecuciones propias de la época.
- Leviathan: Ganadora de un premio Oscar como mejor película extranjera es una cachetada al corazón. Es una película dura, pero muy interesante.
Libros:
- «El maestro y Margarita» de Mijaíl Bulgákov es un clásico de la literatura rusa. Una obra que estuvo prohibida. La novela trata de la llegada a Moscú del diablo (una versión italiana de él) y sus acompañantes.
- Dostoievski no es un libro, son varios. Leer sus cuentos o noveles te transporta a las ciudades rusas y al pasado. Al caminar por San Petersburgo reconocimos algunos lugares de los que él habla en Crimen y castigo.
- «El Imperio» de Ryszard Kapuscinsky es uno de sus últimos libros donde recorre la Unión Soviética en sus últimos días. Con su impronta periodística y su mirada crítica muestra una faceta no conocida del último imperio.
- «Diez días que estremecieron el mundo» es el libro de John Reed, un estadounidense, dónde narra los días previos a la revolución, clave para terminar de entender como se llega a ese momento.
Itinerario
Si quieren conocer los lugares dónde estuvimos por Rusia, pueden leer nuestro itinerario y resumen del país: ITINERARIO DE RUSIA
Datong: Primeras impresiones de China
Llegar a China es todo un acontecimiento. No muy a menudo se llega al país más poblado del mundo y mucho menos por primera vez.
Mongolia I: La llegada
“Buena parte de los viajes se componen de esperas o retrasos”
Paul Theroux
A las 6 am suena el despertador. Por la ventana, que no tiene cortinas, vemos que aún es de noche. Siberia ya quedó atrás. Estamos en nuestra última habitación de Rusia, en Ulan Ude. Llegamos unos días atrás luego de habernos maravillado con el Lago Baikal.
Ulan Ude es la capital de la República de Buriatia, una provincia del este de Rusia que comienza en la costa oeste del Lago Baikal y termina en lo que llaman el “lejano este” ruso cerca del mar de Japón. Debajo de esta región está Mongolia y hacia allá vamos.
La ciudad de Ulan Ude no es la gran cosa. Es otra gran ciudad soviética pero con el orgullo de contar con la cabeza de Lenin más grande del mundo. Pero la principal diferencia está en los rasgos de sus habitantes. Ya no son los típicos rubios altos, de ojos claros que parecen espías de la KGB. Acá los rostros son más morochos y los ojos, más achinados. Los buriatas eran nómadas y su cultura tiene más que ver con Mongolia que con Moscú. Son budistas en su mayoría y aún mantienen su propio dialecto.
Tras un desayuno de huevos, queso y pan nos dispusimos a abandonar Rusia tras una estadía de casi tres meses. Dejamos el país con la sensación de querer volver pronto. Hacía frío. Nos tomamos un colectivo para abandonar la ciudad, bajarnos en la ruta y comenzar a hacer dedo desde ahí. Con nuestro poco ruso no logramos explicarnos, nos pasamos y terminamos visitando un monasterio budista repleto de monjes, estupas, cabezas rapadas y túnicas color azafrán. Emprendimos el camino de regreso.
Cómo ya es costumbre en Rusia, a los pocos minutos para el primer auto. Un camionero joven en un camión destartalado. Avanzamos con él unos 100 kilómetros. Va despacio pero constante. Cada 5 kilómetros abre la ventana y arroja monedas, agua o semillas. Luego junta las manos y dice algo. Suponemos que se trata de alguna ofrenda.
Llegamos a una ciudad industrial dónde el cielo se vuelve gris y espeso. Ahí nos deja. Caminamos un poco más y le hacemos señas a un auto. Para una 4×4 negra con vidrios polarizados. Un tipo de Siria y se iba de caza, o eso supusimos al ver cuatro escopetas, comida en lata, botellas de vodka, una carpa y oír algún animal vivo en el baúl. Nos hubiese gustado hablar un poco más con él y conocer su historia. Extrañamente no nos dio miedo.
Sólo faltan 100 kilómetros hasta la frontera y la vista cambió completamente. De los espesos bosques de Siberia pasamos a un paisaje mucho más desértico y desolado. A lo lejos se veían pequeñas montañas. Del otro lado estaba Mongolia. Necesitábamos un auto para llegar a la frontera y, sí éramos más pretenciosos, que cruce y termine su recorrido en Ulán Bator. Con suerte en 6 horas ya estaríamos en la capital mongola.
Paró el tercer auto. Un policía y un muchacho, quizá el hijo o el vecino. Van al pueblo de la frontera. No pueden ir a otro lado, en el medio no hay nada. Hacemos con ellos los últimos tramo en silencio. Quizá era la nostalgia de dejar Rusia. El auto nos deja en la entrada al pueblo, la frontera está a 11 kilómetros. Es mucho para caminarlo con las mochilas y ya estamos cerca del mediodía. Decidimos esperar otro auto más. Más que autos lo que pasaron fueron las horas. Sólo pasaron 3 o 4 autos en varias horas. El primero quería plata, el segundo nos saludo, el tercero paró. Eran dos mongoles y tenían el auto repleto de galletitas. Por señas entendemos que van a dejar las galletitas por ahí cerca y que vuelven por nosotros en unos minutos y nos vamos los 4 a Ulán Bator. Festejamos.
Nunca más volvieron. Finalmente pasa otro auto. Un matrimonio ruso con su perro. Nos dejan en la frontera y nos desean suerte. Se alejan preocupados.
Sabíamos que esta frontera no la podemos cruzar caminando. Sí o sí necesitamos que algún auto nos cruce. El oficial nos dice que preguntemos a los autos o que llamemos a algún taxi. No había autos y no había taxis. Sólo un chico que de casualidad hablaba inglés y que estaba esperando a un amigo para ir juntos para Siberia. Al rato comienzan a llegar varios autos mongoles y somos varios los interesados en que nos lleven del otro lado. Ellos tienen más ventaja: pueden comunicarse.
El chico nos comienza a ayudar. Se acerca a una camioneta y les cuenta nuestra situación. Nosotros saludamos y sonreímos. En el auto iba un hombre con su mujer. Está dice que no y sube la ventanilla. Al rato la baja de nuevo y nos pregunta de dónde somos. Al escuchar Argentina, dice Maradona unas cuantas veces y nos hace un lugar en el auto. En el asiento de atrás iba su hermana entre cajas de leche, huevos, pan, fideos, frazadas, galletitas y cuchillos ilegales. Una vez por mes cruzan a Rusia para abastecerse de mercadería. En Mongolia es más cara y de peor calidad. Nos costó creerles pero luego comprobamos que era verdad.
Cruzar la frontera fue un idilio. Revisaron todo el vehículo y pidieron declaración por cada pote de mermelada. Nos hicieron pasar a nosotros y al auto por un scanner y nos gritaban como si fuésemos ganado. Demoramos horas. Fue la burocracia fronteriza más violenta que vivimos. Entre tantas horas de espera le preguntamos a la familia a dónde iban. Iban a la única gran ciudad de Mongolia: Ulán Bator. Cómo podemos tratamos de preguntarles si podemos ir con ellos. La señora llama a su hija que habla inglés porque no nos entiende. La hija nos dice que elijamos si queremos que nos dejen en la estaciones de colectivos o de trenes para tomar algo hasta Ulan Bator. Le explicamos que viajamos a dedo y que sería genial ir con su familia y los tarros de mayonesa a la ciudad. Nos dice que sí. Festejamos de nuevo. Ya no nos importa seguir perdiendo horas en la frontera, teníamos dos lugares a Ulán Bator. Finalmente a las 18 pisamos el suelo mongol. Nos dimos un beso para festejar. Extrañamente la familia pone balizas y nos despide afectuosamente. ¿No era que íbamos los 5 más los huevos a Ulan Bator? ¿Qué podíamos decirles? Los saludamos y nos bajamos.
Calles de polvo, taxistas oportunistas, casas de cambio improvisadas y un sol que en cualquier momento desaparecía. El panorama era desolador. Comenzamos a caminar y a parar a los autos que pasaban. La mayoría eran 4×4 importadas que lo único que hacían eran tirarnos más polvo del que teníamos encima. Pronto descubriríamos que el polvo sería nuestro fiel compañero en Mongolia.
Para un auto. Un tipo con su familia. Nos pregunta cuánto pagamos por el viaje. Ulán Bator está sólo a 400 km pero da la sensación de estar a miles de kilómetros. Parecía inalcanzable. No estábamos tan equivocados.
Seguimos caminando, para otro auto. Lo habíamos visto en la frontera. También tenia huevos. Se ve que en Mongolia no abundan las gallinas. Va al siguiente pueblo, a unos 20 km. En ese mismo auto presenciamos uno de los atardeceres más increíbles que hayamos visto. Un sol naranja se escondía detrás de unas colinas abultadas con una gran extensión de pasto y alguna que otra gran carpa blanca de forma circular (los mongoles las llaman ger). Caballos, ovejas y cabras completaban el escenario. Era una paisaje increíble. Mi retina todavía palpita cuando lo recuerdo. En el auto sonaba música instrumental mongola. Ahí vimos de lejos el infinito Desierto de Gobi.
Aún quedan pocos minutos de luz. Queremos irnos. Por nada del mundo queremos dormir en ese pueblo. Hacemos dedo. Pasan algunos autos y todos preguntan cuánto pagamos. Se debió haber corrido la voz en el pueblo de que hay dos viajeros parando autos porque llegamos a tener una fila de 5 autos preguntando cuánto pagamos. Algunos nos hacían descuento y otros estaban demasiados borrachos.
Si bien viajar a dedo nos ayuda a reducir el presupuesto no queremos generar lazos comerciales ni mercantilizar el encuentro con los otros. No vamos a pagar por hacer dedo, está decidido. No tenemos muchas opciones y ya es casi de noche. Volvemos al pueblo y esperamos conseguir algún tren nocturno a Ulán Bator. Estábamos muy cansados y enojados (ya no recordamos si con nosotros o con la situación). Por suerte, en unas horas salía un tren. Mientras siguieron ofreciéndose taxistas y casas de cambio improvisadas en el momento.
Queremos comer algo. Siendo casi las 20, lo último que comimos fueron los huevos del desayuno. Quizá por eso nuestro mal humor.
Fuera de la estación de tren no había luces. Intuitivamente cruzamos la calle y vemos un cartel que dice “-RANT”. Suponemos que es la única parte que funciona de un cartel que debe decir restaurant. No hay luces, no hay gente, no hay ni perros callejeros. En la oscuridad absoluta encontramos la puerta del –rant. Es horrible. Huele mal, los manteles de plástico tienen manchas de grasas más viejas que nosotros, las paredes son de un machimbre apolillado y el piso supo ser una alfombra en los ’90. Así y todo era el mejor lugar del pueblo, o eso imaginamos al ver al comisario y su comitiva cenar ahí.
Vale decir que habitualmente solemos comer en lugares de poca monta y poco lujo pero este está particularmente espantoso.
El menú, también pegajoso, tenia fotos. Nos ayudó a la hora de pedir algo ya que del idioma mongol aún no teniamos ninguna noción. Pedimos dos platos distintos. Quizá nos expresamos mal o la chica anotó mal el pedido pero los dos platos tenían el mismo mal gusto: grasa pura. Luego descubrimos que en Mongolia todo tiene el mismo gusto a grasa y carne con sangre. No hay opciones vegetarianas. Los platos son carne (de vaca, de caballo, de camellos o de oveja) frita o hervida. No hay acompañamiento, ni ensalada, ni nada. Y si por casualidad uno encuentra algo que puede llegar a estar bueno seguramente le agregaran una cucharada de carne con grasa para arruinarlo por completo. No usan sal, ni cebollita de verdeo ni ají morrón. Ni siquiera la carne tiene preparación por eso el gusto a sangre tan fuerte. Luego entenderíamos que la poca y mala gastronomía se desprende de las malas condiciones que abundan en el país.
Sin haber podido terminar los platos y con un gusto a grasa en las gargantas volvimos a la oscuridad y a la estación de tren. El viaje no fue mejor que el resto del día. Viajamos con borrachos, niños que vomitaban y mongoles que gritaban a más no poder.
A las 6 am, 24 horas después suena el despertador de nuevo. Nos olvidamos de desactivarlo. Menos mal porque a los lejos se empezaban a ver las primeras luces de Ulan Bator, una capital con pinta de pueblo que aún dormía.
***
Este post forma parte de una trilogia que escribimos sobre nuestro viaje a Mongolia.
– Mongolia I: La llegada
– Mongolia II: Diez días en Ulan Bator
– Mongolia II: Éxodo a China.
Quizá, quieras leer, también, nuestra crónica sobre el Desierto de Gobi.
Intensamente Riga
Sobre nuestros días en Riga, capital de Letonia. Otra de las llamadas «Naciones Bálticas» por su posición geográfica.
Letonia fue parte de la URSS hasta 1991.
Lunes 3 de agosto – 14:00
“Les digo que este país es una porquería, está todo mal. Me cobraron un montón por entrar mi auto y mirá la ruta! Mirá ese pozo! ¿A ustedes les parece? Acá te cobran mucho por todo. Y la plata se la roban.”
“Estos letones son mal agradecidos. Le dimos todo, todo lo que ves lo construimos nosotros. Y ahora que no estamos se vino todo abajo. “
“A Rusia le tienen miedo, por culpa de la prensa, pero si causan algún problema le mandamos un par de tanques y listo.”
Frases pronunciada por el ruso que nos levantó ruta. Hace 10 años que vivía en Inglaterra. Se esposa es letona. El tercero de los cinco autos que nos llevaron ese día.
Lunes 3 de agosto – 15:30
Subimos al auto de un letón. El no habla inglés, nosotros no hablamos letón. Nos miramos y sonreímos. La palabra Riga suena igual en los dos idiomas. Dijo (o eso le entendimos) que también hablaba ruso. Saqué el diccionario y traté de formular una pregunta para romper el hielo. Puso balizas, apagó la música, paró el auto en la banquina y me miró con cara seria, cómo si yo estuviese enfermo.
Lunes 3 de agosto – 17:00
Desde ahí que no hablamos. Nos miramos y sonreímos, eso fue todo durante 100 km. Estamos entrando a Riga. De ambos lado de la ruta, que ahora es autopista, hay edificios de la época soviética. En realidad no lo sé, pero acá todo lo feo es soviético. Son cuadrados, todos iguales, sin color. Una ventanita chiquita al lado de otra. Parecería que están iguales desde que lo construyeron. Me hace acordar a una fábrica abandonada.
Lunes 3 de agosto – 19:00
Estamos en la ciudad vieja de Riga. Es linda. Todas las ciudades viejas y todas las capitales de los Bálticos también lo son. Y en todos los casos funciona como el gueto de los turistas. Es una gran burbuja dónde se consigue todo: Comida, cerveza, interés turísticos, tiendas de imanes. La gente de la ciudad va por otro lado. Los caminos no se mezclan.

La casa del gato
Martes 4 de agosto – 10:00
Llevamos más de 12 horas en la ciudad y parece que ya vimos todo. Charlamos con la gente y la historia parece repetirse. Los adultos hablan ruso, los jóvenes hablan inglés. Miran con buenos ojos a las potencias occidentales y odian a los rusos. Acá también se repitió ese ciclo de Rusos – Nazis – Soviéticos – Caída del muro – Capitalismo.
Debemos confesar que la historia tan repetida ya un poco empieza a aburrinos. Sobre todo porque siempre es el mismo discurso guionado. No hay variaciones ni en la entonación.
Martes 4 de agosto – 12:00
El eurocentrismo está llegando a límites altos. Nos sumamos a una caminata con un chico local que nos muestra la ciudad. El speach consiste en criticar construcciones soviéticas y en festejar que dónde antes se iniciaba el camino a Moscú ahora hay un Mc Donald’s. Muy profundo.

Clásica impronta soviética. Igualita a la que vimos en Varsovia
Martes 4 de agosto – 16:30
¿Creíste haber visto todo? ¿Pensás que por haber caminado por el mercado, por el Old Town y por sacarle una foto al río Daugava ya viste todo Riga?
Nos equivocamos. Creímos haber visto mucho, pero por primera vez en nuestras vidas asistimos a la primer marcha racista. Por supuesto que nuestra participación es pasiva. Estábamos buscando un lugar dónde cenar cuándo vemos a un grupo de 100 personas reunidas alrededor del monumento de la libertad. Las pancartas rezaban en contra de la migración que está ocurriendo en Europa. Consignas peyorativas a africanos y musulmanes se unían a pedidos de piedad contra el genocidio de la raza blanca. Usaban exactamente esos términos.

Leyenda: «No a la destrucción de la raza blanca» – «Paren el islam»

Leyenda: «Detengan el genocidio de la raza blanca»
La marcha responde a un acuerdo que firmo Letonia dónde se compromete a recibir a 250 inmigrantes en los próximos 2 años. Nos sentimos molestos ahí, con ganas de discutirles muchas cosas.
Europa ya nos empieza a incomodar. El eurocentrismo sigue latiendo acá y parece que cada vez con más fuerza. No podemos separar el viaje del contexto en el cual se encuentra, y la discriminación que cada vez crece más en europea.
Miércoles 5 de agosto – 10:00
Caminamos mucho en Riga, quizá buscando algo que nos llame la atención. La sensación es de haberlo visto todo.

¿La señora también se aburrió?

Algunas cosas siguen divirtiendo
Nuestra cabeza está en Rusia, esa es la verdad.
Miércoles 5 de agosto – 12:00
Volvemos al mercado. Nos gusta. Quizá no sea un lugar muy atractivo ni elegante. Pero nos gusta pasearnos entre frutas y embutidos. Compramos algo para comer. Es realmente barato y desprolijo. Nos recuerda Asia.
Jueves 6 de agosto – 11:00
La arquitectura es llamativa. Tienen un estilo “Art Nouveu” que impresiona. Extrañamente nos interesan más las paredes que hablar con la gente.
Viernes 7 de agosto – 8:30
Estamos haciendo dedo en las afueras de Riga. Nos queda atravesar Estonia. Se acaba Europa para nosotros.
Perdón si los aburrimos, a nosotros también ya nos aburrió un poco la misma lógica.
Istmo de Curlandia de ambos lados
El istmo de Curlandia (Куршская коса en ruso, Kuršių nerija en lituano) es una franja estrecha de arena que separa la laguna de Curlandia del mar Báltico. Esta pequeña franja tiene una longitud de 100 km de largo, 400 m de ancho en su parte más angosta y una antigüedad de más de 5.000 años. El origen se debe a la retirada del mar, quedando el Báltico de un lado y una laguna del otro. Lo curioso es que atraviesa dos países: Rusia (Kaliningrado) y Lituania.
Atravesamos el istmo haciendo autostop. Lo más raro fue el vehículo que nos llevó a la frontera: un camión militar ruso. Sin hablar inglés nos hizo entender que no podíamos cruzar caminando. Teníamos que esperar que venga un auto y que nos lleve. Pero para nuestra suerte, cuando paró el primer auto, el mismo oficial ruso se ocupó de pedirles que nos lleven. ¿Quién le va a decir que no a un militar en un puesto de frontera? De forma forzada, llegamos a Lituania junto a una pareja de ancianos lituanos que no querían saber nada con llevar a dos viajeros en su auto.
La frontera no es sólo una cuestión burocrática de más de media hora, es también el límite entre dos mundos totalmente distintos, dos formas de ver la vida:
- De un lado nos encontramos con un paisaje rústico, con el pasto sin cortar, los caminos sin marcar y la naturaleza en su estado más salvaje. Médanos de arena enormes y atardeceres de lujo. Del otro, cientos de senderos prolijamente marcados, con carteles indicando cada bifurcación y dónde la naturaleza parecía estar prolijamente ordenada para el disfrute y confort del turista.
- De un lado encontramos construcciones viejas, remanentes del esplendor de la URSS. Edificios sin pintar y un poco (bastantes) destruidos. Del otro lado, la modernidad y la tecnología habían llegado. Todo nuevo, todo prolijamente pintado y con oferta de wifi por doquier.
- De un lado encontramos a gente en la playa vestida con ropa cómoda y un poco desalineados. Del otro lado, la gente era elegante y estaba bastante pendiente de la moda.
- De un lado, encontramos a gente ruidosa y alegre que disfrutaban de la playa cómo niños. Del otro lado la gente era seria, más preocupados por no llenarse de arena que por contemplar el paisaje.

Bosque de brujas
- De un lado encontramos a gente amable y dispuesta a ayudarnos a pesar de la diferencia idiomática. Del otro lado no vimos una sonrisa, la primera vez que le preguntamos cómo estaban nos miraron con desprecio por nuestra condiciones de mochileros.
- De un lado encontramos precios muy baratos, del otro lado precios en euros sensiblemente más caros.
- De un lado encontramos carteles en alfabeto cirílico, del otro en el alfabeto latino.
Los que nos leen saben que lado nos gustó más, pero lo cierto es que mucha gente prefiere el otro lado. No tratamos de hacer una crítica a una de las partes, sino mostrar que se puede disfrutar de ambos países. A pesar de los medios de comunicación, que se ocupan de decir que Kaliningrado no vale la pena, el accidente geográfico es el mismo en ambas partes.
Nos consuela la alegría de ser de los pocos viajeros que lo cruzaron en su totalidad. Nuestra condición de argentinos (no necesitamos visa para Rusia) nos facilitó la cuestión.
Info útil
Del lado ruso:
* Alojamiento: se puede acampar libremente en la playa. Algunos nos dijeron que en el bosque estaba prohibido, otros que no, pero todos coincidían que en la playa se puede acampar.
* Los argentinos no necesitamos visa para Rusia, ni ningún trámite previo. Con el pasaporte en la frontera es suficiente.
* Kaliningrado es muy pequeño. A 20 km de la ciudad de Kaliningrado ya se encuentra el istmo. El autobús cuesta poco más de un euro por persona.
Del lado lituano:
* Alojamiento: acá la cuestión se encarece un poco. Terminamos acampando en Nida, la ciudad principal del istmo. Ahí sólo había la opción de un camping con cancha de tenis y ducha con agua caliente.
* Al final (o al comienzo) del istmo, del lado lituano, se puede cruzar a Klaipeda. La tercer ciudad más grande del país. Se debe cruzar en ferry ya que no están unidas por tierra.
* Muchos viajaron optan por alquilar bicicletas en Klaipera e ir a recorrer el istmo por el día. También se puede ir en autobús por el día.