Curiosidades de China
China es un mundo aparte y todo gracias a sus habitantes. Los chinos, seres únicos en su especie. Chinos capaces de tomar agua hirviendo haciendo más ruido que un camión al arrancar y capaces de comer tortugas con palitos chinos. Curiosidades de China. Los chinos, los que no pueden decir la R y dicen “Algentina, Mechi, Mechi, Maladona” mientras cierran bien los ojos y abren bien la boca. Esos seres que se hacen querer tanto pero a que a la vez cuesta tanto comprender.Read More
Guía para visitar Tíbet con y sin permiso
Introducción
Conocer el Tíbet es un viaje prometido para la mayoría de los viajeros, pero es cierto que cada vez es más difícil y más caro adentrarse en las tierras de budismo, del Himalaya y de los cielos celestes.
Por Tíbet, nosotros entendemos la cultura tibetana. Cultura budista, milenaria, filosófica y hoy en día, exiliada. Cultura con su propio idioma y religión. Por lo cual, si nos restringimos al termino general, el Tíbet se extiende desde el norte de India, cruzando Nepal y Bután hasta el centro de China, en las provincias de Sichuan y Gansu.
Pero en términos concretos y políticos, el Tíbet es una provincia “autónoma” de la República Popular de China. Es decir, una provincia ocupada y añadida al mapa de China por la fuerza desde hace más de setenta años. En China, la cultura tibetana es oprimida y mal vista, y los chinos hacen lo imposible para seguir perpetuando esta situación.
Cuando en la década del ’50 el gobierno chino ocupó Lhasa, capital del Tíbet, muchos tibetanos debieron exiliarse en los países vecinos.
La figura más representativa del Tíbet, es el Dalai Lama, líder espiritual y político del budismo tibetano. Cómo representante del gobierno tibetano en el exilio, su residencia oficial está en Dharamsala, India.
“En 1950 el Ejercito Popular de Liberación de China entró y tomó posesión de la ciudad-capital de Lhasa. Obedeciendo a la Revolución Roja todo tipo de manifestación religiosa fue considerada enemiga del pueblo. El budismo tibetano quedó proscripto. Desde aquel momento hasta hoy en día, el Tíbet es un limbo. Los tibetanos exiliados apelan a la autonomía política de la región. China, por su parte, cada vez se mete más: llenando las calles de militares, imponiendo el mandarín, poblando la región de chinos, mandando turistas en masas, negando documentos y pasaportes.
Los refugiados tibetanos en el exterior también se organizan. Marchas, apelación, recursos de amparo, incluso, inmolación a lo bonzo. Nada es suficiente ni nadie sabe bien que pasa.” Extracto de El Tíbet de China
Nosotros repudiamos el atropello del gobierno chino y levantamos la bandera del Free Tibet. Por lo cual, cuando decimos Tíbet nombramos la Región Autónoma Tibetana ubicada dentro de China pero también el Tíbet histórico y cultural que se extiende en las provincias chinas de Yunnan, Sichuan, Qinghai y Gansu y por ciertas zonas de Nepal, India y Bután.
En esta guía además de contarles nuestra experiencia, les compartimos dos modos distintos de visitar Tíbet. Uno es con permiso y adentrándose en la Provincia autónoma de Tíbet y el otro modo es sin permiso, conociendo los pueblos tibetanos de las provincias de Yunnan, Sichuan y Gansú.
Visitar Tíbet con permiso
Desde hace varios años para entrar a la Provincia Autónoma Tíbet en China es necesario un permiso. Debido a la conflictiva social, a los intentos fallidos de independencia y la cantidad de revueltas del pueblo tibetano, el gobierno chino decidió ejercer un control estricto en la región. A nosotros, viajeros, ese control nos afecta.
Actualmente no es posible ingresar a Tíbet por cuenta propia. Para visitar tanto Lhasa como los alrededores es necesario contar con un guía. El permiso se tramita solamente mediante una agencia de viajes autorizada que suele vender un paquete que incluye alojamientos, comidas, excursiones más el servicio de guía y chofer. No incluye el traslado aéreo a Tíbet.
El valor del paquete turístico depende de la cantidad de días, de la calidad del alojamiento y si se trata de un tour privado o un tour grupal, siendo está última opción la más baratas.
Nosotros cotizamos y el valor del permiso + todo lo de más por diez días sumaba 1.000 USD por persona. Un presupuesto que escapa de nuestras posibilidades.
Otra opción, apenás más económica, es ir solamente por tres días a Lhasa, capital de Tíbet y obviar todos los demás atractivos que hay en la región.
Aclaración: Cómo Tíbet es parte de China, además del permiso especial es necesario tramitar el visado de China en la embajada correspondiente. Una vez obtenido el visado, recién ahí se puede tramitar el permiso de Tíbet. Este se debe tramitar con un mes de antelación.
¿Cómo llegar a Tíbet?
Desde China:
Para llegar a Tíbet hay que atravesar el cordón montañoso del Himalaya. Lo más fácil es por avión. La mayoría de las grandes ciudades chinas tiene vuelos directos a Lhasa y cuestan cerca de 100 USD.
Otra opción es en tren, una opción relativamente nueva. El tren a Tíbet se puede abordar en Lhasa, Xi’an o Chengdu y tiene la fama de ser uno de los trayectos ferroviarios a más altura con un tiempo promedio de 30 horas de viaje.
Desde Nepal:
Muchas agencias de turismo en Katmandú ofrecen paquetes a Lhasa. En general, son paquetes de una a tres semanas donde se cruza por tierra atravesando el campamento base del Everest. Los precios no son mucho más baratos, el permiso sigue siendo obligatorio pero la única ventaja es que las agencias nepalíes se encargan de tramitar el visado de China.
Visitar Tíbet sin permiso
Lo bueno, es que hay otra manera de conocer Tíbet y no hace falta permiso. Si económicamente el permiso representa mucho dinero para vos o no te entusiasma la idea de andar con un guía chino todo el día, esta opción puede ser la más acertada.
Como dijimos, Tíbet es un nombre que nuclea un etnia, una cultura y una forma de vivir/pensar. Si bien Lhasa es el ícono más representativo en el imaginario tibetano, hay muchos pueblos auténticos que se pueden visitar sin permiso.
El permiso no es necesario ya que estos pueblos se encuentran fuera de la Región Autónoma de Tíbet. La frontera política no coincide con la frontera cultura entre China y los pueblos tibetanos.
Nosotros pasamos poco más de una semana semanas recorriendo pueblos tibetanos escondidos en los recovecos del Himalaya. Cruzamos pasos de montaña y dormimos a más de 4.000 msnm. A continuación les compartimos nuestra experiencia, nuestro itinerario y un presupuesto más real y posible.
Itinerario
Nuestro recorrido por los pueblos tibetanos de las provincias de Sichuan y Gansu fue el siguiente: Shangri-La, Daocheng, Litang, Tagong, Danba y Langmusi.
Shangri-La – Provincia de Yunnan
Conocida como la “Puerta de entrada” del Tíbet, es por lejos la ciudad más turística de la región. La fama se debe en gran parte a la novela “The Last Horizont” de James Hilton.
Si bien es una ciudad grande y con mucha impronta china, la parte antigua es la más interesante. Hoy es un laberinto reconstruido con monasterios, museos, estupas, monjes deambulando y un inmenso Himalaya que recién está comenzando. Pero, lamentablemente, toda la impronta tibetana queda teñida por tiendas de souvenirs, restaurantes caros y promociones de pashminas. Igualmente, la arquitectura tibetana se puede ver en las casas de madera que sobrevivieron al incendio del 2014.
Además de la ciudad antigua, hay varios trekings y sitios cercanos para visitar sea en transporte público o con taxi privado.
Nosotros estuvimos tres noches y nos alojamos en Timeless Inn, una guest-house muy hogareño atendida por una china casada con un tibetano.
Daocheng – Provincia de Sichuan
A Daocheng llegamos de casualidad. La idea era unir Shangri-La con Litang a dedo (autostop) haciendo una parada en Xiangcheng, pero el camino (o mejor dicho, la conductora que nos levantó) nos llevó a pasar la noche en Daocheng.
Sea en Xiangcheng o en Daocheng es necesario hacer una parada antes de llegar a Litang o a Shangri La. Y no sólo por las malas condiciones del camino, ni la cantidad de kilómetros, la parada es necesaria para comenzar a aclimatarse. Daocheng está a 3.750 msnm y es dónde la cultura tibetana comienza a verse en un estado más puro y autentico. Lo más lindo de Daocheng, dicen, son los alrededores.
Nosotros sólo estuvimos una noche y nos alojamos en la casa de la señora que nos levantó en la ruta.
Litang – Provincia de Sichuan
No queremos tener favoritismo, pero Litang fue nuestro “Shangri-La”. En un pueblito a más de 4.100 msnm encontramos todo lo que esperábamos encontrar en nuestro viaje por los pueblitos tibetanos. Si bien, la parte moderna de la ciudad está creciendo a pasos agigantados el pueblo aún conserva todo lo que uno espera ver en Tíbet.
Litang está rodeado por inmensos picos nevados, por lo cual basta con caminar un poco en cualquier dirección para tener fantásticas panorámicas del Himalaya. Subiendo la parte antigua del pueblo se llega al monasterio y al cementerio a cielo abierto. Todo esto, cruzando casas de familias, gallinas tomando sol y saludando con una sonrisa a todas las personas que se ponen en el camino.
Estuvimos dos noches en Litang y nos alojamos en un extraño hotel chino que por las noches funcionaba como casino. Pagamos 80 yuanes la habitación doble con baño privado.
Tagong – Provincia de Sichuan
Según las guías de viajes y según los comentarios de muchos viajero, Tagong era EL lugar. Según ellos, era la perlita, el gran imperdible entre todos los pueblitos tibetanos. Tenemos dos hipótesis: O estas personas no fueron a Litang o, claramente, manejamos distintos parámetros de “imperdibilidad”.
Tampoco vamos a ser injusto, Tagong es un lindo pueblo y los alrededores son aún más lindos. Sobre todo las caminatas por la montaña hasta los monasterios cercanos.
Nosotros estuvimos dos noches y nos alojamos en un guesthouse, justo antes de cruzar el río de mano derecha. Lo atiende una señora tibetana muy atenta. La habitación doble con baño privado esta 80 yuanes y parece más un hotel coqueto que una guesthouse de paso.
Danba – Provincia de Sichuan
Lo más interesante de Danba es el camino para llegar y su estratégica ubicación: en lo alto de una desfiladero de montaña.
La ciudad en si no tiene nada de especial, vistas lindas, caminatas al rio, a pueblos cercanos (con opciones de homestay) y una excursión por el día a unas antiguas torres de vigilancia entre las montañas.
Estuvimos sólo una noche y nos quedamos en Dengba Hostel. Pagamos 80 yuanes la habitación doble con baño privado.
Langmusi – Provincia de Gansú
Fue el último de los pueblitos tibetanos que visitamos. La rutina monasterio + pueblo + lindos alrededores volvió a repetirse pero está vez con una marcada influencia musulmana.
Hay dos templos que se pueden visitar, pero al igual que en Tagong hay que pagar entrada. A nosotros, nos gustó mucho más la mezquita. Quizá porque ya nos estábamos preparando para visitar la parte musulmana de China.
Nos alojamos por una noche en una guesthouse sin nombre. El precio y las comodidades eran mucho mejores que en los hostel recomendados por las guias de viaje. Pagamos 80 yuanes la habitación doble con baño privado.
Presupuesto:
Si uno compará con las grandes ciudades y con los precios promedios de China, andar por los pueblitos tibetanos es una alternativa mucho más económica.
Como siempre, el presupuesto se compone de tres grandes gastos: comer, dormir y trasladarse. Además, de gastos extras también, a veces, es necesario sumar el valor de las entradas y ciertos atractivos turísticos.
Alojamiento:
La mayoría de los pueblitos tienen opciones de hotel, hostels y guest-house.
El valor de una habitación doble en un hotel comienza en los 100 yuanes. De ahí, todos los valores posibles para arriba. Lo bueno es que muchas veces ofrecen desayuno. Una habitación compartida en un hostel puede estar entre los 40 a 60 yuanes. Si uno lo compara, con un hostel en Bejing es baratísimo pero nosotros conseguimos habitaciones dobles con baño privado en casas de familias a 80 yuanes los dos.
Y si uno compara con India o Nepal, los estándares chinos con otra cosa. Las habitaciones suelen ser nuevas y limpias y servicios como wifi, agua caliente y pava eléctrica se dan por sentados incluso en las habitaciones más económicas.
Transporte:
Viajando por China, es el gasto más grande. Los transportes en China son carísimos.
En la región de tibetana, al ser caminos de montaña, no hay trenes. La única opción son autobuses, jeeps compartidos o taxis.
Nosotros recorrimos todos los pueblitos a dedo (autostop) por lo cual el transporte no fue un gasto para nosotros. La experiencia a dedo fue muy grata y súper recomendable. Nunca esperamos más de diez minutos y contadas veces tuvimos que aclarar que no estábamos parando un taxi y que, por lo tanto, no íbamos a pagar el viaje.
Comida:
La comida tibetana es algo que aún no terminamos de definir. Es decir, no sabemos decir si está buena o si es un fiasco. Supongo que será un poco de ambas. Son platos pesados, con mucha carga energética. Se adapta a las necesidades de los habitantes y a las condiciones climáticas y geográficas de la región.
La bebida típica es vino de arroz o té de manteca. Para nosotros, el té es demasiado pesado e imposible de digerir. Luego, momos, thukpas (sopas) y cualquier combinación de ambos. Todo acompañado de un buen y grasoso pedazo de carne (en general, carne de Yak).
Pero, como dijimos anteriormente, la cultura china está ganando terreno. Siempre vas a encontrar algún puesto de comida china: arroz con verduritas, sopas, dumplings, más arroz y más verduras.
Nosotros solíamos comer arroz con verduras por 10 yuanes. Entre 10 y 20 yuanes oscilan la mayoría de los platos chinos básicos. Otra opción, que nos salvo muchas noches de frio y lluvia, fueron las sopas instantáneas de 3 yuanes.
Consejos y recomendaciones:
Mejor época para ir
Salvo que quieras quedarte varado en algún pueblo, ver los caminos cerrados por nieve o experimentar un frío extremo, lo ideal es visitar Tibet en los meses de Verano. Desde fines de Abril hasta fines de Noviembre se supone que no hace tanto frío. El valle comienza a ponerse verde y los ríos bajan bien cargados desde la montaña.
Nosotros estuvimos en el mes de mayo, y a más de 4.000 msnm tuvimos frío. Sobre todo por la lluvia constante y el viento que no dejó de soplar nunca. Lo ideal es chequear bien el pronostico y la altura de los lugares a visitar. Pero como siempre, la suerte hace lo suyo. Nosotros tuvimos muchísima lluvia e incluso los locales se sorprendían de una primavera tan poco soleada.
Mal de altura
También conocido como “Apunamiento” o “Mal de montaña”, el Mal de Altura es la falta de adaptación del organismo a la falta de oxígeno propia de la altura. Lamentablemente no hay muchos recaudos que tomar. Depende mucho del organismo y de la adaptación a la altura. Eso si, el 80% de la población lo padece. Los síntomas son fáciles de reconocer: dolor de cabeza, fatiga, dificultad para respirar y mucho sueño, entre otros.
Lo ideal es, si no estamos acostumbrados a tanta altura, subir despacio y darle tiempo al cuerpo de aclimatarse. Si con el paso de los días, los síntomas persisten lo ideal es descender y/o consultar a un médico o especialista.
Mala infraestructura
Viajando por China uno se acostumbra a las súper autopistas, los modernosos puentes y a los trenes rápidos que cruzan el país a 300 kilómetros por hora, pero nada de eso pasa en las regiones autónomas de Tíbet. Los caminos de montaña están en mal estado. Muchas son rutas sin asfaltar, llenas de barro y de baches. Son caminos de montañas en forma de caracol, curvas y subidas y bajadas. Un trayecto de 100 kilómetros puede demorar un par de horas horas. No hay mucho para hacer. Paciencia y disfrutar del paisaje por la ventana.
Mejor no hablar en chino
Es cierto que casi todos hablan en chino, se lo enseñan en los colegios pero no es su idioma. Los tibetanos no se sienten chinos, de ahí su larga y dolorosa lucha por su independencia. Decir unas pocas palabras en tibetano va a generar increíbles sonrisas.
Nuestra experiencia:
Pasamos más de diez días uniendo pueblos tibetanos. Hicimos dedo, viajamos en autos último modelo y en camionetas que llevaban caballos y ovejas en la caja trasera. Comimos comida tibetana, hicimos trekkings y contemplamos el Himalaya desde lo alto de las montaña. Visitamos decenas de monasterios y charlamos con muchos monjes sobre la situación actual de Tibet. Pero, siendo sinceros fue en Leh (en el estado de Ladakh, norte de India) dónde nos sentimos más cerca de Tíbet.
¿Por qué? Por que es ahí dónde está la mayoría de los tibetanos se debieron exiliar y es ahí donde su cultura crece sin tapujos ni restricciones políticas. Es ahí donde las consignas de “Free Tibet” se cantan en libertad y dónde nadie tiene miedo de decir lo que opina del gobierno chino.
Varanasi: Guía completa
Varanasi es un mundo aparte, ubicado a orillas del río Ganges. Es un desafío para la razón, para los sentidos y para el morbo. Es el caos, la espiritualidad y el karma. Es una ciudad única, desenfrenada y pintoresca. Quizás por eso se ganó la fama de ser la ciudad que Shiva creó para él mismo.
Para el hinduismo, es la ciudad más antigua del universo. Para las guías de viaje, una parada infaltable en cualquier itinerario por India. Para nosotros, un reto y una provocación constante.
Varanasi es una de las siete ciudades sagradas para el hinduismo y desde hace siglos, recibe miles de almas al día. Desde todas partes de India (y del mundo), son muchas las personas que llegan con el fin de tomar un baño sagrado a en el Ganges y así, limpiar su karma. Otros llegan moribundos y, a su vez, muchísimos cuerpos son traídos para ser cremados. Se supone que ser cremado y arrojado al río permite que el alma se libere del ciclo de las reencarnaciones. Es un lugar auspicioso. Donde la muerte y la vida conviven a orillas de uno de los ríos más sagrados y contaminados del mundo.
Es una ciudad única. En sus estrechos callejones conviven puestos de suvenires, de ofrendas de flores, de ropa. Vacas, puestos de chai y restaurantes occidentales. Mendigos, peregrinos y motos. Bicicletas, turistas perdidos y timadores oportunistas. No te sorprenda que te quieran vender huevos o cerveza a escondidas (al ser una ciudad sagrada, son varios los alimentos que están prohibidos). Tampoco te va a sorprender perderte una y otra vez entre las laberínticas calles de la ciudad antigua. Así es Varanasi y no hay nada que se pueda hacer. Dejate contagiar por el misticismo. No juzgues, no busques entender lo inentendible del ciclo de la vida. Respirá hondo y Namasté.
Por eso, Varanasi es una ciudad o que te fascina o que te supera, pero jamás va a ser una ciudad indiferentes o una simple parada más.
¿CUÁNDO IR A VARANASI?
Como sucede en toda India, la época de calor y de lluvias son algo a evitar. En Varanasi, cuando llueve, llueve. El río Ganges se desborda y buena parte de la ciudad queda bajo el agua. Lo ideal es evitar la época de monzones (de junio a agosto). También es recomendable evitar la época de calor. Nosotros estuvimos en el mes de mayo con más de cincuenta grados de sensación térmica a la ocho de la noche. Realmente fue un acto suicida. Si podés elegir, la mejor época para visitar Varanasi es de septiembre a marzo. Cuando no llueve ni hace tanto calor.
¿QUÉ VER Y QUÉ HACER EN VARANASI?
Uno puede dedicarle un día a la ciudad, como también una semana. No es fácil aburrirse. Les compartimos algunos ideas de cosas para hacer:
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Caminar por los ghats. Vivirlos:
Para nosotros, Varansi vive y es en los ghats. En las escalinatas de piedra que conducen al sagrado río Ganges. Desde el amanecer hasta la noche cerrada, constantemente hay vida (y muerte) en los ghats. En total son más de 80 y se pueden recorrer caminando. En la mayoría vas a encontrar personas tomando baños sagrados, lavando ropa y vacas refrescándose. Niños aprendiendo a nadar, señores lavándose los dientes, mujeres lavando los platos y cacerolas y muchachos jugando al cricket. Pero hay otros ghats, y esos son los complicados, dónde a diario se creman miles de cuerpo. Así, sin más. Bajo la luz del día. Las cenizas son arrojadas al río, dónde las vacas toman agua y los niños juegan.
El mejor horario para visitar los ghats es el amanecer y el atardecer. No sólo para evitar el sol y el calor abrasador, sino porque esos son los momentos mágicos dónde los ghats se llenan de sadhus, peregrinos y curiosos.
No es mala idea apuntarte a un tour para recorrer los ghats de una manera segura, respetuosa y entendiendo lo que ocurre alrededor. Hay free tours en Varanasi.
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Paseo en barco
Un buen modo de tener una visión general de Varanasi y de observar los ghats, los templos y el misticismo reunidos en una única imagen de postal, es desde el río.
La orilla del Ganges está repleta de barcos y barquitos dispuestos a llevarte a dar un paseo. Para nosotros el mejor momento es al amanecer. Dónde uno ve como la luz del sol va tiñendo poco a poco cada de unos de las escalinatas. Los barcos también son un buen modo de acercarse a Manikarnika, el ghats de las cremaciones (pero de eso, hablaremos más abajo).
El paseo estándar no dura más de una hora, ni sale más de 100 rupias por persona. Precio que se alcanza regateando con amor y paciencia. No te preocupes por cómo conseguir un barco, ellos te van a encontrar a vos muy rápidamente. Muchos hoteles y guest-house también ofrecen este servicio, pero en el precio que pagás está incluida su comisión y ganancia.
Otra opción más segura es reservarlo online. Acá nuestro recomendado.
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Puja al atardecer
Todos los días a las 19 horas se realiza una puja sobre el río conocida como “ganga aarti”. La misma dura una hora y consiste en una ceremonia de fuego, incienso y cantos devocionales a la Madre Ganga. Se celebra en Dasaswamedh Ghat y no se paga entrada pero hacia el final de la ceremonia varios hombres pasan pidiendo donaciones.
No es nada del otro mundo, pero vale la pena sentarse un rato y observar en detalle toda la ceremonia.
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Ghats de cremaciones
El morbo puede más y son muchos los turistas que se dejan tentar por la idea de ver de cerca un cuerpo ardiendo. Manikarnika es el ghat de cremaciones más grande y más conocido. Es el lugar más propicio “del universo” para que un cuerpo arda y alcance así, el moskha: la liberación.
El ghats es fácil de encontrar. Desde el río se observa las piras de madera ardiendo, de cerca se huele el humo y se ven los distintos tipos de maderas. Por los callejones de la ciudad se ven los cuerpos en camillas marchando hacia el ghat. Es imposible evitar ver la muerte de cerca, aunque uno puede elegir que tan de cerca o lejos verla.
Manikarna tiene un acceso libre y gratuito pero está prohibido sacar fotos y filmar las cremaciones por una cuestión de respeto. Pero hay que tener cuidado ya que está lleno de oportunistas que cobran entradas ficticias, multas inventadas o que te invitan con simpatía a la terraza de un vecino desde dónde se puede sacar fotos. Invitación que seguramente te va a salir muy cara.
Nuestro consejos es que evites Manikarka. Harishchandra es otro ghat de cremación mucho más tranquilo. Sin oportunistas ni timadores, sin tanta gente ni tanta mugre. Está cerca de Assi Ghat y los vas a reconocer por el gran crematorio eléctrico que ahí está dispuesto.
Si querés saber más sobre los rituales de cremación, les recomendamos esta crónica en primera persona que Ludmila escribió para Otro Mapa: Morir en el río Ganges.
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Meditación, yoga, clases de cocina.
No es fácil aburrirse en Varanasi, ya lo dijimos. Más allá de la vida a orillas del río, la ciudad ofrece toda clase de cursos. Meditación, Yoga, clases de cocina, de danza, sesiones de astrología. Lo que quieras y al precio que quieras pagar.
Les recomendamos averiguar bien antes de contratar cualquiera de estos servicios ya que hay muchísimos chantas y sitios de mala calidad.
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Sarnath
A diez kilómetros de Varanasi, se encuentra Sarnath. La fama se debe a que aquí Buda dio su primer discurso luego de haber alcanzado la iluminación en Bodhgaya. Sarnatah es un sitio de peregrinaje, una de las cuatro ciudades sagradas para los budistas.
Desde Varanasi se puede ir en el día en autoricksaw o en transporte público. También se puede ir con guía y excursión.
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Universidad de Varanasi
Llegamos por accidente y nos encantó. En si, no hay mucho que ver más que un gran predio de arboles, pasto, flores, arbustos y asientos para sentarse a descansar, leer o dormirse una siesta.
Encontrar aire puro y espacios verdes en India, no es algo que ocurra a menudo. Por lo cual, si se sienten agobiados en Varanasi visitar el campus es una buena opción.
Se puede ir en transporte público y está muy cerca del hospital general, así fue como llegamos nosotros.
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Vishwanath Temple: Templo de Shiva o templo de oro.
Muchos lo llaman el “Golden Temple” por sus cúpulas de oro macizo, otros lo llaman el templo del Señor Shiva y para otros es uno de los templos más antiguos de India. Sea como fuere, lo vas a reconocer fácilmente.
Si bien está escondido entre los callejones de la ciudad vieja, siempre hay largas filas en sus puertas. Los indios esperan por horas su momento para ingresar.
Para los occidentales, las filas son un poco más cortas. Eso si, no se puede ingresar con cámaras de fotos, ni celulares, ni nada más que el pasaporte (requisito necesario para ingresar). Dado que se cometieron distintos atentados contra el templo, la seguridad es excesiva. No te sorprenda estar caminando entre gendarmes, ametralladoras y vacas por Varanasi!
Además del templo de Vishwanath, Varanasi está lleno de templos, templitos, ermitas e, incluso, mezquitas.
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Shopingeo
Cuando camines por Varanasi, la cantidad de locales, mercados y negocios te va a encandilar. Varanasi tiene fama de tener una de las mejores sedas, por lo cual salir de Shopping también puede ser una buena actividad.
Eso sí, tomalo con paciencia. Todos los precios se regatean y no siempre ofrecen artículos auténticos ni originales. Hay que ir con ojo crítico y dispuestos a pasar horas sentados en un local mirando saris, pashminas y elefantes de mármol.
Con empuje se obtienen muy buenos precios, por lo cual puede ser un buen lugar para resolver los souvenirs de tu viaje.
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Disfrutar de una terraza y las vistas
Más allá de la oferta de cosas para hacer, las compras y fotografias de Varanasi, nosotros lo que más disfrutamos fue del atardecer. Caminar por Ghats, subir hasta alguna terraza, pedir algo fresco para tomar y respirar mirando el imponente río Ganges y todo lo que ahí ocurre.
Varanasi está lleno de barcitos, restaurantes y terrazas simpáticas dónde, simplemente, mirar la vida pasar.
TIMOS Y CUIDADOS NECESARIOS
Pero no todo es tan color de rosa en Varanasi. No sólo es una de las ciudades más mágica de India, sino que también es una de las más terribles.
Al igual que Agra, Delhi y que toda ciudad corrompida por el turismo, Varanasi no es la excepción. Simplemente, hay que andar con un ojo abierto todo el tiempo.
Timos, estafas, robos. Todo puede pasar, en cualquier momento y en cualquier lugar. Los ricksaws te van a perseguir por cuadras, los remeros también. Basta que el tren este llegando a la estación de Varanasi para que un arsenal de oportunistas se suba a tu vagón para ofrecerte acomodación, servicios de guía o coches de alquiler, cambio de plata o lo que fuera. Es terrible y muy insoportable. Lo mejor que podes hacer, es tomarlo con calma y buen humor. Aunque, reconocemos, a nosotros nos sacó de quicio más de una vez.
¿DONDE DORMIR?
La ciudad se divide en dos. La parte vieja (o antigua) es la que está sobre el río. Es la zona más interesante ya que ahí vive Varanasi. Las callejuelas están llenas de hoteles, guest house y habitaciones en alquiler. Una buena opción es reservar previamente por Booking.com o llegar y salir a recorrer y negociar precios.
Cuándo más cerca del río y de los ghats principales más caro es. Pero como siempre, los precios son relativos. Todo se regatea y en temporada baja se pueden obtener descuentos de hasta el 50%. También hay mucha diferencia entre habitación con aire acondicionado y sin AC.
Alejándose del río, comienza la parte nueva y moderna de la ciudad. Nosotros elegimos la parte vieja y originaria de Varanasi. Es donde hay más encanto y donde ocurre la magia.
Les compartimos tres opciones distintas, para distintos presupuesto. Nosotros estuvimos en las tres.
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Presupuesto alto:
Si andas sin cuidado del presupuesto, tanto Alka Hotel como Ganpati Guest House pueden ser dos buenas opciones. Las habitaciones están muy bien, con buen wifi y un restaurant indio y occidental. Pero lo mejor es que ambos sitios están ubicados sobre el río. Ambos tienen dos terrazas desde dónde se obtienen una muy buenas vistas de la ciudad.
Ambos sitios tienen restaurant, por lo cual podés ir a disfrutar de las terrazas sólo ordenando un chaí o una Coca-Cola bien fría.
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Presupuesto medio:
Hace unos años, nos quedamos en Teerth Guesthouse (Los dueños son los mismo que Alka Hotel). Las habitaciones del primer piso están muy bien; Son amplias, frescas y bien ventiladas. Hace dos años y tenia una excelente relación precio-calidad. Ahora los precios están un poco más caros.
Es un sitio difícil de encontrar ya que está en uno de los tantos pasadizos y patios internos de Varanasi. Lo cual hace que sea un lugar muy relajado pero bien ubicado.
Lo vas a encontrar siguiendo los carteles o estando atento a doblar en la esquina del Ganga Fuji Restaurant.
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Presupuesto bajo:
Caminando unos diez metros más allá del Teerth Guesthouse, está Monu Family Paying House. Lo administra una familia “relativamente” simpática pero las habitaciones están muy bien. Los baños, sobre todo, fueron de los mejorcitos que vimos en India.
La mayor contra es que las habitaciones sin aire acondicionado pueden ser muy calurosas durante el día y con eso, no hay nada que hacer. Pero salvo eso, las habitaciones son enormes y las camas para dobles son como para cuatro personas.
¿DÓNDE COMER?
Nuestro favorito de la ciudad, y quizá por cierta carga emotiva y personal, es Shree Café. Sirven comida vegetariana a un precio “turista” pero accesible. Si bien tiene opciones occidentales como pastas, panqueques y hummus, lo mejor son los currys que ahí sirven. Nuestro favorito: El malai Kofta. No tiene desperdicios!
Otra buena opción orientadas a occidentales es el Mona Lisa Café. Lo mejor es que tienen muy buena panadería y café de maquina a precios normales. Las medialunas (croissant) recién sacadas del horno son un viaje de ida y vuelta a Buenos Aires.
Otra buena opción y está si respeta precios locales es el local de massalas dossas (35 rupias) que está sobre la calle. Es difícil de definir su ubicación ya que la parte de viaje de Varanasi no hay calles ni numeración, pero está a la vuelta del Shree Café. Basta preguntar por el “massala dossa” para que alguien los guíe hasta ahí.
Más allá de estas sugerencias la ciudad vieja está llena de locales de comida (Thalis por 70 rupias), de chaí y de pizzas. Sacando las prohibiciones de huevo y cerveza cerca del río, en Varanasi se puede conseguir (casi) de todo para comer!
Recomendación especial:
Una eminencia en Varanasi es el “Blue Lassi”. Se trata de uno de los locales con más fama de la ciudad y dónde se dice, sirven los mejores lassis de India. El lassi es una bebida típica en India hecha a base de yogurt. Los hay de fruta, con chocolate e, incluso, con especias.
Si alguno está interesado, ahí también ofrecen un “Lassi especial” que viene con marihuana. Por razones obvias no está en el menú, pero el dueño sabe a que te vas a referís. Viene versión suave, mediana y fuerte.
¿CÓMO MOVERSE?
Dentro de la ciudad vieja, lo mejor es caminar. De un lugar a otro, por los ghats, por las callejuelas o por dónde las vacas lo permitan.
Si bien Varanasi tiene transporte público, para nosotros lo mejor para moverse es subirse a los ricksaws compartidos. Un rickshaw hasta la estación de trenes cuesta cerca de 100 rupias (a fuerza de regateo ya que no existe el taxímetro), pero el rickshaw compartido está 20 rupias. Quizá no sea fácil subirse con mochilas o con equipaje, pero es muy buena alternativa para moverse por la ciudad.
¿CÓMO LLEGAR? ¿CÓMO IRSE?
Como siempre en India, lo mejor es moverse en tren. Varanasi Juction es la estación principal de trenes de la ciudad. Lo bueno es que ahí hay una oficina de atención a turistas exclusivamente. Con aire acondicionado y empleados que hablan un muy buen inglés, es una buena oportunidad para aprovechar y comprar varios trayectos y conseguir información oficial.
Si quieren saber más sobre los trenes, los tipos de boletos, quotas y clases les recomendamos está Guía sobre Trenes en India.
Timos frecuentes:
- Arreglar un precio y no aclarar en que la moneda. Por ejemplo, “100 hasta la estación de trenes”. No te sorprenda que al llegar, te exigan 100 doláres o 100 euros.
- “Desde acá podés sacar fotos”. Seguramente lo vas a oir en los ghats de cremación. Luego, te invitan a una terraza o una ventana con vista al ghats y esperan una buena propina. Pobre de vos, si no lo pagás. Los tipos pueden ponerse muy pesados y en el mal sentido.
- Desconfía de los ricksaws baratos. Si te quieren cobrar poco es porque esperan sacarte lo que falta del dinero por otro lado. Salvo que quieras pasearte por negocios con altas comisiones, negate rotundamente a visitar las tiendas que te recomienden.
- Mismo nombre, tres sucursales. Los indios son terribles. No te sorprenda ver tres locales con el mismo nombre. Esto pasa, sobre todo, con los locales u hoteles que la guía Lonely Planet recomienda. ¡Trata de buscar el original!
- También es importante tener cuidados con tus objetos de valor en los hoteles, trenes y mismo en los ghats.
Es una verdadera lástima, pero no siempre el turismo le hace bien a los lugares.
BORDE NEPAL:
Es un buen lugar desde el cual cruzar a Nepal por la frontera Gorakhpur-Sunauli. Desde Varanasi se puede tomar un tren nocturno hasta el borde y desde ahí, seguir viaje por Nepal en autobús.
Si van a visitar Nepal, les recomendamos nuestra Guía de viaje con datos y consejos para visitar Nepal.
Por último, les compartimos nuestra crónica sobre LAS PARADOJAS DE VARANASI.
RESOLVÉ TODAS LAS EXCURSIONES Y DISFRUTÁ AL MÁXIMO LA EXPERIENCIA
Majuli, la isla de los niños monjes
*Aclaración: El siguiente relato podría ser algo serio (quizá, hasta fastidioso). Podría ser puramente histórico y anacrónico. Podríamos hablar de fechas y de datos. Para no aburrir(nos) decimos escribir pensando en otros lectores. Este relato es para nuestros sobrinos. Posiblemente algunos de las historias que contaremos en la próxima pijamada.
Había una vez una isla mágica que se llama Majuli. Era un lugar muy muy lejos de Argentina. La isla estaba en India, ese país que a los tíos les gusta tanto. Majuli estaba, precisamente, en el estado de Assam. Estado famoso por ser productor de té. Assam es una región bastante remota de India, y está mucho más cerca de Myanmar que de Nueva Delhi.
La isla supo ser una de las más grandes del mundo pero con las inundaciones, y el cambio climático cada vez se va haciendo más chica. Dicen que unas décadas podría desaparecer ¿Será verdad? Ojalá que no.
Para llegar a la isla tuvimos que tomarnos un barco. No saben el miedo que nos dio. El barco era muy viejo y parecía que en cualquier momento se hundía pero por suerte llegamos bien. Eso si, un poco mojados. Entraba agua del piso, de los costados y del techo (¡justo se largo a llover!).
Después de casi dos horas, por suerte, llegamos a la isla. El paisaje era muy sencillo. Calles de tierra, plantaciones de arroz y casas hechas con bambú y hojas del palmeras. Para cocinar prendían fuego con leñas que los nenes juntaban mientras jugaban a correr por ahí. En la Isla Majuli la luz eléctrica es algo nuevo y sólo funciona por algunas horas. No hay televisiones, ni frezzers ni tablets para jugar juegos. ¿Saben qué hace la gente? Charla, se junta a tomar té, juegan a las cartas, caminan, rezan y siguen charlando un poco más. La vida en Majuli es muy distinta a como vivimos nosotros en Buenos Aires.
Pero la isla también tiene algo mágico, y esa es la historia que le queremos contar hoy (o, mejor dicho, la próxima vez que nos veamos). Hace muchos muchos años había un señor llamado Sankardev. Él era poeta, escritor de obras de teatro y músico. Era un artista y estaba muy en contra de las desigualdades sociales. No le parecía bien eso de que unos pocos unos tengan muchos y otros muchos tengan poco. Para él todos tenían que tener los mismos derechos y obligaciones. Para él, que las cosas funcionen por merito solo era correcto cuando todos tenían las mismas condiciones sociales. Sankardev era también muy religioso. En India la mayoría de la población es hinduista y él era, particularmente, muy seguidor del Dios VIshnu. Entonces, un día Sankardev decidió unir sus dos pasiones (las artes y la religión) en un mismo lugar. Fue así que creo la corriente Ekasarana Dharma, una escuela que permite acercarse a Dios a través de la danzas y la música.
Sankardev empezó a fundar, en la isla de Majuli, satras. Monasterios abiertos para todos los niños y hombres de la isla que querían acercarse a su nueva doctrina religiosa. Los niños comenzaban a vivir en los satras cuando cumplían los seis años. Allí además de tener un lugar dónde dormir y comer, aprendían a leer y escribir, aprendían a hacer música, a bailar e incluso a representar los textos sagrados a partir de danzas contorsionistas. Entonces, ¡la isla se empezó a llenarse de monjes danzarines!
En la isla llegaron a haber más de sesenta satras. Y en cada uno de ellos, vivían cientos de monjes. Algunos incluso podían casarse y podían elegir cuando y cómo estar en el monasterio. Otros, en cambio, decidían renunciar al mundo exterior y pasar allí toda su vida: rezando, bailando, meditando.
Pero esto fue hace mucho tiempo. Cuando nosotros fuimos sólo quedaban veintidós satras aún en pie y sólo unos pocos abiertos a la comunidad. Así y todo, decidimos quedarnos a dormir en uno de ellos y pasar unos cuantos días con los monjes y los niños que allí estudian. Los vimos bailar, rezar e incluso jugar a la mancha. Los niños eran muy educados y tienen un montón de reglas que cumplir. Por ejemplo, nunca pueden dar la mano a nadie salvo que se hayan lavado las manos en ese mismo momento.
Además de la curiosidad de los satras y de los monjes danzarines, lo más lindo de la isla Majuli fueron los atardeceres y los miles de pájaros que vimos volar por ahí. A un pajarito le dijimos un secreto para que le cuente a ustedes cuando llegue volando a Buenos Aires ¿Lo vieron? Era un pajarito grande como una mano, con un pico rojo y plumas amarillas. ¡Parecía la bandera de España!
Mientras escribimos esto, los extrañamos mucho más de lo común pero por otro lado nos pone muy contentos seguir recorriendo el mundo. Cada día aprendemos algo nuevo y descubrimos nuevos lugares, dónde la gente vive de un modo muy distinto al que nosotros estamos acostumbrados. Por ejemplo, quien iba a saber que en algún lugar entre India y Myanmar hay una isla mágica habitada por niños monjes danzarines.
Les mandamos un beso y muchos abrazos,
Los tíos viajeros
Rameswaram y sus leyendas
Podría decirse que uno se obsesiona con los extremos y con los accidentes geográficos. Suelen ser lugares que prometen escenarios únicos y atardeceres alucinantes. La vez anterior fue Kanyakumari, el extremo sur de India. Luego, Rameswaram un istmo ubicado en el sureste del país. A sólo unos treinta kilómetros de Sri Lanka, también conocida como la lagrima de la India.
La leyenda:
En la época en que el mundo comenzaba a ser mundo, en la época en que dioses y demonios peleaban sobre la faz de la tierra, en la época en que los cielos eran muy azules y las estrellas muy brillantes, en esa época que nadie sabe muy bien cuándo fue, ocurrió esta extraordinaria historia contada en el Ramanayana.
Rama, el rey y el Dios, fue un avatar (reencarnación) de Vishnu, el Dios de la conservación. Su bella y joven consorte era Sita. Ambos se amaban y podían hacer el amor durante eternos días y noches. Pero, como siempre ocurre, no todos estaban felices con su amor, con su poder y con la herencia.
Es así que Rávana, un malvado demonio de diez cabezas secuestra a Sita y se la lleva consigo a la isla de Lanka, al sur de India. Rama desesperado manda cientos de ejércitos a buscarla pero ninguno puede dar con su bella amada.
Hanuman, el Dios mono y siervo de Rama, se compromete a ayudarlo. Como recompensa a su heroica y leal ayuda lo promovió de sirviente a Dios. Hanuman, que puede volar, descubre que Sita esta en la isla de Lanka. Para llegar a ella necesitan construir un puente que conecte ambas costas. Entonces comienza a recolectar piedras de todo India y las va llevando a Rameswaram, el punto más cerca a la isla. Las piedras son muchas y pesadas. Dicen que algunas se cayeron en el camino y conformaron montañas y paisajes fotogénicos como los de Hampi.
A medida que las piedras se van apilando en Rameswaran el puente comienza a construirse y Sita comienza a estar cada vez más cerca de su amado Rama. Un detalle: gracias a una bendición de Rama las piedras pueden flotar sobre el mar construyendo un puente de piedras flotantes.
Una vez alcanzada la costa de la isla de Lanka los ejércitos de Rama logran cruzan y el malvado Rávana es asesinado. Rama y Sita se reencuentran y vuelven a hacer el amor durante eternos días y noches.
Dicen que con los años el puente se fue hundiendo pero que se puede ver desde arriba. Durante muchos años el puente fue conocido como Puente de Rama pero luego comenzó a llamarse Puente de Adán. Quizá el cambio de nombre tuvo que ver con los intentos de los católicos de colonizar la zona. Algo parecido pasó con el Pico de Adán en Sri Lanka.
La ciudad:
Llegamos a Rameswaran por la madruga. Aun era de noche y no nos dimos cuenta del largo puente que tuvimos que cruzar para llegar. La isla no es muy grande y la ciudad tampoco. Pero no por eso merece el atributo de tranquila.
Rameswaran es uno de los Char Dham, moradas de los dioses. Los Char Dhram son los cuatros puntos de peregrinación que todo hinduista debe conocer en su vida. Cada uno se correspondo con un punto cardinal. Rameswaran es el punto sur.
La ciudad vive de y por el turismo espiritual. Los hoteles y restaurantes compiten con la cantidad de templos, ashrams y supuestos gurús. Las calles están repletas de vacas y de personas que venden pasto para que los feligreses alimenten a las vacas y reciban un guiño a Dios. Sí, India también es el país de las profesiones y ocupaciones inventadas.
La ciudad se organiza en forma circular alrededor del Ramanathaswamy, el templo principal. Lo bueno es que en las calles adyacentes al templo los vehículos están prohibidos y la contaminación sonora disminuye. En las cercanías del templo, la mayoría de los peregrinos andan descalzos y mojados.
El templo es enorme y no se puede entrar ni con celulares ni con cámaras. Adentro es muy fácil perderse. Es un laberinto de largos pasillos y columnas con dioses tallados. Dentro de cada salón hay filas para recibir la bendición de un brahmán y un caramelo que simboliza un modo de incorporar a dios.
El suelo acá también esta mojado. Se debe a la cantidad de pelegrinos que vienen para tomar baños sagrados. Muchos comparan a esta ciudad con Varanasi y dicen que quién se baña acá purifica su alma y se acerca cada vez al más moshka, la liberación del alma y del ciclo de las reencarnaciones.
Lo cierto es que no podemos recorrer todo el templo. Hay un gran salón dónde el ingreso esta limitado sólo a hinduistas. Ahí adentro se encuentra una de las yiotir linga más veneradas en el país. Se trata de estructuras de piedra con forma fálica que sirven para rendir homenaje a Shiva, Dios de la destrucción.
La ciudad no ofrece mucho, o al menos, mucho que podamos entender. Luego, al final de la calle esta el mar. Un mar azul sin playa dónde decenas de indios se bañan y decenas de brahmanes venden sus servicios para purificar a los creyentes. La playa está sucia, flores, velas, ropa. Restos de ofrendas. Figurita repetida en las playas indias.
Nuestra leyenda:
La última tarde decidimos ir en busca del famoso puente de piedras flotantes. Dejamos la ciudad en un colectivo publico abarrotado de indios. Si uno mira el mapa puede notar como el istmo se mete en el mar. La extensión total es de unos dieciocho kilómetros y sólo diez están asfaltados. Nos bajamos cuándo el camino se acabó y comenzamos a caminar. La mayoría de los indios se subieron a otro colectivo que oficiaba de todo terreno e iba avanzando por la arena y por el agua.
Éramos los únicos que caminábamos. Mejor. En India el silencio vale y se aprecia mucho más. No teníamos muy en claro que buscar ni que íbamos ver. Queríamos caminar hasta dónde el istmo se acabe. Queríamos ver a Sri Lanka en la otra orilla, a sólo treinta kilómetros.
En el camino cruzamos pueblos fantasmas que fueron abandonados con los últimos ciclones, vías de trenes que ya no pasan, y chabolas sostenidas con hojas de palmeras secas que hacen de hogar para los pescadores y para su familias.
Caminamos y caminamos. Una hora, dos horas, tres. El mar acompaña a ambos lados. De un lado se oye el oleaje fuerte del mar abierto, del otro las pequeñas olas de la bahía. Intentábamos respirar al ritmo de cada uno de los dos oleajes y ver con cual nos sentíamos más cómodos.
Finalmente el agua deja de estar de costado y comienza a estar, también, en el frente. Corrimos. Habíamos llegado. Ya no estaba Sita esperando del otro lado, tampoco había rastros de reyes ni dioses. Sólo nosotros dos y un mar azul que se extendía a nuestro alrededor. Los extremos y los accidentes geográficos nos gustan. Nos ponen en perspectiva, y nos hacen sentir tan chiquitos y tan grandes como podemos ser. Habíamos conquistado otro fin de India. Y esta vez lo teníamos para nosotros solos.
Kanyakumari y el fin de India
Estoy escribiendo esto en el Cabo, frente al mar, donde se reúnen tres aguas y proporcionan una vista sin igual en el mundo. Por esto no es un puerto para los buques. Al igual que la diosa, las aguas que rodean son puras.
Gandhi
Cada uno es responsable de lo que le sucede y tiene el poder de decidir lo que quiere ser. Lo que eres hoy es el resultado de tus decisiones y elecciones en el pasado. Lo que seas mañana será consecuencia de tus actos de hoy.
Vivekananda
Llegamos al fin de India. El punto más austral. Si India tiene forma de triángulo escaleno, nosotros estamos en el vértice sur. Ese lugar donde se juntan tres mares: el Arábigo, el de Bengala y el Índico. Estamos de pie en los acantilados, mirando al sur, el horizonte y sabiendo que no hay nada más. Algún aficionado de los documentales de History Channel dirá que ahí, debajo del mar, está Lemuria. Lo cierto es que no se ve nada más allá, sólo algún barco pesquero y algún otro con pasajeros que los llevan a las pequeñas islas que están en frente. Una es una estatua de Thiruvalluvar, un poeta de Tamil Nadu (el estado dónde nos encontramos ahora) y la otra es un memorial a Vivekananda, aquél famoso gurú que fue discipulo de Ramakrishna y que llevó la filosofía vedanta a occidente por primera vez. Él meditó tres días en aquella roca y la leyenda cuenta que cruzó nadando, luchando contra tiburones hambrientos. El mismo Gandhi también vino acá a meditar y admirarse de la belleza del cabo.
Un lugar romántico, ideal para escuchar romper las olas, para ver la salida y la puesta del sol desde el mismo punto. Sólo hay que rotar el propio cuerpo en dirección este u oeste, según corresponda. Nuestra estadía coincidía con la luna llena. Estaba todo orquestado para que salga perfecto. Pero (siempre hay un pero) hubo un pequeño gran detalle que nos hizo cambiar completamente la percepción del lugar.
Si todo lo anteriormente descripto es arrojado en una ciudad india que recibe mucho turismo local, el resultado es una playa llena de mugre, mierda y meo (el orden de los factores no altera el producto), donde el mar juega con las bolsas de plástico y con retazos de ropa o de ofrendas. Las calles son callejones pequeños donde el ruido de los bocinazos de cualquier vehículo aturde exigiendo prioridad. Los empujones son moneda corriente a la hora de hacer cualquier fila, sea para comprar pasajes de tren o para subirse al barco. No se de donde salió el nombre de fila india, seguro que de acá no. Y los vendedores están todo el tiempo persiguiéndote para ofrecerte todo aquello que no necesitás.
Seguramente cuando Vivekananda y Gandhi vinieron para acá buscando meditar en uno de los lugares que podría ser de los más pintorescos del mundo, no tenían un vendedor de alfombras que les gritaba desde la otra punta.
India es un país totalmente distinto respecto a lo que estamos acostumbrado, y dentro de esas grandes diferencias está también la forma en la que hacen turismo local.
Esta ciudad, recibe miles de turistas a diario, pero que vienen sólo con un fin religioso. Acá se encuentra un templo dedicado a la diosa Kumari. Tours organizados trasladan a señoras con saris y tipos con bigotes. Los pasean de acá para allá, y a la hora de dormir, esto es lo más curioso, los amontonan en distintos cuartos. Pero cuando decimos los amontonan, es que en una habitación para dos duermen cinco ¿Cómo? Es difícil de explicar, pero hay una habilidad que es propia del habitar un país superpoblado: encontrar lugar dónde no lo hay. Se aprietan, se acuestan en el piso o uno al lado de otro en los colchones. Al día siguiente se suben al micro, también amontonados, y van en búsqueda de otra ciudad sagrada. Para rezar, bañarse y dejar sus ofrendas mugre en el mar.
Y mientras los indios viene y se van, algunos en el mismo día y otros a la mañana siguiente, nosotros seguimos ahí. Mirando el sur, el horizonte después del cual ya no hay nada. Buscando la ola perfecta en la que coinciden los tres mares. Pensando en las historia que vienen de Bengala, en los amores pendientes que llegan desde Arabia, intentando pescar algo entre el murmullo del oleaje. Y cuándo creíamos que una ola nos traía un cuento de Madagascar, alguien nos toca el brazo:
“Cheaper sunglasses, Sir. Original Ray-ban Madam. Good Price, Good quality” Y lo miramos al indio, miramos el mar, se perdió el barullo que escuchábamos. Pegamos la vuelta. Suficiente India por hoy.
Kanyakumari tiene todo el potencial para ser uno de los lugares más increíbles de India (y del mundo), pero está desaprovechado. O al menos, no aprovechado como nosotros lo imaginamos. Kanyakumari es el fin de India en términos geográficos, pero para nosotros, lejos de eso, fue una simple parada en el camino.
Guía completa para recorrer Angkor Wat
¿Qué es Angkor Wat?
Hay lugares que suenan lejanos y fantásticos, al menos en el imaginario popular. El Taj Mahal, Machu Picchu, la Gran Muralla, las mezquitas de Uzbekistán, el Desierto de Gobi… son nombres que estremecen. Y que también, nos llenan de gloria.
Angkor Wat es la prueba de la grandeza del ser humano. De nuestras capacidades creativas y espirituales. Aquí un poco de información y ayuda para todos aquellos que quieran visitar la octava maravilla:
Un poco de historia
Se conoce como Angkor Wat al complejo arqueológico (que data del 1.100 DC) más grande del sudeste asiático. 200 kilómetros cuadrados de templos brahmánicos y budistas dan cuenta de la grandeza del Imperio jemer. Siendo Angkor la última gran capital. Antiguamente se calcula que había más de mil templos, hoy quedan cerca de cien. Muchos se han mantenido, otros se han reconstruido en los últimos años y otros sólo son piedras apiladas.
El Imperio jemer tuvo un final abrupto y desconocido quedando los templos abandonados durante varios siglos.
La mayoría de los templos estuvieron ocultos en la selva hasta 1860, cuando un naturista francés los volvió a redescubrir. Dicen que los encontró siguiendo a una mariposa. Tantos años entre la selva camboyana hizo que la naturaleza se adueñe de los mismos, siendo ahora un escenario único y fotogénico. Bueno, también escenario de películas ya que aquí se filmó Tomb Raider.
Precisamente, Angkor Wat es el templo principal y el mayor conservado del complejo. Es, también, el más visitado y el primero que vas a ver.
¿Cómo llegar a Angkor Wat?
El complejo de Angkor Wat se encuentra a seis kilómetros de la ciudad de Siem Reap, al oeste de Camboya y muy cerca de la frontera con Tailandia.
La ciudad tiene muy buena conexión de autobuses, en unas pocas horas y por unos pocos dólares se puede estar en Phnom Penh, capital de Camboya. También hay buses a las distintas fronteras.
Siem Reap tiene también un aeropuerto internacional.
Nosotros optamos por hacer dedo (autostop). Es necesario aclarar siempre que no estamos parando un taxi.
Gastos
Visa:
Para Camboya se necesita visa. La misma se obtiene on-arrival y cuesta 30 dólares por 30 días.
Entrada:
Hay tres tipos de entradas a los templos para los no camboyanos.
- Por un día: 20 dólares
- Por tres días: 40 dólares (el pase tiene una validez de una semana)
- Por siete días: 60 dólares (el pase tiene validez de un mes)
Los templos están abiertos todos los días del año de 5:30 a 17:30.
Alojamiento:
Siem Reap es una ciudad turísticas dónde los bares, restaurantes y casas de masajes o souvenirs nunca van a faltar.
Al ser un paraíso de turistas y mochileros en la ciudad hay más de 300 hoteles. Los más baratos comienzan en 3 dólares –habitaciones compartidas-.
Una habitación privada empieza alrededor de los 10 dólares,
Comida:
La opciones gastronómicas también son infinitas y las hay para todos los gustos y presupuestos. Casi todo se concentra en el área de Pub Street o del Night Market.
Nosotros solíamos comer fried rice o fried noodle por 1 USD y un chop de cerveza tirada por 0,50 USD. Hay que caminar para encontrar los mejores precios, pero como dice el dicho “el que busca, encuentra”
En un restaurant se puede comer bien entre 5 y 10 dólares por persona.
¿Cómo llegar desde la ciudad?
Se puede recorrer en bicicleta (desde 1 dólar el día), en tuk-tuk (alrededor de 15 dólares el día), en moto o con un taxi privado. Muchas veces el conductor se ofrece de guía.
Algunas agencias incluso venden paquetes que incluyen un autobuses con aire acondicionado, almuerzo, agua y un guía. Otros más osados sobrevuelan los templos en helicóptero o realizan un ascenso en globo aerostático.
Dentro de Angkor hay baños públicos y más restaurantes, casas de souvenirs y puestos de frutas. Todo cuesta más caro que en la ciudad.
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Circuitos para recorrer Angkor Wat
Hay dos circuitos para recorrer el complejo de Angkor. Las opciones van a depender del tiempo y del trasporte.
El circuito chico (17 kilómetros – color rojo) concentra lo más famoso del complejo. Son los templos que uno ve en las postales y los documentales. Son los templos, también, más abarrotados de turistas.
El circuito grande (28 kilómetros – color verde), en cambio, son templos más aislados, con menos visitas y con más parsimonia. La sensación de estar en soledad es intensa.
Ambos circuitos coinciden en el comienzo del trayecto. Ambos comienza en Angkor Wat, propiamente dicho. Un templo erigido a la deidades hindúes. Los tres picos representan la triada hinduista. La torre central, a la que se llega por una empinadísima escalera, es la razón por la que no hay edificios en Siem Reap. Ninguna construcción puede ser más que la cúspide de Angor Wat.
Siguiendo el camino, se llega a Angkor Thom. Una ciudadela amurallada rodeada por un gran canal y por unas fascinantes puertas. Dentro hay más templos, siendo el más importante Bayon, el de las mil caras. Es el segundo en importancia y el más distinto arquitectónicamente. Son decenas de torres con caras talladas en la piedra, dicen que cada rostro observa hacia alguna de las provincias del antiguo Imperio jemer. Luego, hay decenas de templos y de terrazas.
El tercer templo en popularidad es Ta Prohm. Este templo es popular por las fantásticos estragos que hizo la naturaleza. Las paredes están cubiertas de raíces y nos recuerdan que la naturaleza es la que siempre le gana la pulseada al hombre.
Algo notable de los templos es la gran cantidad de tallados y bajorelieves en sus paredes. Muchos tratan cuestiones religiosas, otros muestras la vida cotidiana y otro muestras la gloria de los años dorados del imperio. Nos recordó los templos del kamasutra en Kajuraho.
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Nuestra experiencia en Angkor Wat
Nosotros optamos por recorrer Angkor Wat en bicicleta. Si bien es cierto que las distancias son largas, uno puede hacerlo despacio y parando a descansar. El mayor problema es el calor. En diciembre es invierno en Camboya pero los 35 grados no lo demuestran.
Elegimos el pase de tres días aunque no fuimos los tres días consecutivos. El primer día fuimos por la mañana e hicimos el circuito chino. Nos tomo unas 6/7 horas pero estuvimos varias horas en Angkor Wat y en Bayon. Son templos enormes y con mucha gente.
El segundo día nos levantamos a las 3:30 AM para ir a ver el amanecer. También fuimos en bicicleta y alumbrando el camino con una linterna ya que no había luces. Cuando llegamos, los chinos ya habían tomado posición de los mejores lugares. Vale la pena llegar temprano y vale la pena el madrugón. Fue increíble ver como en medio de la noche cerrada poco a poco comenzaron a recortarse en la oscuridad los tres picos de Angkor y poco a poco fue aclarando hasta quedar todo de amarillo. Son sólo unos segundos, pero son increíbles. Lo único que sobró fue el barullo de las personas.
Aprovechamos el fresco de la mañana para pedalear el circuito grande, no sin antes evitar todas las invitaciones a desayunar en todos los puestos de comidas improvisados. El circuito grande nos gustó mucho más. Quizá porque no había tanta gente y podíamos disfrutar de los templos para nosotros solos.
Si bien es cierto que los templos son muy distintos entre sí, el estilo y el avance de la naturaleza se ve en casi todos. Razón por la cual no hace falta apretujarse en Ta Prohm.
El tercer día lo aprovechamos para recorrer y volver a los templos que más nos gustaron, tomar un picnic frente a los canales y pedalear tranquilos por los caminos de tierra colorada y árboles verdes.
Nuestra experiencia completa: Angkor Wat, donde habita el olvido
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Consejos y recomendaciones para recorrer Angkor Wat
* Si bien la moneda de Camboya es el RIEL todos los precios están dolarizados (1 dólar = 4.000 riel). La moneda local sólo se usa para transacciones menores a un dólar, vendrían a ser monedas.
* Armarse de paciencia. Todos nos van a querer vender algo, todos nos van a invitar a sus restaurantes y todas las señoras nos van a gritar (literalmente) para que les compremos agua o ananá.
* Nosotros solíamos comprar comida para llevar a la mañana y lo comíamos al almuerzo. Es mucho más barato comprar en Siem Reap que en Angkor Wat. Lo único: hay que tener cuidado con los monos oportunistas.
* No se enojen con los chinos que empujan. En su país son muchos y para ellos es normal estar apretados y pasar a los codazos.
* Código de conducta y vestimenta: Al tratarse de un complejo de templos hay ciertas cuestiones a cuidar. Esta prohibido fumar en todo el complejo y también se recomienda una vestimenta adecuada. Para entrar a los templos es necesario tener los hombros y las piernas cubiertas. Tampoco se puede ingresar con gorros y/o gritando.
* Un buen dato para cuándo uno vuelve acalorado de los templos es el restaurant y hotel Pool and Palm. Tiene una súper pileta y se puede utilizar siempre y cuándo se consuma algo en el restaurant (precios accesibles).
Mongolia II: Diez días en Ulan Bator
«Aunque no se sabe dónde puso Dios el paraíso,
podemos estar seguros de que eligió un sitio que no es este.»
Polvo, calles sin vereda, cueros de oveja secándose al sol, borrachos en masa, taxistas oportunistas y semáforos invisibles. Fue lo primero que vimos mientras llegábamos en tren a Ulan Bator, capital de Mongolia.
Ulan Bator parece más un pueblo grande que una capital. Así y todo es la ciudad más poblada de Mongolia. De los 3 millones de habitantes que tiene el país, la mitad vive en la única gran ciudad. Las calles se fueron trazando sobre la marcha y los edificios (en su mayoría de fachada soviética) no tienen más de 5 pisos. Hay unos poquísimos edificios modernos y todos fruto de la explotación minera.

La calle principal
Pero sí uno llega en tren a Ulan Bator lo primero que ve son miles de gers (carpa blanca típica mongola de forma circular) rodeados por cercos de madera. Son los nómadas que vinieron a probar suerte. El ganado ya no es tan rentable, el invierno es cada vez mas crudo y Ulan Bator les proporciona mejor educación a sus hijos. Pero las condiciones les son esquivas. Conseguir trabajo no es tarea sencilla, muchos se dedican a la construcción, pero en invierno es imposible con la nieve y los 40 grados bajo cero.

Ger
En total estuvimos 10 días en Ulan Bator y a diferencia del desierto de Gobi, al sol casi no aparece. La ciudad tiene mucha polución, y al estar en un valle siempre tiene una gran nube en su cielo. La única forma de mantener calientes los gers es prendiendo algún fuego. El problema es que en Mongolia no hay madera y no hay árboles. Resultado: prenden fuego con carbón mineral, kerosén, plástico y cualquier objeto inflamable que encuentren, lo que hace al ambiente irrespirable.
Los mongoles son toscos. Lo más jóvenes miran con timidez, los adultos miran con recelo. En la calle empujan, escupen y los más agiles la juegan de carteristas. Dejaron la naturaleza, el aire limpio y las inmensas extensiones para apretarse en la ciudad. Así como no cambiaron la casa tampoco cambiaron la ropa: túnicas de colores ajustada con fajas de colores. Sombreros y botas de cuero. Quizá los colores tienen que ver con la posibilidad de reconocerse en el infinito suelo dorado del desierto de Gobi, aunque ahora luzcan la ropa en la ciudad.
Es incómodo ser turista en Mongolia, porque la desigualdad y la pobreza nos incomodan. Mientras los shoppings se llenan, la inauguración de Burger King es un éxito y Luis Vitton no para de vender carteras hay cientos de miles de mongoles que esperan su oportunidad. Las excursiones se venden en dólares cuando gran parte de la población no recibe un ingreso fijo mensual.
Una tarde decidimos ir al Black Market. Un gran mercado que vende desde electrodomésticos hasta animales vivos. Ahí presenciamos una pelea entre dos vendedoras por un lugar. En Mongolia vimos varios violentos y borrachos. ¿Será producto de la angustia del que deja su vida conocida y se asienta en los suburbios de la capital esperando algo que nunca llega?
Ulan Bator representa la esquizofrenia en una sociedad. Nómadas que venden su ganado para conseguir trabajo en un local de comida rápida. Nómades que crecieron en la estepa y el desierto y que ahora viven hacinados en una ciudad que no busca darles oportunidades.
Es extraño, casi paradójico. Mongolia fue tierra de jinetes nómadas. Fue el corazón de uno de los imperios más extensos de la historia. El imperio mongol conquisto el sur de Asia y se metió en Europa. Comerciaron con reyes hindúes y fueron parte de la historia de las dinastías chinas. Marco Polo no fue el único que se maravilló de su poderío. ¿Y ahora? ¿Dónde quedó todo su progreso?
De conquistar el mundo entero pasaron a ser conquistados. Primero, los manchúes tomaron el imperio y con ello anexaron Mongolia al mapa de la dinastía Qing. Luego, bajo la órbita soviética los rusos quisieron llevar el progreso a Mongolia e invirtieron en la ciudad. Mongolia ha vivido una de las mayores paradojas de la historia, la implantación del comunismo en una sociedad nómada. Algunos aseguran que fue el país número dieciséis de la URSS. En todo caso, por seguro fue el segundo país en adoptar un régimen comunista.

El monumento a Genghis
Del resplandor de la época de los Kanes sólo guardan un improvisado museo. La estatua de Genghis Khan en el centro de la ciudad ahora se codea con las tiendas de grandes marcas. De los soviéticos quedaron los edificios y el alfabeto. El ruso se enseñó por mucho tiempo en las escuelas y ahora, el idioma mongol se escribe en cirílico.
Ulan Bator no nos gustó. Estuvimos 10 días tratando de encontrarle la lógica a la ciudad pero no hubo caso. Nos atrevemos a decir que es de las capitales más feas que visitamos. Quizá tiene que ver con el no comprender a los mongoles que dejan su vida nómade para buscar una oportunidad en la ciudad. Quizá porque nosotros, sacando las distancias, estamos recorriendo el camino contrario.
***
Este post forma parte de una trilogia que escribimos sobre nuestro viaje a Mongolia.
– Mongolia I: La llegada
– Mongolia II: Diez días en Ulan Bator
– Mongolia III: Éxodo a China.
Quizá, quieras leer, también, nuestra crónica sobre el Desierto de Gobi.
Sadhus: Los renunciantes hinduistas
Seguramente, más de una vez, habrás visto la imagen de algún hombre barbudo y con rastas que anda semidesnudo caminando por las calles de India. Suelen ir acompañados de su tridente y de una canasta metálica. También habrás notado que llevan la frente (o incluso todo el cuerpo) cubierto de pintura.
Sea en foto, algún video de Discovery Channel o en las mismas calles de Varanasi alguna vez habrás notado la presencia de un Sadhu.
Para el hinduismo hay cuatro fases de la vida de todo hombre: estudiar (brahmachari), ser padre (grijasta), jubilarse (vanaprastha), y por último la renuncia (saniasi). Esta última es la etapa en la que se encuentran los sadhus, mendigos y vagabundos religiosos. Son personas sagradas que persiguen la iluminación. Desposeídos de casi cualquier pertenencia, se mueven por toda India. Dedican la mayor parte de su tiempo a la meditación y a las prácticas yóguicas.
Pero tal es así que ser sadhu está reconocido por el Estado indio y por toda la sociedad. Son venerados y respetados. La gente se encarga de mantenerlos donándole alimentos y plata. A su vez, el Estado les garantiza la libre peregrinación por el país: pueden viajar en tren gratis.
Nosotros, en un primer momento los veíamos como vagabundos o linyeras. Claro, nuestra mentalidad occidental empañada de materialismo y racionalidad no entendía el concepto de entregarse a la vida espiritual. Tampoco entendíamos porque nos pedían cigarrillos, marihuana o plata desmesuradamente.
Se calcula que hay entre 5 y 10 millones de Sadhus en India. Los mismos tienen como objetivo peregrinar entre las 7 ciudades sagradas del hinduismo. Se los suele encontrar durmiendo en las calles de las grandes ciudades y en zonas naturales como rios y montañas sagradas. Hay varias ramas o agrupaciones dentro de los sadhus. La marca que llevan en su frente indican a que grupo o Dios respetan. Los aghoris forman la rama más extrema siendo famosos por su tributo a la muerte, se dice que son de caníbales. Suelen vivir en las inmediaciónes de los ghats de cremaciones. Se los reconoce por ir cubiertos de cenizas humanas.
Tan sólo un 10% de ellos son mujeres, llamadas sadhvis, quienes se hacen renunciantes después de enviudar, escapando al destierro que supone ser viuda.
Pushkar, ciudad sagrada
Las “ciudades sagradas” hacen de imán para con nosotros. Es la espiritualidad, el olor a incienso, la excesiva cantidad de vacas por las calles y los mantras sonando a toda hora. Nos gustan y Pushkar no fue la excepción.
Sabíamos que era un sitio sagrado donde la máxima deidad es Brahma (dios creador en la cosmología hindú). Cuenta la historia que a Brahma se le cayó una flor de loto azul de la mano. Donde cayó la bella flor se formó un lago en una de las zonas más desérticas de India. A orillas del lago se construyo la ciudad de Pushkar (en sanscrito loto azul). Es una de las ciudades más antiguas de India.
Las calles están llenas de encanto. Y todas conducen a un mismo sitio, al corazón de la ciudad, al lago. Allí la gente se reúne, las señoras lavan ropa, otros se bañan, y las vacas ven la vida pasar. Los ghats (escalinatas) parecen tener un encanto particular.

Las calles de Pushkar

Lavando ropa en el lago

Cuando comienza a ponerse el sol…
El atardecer da lugar a la reflexión. El calor deja de sentirse y todos nos dirigimos al lago. Cada quien por su cuenta, vamos tomando lugar en alguna de los tantos escalones. Algunos leen, otros meditan, hay mate, las palomas buscan comida y la música comienza a sonar. En Pushkar parecería que hay más templos que casas, y al atardecer, todas las campanas y los tambores se hacen oír. Es difícil negarse. Uno se sienta, cierra los ojos, y se deja contagiar por el misticismo.

Un sadhu, renunciante a toda posesión material.

Meditación
El dios Brahma fue castigado por haber mentido. Su castigo fue que no tendría templos ni imágenes que lo representen, como el resto de las divinidades. Solo hay unos pocos templos en su honor y uno esta en Pushkar. Durante el fin de semana, la ciudad se colma de gente. Indios que vienen de todas partes del país para rendir culto a uno de sus dioses y cumplir con la obligación de visitar al menos una vez en su vida, esta ciudad sagrada.

Turismo local

Vista desde una de las tantas montañas que rodean el lago
Pero, Pushkar no solo es una ciudad sagrada y obligada para los hinduistas. También lo es para los viajeros. El turismo mochilero la recomienda como “la” ciudad de India, además de ser la que tiene los mejores precios a la hora de hacer compras.
India es mezcolanza. De la paz del lago pasamos a decenas de turistas con bolsas y más bolsas repletas de ropa para vender en su país. Los puestos de correo privado para hacer envíos al exterior están rebosantes de paquetes y hay negocios específicos con vendedores bilingües y contactos en las aduanas. La comida israelita está de sobra y comer una pizza resulta más fácil que ordenar comida local. Excursiones con camello, clases de yoga y miradores para ver la ciudad con perspectiva. Aquí también hay templos, pero son para otro dios, ese que tanto veneramos en las sociedades de consumo masivo.

Las indias también hacen compras
La gente camina por la calle apurada. Algunos buscan el mejor precio, otros se descalzan para entrar a los templos. Algunos se pasan los días tomando lassis especiales, otros se bañan en los ghats. Pero al fin y al cabo, todos terminamos en el mismo lugar: viendo el atardecer en el lago. La ciudad algo tiene. El misticismo logra calmar a la fieras. Los mantras se contagian y el cuerpo vuelve a un estado mucho más simple. Cerrar los ojos y respirar.
Goa a la portuguesa
¿Esto es Goa? Un momento… ¿Estamos en India?
Bajamos del colectivo luego de un largo viaje y ningún rickshaw se nos acercó a acosarnos con sus servicios. Uno solo, se nos acercó para decirnos que si caminábamos para allá había un puente peatonal muy lindo.
Caminamos por calles y vimos carteles en portugués, iglesias católicas, imágenes de Jesús y la Virgen María, ¿Dónde quedaron Shiva y Ganesha? ¿Habrá cruzado el micro alguna frontera y no nos enteramos? ¿Se trata de otro sueño?

La Virgen María como protectora de la casa

La iglesia de Pananji
La noche anterior la habíamos pasado en un colectivo local desvencijado donde entre cajas de verduras, sacos de arroz y alguna que otra gallina encontramos dos huecos que hicieron de asientos por más de 10 horas. Llegamos a Pananji (capital del estado de Goa, el más pequeño de India) de madrugada. Esperamos que amaneciera para salir en la búsqueda de alojamiento. Entre tantas ruas y cansancio creímos que nos equivocamos de lugar.
“Rua de Natal”, “Luis de Menendez Road”, “Vivienda Gomez Pereira”, “Posada Alfonso”. Nos miramos extrañados. Sabíamos que el estado de Goa había sido ocupado por Portugal en la época de la colonia hasta 1974, donde la región se anexa a la India libre de Gandhi. No pensábamos encontrarnos con algo así.

Alfonso, en honor a un viejo compañero de viaje
Conseguimos un cuarto para dejar las cosas y salimos a hacer lo que más nos gusta: caminar. Sus calles fue lo que más nos gustó. Nos sentíamos en Brasil o en Lisboa (y eso que no la conocemos, todavía). Pero a medida que nos alejábamos de nuestro guest house, entre avenidas, calles y mercados, empezamos a notar las características indias del lugar. Seguíamos tomando chai y comiendo un curry, seguíamos encontrando altares con velas y sahumerios, sólo cambiaban los dioses. Seguíamos hablando con los indios, pero esta vez se llamaban Osvaldo y Francisca.

Los mercados seguían estando
OLD GOA:
Old Goa (la vieja Goa) es la zona donde los portugueses, bajo la orden de Vasco da Gamma, plantaron bandera. Los brotes de malaria los obligó a dejar la zona y se movieron a la actual Pananji. En Old Goa construyeron decenas de catedrales, conventos y edificios comerciales. Goa era el punto base para comercial con oriente (incluso con China y el sur de Malasia). También caminamos por Old Goa y entramos en sus templos. Pero esta vez, las calles estaban desiertas. Faltan el vendedor de frutas y el arreglador de zapatos.

Catedral de Old Goa
A diferencia de los templos budistas o hindúes, ahora entendíamos de que se trataban. El habernos formado en escuelas católicas hacia que podamos comprender los signos y símbolos que veíamos en las paredes. Nos era familiar y cotidiano. Santa María, San Cayetano e incluso Santa Ana. Un altar y una pila bautismal. Lo conocíamos. Y entender que pasa a tu alrededor no es algo que nos pase muy seguido en India.

Las iglesias por adentro

Las ruinas de un antiguo monasterio
Pero Goa es más que una mezcla indocristiana, es también el estado con alcohol más barato de toda India. Esto atrae tanto a turistas locales como internacionales. Dato llamativo: la cantidad de rusos, fácil de reconocer por ir muy ligeros de ropa en un país donde está tan mal visto (ya los habíamos visto antes). Pero, internamente también tiene mala prensa. Una famosa frase, nacida de un film de bollywood dice “Here in Goa, liquor is cheap and the women are cheaper” (Aca en Goa, el licor es barato y las mujeres más baratas).
¿Cuánto hay de verdad? ¿Cuánto hay de mito? Lo cierto, es que en India, cada estado es un mundo distinto. En algunos incluso hay ley seca, entonces no es muy loco pensar que muchos se escapen a Goa por un trago, o la acusen como la ciudad del pecado de la India (lo que pasa en Goa, queda en Goa (?)).
Pero a nosotros, el alcohol, no es lo que nos trae acá. Sino que es el encanto y la sorpresa al ver a las mujeres con sari saliendo de la misa de las once por una rua colonial.

Calles de Pananji
Contando piedras en Hampi
Llegamos a Hampi confiados. Hace mucho que no nos pasaba eso. Llegamos con un papelito en el bolsillo. La dirección de un guest house que nos recomendaban dos argentinos bloggers y viajeros (Klando va de viaje). Era lo único que sabíamos del lugar. La dirección que nos pasaron no estaba en el centro ni en el zona turística. Tuvimos que combinar dos colectivos y caminar un poco con las mochilas a cuestas. Finalmente nos encontramos los cuatro y nos sentimos en casa, una vez más.
Hampi
Hampi es de esos sitios que no suelen faltar en los itinerarios de viaje a India, al igual que la ciudad sagrada de Varanasi o el emblemático Taj Mahal. Pero a diferencia de estos, Hampi encabeza en el puesto numero 1 la lista de recomendaciones de guía Lonely Planet.
La comunidad israelita plantó bandera aquí (al igual que en otros sitios de India) y uno por momentos tiene la sensaciones de estar caminando por Tel Aviv. Carteles en hebreo y humus para cenar. ¿Dónde quedó la comida local? Los indios venden marihuana y los niños limonada. Los occidentales se pasean en short y la regla de cubrirse los hombros, acá no tiene lugar. La gente local tampoco tiene lugar allí. Derribaron casas y casuchas para construir nuevos hoteles, cada vez con más estrellas. La gente tuvo que caminar por la vera de río para buscar un nuevo sitio donde asentarse.

El niño que «dirigia» el bote para cruzar el río
Hampi es pequeño. Uno camina un poco y se pierde de las masas. El pueblo esta rodeado por un río y con solo seguir el curso uno puede encontrar escenarios fantásticos. Y solitarios, no hay kioscos de cerveza fría en todos lados, por suerte. Y con solo alejarse unos metros, Hampi se nos presenta como magnifico. Sí, “magnifico” es una palabra grande, pero no se nos ocurre otra.

La vista desde una de las tantas montañas de Hampi

Templo de Hanuman
El verde de las plantaciones de arroz contrasta con el marrón de las rocas. Rocas inmensas y milenarias hacen de base para cientos de templos (también históricos y milenarios). Hampi fue capital del imperio Vijayanagara de 1336 a 1565, uno de los imperios más fuertes y ricos en la historia de India.

Sitio histórico
Entre mates y atardeceres nos preguntamos varias veces que accidente geográfico dio lugar a tanta belleza. Y cuando la ciencia no aporta respuestas, el mito cobra lugar.
Según cuentan, el dios Rama, uno de los dioses más venerado en India, ordenó a su fiel servidor Hanuman (el dios mono hablante) que lleve piedras desde el Himalaya hasta Sri Lanka para formar allí un nuevo cordón montañoso. A Hanuman, que no es perfecto, se le cayeron algunas piedras en el camino. Fue Hampi el sitio donde las piedras se derramaron.
Incluso, algunos dicen, que en el acúmulo de piedras más alto nació el mismo Hanuman.

Aca dicen que nació Hanuman
Anegundi

Las calles de Anegundi
Con Laura y Álvaro nos encontramos en Anegundi, a unos 5 kilómetros del centro turístico. El pueblo no tiene más que una calle principal y una ruta que conecta con las ciudades cercanas. Los guest house no abundan y las calles están repletas de niños jugando a la bolita y grupos de hombres que se juntan a tomar un chai.

Con los chicos
Las mujeres están cerca del río, lavando ropa, conversando y jugando con los más pequeños. Acá los turistas somos minoría. La gente nos saluda, sonríe y hasta nos piden fotos. No hay mucho para hacer, más que salir y perderse caminando, parar a hablar con unos nenes que juegan carreras de bicicletas o con un señor que está horas en la vereda viendo las horas pasar. Hay muchos templos que visitar y hasta se puede subir a algunas piedras y contemplar hermosos atardeceres o simplemente pensar y respirar.

En otra de las tantas ruinas

Y en otro de los tantos templos
En Anegundi no encontramos sitios de lujo ni nada por el estilo. Encontramos gente laburante. Gente humilde de clase trabajadora. Algo que en India es llamado “de las castas no tan altas”.
Y entre “las castas no tan altas”, Hanuman es uno de los dioses predilectos. O eso es lo que los Brahmanes (casta más prestigiosa) se encargó de predicar. Hanuman dejó de lado su familia para servir a su amo Rama. Es un fiel ejemplo de servicio. El dios mono hizo lo que un criado debe hacer por su amo, dejó su familia, luchó y peleó por él y hasta cruzó la India volando para poder trasladar las rocas requeridas. Todo este esfuerzo y beneficio fue pagado al otorgarle el titulo divino. Si, ni más ni menos que un trabajador recompensado con titulo divino. Algo imposible. Una sutil manera de seguir disponiendo de las clases bajas ¿O no?
En fin, Anegundi es uno de esos sitios donde podemos pasar semanas sin ni siquiera notarlo. Pero esta vez teníamos prisa; el boleto de regreso a Argentina nos marca un nuevo ritmo de viaje.

Los amigos de Lucas

Las amigas de Laura y Ludmila
Mysore: la ciudad y el palacio
Siendo sinceros, algunas ciudades de India nos agotan. Hay lugares a los que no nos podemos acostumbrar. Las bocinas nos desquician, nos cuesta encontrar precios razonables de hoteles y hasta, algunas veces, sentimos que se nos ríen en la cara. La mugre, el polvo, el acoso hace de estas situaciones algo más difícil de digerir.
La ciudad de Mysore no fue la excepción. Como ciudad no hay mucho que disfrutar, algún mercado, algún parque y algunos templos. Pero sin embargo la gente viene porque es famosa por dos motivos. El primero es que ahí viven grandes maestros de yoga. Haciendo de este lugar un punto de referencia para cualquiera que venga a estudiar en el sur India. Pero no es lo que nos llevaba a nosotros a su ciudad (por lo menos esta vez), si no su palacio.
Nos habían dicho que uno de los palacios más lindos y mejor mantenido era el que estaba en Mysore. Motivo suficiente para hacer una parada en la ciudad.

Palacio de Mysore
Es difícil describir una ciudad India. Sí, podríamos decir montañas de basura por acá, vacas comiendo papel por allá, hombres en cuclillas en una esquina tomando chai y una anciana pidiendo monedas. Pero no es solo eso. Cientos de elementos confluyen haciéndose casi imperceptible para el ojo occidental. Es una gran escena llena de colores, sonidos y olores (no todos agradables). Mysore podría ser una típica ciudad india, con su infinidades de detalles, templos, personas e idiosincrasia propia. Basta alejarse un poco del centro para ver el movimiento autónomo de la ciudad. Campus universitarios donde la gente va a correr o caminar por la mañana al lado de unas casas de chapa donde la luz eléctrica y el agua corriente se olvidaron de entrar.
Los conductores de autorickshaws (taxi de 3 ruedas) nos perseguían por las calles ofreciéndonos lo mismo, una excursión a un mercado donde producían incienso y sándalo manualmente. El mismo mercado al que se llega caminando por la calle principal unos 3 minutos. Los mercados indios merecen un capitulo a aparte. Guirnaldas de caléndula, polvos de colores, puestos de comidas y verduras. Aquí a su vez, decenas de puestos de incienso. Mysore es una de las pocas ciudades indias donde aún se conserva un bosque de sándalo para la producción artesanal.

Mercado

Vendedores de flores…

…y de bananas
Tardamos unos días en entrar al palacio. Como si necesitáramos empaparnos del afuera para disfrutar el adentro. El palacio pertenece a la familia Wodeyar y fue finalizado en 1912 por un arquitecto ingles (fue reconstruido tras haberse incendiado en la celebración de un casamiento). Para construir el nuevo palacio no escatimaron en nada, y se nota en el lujo y en los detalles. Madera laminadas en oro, vidrios de colores que imitan el plumaje de un pavo real, objetos traídos de Europa, madera de Burma y mármol de norte de India. Cientos de detalles arquitectónicos. Dioses hindúes, iglesias católicas y escenas reales pintadas en las paredes. Tenían razón, es hermoso. Colores y armonía para donde uno mire.

Fotos del exterior. No se podían sacar adentro.
Todo el panteón hindú está retratado en el palacio, pero las miradas caen sobre Durga (Chamundi). Durga es una de las tantas representaciones de Shakti (energía femenina), se la considera una diosa poderosa, una madre y una luchadora. Es uno de los máximos ejemplos a la hora de hablar del triunfo del bien sobre el mal dentro de la cosmovisión hinduista. A ella le dedicaron este palacio, en parte. También le dedicaron el nombre de la ciudad, que viene de Mahisuru, el mítico lugar donde la diosa Chamundi eliminó al demonio Mahisasura. Hecho que se festeja año a año en la “Durga Puya”. Celebración famosa en Calcuta.

El palacio estaba rodeado de templos
El palacio maharajá de Mysore contrasta con la ciudad. Si afuera sobra pobreza, adentro falta humildad. Una ciudad superpoblada y un palacio desierto. Una ciudad fea, sucia y caótica que rodea uno de los palacios más hermosos de India. Mysore y el palacio son dos espacios distintos pero superpuestos. Coinciden geográficamente, pero fuera de eso no tienen nada más en común. O si, ambos rezan a los mismos dioses.
«Ayubowan Sri Lanka»
El avión aterriza. No nos damos cuenta hasta que sentimos la fricción de las ruedas contra el pavimento. Se sienten los frenos y finalmente, nos detenemos.
Una voz anuncia que estamos en Colombo, que hace 33 grados y que son las 16:15. Fue salir del avión y volver a sentir esa humedad pegajosa. Cómo manadas, todos los que viajábamos en ese vuelo recorrimos el mismo camino: migraciones, pasada por el baño y agarrar el equipaje. Recién ahora nuestros caminos se separaban. A algunos los esperaban sus familias, a otros una agencia de turismo o un hotel. Otros tomaron un taxi. Nosotros seguíamos ahí. Mirando a nuestro alrededor. Reencontrándonos.
El calor se hacia sentir. No habían pasado 10 minutos y nuestras remeras ya estaban empapadas. En las afueras del aeropuerto la gente caminaba descalza, los niños en cuero, las mujeres con polleras y blusas blancas y los hombres con un pañuelo atado como pollera. Comenzamos a caminar en busca de una parada de colectivos. Las personas nos miran, y nosotros a ellos. Cruzamos sonrisas. Sus sonrisas nos atraen, será el contraste entre esos dientes blancos y separados, y esa piel morena lo que le da un toque especial.
Los tuk-tuks nos frenan y preguntan a donde vamos. Finalmente llegamos a la parada de colectivos. El que nosotros buscábamos estaba por salir. Nos subimos y todas las miradas se clavan en nosotros. Somos los únicos blancos. El chofer dice que dejemos las mochilas adelante y una señora le dice a Ludmila que se siente al lado de ella. Todo en cingalés, el idioma oficial. Eso sí, hasta que no se llena, el bondi (colectivo) no arranca.

El moderno colectivo
Una suerte de emoción recorría nuestro cuerpo. El colectivo viejo y descuidado, los gritos del conductor, una señora vendiendo fruta por la ventana, otra chica que nos miraba y sonreía. Los caminos son de tierra. El polvo rojizo contrasta con la frondosidad verde de la vegetación. Las calles, los caminos, y la gente incluso denotan humildad (que no es lo mismo que pobreza, ni descuido). Acá todo tiene un desorden, pero ese desorden te permite salir del camino. No existen los tours armados, ni hordas de turistas haciendo lo mismo. De alguna extraña manera nos sentíamos en casa.

Tuk tuk de perfil

Legado de la colonia: dioses cristianos, hinduistas y budistas
El Sudeste asiático es agradable, playas paradisiacas, comida sabrosa y gente amable. Pero algo le falta. O mejor dicho, le sobra. Le sobra occidentalismo. El turismo penetró y ya quedan pocos lugares auténticos. Y quienes nos leen hace rato, sabrán que eso no es lo que nos interesa.

Una de las ananaes más ricas que comimos
Acá en cambio parecía distinto. Allá un templo hindú, acá un monje budista, un señor en bicicleta y música sonando. Parecíamos nenes mirando por la ventana del colectivo. Señalando y sacando fotos. Necesitábamos esto: simpleza.
Conseguimos habitación en Negombo, en la casa de una señora. Adelante tiene un restaurant. La habitación son solo dos camas, una mesa, dos sillas y un baño. No tiene agua caliente, total hace calor todo el día. En frente esta el mar azul.

No son playas paradisiacas, pero tampoco esta tan mal

Barco pesquero
Pero Sri Lanka no es India y nos cuesta no comparar. Tiene sus propias costumbres, su propio idioma y su propio turismo. Para nuestra sorpresa nos encontramos con muchas parejas mayores que vienen a esta isla a hacer vida de playa. Nosotros, antes de empezara a planear este viaje, no habíamos escuchado mucho de las playas de Sri Lanka. Pero parece que fue elegido como el destino turístico 2013 según la famosa guía Lonely Planet. Ya esa simple mención le da un toque extra. Resort en construcción y micros con aire acondicionado. Pero, al menos, por ahora son los menos.
Pero, más allá de todo esto, el ambiente es otro, tal vez será porque recién está explotando, pero existe esa desprolijidad, que nos gusta y nos permite por un rato percibir la forma de vida esrilanqués (así se escribe el gentilicio, mire usted).

Seguimos coleccionando atardeceres
Los caminos del Annapurna
La razón por la cual no publicamos nada en 12 días es porque estuvimos caminando alrededor del Annapurna. ¿Qué es el Annapurna? Es una de las famosas montañas de más de 8.000 metros que se encuentra dentro del cordón del Himalaya. El Annapurna no es uno, sino varios. Picos altos y nevados, de esos que parecen estar bien cerca del cielo. Por algo Nepal es el techo del mundo ¿no?
12 días caminando, transpirando, calor, frio, ampollas, dolor de pies y espalda. 12 días rodeados de naturaleza: montañas, ríos, lagunas, vacas, gallinas, yaks y mariposas de todos los colores y tamaños. 12 días, 150 km y un paso de 5.416 msnm. Él (o mejor dicho los) Annapurnas no solo fue una experiencia atlética ni aventurera ni de contacto con la naturaleza, sino que fue también un encuentro. Encuentro con otros distintos, con nepalíes de montaña, esos que las guías turísticas denominan “local people”. Nombre genérico, como si todos fueran lo mismo.

Yak posando para nosotros
El camino transcurrió entre aldeas que cada vez estaban altas. No queremos aburrirlos con nombres, pero nuestro recorrido empezó a unos 800 msnm. Las primeras aldeas no tardaron en aparecer. Ya el primer día, luego de haber caminado solo 3 horas habíamos cruzado varias. Y esto es algo que se repitió a lo largo del viaje, durante un día de caminata cruzábamos 4 o 5 pueblitos distintos. En todos nos encontramos con la gente levantándose al alba para trabajar en el campo. La vida la dicta el sol. Y cuando te cruzabas con alguien, sin importar lo que estaban haciendo, te saludaban con un “namasté” y una sonrisa. Lo suficiente para transmitir la sensación de que uno es bienvenido.

Esperando el colectivo
La vida transcurre afuera, en la calle. La familia se agranda, y cada integrante de la aldea oficia de padre y madre de los más pequeños. La vida es comunitaria. Todo se comparte. La propiedad privada es un invento de occidente. La tierra con los cultivos, la leña para hacer fuego, los animales para transportar las cargas. Y lo de la leña no es menor, los inviernos deben ser muy fríos (nosotros fuimos en verano). Con nieve que no te deja abrir la puerta de la casa, tener un poco de madera para calentar el hogar se vuelve fundamental.

Picos nevados
Pero a su vez cada pueblo era distinto. Las costumbres y los alimentos cambian según la altura a la que nos encontrásemos. En las alturas más bajas veíamos plantaciones de arroz y bananas. A medida que subíamos empezamos a ver manzanas y papas. Las ropas cambian, el clima cambia, y el entorno cambia. Cuanto más alto más, era más seco y frío.
Cada pueblo que cruzamos era singular. Podemos agruparlos como “todos los pueblos que vimos en el Annapurna”, pero le quitaríamos mucho sentido. Cada pueblo era único, comportaba en si un mundo. En ese mundo regían ciertas reglas y normas de convivencia que solo tenían validez dentro del perímetro de ese pueblo. El siguiente pueblo era otro, otro mundo, otra lógica. La otredad se vive en los detalles más mínimos. Y pensar es estos pueblos, iguales pero distintos nos hace pensar en la concepción que tenemos de mundo. ¿Cuál es nuestro mundo? Cómo si nuestro mundo comenzara en nuestro perímetro, en lo que es conocido, y el otro mundo (o el otro pueblo) es lo no-conocido. Y así, un pueblo en medio del Himalaya cree que eso es todo el mundo. Luego conoce otro mundo (o pueblo), el territorio se agranda, aparece el otro, el vecino. Y este vecino tiene a su vez otro vecino, y otro, y otro. Y así se configura este mundo. Cómo dijo el Subcomandante Marcos, vivimos en un mundo donde existen muchos mundos.

El partido de truco no faltó
Los turistas también venimos con nuestra idea de mundo. Algunos más engreídos que otros. Algunos con actitudes humildes, otros más conquistadores. Sentimos la diferencia con los del “primer mundo”. Teníamos distintas aspiraciones, metas y objetivos. Algunos buscaban el triunfo atlético, otros tildar un objetivo en la lista de costas para hacer, otros buscaban conocer, y así cada uno con su idea de mundo. Los turistas nos reconocíamos a simple vistas. Todos con ropa deportiva, calzado adecuado y bastones de montaña, y los locales, en sandalias. Nos dimos cuenta que la montaña nos es ajena en cierto punto. Nosotros no nacimos allí, lo vivimos de otra manera. En cambio, ellos sí. Las montañas más altas del mundo son el patio de su casa.

Siempre había algo para hacer
El caminar estimula el pensamiento. Tenemos tiempo para observar, estar en los detalles. En los árboles, en los ríos, en las montañas, y sobre todo la gente. Podríamos haber hecho gran parte del trayecto en jeep, pero nos hubiésemos perdido miles de ideas y conversaciones. Nos hubiésemos perdido de conocer a mucha gente en el camino, tanto turistas como gente que vive ahí. Por ejemplo hubo un día (el tercero o cuarto, no importa) que salimos temprano a caminar. Nosotros estábamos parados en una bifurcación, tratarnos de orientarnos, y se nos acercaron dos señoras nepalíes. Iban para el mismo lado que nosotros. Y nos llevaron por un camino no convencional, donde cruzamos la montaña entre medio de escaleras y árboles. Tardamos mucho menos de lo que las guías dicen, pero no porque caminásemos rápido, sino porque el contacto con la gente local nos hizo tomar un camino más corto. Podríamos habernos tomado un jeep, pero cuantas cosas nos hubiésemos perdido ¿no?

Paisajes increíbles donde mires

Familia trabajando en las terrazas de arroz
Pero debemos reconocer que tuvimos alguna dificultad, que en realidad fueron varias. Primero las físicas, caminar 15 km todos día, sin ningún día de descanso hizo que cada vez estemos más cansados. También la altura pesa. No es lo mismo caminar a 800 msnm que a 5000. A esa altura ya no podés respirar, y cada paso cuesta el triple. La noche anterior a cruzar el paso dormimos a 4500 msnm, y esa subida de casi 1000 metros nos costó 3 horas y mucho esfuerzo. Por más que no quisiéramos estábamos obligados a detenernos a cada paso a tomar aire. Pero la alegría de lograr el objetivo propuesto (estar a 5416 msnm) hizo que todo el esfuerzo físico valga la pena.

El esfuerzo valió la pena
Pero la cabeza va por otro lado. Mientras caminábamos, nos pasó muchas veces que nuestros pensamientos y conversaciones no se situaban en el acá y ahora, si no en el pasado y mayormente sobre nuestro futuro. ¿Acaso nos cuesta tanto vivir el presente? Es todo un desafío lograr ser contemporáneo de uno mismo. Poder disfrutar de lo que hoy nos toca (o elegimos) sin estar en lo que voy a hacer mañana o en lo que pasó ayer. Y volviendo al tema anterior, si no hubiésemos caminado tanto, ¿Hubiésemos pensado en todo esto?
Caminar nos hizo encontrarnos con nosotros mismos y con la gente que nos cruzábamos. El esfuerzo físico valió la pena. Pero sobre todo, lo que más ejercitamos fue la cabeza. En síntesis, caminar alrededor del Annapurna, es una actividad completa para el cuerpo, la mente y el alma. Y sin importar lo que sea lo que uno vaya a buscar, en el Annapurna siempre algo vas a encontrar.

A veces el camino a seguir se ve con claridad…

… y otras no tanto.
Esvástica: El significado para el Hinduismo
Dado el uso que le ha dado el nacionalsocialismo alemán, la esvástica en occidente está relacionada con el nazismo. Sin embargo se puede ver en la India por todos lados. En los templos, en las casas, en los negocios, incluso a veces dibujada en la gente.
Para el hinduismo tiene un significado sagrado. La esvástica representa al sol y su energía radiante. Cuando está en el sentido horario representa la energía creativa, y en el sentido antihorario su involución.
Ver la cruz esvástica en India nos sirvió para pensar como cargamos de sentido determinados objetos, y el trabajo que nos toma desprejuiciarnos para encontrarnos con su sentido originario. La cultura hindú le recrimina al régimen nazi el mal uso que hizo de su símbolo sagrado.

Con el rio Ganges de fondo.
Bodh Gaya, una aldea teñida de budismo
Bodh Gaya se presenta a sí mismo como un pueblo budista y sagrado. Ahí fue, hace más de 2600 años, donde el mismisimo Principe Sidharta se convirtió en Buda. Debajo de la sombra de un árbol Bodhi alcanzó la iluminación.
Nosotros llegamos desde Varanasi. Otra ciudad sagrada pero para los hinduistas. Así se presenta en realidad India: diversa. En el mismo país, en la misma ciudad conviven hinduistas, musulmanes, budistas, sijs, jainistas, católicos y judíos. Y cada una de estas religiones tiene sus templos y sus lugares sagrados. Pero la religión, sea cual fuere, se siente en la calle, se respira. No nos cansamos de decirlo, la India es mística y es gracias al clamor de la gente.
Llegamos a Bodh Gaya sabiendo poco de ella, así nos gusta viajar a nosotros. Solo sabíamos de la existencia del místico árbol y de que al ser una ciudad sagrada para el budismo, el Dalai Lama solía visitarla con frecuencia.
Partimos en tren desde Varanasi rumbo a Gaya (ciudad grande de referencia donde está la estación de tren), tras 20 minutos en rickshaw llegaríamos a destino. Llegamos junto a las primeras gotas de lo que sería una fuerte tormenta. Suficiente agua como para mojarnos a nosotros, a las mochilas y embarrar la mayoría de las calles del pueblo. En estado acuático conseguimos un guesthouse. Bodh Gaya es pequeña se recorre caminando, y nuestra habitación estaba en la zona más rural del pueblo. De nuestra ventana veíamos todo el barrio, casas bajas de adobe y ladrillos. La mayoría de un solo piso, con puerta de tela y cocina al aire libre. En India las casas suelen ser muy humildes, lo mismo su arquitectura y distribución; una sola habitación amplia que hace de dormitorio, sala de estar y living-comedor. La cocina y el baño suelen estar afuera, como las personas, que viven más afuera que adentro de sus casas. La vida en India ocurre en las calles ¿Quizá por eso no necesiten más que una sola habitación en sus casas?
Volvamos a nuestra llegada al pueblo. Llegamos empapados de agua, intentando saltar entre charcos y buscando techos donde mojarnos menos, como si aún quedaran partes de nuestro cuerpo que podríamos proteger de la lluvia. Y mientras nosotros hacíamos malabares por no meter el pie en algún pozo ¡Los niños jugaban desnudos bajo el agua! Se reían, corrían y se bañaban. Las mujeres aprovechaban el agua para ducharse y los hombres ponían tachos para recolectar el agua de lluvia. Y nosotros, bichos raros, con paraguas y cubremochilas. Escenas como estas nos hacen dar cuando de cuán ridículos somos a veces. Claro, hacía más de 30 grados que mejor que un refrescante chaparrón.

Niño jugando después de la lluvia
Mojados y frescos llegamos al guesthouse. El encargado nos muestra la sencilla habitación y el pequeño balcón que la acompañaba. Además de las casas del barrio veíamos vacas, patos, gallinas, chanchos, perros, bueyes y unas maravillosas plantaciones de arroz. Estábamos en medio del campo pero a 300 metros de un impresionante templo con un inmenso árbol sagrado.

Vista de la ventana: plantaciones de arroz
Cuándo salió el sol y el vapor de la lluvia comenzó a evaporarse salimos a recorrer nuestro barrio. Los patos disfrutaban de sus nuevos y pequeños lagos, los niños seguían jugando, las mujeres ahora ponían a secar la ropa recién lavada y los hombres conversaban. Todos tenían algo para hacer, pero todos se tomaban el tiempo de mirarnos, sonreírnos y decirnos “Namasté”. Niños, jóvenes, ancianos “Namasté”.

El mercado
“Namasté” es una palabra hinduista que uno no se cansa de escuchar en India. Sea para saludarnos, agradecer algo, o despedirnos. Se trata de un saludo de humildad, donde uno se inclina ante el otro. Mi humildad saluda tu humildad. No hay yo ni egocentrismo de por medio o al menos eso se intenta. Pero… ¿Bodh Gaya no era un pueblo budista?
Seguimos caminando y saludando hasta que nos topamos con el “Mahabodi Temple”. Un templo inmenso donde se encuentra el famoso árbol en cuestión; como si fuera el corazón del pueblo. El templo es imponente y tras él se encuentra un árbol milenario. Un árbol que trasmite serenidad y paz a quien lo mire y se tome unos minutos para sentarte cerca de él.

Mahabodi Temple
Cuenta la leyenda que al árbol no es el original sino un hijo del árbol donde Sidharta obtuvo la iluminación tras varios días de meditación, a partir de los cuales comenzó a trasmitir sus enseñanzas. El emperador “Ashoka, el grande” estaba fascinado con el árbol en cuestión, a tal punto que su esposa sintiéndose celosa decide envenenarlo. Por suerte su hija salvó un brote y se lo llevó consigo a Sri Lanka. Años más tarde otro brote de ese árbol fue traído a Bodh Gaya y plantado en el mismo lugar que el original. Allí hoy se erige el Templo Mahabodhi.

El famoso árbol
El árbol está rodeado de unos hermosos y pacíficos jardines repletos de stupas de todos los tamaños y alturas. Es fácil encontrar monjes meditando, alumnos aprendiendo, viajeros sacando fotos y creyentes a la espera de que alguna hoja del árbol caiga con el viento para llevárselas a sus hogares. Sagrado o no, el sitio trasmite armonía

Alrededores del árbol

Unos buscan la iluminación y otros duermen la siesta

Las sociales nunca faltan

Jardines y stupas
Afuera la gente nos continuaba saludando con su reverencia hindú y allí empezamos a notar que en el pueblo hay muchísimos otros templos. A cada paso íbamos descubriendo uno nuevo. Templos budistas donde en la puerta se anunciaba a que país pertenecían: Bhutan, Japón, Tailandia, Vietnam, Myanmar, China y Nepal. Países budistas por decirlo de algún modo. Y cada uno de estos países tenía su embajada espiritual en Bodh Gaya. Y allí nos empezamos a enterar de la historia del pueblo.

Templo Bhután

Templo Tailandia

Un gran buda de 30 metros. Donación del gobierno Japones.
Todos los años de Octubre a Marzo Bodh Gaya se tiñe de los colores bordó y azafrán, las cabezas rapadas comienzan a ser mayoría. En esa época los peregrinos, monjes y estudiantes llegan a la ciudad a conocer o intentar buscar la iluminación que Sidharta consiguió años atrás. Y en diciembre el pueblo estalla. El mismísimo Dalai Lama llega a impartir charlas y enseñanzas ante más de 40.000 personas. Y así es que cada país tiene su sede, allí se albergan los distintos monjes de acuerdo a su país. El resto de año Bodh Gaya es un pueblo común y corriente donde llegan algunos viajeros que no se enteraron que no era la época para visitarlo; La gente del pueblo los recibirá con lluvia, sonrisas y una seguidillas de “Namaste”.

La invitación a jugar cricket que se transformo en fulbito, tampoco falto.