Guía para visitar Tíbet con y sin permiso
Introducción
Conocer el Tíbet es un viaje prometido para la mayoría de los viajeros, pero es cierto que cada vez es más difícil y más caro adentrarse en las tierras de budismo, del Himalaya y de los cielos celestes.
Por Tíbet, nosotros entendemos la cultura tibetana. Cultura budista, milenaria, filosófica y hoy en día, exiliada. Cultura con su propio idioma y religión. Por lo cual, si nos restringimos al termino general, el Tíbet se extiende desde el norte de India, cruzando Nepal y Bután hasta el centro de China, en las provincias de Sichuan y Gansu.
Pero en términos concretos y políticos, el Tíbet es una provincia “autónoma” de la República Popular de China. Es decir, una provincia ocupada y añadida al mapa de China por la fuerza desde hace más de setenta años. En China, la cultura tibetana es oprimida y mal vista, y los chinos hacen lo imposible para seguir perpetuando esta situación.
Cuando en la década del ’50 el gobierno chino ocupó Lhasa, capital del Tíbet, muchos tibetanos debieron exiliarse en los países vecinos.
La figura más representativa del Tíbet, es el Dalai Lama, líder espiritual y político del budismo tibetano. Cómo representante del gobierno tibetano en el exilio, su residencia oficial está en Dharamsala, India.
“En 1950 el Ejercito Popular de Liberación de China entró y tomó posesión de la ciudad-capital de Lhasa. Obedeciendo a la Revolución Roja todo tipo de manifestación religiosa fue considerada enemiga del pueblo. El budismo tibetano quedó proscripto. Desde aquel momento hasta hoy en día, el Tíbet es un limbo. Los tibetanos exiliados apelan a la autonomía política de la región. China, por su parte, cada vez se mete más: llenando las calles de militares, imponiendo el mandarín, poblando la región de chinos, mandando turistas en masas, negando documentos y pasaportes.
Los refugiados tibetanos en el exterior también se organizan. Marchas, apelación, recursos de amparo, incluso, inmolación a lo bonzo. Nada es suficiente ni nadie sabe bien que pasa.” Extracto de El Tíbet de China
Nosotros repudiamos el atropello del gobierno chino y levantamos la bandera del Free Tibet. Por lo cual, cuando decimos Tíbet nombramos la Región Autónoma Tibetana ubicada dentro de China pero también el Tíbet histórico y cultural que se extiende en las provincias chinas de Yunnan, Sichuan, Qinghai y Gansu y por ciertas zonas de Nepal, India y Bután.
En esta guía además de contarles nuestra experiencia, les compartimos dos modos distintos de visitar Tíbet. Uno es con permiso y adentrándose en la Provincia autónoma de Tíbet y el otro modo es sin permiso, conociendo los pueblos tibetanos de las provincias de Yunnan, Sichuan y Gansú.
Visitar Tíbet con permiso
Desde hace varios años para entrar a la Provincia Autónoma Tíbet en China es necesario un permiso. Debido a la conflictiva social, a los intentos fallidos de independencia y la cantidad de revueltas del pueblo tibetano, el gobierno chino decidió ejercer un control estricto en la región. A nosotros, viajeros, ese control nos afecta.
Actualmente no es posible ingresar a Tíbet por cuenta propia. Para visitar tanto Lhasa como los alrededores es necesario contar con un guía. El permiso se tramita solamente mediante una agencia de viajes autorizada que suele vender un paquete que incluye alojamientos, comidas, excursiones más el servicio de guía y chofer. No incluye el traslado aéreo a Tíbet.
El valor del paquete turístico depende de la cantidad de días, de la calidad del alojamiento y si se trata de un tour privado o un tour grupal, siendo está última opción la más baratas.
Nosotros cotizamos y el valor del permiso + todo lo de más por diez días sumaba 1.000 USD por persona. Un presupuesto que escapa de nuestras posibilidades.
Otra opción, apenás más económica, es ir solamente por tres días a Lhasa, capital de Tíbet y obviar todos los demás atractivos que hay en la región.
Aclaración: Cómo Tíbet es parte de China, además del permiso especial es necesario tramitar el visado de China en la embajada correspondiente. Una vez obtenido el visado, recién ahí se puede tramitar el permiso de Tíbet. Este se debe tramitar con un mes de antelación.
¿Cómo llegar a Tíbet?
Desde China:
Para llegar a Tíbet hay que atravesar el cordón montañoso del Himalaya. Lo más fácil es por avión. La mayoría de las grandes ciudades chinas tiene vuelos directos a Lhasa y cuestan cerca de 100 USD.
Otra opción es en tren, una opción relativamente nueva. El tren a Tíbet se puede abordar en Lhasa, Xi’an o Chengdu y tiene la fama de ser uno de los trayectos ferroviarios a más altura con un tiempo promedio de 30 horas de viaje.
Desde Nepal:
Muchas agencias de turismo en Katmandú ofrecen paquetes a Lhasa. En general, son paquetes de una a tres semanas donde se cruza por tierra atravesando el campamento base del Everest. Los precios no son mucho más baratos, el permiso sigue siendo obligatorio pero la única ventaja es que las agencias nepalíes se encargan de tramitar el visado de China.
Visitar Tíbet sin permiso
Lo bueno, es que hay otra manera de conocer Tíbet y no hace falta permiso. Si económicamente el permiso representa mucho dinero para vos o no te entusiasma la idea de andar con un guía chino todo el día, esta opción puede ser la más acertada.
Como dijimos, Tíbet es un nombre que nuclea un etnia, una cultura y una forma de vivir/pensar. Si bien Lhasa es el ícono más representativo en el imaginario tibetano, hay muchos pueblos auténticos que se pueden visitar sin permiso.
El permiso no es necesario ya que estos pueblos se encuentran fuera de la Región Autónoma de Tíbet. La frontera política no coincide con la frontera cultura entre China y los pueblos tibetanos.
Nosotros pasamos poco más de una semana semanas recorriendo pueblos tibetanos escondidos en los recovecos del Himalaya. Cruzamos pasos de montaña y dormimos a más de 4.000 msnm. A continuación les compartimos nuestra experiencia, nuestro itinerario y un presupuesto más real y posible.
Itinerario
Nuestro recorrido por los pueblos tibetanos de las provincias de Sichuan y Gansu fue el siguiente: Shangri-La, Daocheng, Litang, Tagong, Danba y Langmusi.
Shangri-La – Provincia de Yunnan
Conocida como la “Puerta de entrada” del Tíbet, es por lejos la ciudad más turística de la región. La fama se debe en gran parte a la novela “The Last Horizont” de James Hilton.
Si bien es una ciudad grande y con mucha impronta china, la parte antigua es la más interesante. Hoy es un laberinto reconstruido con monasterios, museos, estupas, monjes deambulando y un inmenso Himalaya que recién está comenzando. Pero, lamentablemente, toda la impronta tibetana queda teñida por tiendas de souvenirs, restaurantes caros y promociones de pashminas. Igualmente, la arquitectura tibetana se puede ver en las casas de madera que sobrevivieron al incendio del 2014.
Además de la ciudad antigua, hay varios trekings y sitios cercanos para visitar sea en transporte público o con taxi privado.
Nosotros estuvimos tres noches y nos alojamos en Timeless Inn, una guest-house muy hogareño atendida por una china casada con un tibetano.
Daocheng – Provincia de Sichuan
A Daocheng llegamos de casualidad. La idea era unir Shangri-La con Litang a dedo (autostop) haciendo una parada en Xiangcheng, pero el camino (o mejor dicho, la conductora que nos levantó) nos llevó a pasar la noche en Daocheng.
Sea en Xiangcheng o en Daocheng es necesario hacer una parada antes de llegar a Litang o a Shangri La. Y no sólo por las malas condiciones del camino, ni la cantidad de kilómetros, la parada es necesaria para comenzar a aclimatarse. Daocheng está a 3.750 msnm y es dónde la cultura tibetana comienza a verse en un estado más puro y autentico. Lo más lindo de Daocheng, dicen, son los alrededores.
Nosotros sólo estuvimos una noche y nos alojamos en la casa de la señora que nos levantó en la ruta.
Litang – Provincia de Sichuan
No queremos tener favoritismo, pero Litang fue nuestro “Shangri-La”. En un pueblito a más de 4.100 msnm encontramos todo lo que esperábamos encontrar en nuestro viaje por los pueblitos tibetanos. Si bien, la parte moderna de la ciudad está creciendo a pasos agigantados el pueblo aún conserva todo lo que uno espera ver en Tíbet.
Litang está rodeado por inmensos picos nevados, por lo cual basta con caminar un poco en cualquier dirección para tener fantásticas panorámicas del Himalaya. Subiendo la parte antigua del pueblo se llega al monasterio y al cementerio a cielo abierto. Todo esto, cruzando casas de familias, gallinas tomando sol y saludando con una sonrisa a todas las personas que se ponen en el camino.
Estuvimos dos noches en Litang y nos alojamos en un extraño hotel chino que por las noches funcionaba como casino. Pagamos 80 yuanes la habitación doble con baño privado.
Tagong – Provincia de Sichuan
Según las guías de viajes y según los comentarios de muchos viajero, Tagong era EL lugar. Según ellos, era la perlita, el gran imperdible entre todos los pueblitos tibetanos. Tenemos dos hipótesis: O estas personas no fueron a Litang o, claramente, manejamos distintos parámetros de “imperdibilidad”.
Tampoco vamos a ser injusto, Tagong es un lindo pueblo y los alrededores son aún más lindos. Sobre todo las caminatas por la montaña hasta los monasterios cercanos.
Nosotros estuvimos dos noches y nos alojamos en un guesthouse, justo antes de cruzar el río de mano derecha. Lo atiende una señora tibetana muy atenta. La habitación doble con baño privado esta 80 yuanes y parece más un hotel coqueto que una guesthouse de paso.
Danba – Provincia de Sichuan
Lo más interesante de Danba es el camino para llegar y su estratégica ubicación: en lo alto de una desfiladero de montaña.
La ciudad en si no tiene nada de especial, vistas lindas, caminatas al rio, a pueblos cercanos (con opciones de homestay) y una excursión por el día a unas antiguas torres de vigilancia entre las montañas.
Estuvimos sólo una noche y nos quedamos en Dengba Hostel. Pagamos 80 yuanes la habitación doble con baño privado.
Langmusi – Provincia de Gansú
Fue el último de los pueblitos tibetanos que visitamos. La rutina monasterio + pueblo + lindos alrededores volvió a repetirse pero está vez con una marcada influencia musulmana.
Hay dos templos que se pueden visitar, pero al igual que en Tagong hay que pagar entrada. A nosotros, nos gustó mucho más la mezquita. Quizá porque ya nos estábamos preparando para visitar la parte musulmana de China.
Nos alojamos por una noche en una guesthouse sin nombre. El precio y las comodidades eran mucho mejores que en los hostel recomendados por las guias de viaje. Pagamos 80 yuanes la habitación doble con baño privado.
Presupuesto:
Si uno compará con las grandes ciudades y con los precios promedios de China, andar por los pueblitos tibetanos es una alternativa mucho más económica.
Como siempre, el presupuesto se compone de tres grandes gastos: comer, dormir y trasladarse. Además, de gastos extras también, a veces, es necesario sumar el valor de las entradas y ciertos atractivos turísticos.
Alojamiento:
La mayoría de los pueblitos tienen opciones de hotel, hostels y guest-house.
El valor de una habitación doble en un hotel comienza en los 100 yuanes. De ahí, todos los valores posibles para arriba. Lo bueno es que muchas veces ofrecen desayuno. Una habitación compartida en un hostel puede estar entre los 40 a 60 yuanes. Si uno lo compara, con un hostel en Bejing es baratísimo pero nosotros conseguimos habitaciones dobles con baño privado en casas de familias a 80 yuanes los dos.
Y si uno compara con India o Nepal, los estándares chinos con otra cosa. Las habitaciones suelen ser nuevas y limpias y servicios como wifi, agua caliente y pava eléctrica se dan por sentados incluso en las habitaciones más económicas.
Transporte:
Viajando por China, es el gasto más grande. Los transportes en China son carísimos.
En la región de tibetana, al ser caminos de montaña, no hay trenes. La única opción son autobuses, jeeps compartidos o taxis.
Nosotros recorrimos todos los pueblitos a dedo (autostop) por lo cual el transporte no fue un gasto para nosotros. La experiencia a dedo fue muy grata y súper recomendable. Nunca esperamos más de diez minutos y contadas veces tuvimos que aclarar que no estábamos parando un taxi y que, por lo tanto, no íbamos a pagar el viaje.
Comida:
La comida tibetana es algo que aún no terminamos de definir. Es decir, no sabemos decir si está buena o si es un fiasco. Supongo que será un poco de ambas. Son platos pesados, con mucha carga energética. Se adapta a las necesidades de los habitantes y a las condiciones climáticas y geográficas de la región.
La bebida típica es vino de arroz o té de manteca. Para nosotros, el té es demasiado pesado e imposible de digerir. Luego, momos, thukpas (sopas) y cualquier combinación de ambos. Todo acompañado de un buen y grasoso pedazo de carne (en general, carne de Yak).
Pero, como dijimos anteriormente, la cultura china está ganando terreno. Siempre vas a encontrar algún puesto de comida china: arroz con verduritas, sopas, dumplings, más arroz y más verduras.
Nosotros solíamos comer arroz con verduras por 10 yuanes. Entre 10 y 20 yuanes oscilan la mayoría de los platos chinos básicos. Otra opción, que nos salvo muchas noches de frio y lluvia, fueron las sopas instantáneas de 3 yuanes.
Consejos y recomendaciones:
Mejor época para ir
Salvo que quieras quedarte varado en algún pueblo, ver los caminos cerrados por nieve o experimentar un frío extremo, lo ideal es visitar Tibet en los meses de Verano. Desde fines de Abril hasta fines de Noviembre se supone que no hace tanto frío. El valle comienza a ponerse verde y los ríos bajan bien cargados desde la montaña.
Nosotros estuvimos en el mes de mayo, y a más de 4.000 msnm tuvimos frío. Sobre todo por la lluvia constante y el viento que no dejó de soplar nunca. Lo ideal es chequear bien el pronostico y la altura de los lugares a visitar. Pero como siempre, la suerte hace lo suyo. Nosotros tuvimos muchísima lluvia e incluso los locales se sorprendían de una primavera tan poco soleada.
Mal de altura
También conocido como “Apunamiento” o “Mal de montaña”, el Mal de Altura es la falta de adaptación del organismo a la falta de oxígeno propia de la altura. Lamentablemente no hay muchos recaudos que tomar. Depende mucho del organismo y de la adaptación a la altura. Eso si, el 80% de la población lo padece. Los síntomas son fáciles de reconocer: dolor de cabeza, fatiga, dificultad para respirar y mucho sueño, entre otros.
Lo ideal es, si no estamos acostumbrados a tanta altura, subir despacio y darle tiempo al cuerpo de aclimatarse. Si con el paso de los días, los síntomas persisten lo ideal es descender y/o consultar a un médico o especialista.
Mala infraestructura
Viajando por China uno se acostumbra a las súper autopistas, los modernosos puentes y a los trenes rápidos que cruzan el país a 300 kilómetros por hora, pero nada de eso pasa en las regiones autónomas de Tíbet. Los caminos de montaña están en mal estado. Muchas son rutas sin asfaltar, llenas de barro y de baches. Son caminos de montañas en forma de caracol, curvas y subidas y bajadas. Un trayecto de 100 kilómetros puede demorar un par de horas horas. No hay mucho para hacer. Paciencia y disfrutar del paisaje por la ventana.
Mejor no hablar en chino
Es cierto que casi todos hablan en chino, se lo enseñan en los colegios pero no es su idioma. Los tibetanos no se sienten chinos, de ahí su larga y dolorosa lucha por su independencia. Decir unas pocas palabras en tibetano va a generar increíbles sonrisas.
Nuestra experiencia:
Pasamos más de diez días uniendo pueblos tibetanos. Hicimos dedo, viajamos en autos último modelo y en camionetas que llevaban caballos y ovejas en la caja trasera. Comimos comida tibetana, hicimos trekkings y contemplamos el Himalaya desde lo alto de las montaña. Visitamos decenas de monasterios y charlamos con muchos monjes sobre la situación actual de Tibet. Pero, siendo sinceros fue en Leh (en el estado de Ladakh, norte de India) dónde nos sentimos más cerca de Tíbet.
¿Por qué? Por que es ahí dónde está la mayoría de los tibetanos se debieron exiliar y es ahí donde su cultura crece sin tapujos ni restricciones políticas. Es ahí donde las consignas de “Free Tibet” se cantan en libertad y dónde nadie tiene miedo de decir lo que opina del gobierno chino.
Xinjiang, el oeste de China
El viaje en tren fue tedioso. Aunque como adjetivo “tedio” no es suficiente. Se trató de un trayecto de 16 horas, en segunda clase. Asientos rígidos a 90 grados y muchos, muchos, chinos. Más chinos que asientos.
Comida instantánea, viajes instantáneos
“Cuando las cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro de nada, de nada en absoluto, ni siquiera de sí mismo.”
La lentitud – Milan Kundera
Ella vuelve a su casa y saca del freezer una bandeja de comida congelada que compró en el supermercado. La pone en el microondas tres minutos y ya tiene la cena lista. Se siente con el plato de comida frente a la computadora y busca “Imperdibles para ver en dos días en Praga”. Decide anotar el nombre de la plaza del reloj astrológico y decide anotar, también, el nombre del Puente Carlos. No sea cosa que se olvide y se pierda de verlo y sacarse su selfie ahí mismo. Esos dos son los “must to see” de la ciudad. Su instinto, aún humano, la lleva a buscar una lapicera y una hoja de papel. Pero se arrepiente. Abre una aplicación de su celular y ahí lo anota. Por las dudas, abre Facebook y pregunta en uno de los tantísimos grupos de viaje, que es lo que hay para «ver y hacer» en dos días en Praga. Yo le respondería que sentarse a tomar una cerveza en alguno de esos bares viejos perdidos en alguna callejuela lejos del centro, pero se que no me va a escuchar. Ella no quiere perderse absolutamente de nada. Volver del viaje sin su foto, sería bochornoso.
Estos dos momentos, la comida instantánea y las “indispensables” guías de viaje, no parecen hechos relacionados pero lo están. En un mundo donde no hay tiempo de cocinar, seleccionar los ingredientes, saborear la comida, compartir la mesa, charlar, tampoco hay tiempo para preparar un viaje. Quedan pocos valientes que leen un libro o crónica de viaje (ni hablar de un libro de historia) o abren un mapa; la mayoría buscan imprescindibles en internet o miran un video resumido en Youtube. Hoy todo es instantáneo y la preparación de un viaje se condensa en siete consejos y 650 palabras. Los partidarios de la comida rápida son, también, partidarios de las lecturas rápidas. Su estilo “fast food” no incluye lecturas literarias. En todo caso información y sólo con un fin práctico.
Cuando vivía el Buenos Aires todo me llevaba a correr. Amanecía con la prisa de no llegar tarde a la carrera del frenesí. El viaje, en ese sentido, fue un punto de inflexión.
Fue en una tarde de primavera soleada y fría en el Himalaya, en India. Estábamos varados entre los pueblos de Sonmarg y Kargil. La ruta estaba cortada. Un derrumbe de nieve había caído sobre el camino, hace horas que estábamos ahí esperando a las maquinas para que despejen la ruta.
Bajé del Jeep y empecé a caminar en largas zancadas entre los autos detenidos que esperaban. Cuando llegué el punto exacto del bloqueo, maldiciendo las condiciones de la ruta y de todo el tiempo desperdiciado, vi a familias de indios (nenes, padres y abuelos), jugando con la nieve que obstruía la ruta. Parecía ser el único impaciente. Volví al Jeep y vi a mis compañeros, sentados en el piso con sus ropas abrigadas y gorros de lana tomando té y señalando los picos nevados que nos rodeaban. Ahora, además del único impaciente, parecía ser el único que no se permitía disfrutar de uno de los paisajes más descomunales que tuve en frente. La paciencia y la contemplación no suelen ser práctica habituales.
Vivimos en un mundo instantáneo donde todo tiene un carácter de urgencia. Son muy pocos los que se toman el tiempo para leerle un cuento a sus hijos a la noche, incluso para leer una novela o ver una película de más de noventa minutos. Y esta vida rápida invade todos los aspectos de nuestra existencia y hasta hace que nuestros viajes, también, sean rápidos. Y por rápidos no me refiero necesariamente a la cantidad de días. Da lo mismo que tengas un fin de semana, quince días o un mes. Siempre se corre igual.
Las guías de viaje y los blogs tenemos gran parte de la culpa de eso. “10 cosas imperdibles para hacer un París”, “Lo que no podés dejar de ver en Tokio”, “9 + 2 consejos para ahorrar en tu viajes”. El viajero ya ni siquiera tiene tiempo de pensar o experimentar su viaje. Ni siquiera de darle un significado. Ya no hay lugar para la sorpresa ni para la instantaneidad. Las casillas de correos explotan de mensajes que preguntan sobre cómo recorrer tal ciudad, como volar más barato hasta allá, o donde comer mejor. Y lo peor, lo más terrible, es que todas esas respuestas ya están. Google lo tiene. Lamentablemente, parecería que hoy en día sólo se viaja para decir “yo también estuve ahí” y por supuesto, subir la correspondiente foto a las redes sociales.
En aquella ruta del Himalaya hice algo anacrónico, algo en vías de extinción. Realicé un viaje que no era una carrera con una lista de pendiente por cumplir lo antes posible y volver agotados a nuestras casas alborotándonos de recuerdos completamente olvidables. Un viaje, en realidad, se trata de guardar unos pocos recuerdos inolvidables, esos que todavía hoy podemos oler, escuchar o palpar.
Para eso nada mejor que “viajar lento”, porque es la mejor forma de tener experiencias que son únicas, auténticas, ricas en significado y en detalles. Poder conectar con esas experiencias nos llevará al centro de nosotros mismos en ese lugar. Son experiencias que nunca vamos a poder encontrar en Google.
No es que las guías de viaje sean malas de por sí (nosotros escribimos algunas e incluso son las entradas más vistas), pero reconozcámoslo: no tienen alma, ni poesía, ni sentimientos. Generan viajes repetidos y listas de lugares para ver. En cambio, en el pasado hubo grandísimos viajeros y no hay nada mejor que viajar acompañado de uno de sus libros. Tiziano Terzani decía: “Los libros eran mis mejores compañeros de viaje. Estaban callados cuando quería que estuvieran callados, me hablaban cuando necesitaba que me hablasen. Un compañero de viaje, en cambio, es difícil, porque impone su presencia, sus exigencias. Un libro no, un libro calla, pero está lleno de cosas hermosísimas.”
Por lo tanto, contra la locura universal de la vida rápida, dónde la comida instantánea para microondas va ganando terreno, levanto la bandera en contra. En contra de los “Cinco lugares que sí o sí tenés que ver”, los “Diez consejos necesarios para tu existencia” y “las guías indispensables”. Google está lleno de información desde como preparar una valija, tutoriales de como despacharla en el aeropuerto, hasta videos explicando como subirse a un subte en una ciudad asiática.
Los blogs de viaje estamos creando una generación de lectores vagos y holgazanes que no se detienen a pensar por ellos mismos. Esto hace que los viajes modernos condensen “todo lo que hay para ver” logrando así llenarse de recuerdos olvidables con el tiempo. En vez de buscar aquellos inolvidables, que nunca pero nunca van a aparecer en una guía.
El Tíbet de China
«Aunque haya religiones diferentes, debido a distintas culturas, lo importante es que todas coincidan en su objetivo principal: ser buena persona y ayudar a los demás.»
Dalai Lama – Tíbet
– Este es el lugar – dijo Tathagata.
Volver a China
El sol empezaba a bajar y la puerta de embarque en Colombo, Sri Lanka, estaba llena de chinos. Nosotros éramos los únicos pasajeros no chinos. El atardecer era naranja y las palmeras en el horizonte aumentaban la sensación de trópico. Ningún chino se dignó a contemplarlo, los celulares le absorbían toda su atención. Tampoco, ningún chino se molestó en respetar la fila.
Varanasi: Guía completa
Varanasi es un mundo aparte, ubicado a orillas del río Ganges. Es un desafío para la razón, para los sentidos y para el morbo. Es el caos, la espiritualidad y el karma. Es una ciudad única, desenfrenada y pintoresca. Quizás por eso se ganó la fama de ser la ciudad que Shiva creó para él mismo.
Para el hinduismo, es la ciudad más antigua del universo. Para las guías de viaje, una parada infaltable en cualquier itinerario por India. Para nosotros, un reto y una provocación constante.
Varanasi es una de las siete ciudades sagradas para el hinduismo y desde hace siglos, recibe miles de almas al día. Desde todas partes de India (y del mundo), son muchas las personas que llegan con el fin de tomar un baño sagrado a en el Ganges y así, limpiar su karma. Otros llegan moribundos y, a su vez, muchísimos cuerpos son traídos para ser cremados. Se supone que ser cremado y arrojado al río permite que el alma se libere del ciclo de las reencarnaciones. Es un lugar auspicioso. Donde la muerte y la vida conviven a orillas de uno de los ríos más sagrados y contaminados del mundo.
Es una ciudad única. En sus estrechos callejones conviven puestos de suvenires, de ofrendas de flores, de ropa. Vacas, puestos de chai y restaurantes occidentales. Mendigos, peregrinos y motos. Bicicletas, turistas perdidos y timadores oportunistas. No te sorprenda que te quieran vender huevos o cerveza a escondidas (al ser una ciudad sagrada, son varios los alimentos que están prohibidos). Tampoco te va a sorprender perderte una y otra vez entre las laberínticas calles de la ciudad antigua. Así es Varanasi y no hay nada que se pueda hacer. Dejate contagiar por el misticismo. No juzgues, no busques entender lo inentendible del ciclo de la vida. Respirá hondo y Namasté.
Por eso, Varanasi es una ciudad o que te fascina o que te supera, pero jamás va a ser una ciudad indiferentes o una simple parada más.
¿CUÁNDO IR A VARANASI?
Como sucede en toda India, la época de calor y de lluvias son algo a evitar. En Varanasi, cuando llueve, llueve. El río Ganges se desborda y buena parte de la ciudad queda bajo el agua. Lo ideal es evitar la época de monzones (de junio a agosto). También es recomendable evitar la época de calor. Nosotros estuvimos en el mes de mayo con más de cincuenta grados de sensación térmica a la ocho de la noche. Realmente fue un acto suicida. Si podés elegir, la mejor época para visitar Varanasi es de septiembre a marzo. Cuando no llueve ni hace tanto calor.
¿QUÉ VER Y QUÉ HACER EN VARANASI?
Uno puede dedicarle un día a la ciudad, como también una semana. No es fácil aburrirse. Les compartimos algunos ideas de cosas para hacer:
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Caminar por los ghats. Vivirlos:
Para nosotros, Varansi vive y es en los ghats. En las escalinatas de piedra que conducen al sagrado río Ganges. Desde el amanecer hasta la noche cerrada, constantemente hay vida (y muerte) en los ghats. En total son más de 80 y se pueden recorrer caminando. En la mayoría vas a encontrar personas tomando baños sagrados, lavando ropa y vacas refrescándose. Niños aprendiendo a nadar, señores lavándose los dientes, mujeres lavando los platos y cacerolas y muchachos jugando al cricket. Pero hay otros ghats, y esos son los complicados, dónde a diario se creman miles de cuerpo. Así, sin más. Bajo la luz del día. Las cenizas son arrojadas al río, dónde las vacas toman agua y los niños juegan.
El mejor horario para visitar los ghats es el amanecer y el atardecer. No sólo para evitar el sol y el calor abrasador, sino porque esos son los momentos mágicos dónde los ghats se llenan de sadhus, peregrinos y curiosos.
No es mala idea apuntarte a un tour para recorrer los ghats de una manera segura, respetuosa y entendiendo lo que ocurre alrededor. Hay free tours en Varanasi.
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Paseo en barco
Un buen modo de tener una visión general de Varanasi y de observar los ghats, los templos y el misticismo reunidos en una única imagen de postal, es desde el río.
La orilla del Ganges está repleta de barcos y barquitos dispuestos a llevarte a dar un paseo. Para nosotros el mejor momento es al amanecer. Dónde uno ve como la luz del sol va tiñendo poco a poco cada de unos de las escalinatas. Los barcos también son un buen modo de acercarse a Manikarnika, el ghats de las cremaciones (pero de eso, hablaremos más abajo).
El paseo estándar no dura más de una hora, ni sale más de 100 rupias por persona. Precio que se alcanza regateando con amor y paciencia. No te preocupes por cómo conseguir un barco, ellos te van a encontrar a vos muy rápidamente. Muchos hoteles y guest-house también ofrecen este servicio, pero en el precio que pagás está incluida su comisión y ganancia.
Otra opción más segura es reservarlo online. Acá nuestro recomendado.
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Puja al atardecer
Todos los días a las 19 horas se realiza una puja sobre el río conocida como “ganga aarti”. La misma dura una hora y consiste en una ceremonia de fuego, incienso y cantos devocionales a la Madre Ganga. Se celebra en Dasaswamedh Ghat y no se paga entrada pero hacia el final de la ceremonia varios hombres pasan pidiendo donaciones.
No es nada del otro mundo, pero vale la pena sentarse un rato y observar en detalle toda la ceremonia.
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Ghats de cremaciones
El morbo puede más y son muchos los turistas que se dejan tentar por la idea de ver de cerca un cuerpo ardiendo. Manikarnika es el ghat de cremaciones más grande y más conocido. Es el lugar más propicio “del universo” para que un cuerpo arda y alcance así, el moskha: la liberación.
El ghats es fácil de encontrar. Desde el río se observa las piras de madera ardiendo, de cerca se huele el humo y se ven los distintos tipos de maderas. Por los callejones de la ciudad se ven los cuerpos en camillas marchando hacia el ghat. Es imposible evitar ver la muerte de cerca, aunque uno puede elegir que tan de cerca o lejos verla.
Manikarna tiene un acceso libre y gratuito pero está prohibido sacar fotos y filmar las cremaciones por una cuestión de respeto. Pero hay que tener cuidado ya que está lleno de oportunistas que cobran entradas ficticias, multas inventadas o que te invitan con simpatía a la terraza de un vecino desde dónde se puede sacar fotos. Invitación que seguramente te va a salir muy cara.
Nuestro consejos es que evites Manikarka. Harishchandra es otro ghat de cremación mucho más tranquilo. Sin oportunistas ni timadores, sin tanta gente ni tanta mugre. Está cerca de Assi Ghat y los vas a reconocer por el gran crematorio eléctrico que ahí está dispuesto.
Si querés saber más sobre los rituales de cremación, les recomendamos esta crónica en primera persona que Ludmila escribió para Otro Mapa: Morir en el río Ganges.
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Meditación, yoga, clases de cocina.
No es fácil aburrirse en Varanasi, ya lo dijimos. Más allá de la vida a orillas del río, la ciudad ofrece toda clase de cursos. Meditación, Yoga, clases de cocina, de danza, sesiones de astrología. Lo que quieras y al precio que quieras pagar.
Les recomendamos averiguar bien antes de contratar cualquiera de estos servicios ya que hay muchísimos chantas y sitios de mala calidad.
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Sarnath
A diez kilómetros de Varanasi, se encuentra Sarnath. La fama se debe a que aquí Buda dio su primer discurso luego de haber alcanzado la iluminación en Bodhgaya. Sarnatah es un sitio de peregrinaje, una de las cuatro ciudades sagradas para los budistas.
Desde Varanasi se puede ir en el día en autoricksaw o en transporte público. También se puede ir con guía y excursión.
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Universidad de Varanasi
Llegamos por accidente y nos encantó. En si, no hay mucho que ver más que un gran predio de arboles, pasto, flores, arbustos y asientos para sentarse a descansar, leer o dormirse una siesta.
Encontrar aire puro y espacios verdes en India, no es algo que ocurra a menudo. Por lo cual, si se sienten agobiados en Varanasi visitar el campus es una buena opción.
Se puede ir en transporte público y está muy cerca del hospital general, así fue como llegamos nosotros.
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Vishwanath Temple: Templo de Shiva o templo de oro.
Muchos lo llaman el “Golden Temple” por sus cúpulas de oro macizo, otros lo llaman el templo del Señor Shiva y para otros es uno de los templos más antiguos de India. Sea como fuere, lo vas a reconocer fácilmente.
Si bien está escondido entre los callejones de la ciudad vieja, siempre hay largas filas en sus puertas. Los indios esperan por horas su momento para ingresar.
Para los occidentales, las filas son un poco más cortas. Eso si, no se puede ingresar con cámaras de fotos, ni celulares, ni nada más que el pasaporte (requisito necesario para ingresar). Dado que se cometieron distintos atentados contra el templo, la seguridad es excesiva. No te sorprenda estar caminando entre gendarmes, ametralladoras y vacas por Varanasi!
Además del templo de Vishwanath, Varanasi está lleno de templos, templitos, ermitas e, incluso, mezquitas.
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Shopingeo
Cuando camines por Varanasi, la cantidad de locales, mercados y negocios te va a encandilar. Varanasi tiene fama de tener una de las mejores sedas, por lo cual salir de Shopping también puede ser una buena actividad.
Eso sí, tomalo con paciencia. Todos los precios se regatean y no siempre ofrecen artículos auténticos ni originales. Hay que ir con ojo crítico y dispuestos a pasar horas sentados en un local mirando saris, pashminas y elefantes de mármol.
Con empuje se obtienen muy buenos precios, por lo cual puede ser un buen lugar para resolver los souvenirs de tu viaje.
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Disfrutar de una terraza y las vistas
Más allá de la oferta de cosas para hacer, las compras y fotografias de Varanasi, nosotros lo que más disfrutamos fue del atardecer. Caminar por Ghats, subir hasta alguna terraza, pedir algo fresco para tomar y respirar mirando el imponente río Ganges y todo lo que ahí ocurre.
Varanasi está lleno de barcitos, restaurantes y terrazas simpáticas dónde, simplemente, mirar la vida pasar.
TIMOS Y CUIDADOS NECESARIOS
Pero no todo es tan color de rosa en Varanasi. No sólo es una de las ciudades más mágica de India, sino que también es una de las más terribles.
Al igual que Agra, Delhi y que toda ciudad corrompida por el turismo, Varanasi no es la excepción. Simplemente, hay que andar con un ojo abierto todo el tiempo.
Timos, estafas, robos. Todo puede pasar, en cualquier momento y en cualquier lugar. Los ricksaws te van a perseguir por cuadras, los remeros también. Basta que el tren este llegando a la estación de Varanasi para que un arsenal de oportunistas se suba a tu vagón para ofrecerte acomodación, servicios de guía o coches de alquiler, cambio de plata o lo que fuera. Es terrible y muy insoportable. Lo mejor que podes hacer, es tomarlo con calma y buen humor. Aunque, reconocemos, a nosotros nos sacó de quicio más de una vez.
¿DONDE DORMIR?
La ciudad se divide en dos. La parte vieja (o antigua) es la que está sobre el río. Es la zona más interesante ya que ahí vive Varanasi. Las callejuelas están llenas de hoteles, guest house y habitaciones en alquiler. Una buena opción es reservar previamente por Booking.com o llegar y salir a recorrer y negociar precios.
Cuándo más cerca del río y de los ghats principales más caro es. Pero como siempre, los precios son relativos. Todo se regatea y en temporada baja se pueden obtener descuentos de hasta el 50%. También hay mucha diferencia entre habitación con aire acondicionado y sin AC.
Alejándose del río, comienza la parte nueva y moderna de la ciudad. Nosotros elegimos la parte vieja y originaria de Varanasi. Es donde hay más encanto y donde ocurre la magia.
Les compartimos tres opciones distintas, para distintos presupuesto. Nosotros estuvimos en las tres.
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Presupuesto alto:
Si andas sin cuidado del presupuesto, tanto Alka Hotel como Ganpati Guest House pueden ser dos buenas opciones. Las habitaciones están muy bien, con buen wifi y un restaurant indio y occidental. Pero lo mejor es que ambos sitios están ubicados sobre el río. Ambos tienen dos terrazas desde dónde se obtienen una muy buenas vistas de la ciudad.
Ambos sitios tienen restaurant, por lo cual podés ir a disfrutar de las terrazas sólo ordenando un chaí o una Coca-Cola bien fría.
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Presupuesto medio:
Hace unos años, nos quedamos en Teerth Guesthouse (Los dueños son los mismo que Alka Hotel). Las habitaciones del primer piso están muy bien; Son amplias, frescas y bien ventiladas. Hace dos años y tenia una excelente relación precio-calidad. Ahora los precios están un poco más caros.
Es un sitio difícil de encontrar ya que está en uno de los tantos pasadizos y patios internos de Varanasi. Lo cual hace que sea un lugar muy relajado pero bien ubicado.
Lo vas a encontrar siguiendo los carteles o estando atento a doblar en la esquina del Ganga Fuji Restaurant.
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Presupuesto bajo:
Caminando unos diez metros más allá del Teerth Guesthouse, está Monu Family Paying House. Lo administra una familia “relativamente” simpática pero las habitaciones están muy bien. Los baños, sobre todo, fueron de los mejorcitos que vimos en India.
La mayor contra es que las habitaciones sin aire acondicionado pueden ser muy calurosas durante el día y con eso, no hay nada que hacer. Pero salvo eso, las habitaciones son enormes y las camas para dobles son como para cuatro personas.
¿DÓNDE COMER?
Nuestro favorito de la ciudad, y quizá por cierta carga emotiva y personal, es Shree Café. Sirven comida vegetariana a un precio “turista” pero accesible. Si bien tiene opciones occidentales como pastas, panqueques y hummus, lo mejor son los currys que ahí sirven. Nuestro favorito: El malai Kofta. No tiene desperdicios!
Otra buena opción orientadas a occidentales es el Mona Lisa Café. Lo mejor es que tienen muy buena panadería y café de maquina a precios normales. Las medialunas (croissant) recién sacadas del horno son un viaje de ida y vuelta a Buenos Aires.
Otra buena opción y está si respeta precios locales es el local de massalas dossas (35 rupias) que está sobre la calle. Es difícil de definir su ubicación ya que la parte de viaje de Varanasi no hay calles ni numeración, pero está a la vuelta del Shree Café. Basta preguntar por el “massala dossa” para que alguien los guíe hasta ahí.
Más allá de estas sugerencias la ciudad vieja está llena de locales de comida (Thalis por 70 rupias), de chaí y de pizzas. Sacando las prohibiciones de huevo y cerveza cerca del río, en Varanasi se puede conseguir (casi) de todo para comer!
Recomendación especial:
Una eminencia en Varanasi es el “Blue Lassi”. Se trata de uno de los locales con más fama de la ciudad y dónde se dice, sirven los mejores lassis de India. El lassi es una bebida típica en India hecha a base de yogurt. Los hay de fruta, con chocolate e, incluso, con especias.
Si alguno está interesado, ahí también ofrecen un “Lassi especial” que viene con marihuana. Por razones obvias no está en el menú, pero el dueño sabe a que te vas a referís. Viene versión suave, mediana y fuerte.
¿CÓMO MOVERSE?
Dentro de la ciudad vieja, lo mejor es caminar. De un lugar a otro, por los ghats, por las callejuelas o por dónde las vacas lo permitan.
Si bien Varanasi tiene transporte público, para nosotros lo mejor para moverse es subirse a los ricksaws compartidos. Un rickshaw hasta la estación de trenes cuesta cerca de 100 rupias (a fuerza de regateo ya que no existe el taxímetro), pero el rickshaw compartido está 20 rupias. Quizá no sea fácil subirse con mochilas o con equipaje, pero es muy buena alternativa para moverse por la ciudad.
¿CÓMO LLEGAR? ¿CÓMO IRSE?
Como siempre en India, lo mejor es moverse en tren. Varanasi Juction es la estación principal de trenes de la ciudad. Lo bueno es que ahí hay una oficina de atención a turistas exclusivamente. Con aire acondicionado y empleados que hablan un muy buen inglés, es una buena oportunidad para aprovechar y comprar varios trayectos y conseguir información oficial.
Si quieren saber más sobre los trenes, los tipos de boletos, quotas y clases les recomendamos está Guía sobre Trenes en India.
Timos frecuentes:
- Arreglar un precio y no aclarar en que la moneda. Por ejemplo, “100 hasta la estación de trenes”. No te sorprenda que al llegar, te exigan 100 doláres o 100 euros.
- “Desde acá podés sacar fotos”. Seguramente lo vas a oir en los ghats de cremación. Luego, te invitan a una terraza o una ventana con vista al ghats y esperan una buena propina. Pobre de vos, si no lo pagás. Los tipos pueden ponerse muy pesados y en el mal sentido.
- Desconfía de los ricksaws baratos. Si te quieren cobrar poco es porque esperan sacarte lo que falta del dinero por otro lado. Salvo que quieras pasearte por negocios con altas comisiones, negate rotundamente a visitar las tiendas que te recomienden.
- Mismo nombre, tres sucursales. Los indios son terribles. No te sorprenda ver tres locales con el mismo nombre. Esto pasa, sobre todo, con los locales u hoteles que la guía Lonely Planet recomienda. ¡Trata de buscar el original!
- También es importante tener cuidados con tus objetos de valor en los hoteles, trenes y mismo en los ghats.
Es una verdadera lástima, pero no siempre el turismo le hace bien a los lugares.
BORDE NEPAL:
Es un buen lugar desde el cual cruzar a Nepal por la frontera Gorakhpur-Sunauli. Desde Varanasi se puede tomar un tren nocturno hasta el borde y desde ahí, seguir viaje por Nepal en autobús.
Si van a visitar Nepal, les recomendamos nuestra Guía de viaje con datos y consejos para visitar Nepal.
Por último, les compartimos nuestra crónica sobre LAS PARADOJAS DE VARANASI.
RESOLVÉ TODAS LAS EXCURSIONES Y DISFRUTÁ AL MÁXIMO LA EXPERIENCIA
Opio para los cortadores de cabeza
¿Es justo que los cazadores de cabezas renuncien a sus macabros ritos para dedicarse al más inocuo, pero igualmente inhumano pasatiempo, de pasar horas y horas ante esa caja de ilusiones llamada televisión? ¿Es justo que la luz íntima y cálida de las lámparas de aceite sea sustituida por la llana y azulada de los tubos de neón? ¿Que el vibrante tintineo de las campanillas movidas por la brisa del atardecer en lo alto de una pagoda sea sofocado por el griterío de una discoteca recién inaugurada a la orilla de un lago, en el que las bolsas de plástico y las latas vacías de cerveza importada flotan desvergonzadamente sobre un espléndido manto de flores de loto?
Un adivino me dijo… – Tiziano Terzani
* * *
El agua en la cuchara empezó a hervir. El pedazo de tela que contenía el opio impregnado comenzó a marchitarse y el agua se volvió más oscura. Ese es el momento más importante. El contenido de la cuchara no tiene que quedar ni muy líquido ni muy seco. Nadie hablaba, todos se dedicaban a observar. Cuando alcanzó el punto justo, lo sacó del fuego y el resultado fue una sustancia pegajosa que mezcló con algo que a primera vista me pareció tabaco, pero mirándolo de cerca parecía viruta. Eso lo puso en la pipa y prendiéndolo con una rama empezó a fumar. Primero inhalaba, tragaba el humo y conteniéndolo en sus cansados pulmones agarraba un poco de té, que lo calentaban en una caña de bambú ahuecada, y lo tomaba. Luego largaba el humo. Mientras él repetía el proceso, otro sacaba su cuchara y se preparaba para hacer lo mismo.
Estábamos en Longwa, una pequeña aldea remota en el remoto estado de Nagaland. Llegar hasta acá no fue sencillo. El viaje consistió de varios días de incomodidad en distintos micros y jeeps que saltaban a la par de los pozos y patinaban con el barro y la lluvia. La mejor forma de moverse en India es en tren, pero a esta parte de Nagaland no llega. Es que en realidad esto no es India; este es un lugar de cristianos de ojos achinados que hablan una lengua parecida al tibetano. Pero también es una aldea que pertenece a dos países, de un lado de la calle es India, del otro Myanmar. Algún fanático enumerador de países seguramente tomará este lugar por partida doble.
La aldea parece clavada en la montaña y se pierde con las ondulaciones del horizonte. La lluvia y el frío nos obligan a estar al lado del fuego, la única fuente de luz y calor en las largas casas. Cuando la lluvia paró un poco salimos a caminar. Los pocos chicos que nos cruzamos nos gritaban dejando los pulmones en el aliento que salía de sus bocas. Ya de un poco más lejos, nos empezaron a tirar piedras. Tal vez los visitantes occidentales se ganaron esa estigmatización.
Longwa es hogar de la tribu Konyak. Habitantes que llamaron la atención de los europeos por su práctica de cortar las cabezas. Encontraban la gloria cuando después de la batalla volvían a sus casas con varias cabezas de sus enemigos. Y cuando un hombre le llevaba una cabeza al rey, este lo autorizaba a tatuarse el rostro. El que no lograba llevarle una cabeza al rey, no era considerado un hombre. Todavía hoy se pueden ver a algunos ancianos con el rostro tatuado y con cuernos de animales utilizados como aros.
Pero no fue hasta que llegaron los ingleses que el opio caló hondo en el espíritu de los Konyak. Lo traían desde Myanmar, el segundo productor de opio a nivel mundial y se lo daban a los cortadores de cabezas para hacerlos adictos, dependientes y un poco más pacíficos. Antes que el opio vino el cristianismo que le prohibió sus ropas tradicionales y sus prácticas de cortar cabezas.
Él seguía fumando, tenía los ojos apenas entreabiertos, más achinado que de costumbre. Me contaba que el opio lo traen de Myanmar, y una tela impregnada que la utilizan para 3 o 4 pipas les sale cincuenta rupias (menos de un dólar).
Antes de que la modernidad terminase de arraigarse en sus vidas, eran un pueblo autosuficiente. Todo lo que consumían lo producían ahí. Hoy el arroz que producen, que es de una calidad mayor lo venden en mercados. Con eso compran arroz más barato y otros vegetales. Pero eso es sólo para los que trabajan el campo.
Los adictos al opio encontraron su veta cuando llegaron los fotógrafos de National Geographic. Ahora muchos se dedican a posar para la foto a cambio de plata. Vestidos con sus ropas típicas, sus aros de cuernos de animales y su cara tatuada. Con sus armas y alguna cabeza de algún animal. Tal es así que la primer pregunta que nos hicieron fue si éramos fotógrafos. Sacarle una foto a alguien tiene un precio.
La otra fuente de ingreso son las artesanías. Desde collares hasta maderas talladas con forma de muñecos. Y todo eso que se vende va a parar a Myanmar a cambio de opio.
Es sorprendente pensar en todo lo que se perdió con la “modernización”. De ser autosuficientes a ser dependientes del opio. De cultivar y criar todos sus alimentos a ser modelos de revistas de viaje que los venden en sus tapas como parte de sus safaris por zoológicos humanos.
Nos dijeron que un tercio de los hombres son adictos al opio y mientras, me invitaban a fumar. Porque saben que si les daba al menos cincuenta rupias podían cruzar la calle, es decir la frontera, y traer la cantidad que necesitan para el día siguiente.
Majuli, la isla de los niños monjes
*Aclaración: El siguiente relato podría ser algo serio (quizá, hasta fastidioso). Podría ser puramente histórico y anacrónico. Podríamos hablar de fechas y de datos. Para no aburrir(nos) decimos escribir pensando en otros lectores. Este relato es para nuestros sobrinos. Posiblemente algunos de las historias que contaremos en la próxima pijamada.
Había una vez una isla mágica que se llama Majuli. Era un lugar muy muy lejos de Argentina. La isla estaba en India, ese país que a los tíos les gusta tanto. Majuli estaba, precisamente, en el estado de Assam. Estado famoso por ser productor de té. Assam es una región bastante remota de India, y está mucho más cerca de Myanmar que de Nueva Delhi.
La isla supo ser una de las más grandes del mundo pero con las inundaciones, y el cambio climático cada vez se va haciendo más chica. Dicen que unas décadas podría desaparecer ¿Será verdad? Ojalá que no.
Para llegar a la isla tuvimos que tomarnos un barco. No saben el miedo que nos dio. El barco era muy viejo y parecía que en cualquier momento se hundía pero por suerte llegamos bien. Eso si, un poco mojados. Entraba agua del piso, de los costados y del techo (¡justo se largo a llover!).
Después de casi dos horas, por suerte, llegamos a la isla. El paisaje era muy sencillo. Calles de tierra, plantaciones de arroz y casas hechas con bambú y hojas del palmeras. Para cocinar prendían fuego con leñas que los nenes juntaban mientras jugaban a correr por ahí. En la Isla Majuli la luz eléctrica es algo nuevo y sólo funciona por algunas horas. No hay televisiones, ni frezzers ni tablets para jugar juegos. ¿Saben qué hace la gente? Charla, se junta a tomar té, juegan a las cartas, caminan, rezan y siguen charlando un poco más. La vida en Majuli es muy distinta a como vivimos nosotros en Buenos Aires.
Pero la isla también tiene algo mágico, y esa es la historia que le queremos contar hoy (o, mejor dicho, la próxima vez que nos veamos). Hace muchos muchos años había un señor llamado Sankardev. Él era poeta, escritor de obras de teatro y músico. Era un artista y estaba muy en contra de las desigualdades sociales. No le parecía bien eso de que unos pocos unos tengan muchos y otros muchos tengan poco. Para él todos tenían que tener los mismos derechos y obligaciones. Para él, que las cosas funcionen por merito solo era correcto cuando todos tenían las mismas condiciones sociales. Sankardev era también muy religioso. En India la mayoría de la población es hinduista y él era, particularmente, muy seguidor del Dios VIshnu. Entonces, un día Sankardev decidió unir sus dos pasiones (las artes y la religión) en un mismo lugar. Fue así que creo la corriente Ekasarana Dharma, una escuela que permite acercarse a Dios a través de la danzas y la música.
Sankardev empezó a fundar, en la isla de Majuli, satras. Monasterios abiertos para todos los niños y hombres de la isla que querían acercarse a su nueva doctrina religiosa. Los niños comenzaban a vivir en los satras cuando cumplían los seis años. Allí además de tener un lugar dónde dormir y comer, aprendían a leer y escribir, aprendían a hacer música, a bailar e incluso a representar los textos sagrados a partir de danzas contorsionistas. Entonces, ¡la isla se empezó a llenarse de monjes danzarines!
En la isla llegaron a haber más de sesenta satras. Y en cada uno de ellos, vivían cientos de monjes. Algunos incluso podían casarse y podían elegir cuando y cómo estar en el monasterio. Otros, en cambio, decidían renunciar al mundo exterior y pasar allí toda su vida: rezando, bailando, meditando.
Pero esto fue hace mucho tiempo. Cuando nosotros fuimos sólo quedaban veintidós satras aún en pie y sólo unos pocos abiertos a la comunidad. Así y todo, decidimos quedarnos a dormir en uno de ellos y pasar unos cuantos días con los monjes y los niños que allí estudian. Los vimos bailar, rezar e incluso jugar a la mancha. Los niños eran muy educados y tienen un montón de reglas que cumplir. Por ejemplo, nunca pueden dar la mano a nadie salvo que se hayan lavado las manos en ese mismo momento.
Además de la curiosidad de los satras y de los monjes danzarines, lo más lindo de la isla Majuli fueron los atardeceres y los miles de pájaros que vimos volar por ahí. A un pajarito le dijimos un secreto para que le cuente a ustedes cuando llegue volando a Buenos Aires ¿Lo vieron? Era un pajarito grande como una mano, con un pico rojo y plumas amarillas. ¡Parecía la bandera de España!
Mientras escribimos esto, los extrañamos mucho más de lo común pero por otro lado nos pone muy contentos seguir recorriendo el mundo. Cada día aprendemos algo nuevo y descubrimos nuevos lugares, dónde la gente vive de un modo muy distinto al que nosotros estamos acostumbrados. Por ejemplo, quien iba a saber que en algún lugar entre India y Myanmar hay una isla mágica habitada por niños monjes danzarines.
Les mandamos un beso y muchos abrazos,
Los tíos viajeros
Silencio en Nongriat
En Bangladesh, además del conductor en cada colectivo trabajan dos personas más. Uno que cobra boletos y otro que va colgado de la puerta gritando el destino final del colectivo. En un país dónde más del 45% de la población es analfabeta, poner un cartel que indique hacia donde se dirige el colectivo no tendría sentido.
De los tres, ninguno se acordó de avisarnos que nos teníamos que bajar. Sólo un hombre que iba sentado atrás nuestro nos preguntó tímidamente «¿India?» Nos hizo seña de que bajemos y de que volvamos para atrás.
El panorama no era alentador. La calle era puro barro y alrededor nuestro había camiones, grúas y palas mecánicas. Estábamos en medio de una gran cantera a cielo abierto. Emprendimos la marcha preguntando a los obreros «¿India? ¿India?»
Fueron casi tres kilómetros. Llegamos a un kiosco. Era la última oportunidad de cambiar las takas que nos quedaban. Sin pena ni culpa seguimos preguntando «¿India?» Finalmente, adelante nuestro estaba el puesto fronterizo.
Nunca creímos que íbamos a decir algo así, pero dejando atrás Bangladesh, India parecía limpia y ordenada. Incluso más verde, con montañas y cascadas. En el reparto de tierras, Bangladesh salió perdiendo. Pero el idilio duró poco. A nuestro alrededor ya había una cumbre de taxistas ofreciéndonos llevar a algún lado. Apelamos a nuestro mejor recurso, una sonrisa y seguir caminando.
***
Un jeep compartido con capacidad para cinco personas, terminó llevando a once mortales hasta Shillong. La capital de estado de Meghalaya. Los paisajes nos tenían prendidos a la ventanilla. Verde, viento fresco, y extrañamente, poca basura acumulada en las esquinas. Fueron instantes, pero la sensación de que querer estar dónde se está fue inmensa.
El noreste tribal de India es una región remota y que poco tiene que ver con las metrópolis de Delhi o Mumbai. Al noreste de India se lo conoce también como “las siete hermanas”. Son, justamente, siete los estados que componen esta región pero el intento de homogeneizar y unificar es totalmente fallido. Son más de cien los grupos étnicos y tribales que componen la región, sumando más de 40 millones de habitantes en total.
Específicamente en Meghalaya, el grupo dominante son los khasis (emparentados con los khmer) y la religión mayoritaria es el cristianismo. No, no tiene ningún sentido.
***
Cuando nos dijo su nombre, nuestro rostro se iluminó. “Aires, my name is Aires”. La conocimos en otro de esos jeeps con capacidad para pocos pero con lugar para muchos. A diferencia del anterior, ahora se había habilitado, también, el techo.

Aires
Nos preguntó a dónde íbamos y se puso colorada cuando le dijimos que íbamos a Nongriat. Viajaba con su mamá y con su sobrino. Ellos también iban para ahí.
El jeep comenzó a dejar la ciudad y empezó a adentrarse en las montañas. Caminos cada vez más estrechos y verdes cada vez más intensos. Aires sonreía, conocía este camino de memoria.
En un pueblo de una sola calle asfaltada, el jeep se detiene y nos bajamos las quince personas que viajamos ahí. La mamá de Aires propone almorzar antes de seguir. Porque sabe que ahora viene la peor parte. Para llegar a Nongriat hay que caminar dos horas. Hay que bajar hasta el final del valle y luego subir, el camino son puramente escalones y puentes que cuelgan entre ríos. Quizá no suene tan grave pero con diecisiete kilos en la espalda, cada escalón cuesta el doble. A diferencia de los locales, nosotros aplicamos la técnica occidental: apurarnos, ir rápido. Ellos, en cambio, iban despacio. Escalón por escalón.
A la media hora nosotros ya estábamos todos transpirados. Las rodillas ardían y las piernas temblaban. Aires se reía de nuestro estado y volvió a ofrecer su ayuda para llevarnos la mochilas. Cada escalón que descendíamos no pesaba tanto como la idea de saber que todo esto luego había que volver a subirlo. Pensamos en abandonar. Volvemos al pueblo de una sola calle y quedarnos con la intriga de que era lo que había en Nongriat. Fue ahí cuando la mamá de Aires, decididamente, nos agarró la mano y nos empujó a seguir bajando.
Una hora. Dos horas. Un puente colgante de metal y bambú que temblaba bastante con nuestro peso. Aires levantó el dedo y señaló la montaña. Allá arriba estaba Nongriat. ¿Por qué bajar tanto si después hay que volver a subir?

El pueblo de Nongriat
Los sadhus dicen que si no llegás a pie a donde querés ir, no vas a ver lo que querés encontrar. Y ahí nos alegramos de no haber abandonado el camino. Debajo de último puente colgante, había una catarata de agua turquesa. El agua cristalina dejaba ver todas las piedras de colores que había abajo. Más allá, palmeras, cuevas y piletones formados naturalmente entre las rocas. Alrededor nuestro volaban mariposas de todos los colores y tamaños.
Sí, Bangladesh salió perdiendo. Estábamos a cuarenta kilómetros de la frontera y los paisajes no tenían nada que ver.
Al final del puente colgante, un cartel nos da la bienvenida al pueblo de Nongriat. Pueblo de veinte familias y dos puestos de comida. Para un lado, las casas y para el otro, los puentes. Esta parte del mapa se hizo famosa solamente por los puentes vivientes formados por raíces. Es algo difícil de explicar y ni los locales saben desde que momento existen. Es la armonía perfecta entre la naturaleza y el hombre. Un acuerdo implícito dónde cada uno da lo que el otro necesita sin perder ese respeto tácito. La naturaleza es poderosa y los puentes vivientes lo demuestran. Acá los puentes no se hacen, se plantan. Al igual que en Angkor Wat el hombre sólo observa el avance de las raíces, pero ahora utilizándolas a su favor.

Los puentes colgantes de Nongriat
Aires nos ofreció un cuarto en la casa de su hermana. Nos presentó a sus sobrinos y nos llevó a pasear por el pueblo. Nosotros sólo queríamos zambullirnos en la cascada. Darnos una ducha con el agua fría de deshielo y volver a recuperar la temperatura normal de nuestras piernas.
El sol se fue poniendo y cuando ya no hubo luz, nos enteramos de que en Nongriat había luz eléctrica, pero es una ilusión eterna que nunca funciona. Iluminados por las estrellas y unos relámpagos lejanos subimos a nuestra habitación. Cuando el sol se pone, los niños dejan de jugar y de andar descalzos cazando bichitos. Las mujeres dejan de lavar ropa y los hombres de cortar leña.
Cuando el sol se ponía, comenzaba en silencio la noche. Nongriat estaba en calma. Los músculos agotados por las escalinatas dormían y la ambición descansaba. Y a lo lejos se escuchaba venir una tormenta. Nuestra habitación nos daba la sensación de que no lo iba a resistir. El techo era de bambú y la ventana no cerraba.
Por la ventana veíamos el reflejo de los relámpagos. Eran constantes y explosivos. Quizá por estar en el valle, todo se magnificaba pero nunca vimos tanta luz en el cielo como hasta ahora. Con esos destellos nos fuimos quedando dormidos hasta que el sol volvió a entrar por la ventanas. Todos nuestros días fueron así, entre tormentas eléctricas por la noche y cascadas durante el día. Y así fue que perdimos la cuenta de cuanto días pasamos en Nongriat.
Curiosidades de Bangladesh
De Bangladesh, poco se sabe. Eso no es novedad. En internet no hay información y la última guía de viajes que se escribió es del año 2012. Los medios no hablan ni lo mencionan, y los turistas trotamundos se olvidaron de su existencia. Posiblemente porque no hay mucho para ver. No hay grandes montañas ni paisajes paradisiacos. Nosotros decidimos aventurarnos. Ver que había del otro lado de la frontera ¿Puede ser verdad qué en un país no haya absolutamente nada para ver?
Si bien es cierto que Bangladesh no es un país fácil para viajar, no nos dejó de sorprender ni un solo día. Seguramente ustedes tampoco tienen mucha idea del país. Decidimos compartirles algunos detalles y curiosidades para acercarles la cultura y la forma de vida bengalí:
1. Pasión argentina
Por alguna extraña razón, no van turistas a Bangladesh. Cada vez que hay un occidental en la calle, todos se asombran y salen a ver de que se trata. Lo curioso es que cuando ese turista es de Argentina, todo se transforma.
No encontramos una explicación certera pero los bangladesíes aman Argentina y a su futbol. Maradona y Messi son los ídolos nacionales. Bueno, Ronaldinho también pero sólo después de Agüero.
Cada vez que conocían nuestra nacionalidad, las calles eran una fiesta. Pero las pasiones y los extremos no siempre son positivos. En medio del fervor blanquiceleste en época del mundial varios grupos de vecinos se enfrentaron (ya que algunos hinchaban por Brasil) y seis personas se suicidaron cuando Argentina perdió la final.
2. Restaurantes separados para hombres y mujeres
El 90% de la población bangladesí son musulmanes. Algunos más ortodoxos que otros. Debido a la ley islámica la mayoría de las mujeres usan velo o burka. Razón por la cual algunos de los restaurantes y cafeterías ofrecen un salón separado que es sólo para ellas. Allí las mujeres pueden quitarse el velo y comer tranquilas, sabiendo que ningún hombre las va a mirar. Por otro lado, no todos los hombres se sienten cómodos teniendo mujeres cerca por lo cual, esta parece ser la mejor manera de resolver las cuestiones de genero.
En nuestro caso, también tuvimos que adecuarnos a la costumbre local. Si bien no nos hicieron sentar separados siempre nos envían a una mesa apartada, dentro de una especie de habitación y corrían unas cortinas para que nadie nos vea comiendo.
3. Superpoblación
Hace un par de años, Bangladesh se ganó el titulo de ser el país más densamente poblado del mundo (si se cuentan países con una extensión considerable) con un promedio de 1.140 habitantes por km².
Y la superpoblación se ve y se siente en todo momento: en las calles, en los transportes públicos, en las boleterías de las estaciones de trenes, en los restaurantes y en los alojamientos (siempre están llenos).
Por su puesto, las condiciones no están dadas para albergan a tantos habitantes. Como suele pasar en esta parte del mundo, la superpoblación condiciona la forma de vida. Es así que las nociones de espacio y respeto se van perdiendo. Un asiento con capacidad para tres personas, alberga a diez y la una fila puede convertirse en una batalla campal si uno de defiende a rajatabla su lugar cerca de la ventanilla.
Tal es así, que nos toco viajar compartiendo el asiento con familias enteras o cargando bebes ajenos en los trayectos de tren.
Nosotros teníamos el asiento + ellos tenían el pibe = Bebé a upa durante todo el viaje.
¡Cosas que pasan!
4. Medio de transporte: humano
Bangladesh es un país al que el progreso no ha llegado. Muchos rutas nacionales aún son caminos de tierra y muchas acciones cotidianas se siguen haciendo a la vieja usanza. No nos referimos sólo al trabajo de la tierra y de los campos, sino también al transporte de mercaderías.
En Dhaka era constante ver pasar carretas cargadas de animales, cables, verduras o telas de algodón impulsadas simplemente por un tipo flaco y transpirado. También son curiosos los ricksha. Son triciclos impulsados por un hombre y sirven para transportar mercaderías o personas.
5. Hacete la tintura, con henna
Los hombres son coquetos y son pocos los que lucen sus canas sin pudor. La mayoría de los bangladesíes se hace la tintura. Pero no utilizan los métodos que habituamos en occidentes. Como tinte utilizan henna. Al principio queda de un tono castaño oscuro pero con los lavados comienza a aclararse y queda naranja.
La mayoría andan con el pelo y la barba color zanahorias. No importa lo ridículo, mejor naranja que canoso.
6. Hospitalidad por doquier
Podrán decir que no hay nada interesante para ver en Bangladesh, puede ser verdad. No hay grandes edificios ni preciosos atardeceres, pero lo que si hay son miles de millones de habitantes. Ese es el encanto del país.
En pueblo bengalí es uno de los más hospitalarios que conocimos. Respetuosos, sinceros y dispuestos a ayudarnos desinteresadamente. Más de un señor se emociono de vernos, y más de una mujer sonrió tímidamente bajo su burka.
Fueron muchos los que nos invitaron un té y quienes nos anotaron su número de teléfono “por las dudas, si necesitábamos algo”.
La mayoría de los medios se esfuerzan en humillar y denigrar al pueblo musulmán. Los bangladesíes, demostraron todo lo contrario. Curiosamente, uno de los pueblos más hospitalarios.
7. Dos Chá por favor
El Chá es la bebida nacional. Compite cabeza a cabeza con el chai indio. A diferencia del brebaje de India, el Chá no tiene massala ni semillas de cardamomo. Se trata de un poquito de té negro mezclado con mucha leche condesada y azúcar. Se sirve, solamente, media tacita. Más sería imposible, es demasiado dulce. Se toma a toda hora y en todo lugar. Como siempre, los más sabrosos son los que se consiguen en los puestitos callejeros.
8. ¿Dónde hay una farmacia?
No entendimos bien por qué y nadie supo explicarnos, pero en Bangladesh hay más farmacias que cualquier otro negocio.
Suelen estar una al lado de la hora, y en cien metros cuadrados llegamos a contar 12 farmacias distintas. Todas vendiendo los mismos medicamentos y abiertas al publico general. No sabemos si se trata de un pueblo hipocondriaco o de un rubro que realmente deja ganancias, pero si vienen a Bangladesh no se preocupen por los medicamentos. Seguro van a conseguir.
9. ¿Escupen sangre?
Al igual que a los indios, a los bangladesís les encanta mascar paan. Se trata de una nuez mezclada con tabaco y cal, y envueltas en hojas de Betel. Lo mascan a toda hora y en todo lugar. El problema es que luego de mascar durante un rato, el paan comienza a generar más saliva de la habitual. Esta se torna de un color rojizo y deben escupirla.
Las calles e inexistentes veredas se llenan de escupitajos. Ese no es el problema, sino que uno no sabe si trata de sangre, saliva o algún otro elemento asqueroso.
Además de los escupitajos, el consumo de paan deteriora los dientes y labios de quienes lo consumen. Cuan Dráculas asiáticos todos andan con los dientes rojos y carcomidos.
10. Orgullo nacional
En Bangladesh el mayor orgullo es Bangladesh. Su lengua, el bengalí, fue el motor de su independencia de Pakistán. El país no tiene más de cuarenta años pero el nacionalismo caló hondo.
No conocimos una sola persona que no sienta orgullosa y enamorada de su tierra. Y eso, es un valor muy lindo y poco habitual. Defienden sus fronteras, su cultura y sus derechos. Lo único que no entienden es por qué no van los turistas.
Made in Bangladesh
Llueve en Bangladesh. Llueve como nunca. Rayos, viento, truenos, chapas y toldos vuelan por el aire. Hace exactamente siete días que empezó a llover y no volvió a parar. Al principio fue divertido. Hacía semanas (incluso meses) que no veíamos llover. La tierra ya estaba seca y agrietada, las plantaciones de arroz estaban vacías y el polvo de la calle esperaba una buena lluvia para aplacarse. El olor de tierra mojada fue un alivio al calor agobiante. Ese día se abrieron todas las ventanas y el fresco entró a todas las casas.
Todos suponíamos que era una lluvia temporal, a destiempo. Un paréntesis antes de que comience el verano. Faltan dos meses para que empiece el monzón, la época de lluvias. Pero no, hace siete días que no para de llover. Las expresiones de alegría comenzaron a transformarse en desesperación. Parece que este año va a llover mucho.
Nosotros no deberíamos estar acá. A está altura deberíamos estar en India, en los Estados del Noreste pero seguimos esperando que la lluvia pare. Cada día es peor. Llueve más, el agua comienza a acumularse y los caminos de tierras se hacen más intransitables que lo habitual. Cada noche nos vamos a dormir con la esperanza de que a la mañana siguiente ya no habrá lluvia, pero amanecemos con un cielo gris y húmedo.
Quizá para de llover durante media hora, ahí las calles vuelven a superpoblarse pero de a poco el cielo comienza a ponerse negro y las miradas de tristeza vuelven a reflotar en los rostros de los bangladesíes.
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“¡El país se está hundiendo!” dijo Farhad, el dueño del puesto de té que está en la esquina de nuestro hotel, en la ciudad de Sylhet. La ciudad en la nos quedamos varados. Solemos ir a su local todas las tarde. Ya sabe que queremos: un chá (té con leche condensada y azúcar) y dos torta fritas para cada uno.
Según él, él es un businessman, un hombre de negocios. Para nosotros es el tipo que atiende el puestito de la esquina desde hace más de cuarenta años, cuando esto era Pakistán del Este. Quizá esa es la razón por la que habla tan bien inglés: fue un hijo de la colonia. Cada vez que se acuerda que somos de Argentina se pone contento y nos da un torta frita de regalo. Supongo que él también saboreó con un gustito extra el gol de Maradona a los ingleses. Pero esta tarde Farhad no está contento. Se agarra la cabeza y recita párrafos del Corán mirando el cielo. ¡El país se está hundiendo! Y son sus ojos los que se hunden en lagrimas.
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Bangledesh se ubica en la desembocadura del río Ganges y del río Brahmapruta, conformando el delta más extenso del mundo. En total hay más de sesenta ríos y riachos. Condición por la cual el país más densamente poblado (1140 habitantes por km²) convive en una superficie con demasiada actividad hidráulica y constante riesgo de inundación. El terreno es pantanoso y fértil pero desgraciadamente se encuentra a más de diez metros por debajo del nivel del mar. Razón por la cual si el mar sube, al menos un metro, más de la mitad del territorio quedaría abajo del agua. Pero el mar no es el único enemigo. Con el recalentamiento global y los cambios climáticos cada año los ríos que bajan del Himalaya llegan más caudalosos. El suelo tampoco absorbe lo suficiente: los bosques y selvas están siendo deforestados. Pero la naturaleza no tiene la culpa de esto, el hombre da lugar a que todos estos desastres ocurran.
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Cuando estuvimos en Chittagong, días atrás, el tema sobre las inundaciones y el cambio climático salió a la luz. Ese día había llovido bastante fuerte. Allí nos encontramos con Niaj, el joven musulmán que nos estaba alojando en su casa. Le comentamos nuestra extrañeza con respecto a las lluvias y el nos retrucó con su preocupación al respecto. “Y esto no es nada”- dijo mirando por la ventana- “… del Himalaya cada vez está viniendo más agua e India, India…” cerrando el puño y apretando bien la mandíbula. Suponemos que dejó de hablar porque se dio cuenta que nosotros en cierto modo éramos dos extraños y que aún no sabía de que lado de la vereda estábamos parados.
“Si, las políticas indias son muy malas y las relaciones con los países limítrofes están cada vez peor” dijimos dándole el pie para que nos cuente más. Se tomó unos segundos en hablar, miró alrededor para asegurarse de que no haya nadie más y con una mirada cómplice nos preguntó “¿Saben lo de Farakka, no?”
Son instantes pero parecen eternos. La memoria empieza a resolver cajones, a recordar datos de los periódicos, carteles de propaganda política, especies de animales en extinción, incluso buscá en los libros sobre la independencia del país. Farakka, Farakka. Nada. No había nada con que asociarlo.
– No, la verdad no. ¿Quién es?
– ¿Quién es? ¿Quién es? ¿Cómo? – decía Niaj cada vez enojado-. Qué es sería es en todo caso la pregunta. ¿Cómo no se sabe de esto? ¿Es qué los medios internaciones no dicen nada del conflicto?
Con un poco de culpa y de vergüenza tuvimos que decirle que no. Que, al menos nosotros, no teníamos ni idea de quién o qué es Farakka. Los medios de comunicación tampoco levantan notas sobre Bangladesh y somos muchos los que aún dudamos si Bangladesh se trata de un país, de una provincia lejana o de una isla del Caribe.
Mientras conocemos los pormenores de la familia real española o los detalles amorosos de la vida de Donald Trump, desconocemos por completo la realidad de países como Bangladesh. La última y una de las pocas noticias que se publicaron se refiere al derrumbamiento de una fabrica textil. Centenas de trabajadores quedaron atrapados bajo los escombros. Algunos sobrevivientes denunciaron que se quejaron con sus superiores ya que las paredes se estaban agrietando. Estos, en vez de abrir las puertas, cerraron con candado. En unas pocas horas, el edificio se derrumbo por completo. La mayoría de las victimas fueron mujeres y sus hijos. La noticia fue famosa ya que todas las fabricas del país son talleres de empresas internacionales: H&M, Zara, Declathon, Old Navy, Adidas, Nike, entre otras.
La mano de obra barata y los pocos impuestos son algunos de los beneficios que gozan las empresas internacionales que acá se instalan. Luego del derrumbamiento del edificio, algunas ONG’s e incluso la ONU comenzaron a poner el foco en las condiciones de esclavitud en las que millones de bangladesíes trabajan. Al día de hoy, no hubo grandes cambios ni mejoras. Si queda alguna duda, basta revisar la etiqueta de alguna remera y ahí se lee “Made In Bangladesh”. Lo poco que conocemos del país.
Con más intriga que otra cosa le preguntamos a Niaj sobre el conflicto de/con Farakka. Nuevamente se tomó su tiempo, supongo que para organizar la información en su cabeza. Comenzó hablando del orgullo que para él supone ser de Bangladesh, de la poca fama de su país y de la hospitalidad de sus habitantes. Nos contó también que a él le encanta viajar, que tuvo la suerte de conocer algunos países de Asia y Europa pero que nunca visitó India. Nunca le otorgaron la visa, ni a él ni a otros tantos bangladesíes que quieren cruzan para, al menos, visitar a su familia. Él responsabiliza de esto a la historia de ambos países y la inestable situación política de los últimos años. Ahí fue cuando Farakka volvió al ruedo de la conversación.
En términos porteños, Farakka es una guachada[1]. Se trata de una gran represa que construyó India a menos de cincuenta kilómetros de la frontera con Bangladesh. La represa controla buena parte del agua de río que entra al país. Los indios, ni lentos ni perezosos, tomaron la costumbre de cerrar el paso de agua en la época seca, dejando así buena parte de Bangladesh sin agua. Los ríos se secan, los arrozales se vacían y las vacas se ponen flacas. Pero cuando comienza la época de lluvias y deshielos, el agua comienza a acumularse en la represa y empieza a ser un problema. Es recién ahí cuando la abren y el agua entra como torbellino en el país vecino. Causando nuevas y graves inundaciones.
Niaj está indignado y tiene razones. Farhad está preocupado y tiene motivos. Bangladesh, el país más densamente poblado está en peligro de extinción. Si el cambio climático sigue avanzando, Bangladesh podría convertirse en el primer país en la historia que desaparece por cuestiones ambientales. Si este año, la lluvia no pará buena parte de la población podría perder lo poco que tiene.
India, por las dudas, se está preparando. Toda la zona fronteriza está siendo cercada. Si sigue lloviendo, los bangladesíes deberán abandonar su tierra. ¿Seremos testigos de uno de los mayores éxodos en cuanto al número de personas?
No merece la pena ser fatalista ni adelantarse en el tiempo, pero saber que Bangladesh está en peligro de extensión no es una sensación amena. Por suerte, siempre nos van a quedar de recuerdo las etiquetas de nuestras remeras de H&M. Ahí si se va a seguir leyendo fuerte y claro “MADE IN BANGLADESH” aunque el país se esté hundiendo.
[1] Acción mala y desleal.
Perdidos en Dhaka
Quilombo:
1. Expresión rioplatense. Situación en la que predomina el desorden y el ruido.
2. Situación o asunto confuso, problemático o difícil de resolver.
Siendo el país más densamente poblado Bangladesh es, también, uno de los menos visitados. Nadie viene, ni por curiosidad ni por algún interés en particular.
El primero en sorprenderse fue quien nos recibió los papeles para tramitar la visa. Si bien en el consultado de Bangladesh de Calcuta había una ventanilla para extranjeros el nuevo uso que le habían dado daba a entender que hacía muchos meses que ningún turistas se asomaba por ahí.
Luego, cada uno de los pasajeros que nos veían embarcar en el famoso Matress express que une Dhaka – Kolkata en unas largas e incómodas doce horas nos miraban sorprendidos y nos preguntaban si realmente estábamos yendo a Bangladesh o nos habíamos confundido de andén. Generando sorpresa en los desconocidos llegamos a Bangladesh.
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Esa mañana, como todas las mañanas, nos levantamos sin despertador. Esa mañana, como todas las mañanas del viaje, nos (me) tomó diez segundo darnos cuenta en dónde estábamos. A veces cuesta más, a veces menos, pero todas las mañanas tenemos que reconocer en que país, en que ciudad, en que casa o habitación de hotel pasamos la noche. Esa mañana fue fácil, quizá por el olor a café que llegaba de la cocina.
Estábamos en la casa de M. Un danés que vive temporalmente acá y que trabaja en la Embajada de Dinamarca en Dhaka. Llegamos a su casa gracias a Couchsurfing.
Esa mañana tuve la extraña sensación de que alguien me había dejado una tarjeta con una consigna en el sillón que use como mesa de luz. La tarjeta invisible decía algo así como “ver todo como si fuese la primera vez”. Me levanté pensado en esa frase y fue el tema de conversación del desayuno. ¿Podría Bangladesh sorprendernos? ¿O sería solo una extensión más de India con un estilo más musulmán?
Ansiosos por conocer una de las capitales más caóticas del mundo salimos del barrio residencial de los diplomáticos. La noche anterior habíamos llegado muy tarde y no habíamos visto más que una pizzería 24 horas que ofició de cena y de punto de encuentro con M.
Bastó caminar doscientos metros para que el paisaje cambie por completo. No teníamos muy claro a dónde ir ni cómo. M. tampoco nos pudo ayudar mucho ya que tenía restringidas sus salidas por la ciudad salvo que vaya acompañado por personal de seguridad por lo cual nunca fue más lejos de la embajada y del supermercado. Tampoco contábamos con consejos o información para conocer Dhaka. Ningún viajero viene y la última guía de viaje se publicó en el año 2012.
Sabíamos que queríamos ir a la parte vieja de la ciudad. Dónde están los mercados, bazares y el río Buriganga. Referirse a esa zona como “Old Dhaka” fue nuestro primer error. Tan absurdo como que un turista nos pregunte en Buenos Aires cuál es el mejor camino para llegar a Flowers o a Eleven. Nadie tenia idea de a dónde queríamos ir. Unos decían que tal autobús iba, otros opinaban que mejor era tomarse un CNG (moto taxi de color verde y que funciona con GNC), los ricksha (bicicletas con carros coloridos que funcionan a energía humana) también nos querían llevar. Todos intentaban ayudarnos pero nadie sabia a dónde queríamos ir. Finalmente, un joven musulmán pareció comprendernos y nos dijo que nos tomemos el autobús número seis. Lo que no nos dijo fue que los autobuses tienen los números anotados en bengalí. La gente comenzaba a rodearnos y a inspeccionarnos cuan ratas de laboratorio. ¿Seríamos los primeros occidentales que veían? Con respeto preguntaban nuestro país y con un abrazo celebraban “Messi, Maradona, Argentina”. No lo podían creer. Nosotros tampoco.
El semáforo, que no es un semáforo sino un policía con un bastón verde, liberó el trafico y los autobuses volvieron a pasar. Sin frenar del todo, hacían señas de que subamos. ¡Pero si no sabían a dónde queríamos ir! Uno de los que estaban en la parada esperando hizo señas de que ese sí iba. Quizá era el autobús número seis. Subimos y una vez más, las miradas se centraron en nosotros. Las miradas humanas y de todos los insectos que habitaban los asientos. Los autobuses son latas de metal, chocadas, podridas y con vidrios rotos. Normas ISO, seguridad e higiene, VTV, esas son cosas del siglo XXI. En esta parte del mundo se habita otro tiempo, pero así y todo las cosas funcionan.
Teníamos que hacer unos diez kilómetros, media hora más o menos, o eso figuraba en Google Maps. Tardamos dos horas. Quienes relevaron el mapa de Dhaka no vinieron a la ciudad. El transito era imposible. Ni siquiera es que había mucho trafico o un embotellamiento. Nada de eso. Era estar completamente detenidos, a unos escasos centímetros del siguiente vehículo y chocando constantemente. Cuatro veces chocamos al de adelante, tres nos chocaron de costado y perdimos el paragolpes al quinto choque de atrás. Pensamos que hasta que no tuviéramos hijos no íbamos a volver a jugar a los autitos chocadores, pero no. En Bangladesh volvimos a hacerlo.
“Messi, Maradona, Argentina” y la voz se iba corriendo de asiento a asiento. También lo comentaba el chofer del autobús de al lado y el pibe que vendía pochoclos y agua fría.
Un joven, un poco más chico que nosotros y que no sabemos de dónde salió o en que momento se sentó al lado nuestro, nos preguntó a dónde íbamos. Dijo que debíamos bajar e hizo señas de que lo sigamos. Su inglés era mínimo pero mucho mejor que nuestro Bengalí (o Bangla, como llaman ellos a su idioma). Seguirlo, parecía ser la única oportunidad de alcanzar la parte vieja de la ciudad y ver el río, un brazo del Ganges.
Empezamos a caminar. Cruzar las calles cada vez era más arriesgado. Acá ya no estaba el policía con el palo verde que regulaba un poco el caos, acá era un pacto de vida suicida. Cerrando los ojos, cruzamos casi corriendo y esquivando todo tipo de transporte a energía humana. Carretas para los sacos de arroz, carretillas para la ropa y jaulas de metal enganchadas a una bicicleta para los niños que van al colegio. No nos daban los ojos, las neuronas, la click de la cámara ni el tiempo para ver todo lo que alrededor nuestro pasaba. Mientras tanto nuestro guía de turno nos seguía conduciendo por más y más callejones y callejuelas. No nos decía mucho, salvo preguntarnos si queríamos comer. Cruzamos un puente bajo el cual buscaban un poco de sombra caballos, cabras y trabajadores. Cruzamos mezquitas y muchas muchas muchas personas. El calor también era agobiante.
Pasaron veinte minutos y seguíamos cruzando la ciudad a pie, metiéndonos cada vez en calles más angostas. ¿Teníamos miedo? Increíblemente no. Un extraño nos estaba conduciendo por lugares impensables en una ciudad musulmana y caótica pero no teníamos miedo. Y si lo teníamos tampoco podíamos hacer mucho. ¿Correr? No sabíamos ni para dónde. ¿Gritar? Nadie nos iba a escuchar ni a entender.
Paramos a almorzar. Paramos a comprar agua y seguimos. El chico cada vez estaba más apurado y caminaba más rápido. Finalmente el olor anunció que estábamos cerca.
Hay instantes de sorpresa que cuesta describir. Uno fue llegar trepando a la Muralla China y alcanzar toda su extensión en una primer mirada, otro fue este: llegar al río Buriganga. Corazón de Dhaka. El río era negro, de aguas espesas y malolientes y sobre él y sobre sus orillas todo un mundo tenia lugar. Barcos oxidados, pequeños botes de madera que transportaban más de cincuenta pasajeros de pie, cabras, personas transportando frutas en su cabeza, vendiendo arroz con pollo, pescando, mendigos pidiendo, musulmanes asistiendo a la llamada de la mezquita, mujeres con velo, y todos mirándonos. Una verdadera vorágine. La gente quería pasar y tuvimos que movernos. A una esquina, a otra, cruzar la calle, volver. Cada metro cuadrado libre pronto se ocupaba. No había lugar para estar ni de pie mirando todo lo que pasaba.
El muchacho se despidió y nos pidió nuestra dirección postal. Le dijimos que más fácil era mantener contacto por Facebook o por mail pero nos miró extrañado. No sabía de que estábamos hablando.

Nuestro improvisado guía
Empezamos a caminar sin rumbo. No teníamos ni la menor idea de cómo volver. Agarramos un callejón, luego otro. A cada persona que le preguntábamos nos mandaba en una dirección distinta. Cruzamos un mercado de sandías y uno de velos negros para mujeres musulmanas. “–Which Country? –Selfie? –Messi, Maradona, Argentina!”. Luego entendimos que Selfie significaba que nosotros le saquemos una foto a ellos y que el 80% de la población hincha por Argentina en el mundial. La nacionalidad fue nuestra mejor herramienta para conocer Bangladesh.
Caminábamos sin sentidos. Aceptábamos invitaciones a sentarnos en los negocios y seguíamos invocando a Messi y Maradona y seguíamos sacando selfies. Ya no podíamos más.
Finalmente, cuando parecíamos haber encontrado el camino que nos acercaba al punto en el cual nos habíamos bajado del colectivo empezamos a escuchar varios silbatos atrás nuestro. Era la policía y nos hizo señales de que entremos a la garita. ¿Qué más podía pasar? Ya habíamos pisado mierda, ya nos habíamos resbalado más de dos veces caminando por las rotas e inexistentes veredas, ya no teníamos batería en la cámara ni más ganás de “Messi, Maradona, Argentina”.
Pensamos que habíamos cruzado mal la caótica calle, que andábamos muy ligeros de ropa o que los policías querían revisar nuestro pasaporte y nuestra visa. Pero no, ellos también querían su selfie, invitarnos un té y rememorar juntos el gol de Maradona a los inglés. Nosotros sólo queríamos una cosa: volver, bañarnos y sacarnos toda la transpiración. La propia y la ajena.
¿Quién nos mandó venir a Bangladesh? ¿Por qué no hicimos como el 99,9% de los viajeros que recorren Asia sin adentrarse en este país? ¿No bastaba con un documental del Discovery Channel? Con todo ese barullo de pensamientos seguíamos buscando la parada de colectivos.
Un hombre de barba naranja y no menos de setenta años nos agarra del hombro y nos pregunta el nombre de nuestro país. Sonríe dejando al descubierto el espacio vacío entre sus rojos y podridos dientes. Con expresión de jubilo nos dice “Gracias por visitar mi país, Bangladesh”, llevándose una mano al corazón. Y ahí nos dimos cuenta de que sí, de que vale la pena ser ese 0,01% que visita el país más allá de las para nada cómodas condiciones.
Guía de las Islas Andamán
Última actualización 27/03/2016
Introducción
Las Islas Andamán y Nicobar son un archipiélago ubicado en el Golfo de Bengala, en el corazón del Mar de Andamán. Están compuestas más por de 200 islas e islotes y son parte del cordón montañoso que recorre desde Indonesia hasta Birmania pero políticamente son parte de India.
Que sean territorio indio es sólo una cuestión circunstancial. Si bien las islas estuvieron desde siempre poblabas por grupos tribales fueron los ingleses quienes las re-descubrieron en la época de la East Indian Company (Compañía Británica de las Indias Orientales). Fueron utilizadas como centro de prisión y detención, siendo la Siberia de la colonia inglesa.
Hoy la población autóctona de las islas está aislada del contacto con los turistas y con un fuerte peligro de extinción. El resto de las islas fue poblado con refugiados de la guerra civil que aconteció a la par de la Independencia de India. Por lo cual, la mayoría de los habitantes son bengalíes, tamiles y bangladesíes.
Más allá de estas cuestiones políticas e introductorias, las Islas Andamán son un verdadero paraíso aún por descubrir.
¿Cómo llegar?
Dado que se trata de unas islas separadas por más de 1.000 kilómetros del continente indio sólo hay dos modos de llegar: avión o barco.
Avión
Sólo llegan vuelos domésticos por lo cual sólo se puede volar desde India. La mayoría de las grandes ciudad tienen vuelos directos a Port Blair. Lo más barato y accesible es volar desde Calcuta o Chennai desde sólo se demora dos horas en llegar.
Con cuanta más anticipación se saquen los vuelos, más baratos son. También el precio varia según la época del año. Alguna de las compañías que operan son IndiGo, Spice Jet y Air India.
Barco
No es un trayecto corto, no es fácil conseguir boletos, y no es lo más limpio y prolijo del mundo pero llegar en barco a las Islas Andamán es una experiencia única e inolvidable (o, al menos, lo fue para nosotros).
Porto Blair, la ciudad capital de las islas está conectada marítimamente con tres ciudades: Chennai (Tamil Nadu), Vizag (Andhra Pradesh) y Calcuta (West Bengal). Por mes suele haber un trayecto de ida y de vuelta a cada una de ciudades, en temporada alta suele haber dos o tres trayectos al mes.
Al no haber trayectos fijos, las fechas de los barcos se publican mensualmente siendo posible sufrir cancelaciones y reprogramaciones por cuestión climáticas o técnicas. Nosotros nos guiamos por la página oficial.
Para reservar los boletos es necesario ir personalmente a cualquier oficina de Shipping corporation of India.
Para comprar el boleto es necesario llevar fotocopias del pasaporte. Les recomendamos que compren con anticipación los boletos ya que se suelen agotar muy rápido (sobre todo Bunk Class)
Los precios en Febrero del 2016 eran: Deluxe 9280 INR, First Class 6110 INR y Bunk Class 2380 INR.
Deluxe Class se trata de un camarote doble con baño privado. Sábanas, ducha con agua caliente, armarios y sillones. First Class es similar a Deluxe pero los camarotes son para cuatro personas. Por lo cual, posiblemente uno comparta la habitación con más pasajeros. Bunk Class, en cambio, se ubica en la bodega del barco y se trata de un gran compartimiento con entre quinientas a novecientas literas según cual sea el barco. En Bunk Class los baños están separados en hombres y mujeres y son tierra de nadie. La higiene no abunda, el aire no circula e ir al baño puede ser una experiencia terrorífica pero al hospitalidad de la gente y la diferencias de precio con las clases superiores hace que todo esto pase a un segundo plano.
Cada barco cuenta a su vez con un salón comedor, una área común de descanso y con largas cubiertas para respirar el aire fresco y marino. Tanto el comer como el área común están dividas entre pasajeros de clase Bunk y de las clases superiores.
Nosotros viajamos en Bunk Class junto a otros quinientos indios. Pero hicimos uso de nuestra condición de extranjeros para inmiscuirnos en el salón comedor y en los baños de las áreas comunes de primera clase. Nadie nos pidió nuestro boleto ni el número de nuestro camarote.
El trayecto en barco suele durar entre tres a cinco días según la ciudad de la que se zarpe y las paradas intermedias que realice el barco. Nuestro viaje fue de cinco días ya que realizamos dos paradas en las Islas Nicobar (tuvimos al suerte de ver las islas desde la cubierta).
A bordo del barco se vende agua, chai, galletitas y snacks. También se sirve desayuno, almuerzo y cena. En general suele tratarse de un thali que se repite de comida a comida. Nosotros pagamos 800 INR por un pase que incluida todas las comidas a bordo (12) más un chai a media tarde en el salón de Primera Clase (en Bunk Class el mismo pase costaba 750 INR). Si bien la comida es la misma, las condiciones no eran tan parecidas.
Pueden conocer nuestra experiencia y sensaciones a bordo del MV Campbell Bay en: Travesía en barco rumbo a las Islas Andamán
Permisos
Para ingresas a las Islas Andamán es necesario un permiso conocido como RAP (Restrited Area Permit). El mismo se obtiene al llegar (sean en el puerto o en el aeropuerto de Port Blair) y permite moverse por las zonas más turísticas de la isla. Es gratuito y su extensión es de treinta días. El permiso especifica a que zonas de las islas podemos ir y a cuales no.
Es recomendable sacar fotocopias del permiso ya que para registrarnos en los alojamientos y comprar boletos de ferrys se nos va a pedir dejar una copia.
El permiso se puede extender gratuitamente por quince días más. Para eso es necesario llevar un boleto de avión o barco que especifique la fecha de salida de las islas dentro de los quince de extensión. El tramite se realiza en cualquier comisaria sea de Port Blair o de algunas de las islas.
Generalidades
Hora desfasada
Si bien las islas son parte del territorio indio geográficamente se encuentran muy cerca de Tailandia y Myanmar. Tal es así, que su huso horario debería ser el mismo que Bangkok pero con el afán de India de tener en todo su territorio una misma hora las islas se encuentran a destiempo. De esto modo, cuenta con una hora y media de desfasaje. Por lo cual, el mediodía es a las 10:30 am y el atardecer puede ser a las 16 en invierno.
Movimiento slow
Quieras o no, las Islas Andamán te obligan a practicar un estilo de vida más calmo y relajado. Acá todo se hace despacio, y a su tiempo. Nadie corre y el tiempo es un valor del cual se puede prescindir.
Ordenar algo para comer puede demorar dos horas, el autobús público suele pasar cada 45 minutos y el cajero puede dejar de funcionar y nadie se hace problema. El desafío es contagiarse de su calma y lograr bajar uno, dos o tres cambios.
No hay internet
Inter… qué? Internet no es algo que abunde. En Port Blair y en la Isla de Havelock hay algunos cyber cafes pero son lentos (si es que andan, por que cada dos por tres no hay luz, no hay señal o el dueño no tiene ganas de abrir el negocio). Tampoco suele haber mucha señal de celular.
Las Islas de Andamán son un buen ejercicio de purga de internet y del mundo virtual. Nosotros aprendimos a disfrutar del silencio de estar sin notificaciones.
Como referencia, la hora de internet en Port Blair cuesta 50 INR y en Havelock 140 INR si uno conecta el celular y 280 INR si uno quiere conectar la computadora. Las pocas veces que nos conectamos lo hicimos muy temprano en la mañana que es cuando menos personas hay conectadas y cuando mejor anda. En Havelock algunos bares tiene wifi pero si anda es muy lenta y sólo permite responder algunos mensajes de WhatsApp y nada más.
Comida
La comida en Andamán es muy parecida a la comida del sur de India pero con un poco más de pescados. Dosas, parothas y thali se consigue muy fácilmente. Sacando los lugares turísticos y de comida occidental, los precios son muy parecidos al continente. Nosotros teníamos miedo de que por estar en el medio de la nada todo sea muchos más caro, pero no. En los lugares de comida local uno paga mas o menos lo mismo.
Las frutas más sabrosas
En Andamán comimos los mangos y cocos más ricos. Sin conservantes, sin cadenas de frío, ni nada parecido. Es altamente recomendable hacerse una panzada de frutas.
Mosquitos y moscas
Si bien todos insisten con que hay que tener cuidado con los cocodrilos (desde hace más de cinco años que no se ven cocodrilos en las zonas turísticas) el mayor enemigo son los mosquitos y las moscas en la playa. Con nosotros se hicieron un festín. Las moscas de la playa (Sandfliess) ya que además de picar nos dejaron muchas ronchas que pican desesperadamente, lo cual llevo a rascarnos y a lastimarnos bastante la piel.
Lo ideal es además de repelente comprar espirales para los mosquitos y algo del estilo del Caladryl para evitar la picazón.
Cuando baja la marea, baja en serio
No sabemos si fue algo circunstancial de los días que nosotros estuvimos o si siempre es así, pero el movimiento de las mareas es muy intenso y abrupto. Cuando la marea baja, el mar se retira un kilómetros y cuando sube en unos pocos minutos la lonita con los libros y el bronceador quedaron debajo de una ola. Para no llevarse decepciones, puede ser oportuno conocer el horario de las mareas.
Transporte entre las islas
Al tratarse de un archipiélago a muchas islas solo se accede en ferry. Según las distancia pueden ser trayectos de una a doce horas. También hay carreteras pero sólo a la parte media y norte de Andamán.
Para desplazarse en ferry es necesario comprar los boletos con anticipación (sobre todo el temporada alta). Al igual que los trenes, acá también se debe completar el mismo formulario en papel antes de llegar a la ventanilla. Los precios de los trayectos es algo totalmente aleatorio y condicionado por el turismo.
La compra de boletos tiene sus vueltas y depende sobre todo del humor del empleado de turno. Algunos dicen que solo se pueden comprar boletos de ida si se compra el regreso, otros dicen que solo se puede comprar con cuatro días de anticipación (por lo cual si estás obligado a comprar la vuelta y querés estar más días, el boleto de regreso lo vas a tener que cancelar o resignarte a perder el dinero) y están los que dicen que no podés comprar boletos para otras islas salvo en Port Blair. A fuerza de insistencia y sonrisas siempre conseguimos los boletos que quisimos pero si uno no insiste, los vendedores dicen que no a todo.
Precios de los ferrys
Es ridículo pero a Havelock (la isla más visitada) el boleto cuesta 397 INR y se demora sólo dos horas desde Port Blair. A Neil Island el boleto cuesta 320 rupias y a Little Andaman sólo 71. Little Andaman está a ocho horas de Port Blair y se puede hacer el trayecto en un barco nocturno.
¿Por qué la diferencia de precios? Por el turismo, pura y exclusivamente.
Es importante tener en cuenta que los sábados por la tarde y los domingos durante todo el día no están abiertas las oficinas de venta de boletos. En días normales funcionan de 9 a 16 horas, cerrando de 13 a 14 por horario de almuerzo. La mayoría de las oficinas cuentan con una ventanilla especial para mujeres que suelen estar más vacías y ser menos enquilombadas.
Nuestro recorrido
Port Blair
Port Blair es el punto de entrada y salida. Es la ciudad más importante dónde hay internet, negocios, hospitales y demás. Pero por ser la capital parece más un pueblo grande que otra cosa. Llegar a Port Blair fue encontrarnos con la calma. No tiene nada que ver con las ciudades indias, no hay polución ni tantas bocinas. Incluso tiene cierto aire centroamericano.
Port Blair tiene algunos excursiones y atractivos turísticos pero para nosotros no fue más que una ciudad de paso a la cual tuvimos que volver en varias oportunidades para ir de una islas a otras.
Nosotros nos quedamos Hotel Raja Monsoon Villa. Pagamos 600 INR la habitación doble con baño privado. La dueña es muy amable y tiene una azotea y una terraza enorme desde la cual se puede ver el mar y el atardecer.
Está cerca del Lalaji Guest House (enclave israelita, mucho más caro y feo). La única contra es que a cien metros hay una mezquita y por la madruga se escucha el primer rezo, pero no es nada grave. Al menos nosotros, nos dimos vuelta y seguimos durmiendo.
La mayoría de los turistas suelen frecuenta el restaurant que está en la terraza de Lalaji Guest House. Nosotros por comodidad y presupuesto frecuentábamos un localcito a la calle que se encuentra enfrente. No hay menú ni opciones occidentales pero si arroz Biryani (70 INR), omelettes (20 INR) y parathas con chutney de coco (10 INR).
Little Andaman
Fue la sorpresa del viaje y un lugar del cual nos enamoramos. A Little Andaman no llegan muchos turistas. Está lejos (ocho horas sólo desde y hacia Port Blair) y no es muy cool. No hay bares, ni restaurants con onda. No hay internet ni electricidad las 24 horas. Sólo hay largas playas de arena blanca y un mar muy divertido y con muchas olas. Hay varios pueblitos y mercados dónde comprar fruta y pescado fresco y hay un solo autobús (o jeeps compartidos) que recorren la única calle asfaltada de la isla (el boleto cuesta 10 INR). Es el sitio ideal para relajarse y dejarse seducir por la idea de vivir una vida tranquila, alimentándose de lo que la tierra y el mar.
La isla se puede recorrer, también, en motos alquiladas. Hay varias playas y cascadas para visitar. A nosotros, particularmente, nos encantó Kalapathar lagoon, la laguna de rocas que se encuentra en el kilómetro 14.
La mayoría de los “resort” se encuentran en el kilómetro 10. Los hay más limpios, más viejos, más nuevos. Resort es sólo un nombre genérico para nombrar una casa de familia con algunas cabañas de chapa y bambú alrededor.Nosotros nos quedamos en Rainbow Resort. Lo administra una familia de Bangladesh muy simpática, honesta y agradable. La habitación/cabaña doble con baño privado costaba 300 INR, sino 200 INR con baño compartido.
Rainbow Resort tiene un pequeño restaurant. La comida es fresca, rica y con precios accesibles pero demora mucho. Nosotros solíamos ordenar la cena a las 16 horas para comer a las 20. No quedaban dudas de que la comida estaba recién hecha. Para dar una referencia, un plato de Fried Noodles con huevo costaba 100 INR.En el kilometró 12 está Mona’s Place. Es un localcito que venden dosas, parathas y puris a precio normal. Ideal para desayunar.Sino, en el centro (400 metros de locales y mercados) hay muchos puestos de comida rápida, snacks y Biryani. En Little Andaman nos hicimos adictos al Egg Roll, panqueques salados con huevo y verduras.
Neil Island
Neil es el paraíso de las lunas de miel de los indios, también de familias europeas y de parejas que buscan tranquilidad. Está a mitad de camino entre Port Blair y Havelock teniendo ferrys directos a cada uno de los puertos por lo cual es de muy fácil acceso. La isla es chica y se recorre caminando. También en bici, moto o ricksha.
Las playas de la isla están numeradas. Playa 1, playa 2, 3, 4 y 5. Cada playa tiene su encantos. En unas se puede hacer snorkeling, en otras hay piedras, en otras bancos de arenas o manglares. Nosotros estuvimos tres días y caminamos de una playa a otra, inventándonos caminos entre los árboles.
En lo personal no fue lo que más nos encantó de Andamán pero que es lindo, es lindo.
Cada playa tiene un pequeño grupo de Guest house/Resort. Nosotros nos quedamos en AND en la playa cuatro. Lo bueno es que está muy cerca del puerto, del mercado y a una distancia caminable de todas las demás playas. La habitación doble con baño privado cuesta 350 INR pero conseguimos un precio de 200 INR a fuerza de Messi y de ser temporada baja. La habitaciones no están buenas ni en muy buen estado, pero creo que la ubicación es la mayor virtud.
AND tiene un restaurant pero un poco caro para nuestro gusto y bolsillo. Un simple thali vegetariano está 150 INR sin posibilidad de repetir ni el arroz blanco.En cambio, en el mercado está lleno de puestos de comida baratos y ricos. Camino a la playa 1 y pasando el Hotel/Bar Kingfisher hay un local de comida muy rustico pero el dueño es muy amable. El Massala Dossa cuesta 30 INR y los chutney son una delicia.
Havelock
Es la frutilla del postre. Si bien es la isla con más turistas, más explotada y más cara el precio por ser un verdadero paraíso sigue siendo barato.
La isla de Havelock es grande pero se puede recorrer en moto, bicicleta y en autobús público (pasa cada una hora, pero pasa y cuesta 10 INR). El mayor problema de Havelock son las distancia. Entra la zona de alojamiento y la playa principal hay diez kilómetros por lo cual el “vuelvo al dormitorio para ir al baño” no aplica. Cada excursión es el plan de un día entero.
Hay dos playas principales. La playa número 7 también conocida como Radha Nagar es el paraíso que todos nos imaginamos. Arena blanca y finita, agua turquesa, palmeras verdes y … cien indios sacándose fotos. Es la playa más concurrida pero basta caminar unos metros en cualquier dirección para encontrarse solo y sin vecinos fotogénicos. Nosotros solíamos caminar hasta un poco antes de la Laguna Azul y ahí prácticamente estábamos solos.
En la Laguna Azul no es recomendado bañarse por el riesgo de los cocodrilos, cuando nosotros estuvimos había un policía que cuidaba que nadie se meta al mar en esa zona.
La otra playa importante es la Playa de los Elefantes. Está a mitad de camino entre el puerto y la Playa número 7. Para acceder a la playa hay que caminar unos cuarenta minutos por la selva. La caminata es amena. Una vez frente al mar, hay que seguir caminando para esquivar a los indios y a sus excursiones en motos de agua. Nosotros solíamos caminar poco más de un kilómetro con dirección a la izquierda para llegar a la zona de corales. Estábamos prácticamente solos y con un coral fascinante delante nuestro. Ideal para hacer snorkeling.
La gran mayoría de los alojamiento están en la playa número 5. Los hay de todos los precios, gustos y comodidades. Nosotros nos quedamos en Crystal Sand. Es casi el último resort por lo cual hay que caminar bastante y pasar toda la zona céntrica. Lo bueno, es muy tranquilo, lo malo, está un poco más lejos de todo. La habitación doble con baño privado cuesta 200 INR. El resort cuenta con una bajada al mar muy linda con mesas y bancos de madera. En la playa 5 uno puede bañarse siempre y cuando la marea este alta. La playa 5 es muy parecida a las playas de Neil.
Entre la carretera de la playa cinco y el mercado están todos los puestos de comida, bares y restaurantes. Los hay más caros, más baros y más occidentales.Para desayunar una excelente opción es Anju Coco Resto, por 90 INR el desayuno incluye tostadas, huevos, ensalada de frutas o papas fritas y un café. Nosotros solíamos desayunar chai (10 INR) con parathas (10 INR) y omelette (20 INR) cerca del mercado y nos comprábamos frutas para llevarnos a la playa y almorzar ahí.Para cenar rápido o tomar un snack Dalila es una buena opción. Está en frente del mercado y el plato de Fried Noodles cuesta 50.
También barato es el Powerfull Restaurant a mitad de camino entre la playa 3 y la playa 5. Ronny’s en la playa 5 también está bueno pero cuesta conseguir mesa a veces. Es un lugar lleno de jóvenes israelitas. Tal es así que el humus es más barato que un Dal Fry.
Consejos para tu primer viaje a India
“Humildad ante el destino es condición de supervivencia”
Ryzsard Kapuscinki
Las sensaciones sobre la primera vez en India depende mucho de la experiencia del viajero y, sobre todo, de la puerta de entrada al país. No es lo mismo ingresar por las grandes y populosas ciudades como Calcuta o Delhi que llegar a la tranquila y colonial ciudad de Kochi. Como siempre decimos, hablar de India como si se tratará de un solo país con una sola cultura heterogénea es una falacia.
Nuestros primeros días fueron en Delhi, y en lo personal no fueron tan sencillos. Todos nos querían estafar, la comida era muy picante, las calles nos parecían sucias y ruidosas y el jetlag nos había dejado totalmente cansados. El olor y la humedad parecían ser más fuerte que nosotros y más de una vez se nos cruzó por la mente la idea de que todo ese viaje había sido un error.
Si bien es cierto que llegar a India shockea todos los sentidos y que, por más que se lea y prepare el viaje, no se puede reducir ese impacto inicial. Igualmente decidimos intentar ayudarlos. Estos consejos son los que nos hubiese gustado oír a nosotros antes de viajar:
I. No crean en todo lo que te dicen:
Desde el momento en que aterrizamos en el aeropuerto Indira Gandhi, en Nueva Delhi, la gente nos querían engañar. Con el tipo de cambio, con el metro que conecta el aeropuerto con la ciudad (decían que no andaba y nos incitaban a tomarnos un taxi), incluso nos llegaron a decir que la calle Paharj Ganj estaba cerrada por un festival y que no podíamos llegar hasta ahí. Otra mentira famosa son las oficinas de turismo oficiales que terminan siendo agencias privadas que venden todo tipo de paquetes y boletos con altísimas comisiones. Los conductor de ricksha también tiene su responsabilidad, ofrecen un city tour a muy bajo costo pero terminan siendo paseos por las tiendas y negocios de sus primos.
En la estación de trenes se nos acercó un hombre y nos dijo que la oficina de venta de pasajes estaba cerrada durante toda una semana. Ante la duda, le preguntamos a un policía y nos dijo que era cierto. Nos recomendó ir a una agencia de turismo y comprar pasajes de autobús. Gentilmente se ofreció a llamar a su amigo para que nos lleve en su ricksha de manera gratuita.
Basta tener pinta de occidental para ser el centro de las miradas y de los timos. Algunos indios son oportunistas «cazaturistas», son capaces de inventar cualquier historia para vendernos algo y los recién llegados a India son carne fresca. Son vivos y se dan cuenta de quien anda perdido. Varias veces van a escuchar la pregunta de rigor: ¿Primera vez en India? Y siempre, por las dudas, hay que decir que no.
II. Se intuitivo:
Se desprende de lo anterior. Sólo tu intuición es lo que te va a permitir discernir en que momento y de que modo actuar. En quien confiar y con quien seguir de largo.
Es difícil de explicar pero en India hay que ser muy intuitivo. Siempre. Se trata de escucharnos y de sentir que nos genera una determina situación o persona. Si algo no nos gusta, no nos detentemos. Las consecuencias pueden ser peores.
No queremos asustarlo pero escuchamos algunas feas historias de turistas que fueron engañados y sufrieron robos. Nosotros somos afortunados y estamos convencidos de que la intuición es el setenta porciento de nuestra suerte.
III. Informate e interiorizate con el país:
Ciertas personas sostienen que es mejor llegar a los destinos sin saber nada para dejarse sorprender. No compartimos la idea. Para nosotros lo mejor es llegar lo más informado posible y así tener más recursos a nuestro favor. No se trata de conocer sólo la moneda, las condiciones climáticas o los detalles de las zonas mochileras. Se trata de ir un poco más allá y conocer la cultura, la historia, la idiosincrasia del país.
Erróneamente se cree que los habitantes de India son hindúes. Hindúes son sólo aquellos que creen en la fe hinduista. En India también hay musulmanes, jainistas, budistas y sijs. Hay conflictos políticos y el idioma oficial lo habla menos del 40% de la población. Cada estado podría ser un país independiente con una lengua propia, con una cultura propia que tiene sus propias variantes gastronómicas y religiosas. Creer que India es sólo una es una ficción y desconocer estas diferencias va a favorecer que nos perdamos muchos detalles.
Claro que cada quien viaja de la forma que a uno más le gusta pero no supongan que por estudiar un poco sobre el país ya van a conocer todo. Por más libros que leamos y documentales que veamos, siempre India va a sorprender.
IV. Regatear:
En India muy pocas cosas tienen precio fijo y cuando lo tienen está marcado en el envoltorio: galletitas, cremas, botellas de agua, shampoo.
Todo lo demás (todo aquello que no tiene un precio fijo) se negocia. Y todo es todo: Hoteles, taxis, suvenires, ropa, pasajes en autobús, etc. Bienvenidos al regateo.
No hay reglas sobre el regateo. Siempre depende de cada uno cuanto quiere regatear y cuanto le parece justo pagar. Nosotros somos de los que nos divertimos regateando en los mercados. En general solemos ofrecer un precio por debajo del cuarenta por cierto de lo que nos dicen y terminamos pagando un cincuenta porciento menos del valor inicial. Pero lo tomamos con un juego. Los indios también lo piensan así, invitan chai y galletitas para iniciar la negociación.
Las habitaciones de los guest house se regatean en función de la cantidad de noches que uno va a estar: a más noches más descuento. Los menús de restaurantes también suelen ser fijos, aunque a veces se pueden negociar un descuento.
V. La higiene y la limpieza son muy distintos:
Los parámetros de higiene y limpieza que tienen muchos indios son totalmente distintos a los nuestros. Prepárense para llegar a hoteles con sabanas manchadas y el piso del baño mojado. Para comer en la calle entre basuras y restos de comidas. Para ver de vez en cuando alguna que otra rata caminando por la pared y para esquivar la mierda de las vacas. Prepárense para las moscas y los mosquitos, para los malos olores y las montañas de basura.
Las calles son tierra de nadie y prácticamente no existe un sistema de recolección de basura o de barrido público. Los indios tampoco tienen esa cultura incorporada. Terminan de comer algo y automáticamente tiran el envoltorio al piso, sea en el tren, en un restaurant o en la parada de colectivos. Las calles suelen ser un mar de escupidas (muchas veces de color rojo por el tabaco que mastican) y un baño público a cielo abierto. Nunca sentimos tanto olor a pis como en las calles de Calcuta.

Los laberintos de Varanasi llenos de basura y vacas.
Desgraciadamente, a la basura (como a tantas otras cosas en India) uno se acostumbra. A lo que no podemos acostumbrarnos es a las sábanas sucias. La solución que encontramos fue comprarnos una sábana (tela estampada que venden en cualquier mercado) y colocarla sobre las camas no tan limpias. De ese modo nos ahorramos varias picaduras de pulgas. Las bolsas de dormir (sacos de dormir) también pueden ser una buena opción.
vi. “Agua que no has de beber”:
Si la limpieza no aplica en los hoteles tampoco lo hace en los restaurantes. No es extraño padecer algún tipo de descompostura en India. Si no es algún ingrediente en mal estado, puede ser alguna bacteria en los vegetales crudos o en el agua que utilizaron para cocinar. Hay que tener cuidado con los lugares que uno elige para comer. Nosotros solemos optar por comer en los lugares más concurridos que no siempre se condicen con los lugares más caros ni para turistas. Si hay gente supone que hay movimiento en la cocina y que los ingredientes son frescos. Lavarse las manos y evitar comer frutas o vegetales crudos si no estamos seguros de la limpieza no parecen ser criterios suficientes. La suerte juega su factor.
Hay una frase muy extendida que dice: “Cuando comés en un lugar, y la comida te cayó bien. Seguí comiendo en ese lugar”. La adoptamos. En India no se trata de innovar ni de probar. Mejor comer en el mismo lugar que tener una incómoda diarrea.
Con el agua, por lo general, es recomendable tomar sólo agua embotellada. Sobre todo en las grandes ciudades. Algunas ciudades tienen agua potable y muchas casas tienen filtros, lo que es una buena opción. Pero como siempre lo mejor es evitar aventurarse.
Muchos se lavan, incluso, los dientes con agua embotellada. Nosotros no lo creemos tan necesario pero si somos muy atentos a la comida y agua que bebemos. Ya sufrimos varias infecciones por bacterias y no queremos seguir arriesgándonos. Aunque sospechamos que a medida que pasan los días los anticuerpos se van generando.
Dada la cantidad de bacterias y las escasas condiciones de higiene siempre es recomendable viajar a India con un buen botiquín y con seguro médico. Nosotros sufrimos varias infecciones y tuvieron que ser tratadas con antibióticos. La deshidratación también es frecuente. Les recomendamos que coticen distintas coberturas y asistencia medica mediante Asegura tu viaje.
VII. “Not spicy, please”:
Depende de donde vengas, la comida en India puede parecer picante. Lo cierto es que uno se acostumbra, y comparado con otros países (Tailandia, por ejemplo) el picante no es tanto. Pero al comienzo no es fácil. Nosotros no estábamos acostumbrados a comer picante y los primeros días lo pasamos mal. “Not spicy, please” (no picante, por favor) se transformo en nuestra frase de cabecera. A veces funcionaba y a veces no. En el norte de India pedimos una sopa de tomate. Le pedimos al mozo que no fuera picante ya que no veníamos bien de la panza. La sopa llego con tres chilis flotando. El mozo se excusó diciendo que la sopa habitualmente traía seis chilis.
Más allá de tu tolerancia personal al picante, lo que sí vas a encontrar son nuevos sabores y comidas muy condimentadas y especiadas. Cardamomo, jengibre, clavo de olor y anís son indispensables en cualquier curry o masala chai.
Además de especias la comida India suele llevar mucho frito. Lo bueno es que el frito mata a las bacterias, lo malo… comer frito nunca está bueno.
La mejor comida India la probamos en los puestos callejeros. Esos que parecen sucios, feos y baratos. Les recomendamos que se animen y se dejen conquistar por la comida y los sabores. Tomar clases de cocina tampoco es una mala idea.
VIII. Moverse en tren:
Es la mejor forma de desplazamiento por el país. Son cómodos y baratos. Nosotros pasamos varias noches en el tren en categoría sleeper (literas sin aire acondicionado). Siempre dormimos bien y sin problemas.
El tren también es el lugar ideal para conocer gente. La mayoría de los indios lo usan y la curiosidad por los extranjeros está a la orden del día.
Muchos dudan si viajar en tren o con conductor privado. La diferencia de precios es abismal y el conductor es un gasto extra ya que su comida no suele estar incluida en el presupuesto. Pero más allá de las cuestiones presupuestarias la mayor contra que le encontramos es la poca optimación del tiempo. Los trayectos sólo suelen hacerse de día y dadas las malas condiciones de las rutas suele demorarse bastante. La ventaja del tren es que uno puede optar por trayectos nocturnos y de este modo ahorrarse la noche de hotel y el día perdido con traslados.
Para más información sobre los trenes, los distintos tipos de clases, quotas y tipos de boletos les recomendamos leer nuestra Guía de Trenes en India.
IX. Viajar despacio:
Muchas veces, moverse en India es agotador. Llegar a un nuevo lugar, regatear el ricksha desde la estación de tren, buscar el autobús públicos, regatear el precio del guest house, buscar un lugar decente dónde comer.
Si al desplazamiento habitual entre ciudades, uno le agrega un desplazamiento a otro estado significa nueva comida, nuevos idiomas y quizá, nuevas religiones. Además, en India las distancias son largas. Lo mejor, para nosotros, es seleccionar unos pocos puntos en el mapa para visitarlos y explorar al máximo. Cada ciudad, región o estado tiene infinitas cosas para hacer.
Somos de viajar lento, en general, y en India más todavía. Un itinerario de quince ciudades en un mes a nosotros nos parece agotador. Quizá porque disponemos de más tiempo que de plata, priorizamos recorrer menos para comprender más.
Muchas personas nos escribiendo pidiendo ayuda para armar sus itinerarios en India. Solemos preguntarles qué de todo lo que ofrece el país les interesa conocer: ciudades sagradas, templos, fuertes, palacios, naturaleza, sitios tranquilos, sitios mochileros, etc. Dependiendo del estilo de cada uno será cada recorrido. Ningún itinerario incluye los traslados ni el agotamiento propio de moverse en el país. Nuestro consejo es que armen un viaje más real y posible y abandonen, aunque sea un poco, la idea de conocer TODO aunque sea para la foto. Disfruten de los pequeños momentos y dense la libertad de elegir quedarse un día más o menos en algún destino. El encanto de India está en las personas que habitan el país y no tanto en los “highlights” de las guías de viaje.
Xi. Salir un poco, al menos, de los circuitos turísticos:
La India es enorme y es verdad que muchas veces los lugares más famosos concentran los puntos más atractivos del país, pero si uno se aleja un poco de eso encuentra varias facetas del país que son totalmente distintas.
Un viaje por los itinerarios más turísticos puede tornarse aburrido. Siempre las mismas personas, los mismos estilos de restaurantes, los mismos locales de suvenires, los mismos timos. Además de ser más costoso, puede tornarse un poco aburrido o poco original. Traten, al menos, de hacer una parada en el medio de lo-que-hay-que-ver. India es auténtica y vale mucho la pena pasar una noche en un pueblito tranquilo al que nunca llegan los turistas. Después de cuatro visitas al país, podemos afirmar que lo que más disfrutamos son esas paradas inesperadas a mitad de camino.
Xii. Cuidado con los monos:
En las ciudades indias los monos están por todas partes: postes de luz, techos de las casas y en los árboles. Lo cierto es que los monos de ciudad no son los simpáticos animales que nos imaginamos. Son capaces de entrar a los cuartos, robar las pertenencias, tomar la comida, incluso morder.
Además de frutas y botellas de agua, a nosotros nos robaron los lentes de sol. No por nada en especial, sólo para romperlos y jugar con ellos.
Les recomendamos que tengan cuidado y mantengan cierta distancia. Muchas veces suelen ser agresivos y no es divertido ganarse una mordedura de mono en una pierna. Si tienen dudas, pregúntenle a la gente local. Sabrán decirles si tienen que tener cuidado o no.
Xiii. Preparate para ser una celebridad de Hollywood:
Los indios son cholulos. Tienen mucha fascinación con los occidentales. Acostumbrate a que te paren en la calle, te pregunten tu país, te den la mano, te pidan una foto con vos, un autógrafo o tu teléfono. Sean jóvenes o ancianos, los indios tienen mucha curiosidad por nosotros. Quizá la misma que nosotros podemos tener por una persona de bigotes largos y turbantes de colores.
Queda en cada uno que tan simpático ser. Hay viajeros que les divierte sacarse fotos y hay otros que con aire de superioridad ignoran a los indios.
Es cierto que puede llegar a cansar y tornarse agotador esto de estar sacándose fotos cada cinco minutos pero queda en cada quién como responder.
XiV. Trata de hacer coincidir tu viaje con alguna celebración:
La sociedad india es una de las más devotas y creyentes. Como el hinduismo tiene millones de dioses, también tienen millones de celebraciones.
Es muy interesante ser parte de sus festividades. Sea desde un casamiento hasta el colorido Holi, todos los meses hay algo que celebrar.
Son experiencias interesantísimas conocer la idiosincrasia social y aprender al menos, un poco, de su cultura.
XV. NO TE OLVIDES QUE ALLÁ EL VISITANTE SOS VOS:
Sea en una mezquita, una estupa, o un templo sij debemos ser respetuosos. Si pide que nos cubramos los hombros o el cabello, no discutamos que en nuestro país las mujeres hacemos toples. Mismo si es necesario descalzarse. Por más que nos de asco, para ellos es una ofensa entrar con zapatos a ciertos lugares.
No olvidemos que allá somos visitantes. Y que las reglas de juego son otras. Si besarse en público es considerado una ofensa respetémoslo. Por más que sea obvio lo que decimos, nos dio mucha vergüenza ver a muchísimos turistas creyendo estar en su ciudad y comportándose de manera pusilánime ante los lugareños. También nos incomoda mucho ver a los occidentales pagándole a los indios por fotos. Son personas, no estatuas.
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Sea karma o no, en general, el respeto que uno da es proporcional al que recibe. El sentido común es el compañero infalible del viaje.
Con todos estos consejos y recomendaciones no buscamos asustarlos ni mucho menos. Sólo les compartimos algunas ideas y pensamientos que nos hubiese gustado conocer de antemano. India es un gran destino y hay que ir dispuesto a disfrutarlo. Buen viaje!
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Si estás por viajar a India te recomendamos nuestra Guía de viaje a India. Si, además, sos mujer te recomendamos leer nuestros consejos para mujeres que viajan a India.
El recuerdo de las Islas de Andamán
El entorno nos condiciona. La ciudad nos obliga a caminar rápido, a entumecer el cuerpo y a comprimir los hombros sobre el pecho. Las ciudades indias nos obligan a mirar el suelo. No sea cosa de pisar un puesto de fruta, un mendicante, una vaca descansando o la mierda de la vaca que está descansando. Las ciudad chinas, en cambio, nos obligan a caminar mirando para arriba. Tratando de encontrar el punto exacto en que un edificio termina y toca el cielo con su terraza. Por otro lado, las Islas Andamán nos obligaron a caminar despacio. Total no había a donde ir, tampoco había prisa, tampoco había nerviosismo. Un poco a la fuerza y un poco por voluntad, las islas, como dicen los porteños, te hacen bajar un cambio.
No había internet, los periódicos llegaban con una semana de tardanza y sólo había electricidad por las noches y algunas horas de la mañana. Los negocios cerraban al mediodía y la siesta se dormía a rajatabla. Todo cerraba los domingos y los sábados a la tarde. Lo único que no se detenía en ningún momento es el mar. A veces furioso, a veces calmo, a veces aburrido, a veces demasiado caliente. Es cierto que el mar no se detenía, pero a veces se iba. Después del mediodía la marea comenzaba a bajar y se retiraba un kilómetro mar adentro. Pero a la noche, volvía. Recargado, contento, frío. Como los habitantes de las islas, el mar tampoco puede irse. Siempre está condenado a volver. Otro elemento constante y encadenado a las islas son los mangos. Todos los días los árboles nos regalaban más y más mangos. Maduros, anaranjados, fibrosos, dulces. Por día comíamos un kilo, más una papaya, una ananá y una sandía. A veces bananas rojas más algún que otro coco.
En las islas de Andamán el tiempo no cuenta. Y esto es literal. Uno puede guiarse por el reloj pero la información que obtenga será errónea. Por la posición geográfica de las islas deberían tener el mismo uso horario que Tailandia. Pero el afán de India de tener su territorio bajo la misma hora hizo que las islas tengan una hora que nada tiene que ver con lo que realmente corresponde. De este modo, amanecía a las cuatro y el sol se ponía a las cinco de la tarde. Sin reloj al cual mirar, el sol es quien indicaba los diferentes momentos del día. Hora de despertarse, aunque quizá sean las tres y media de la mañana. Hora de desayunar, hora de almorzar, hora de ponerse a la sombra porque el sol está muy fuerte aunque sean las diez de la mañana. Hora de disfrutar del atardecer, hora de sentarse a mirar las estrellas y disfrutar del fresco aunque no sean ni las ocho de la noche.
El movimiento de la marea, también, nos ayudaba a darnos una idea de la hora y el mar nos ayudaba a comprender a las personas. En las islas sólo hay dos clases de personas que se meten al mar: los pescadores y los turistas. Dentro de los turistas hay dos grupos. Los que se bañan con jean, remera y zapatos, o sea los indios, y los que se bañan en paños menores, los extranjeros. Pero salvo los pescadores, ningún lugareño se mete. La mayoría de los isleños le escapa a la idea del agua salada y no se acerca a las playas salvo para trasladar algunas vacas. No sabemos si rechazan el mar por respeto o por temor (las islas fueron completamente arrasadas con el Tsunami del 2004). En cambio, los pescadores hacen del mar su oficina de trabajo. Su jornada empieza bien temprano, ante de que amanezca. Cuando el mar comienza a bajar, empiezan a volver con la ganancia del día. Ganancia aún viva, los peces permanecen en el agua hasta ser vendidos en el mercado o en los restaurantes para turistas. La mercancía siempre está fresca y la vida es simple. Los tipos pescan, las mujeres venden frutas en el mercado y los niños asisten al colegio. Van caminando, en bicicleta o en el único autobús que recorre la única calle de la isla. Acá basta tomar cualquier camino para salir al mar y cualquiera de las calles asfaltadas para salir al centro. No hay más opciones.

Marea baja
La vida avanza en una única dirección y no se oyen más ruidos salvo algún coco cayendo en picada contra un techo de chapa. Tampoco hay nubes, ni viento, ni demasiadas olas salvo las que dejan atrás los pocos ferrys que cruzan de una isla a otra. Nuestra rutina también era simple. Levantarnos sin despertador, desayunar fruta, bañarnos en el mar, leer bajo una palmera, escribir, bañarnos y leer de nuevo, almorzar un massala dosa y seguir leyendo. Cuando el sol comienza a bajar, íbamos al mercado. Comprar un pescado para dos, para cuatro o para seis según cuantos éramos para la cena, cocinarlo y volver a la playa a ver las estrellas. Hacer un intento desesperado por encontrar la cruz del sur y volver a dormir recordando que este es otro cielo y que acá las constelaciones son otras. Armar el mosquitero y quedarnos dormidos pensando que al día sólo le faltó una cosa: una ronda de mates.
A diferencia del resto del mundo acá no hay ambición de poder ni la necesidad imperiosa de acumular y progresar económicamente. No hay avaricia ni estado de bienestar. Acá el pescador pesca un pez grande y se da por hecho. Ese día vuelve temprano y duerme la siesta. No existe esa tendencia materialista de pensar que si se queda un rato más puede pescar más peces y ser más rico. No, no hace falta. Con un pez es suficiente, el resto lo da la tierra. Viven con poco y el único patrimonio que tienen se trasmite de generación a generación. La sensación es que el mundo fue creado de una vez y para siempre y que nada se puede cambiar, ni exigir, ni perder. Eso es lo más admirable y tentador. Más de una vez nos invadió la idea de proyectar una vida basada en la autosuficiente económica, vivir de lo que la naturaleza nos da. Pero desistimos, a nosotros nos gusta escribir.
No todos los habitantes de las islas son originarios de Andamán. Muchas familias refugiadas fueron traídas desde Bangladesh, Bengala y Tamil Nadú para poblar las islas luego de la colonia inglesa. A la par, la población autóctona fue desapareciendo. El intercambio con nuevos habitantes llenó la isla de enfermedades, se los utilizó como mano de obra barata y se los exportó al continente en un intento de integración. Todo fue fallido y ahora la población autóctona está en peligro de extinción como así también sus lenguas y dialectos. Actualmente, la población local se encuentra en áreas restringidas a las cuales los turistas (sean extranjeros o indios) tenemos prohibido el acceso. No es una idea desacertada, los turistas solemos arruinar todo lo que encontramos a nuestro paso. Ensuciamos, nos creemos superiores, alteramos aunque no sea nuestra intención el entorno que nos recibe. Pero por suerte, no muchos turistas llegamos a las Islas Andamán y todavía quedan algunos años de tranquilidad y simpleza. Aún me pregunto ¿En que momento la sociedad occidental se olvidó de que podía vivir con poco a acumular tantos bártulos?
Pero toda la armonía y calma acumulada en la islas tuvo un punto cúlmine. Fue una tarde caminando por alguna de aquellas largas playas de arena finita y blanca minada de cangrejos, ermitaños y caracoles de todos los colores y tamaños. Esa tarde me invadió una sensación atroz. Hoy, quizá, suene tonto pero me dió mucho miedo el poder llegar a olvidarme todo lo vivido y viajado. Miedo de olvidarme de las islas, de su paz, de su calma, de su gente honesta, del verdadero sabor del mango sin conservantes ni cadenas de frío. Me dió miedo enloquecer en la ciudad. Me hubiese gustado grabar el oleaje y el verde de las palmeras, hacerlo mío y no perdelo. Creo que ese es mi mayor desconfianza, que mi memoria me traicione y se quede con todos mis recuerdos. A fin de cuentas, mis experiencias son la única propiedad que tengo a mi nombre. Quizá por eso escribo esto y saqué tantas fotos, para ganar la batalla del olvido.
Travesía en barco rumbo a las Islas Andamán
Imagínese que por los siguientes cinco días usted va a convivir en un barco bastante desvencijado junto a otros seiscientos indios. El barco parte del puerto de Chennai, una de las ciudades más caóticas y feas de India con destino a las fabulosas Islas de Andamán. La hora de partida aún no está confirmada y la fecha aún puede estar sujeta a cualquier tipo de desperfecto técnico o climático. Pero no sea una persona negativa, recuerde cuánto le costó conseguir el dichoso boleto para subir a este barco.
Su destino final va a ser Port Blair, la ciudad capital de las Islas de Andamán. Pero el trayecto no es directo, debe realizar dos paradas intermedias en las Islas Nicobar. Recuerde que ahí no puede bajar, en esas islas no pueden descender ni los indios. Sólo son habitadas por nativos y el único contacto que tienen con el mundo es a través del cuerpo militar.
¿Nunca había oído hablar de las Islas de Andamán y Nicobar? No se preocupe, nosotros tampoco. Las islas son parte de India aunque geográficamente están más cerca de Tailandia y Myanmar. Incluso son parte del mismo cordón montañoso que conforman el archipiélago de Indonesia.
Qué sean parte del territorio indio solo fue cuestión del destino y de los ingleses. Fueron ellos quienes las conquistaron y comenzaron a usarlas como zona de destierro y prisión. Las islas fueron la Siberia de la colonia británica. Pero la colonia cayó y pasaron a ser parte de la India independiente. No muchos viajeros la visitan y muchos menos llegan en barco. Nuevamente: siéntase un afortunado y preste atención a la siguientes instrucciones.
Tras varios controles de seguridad finalmente va a llegar al puerto de Chennai. Allí lo esperara amarrado el MV Campbell Bay. Es un barco grande y moderno aunque el blanco de la pintura compite con bastantes manchas de óxido. También va a notar que de la chimenea sale demasiado humo y que este es demasiado negro, pero no se alarme es uno de los barcos más nuevos de los que realizan este recorrido. Sólo data de la década del ’70. Ya sabe como es India, aunque las cosas sean viejas y estén en un aparente mal estado, funcionan. A diferencia de los grandes cruceros que recorren la costa de mar Mediterráneo o de Brasil este no posee grandes lujos. No hay piscina, ni gimnasio, ni casino a bordo. Tampoco posibilidades de hacer shopping. Sólo hay un salón comedor, una sala de estar y una larga cubierta. Agradezca que hay más de un baño y agua fresca con la cual lavarse la cara todas las mañanas.
En concordancia con la sociedad india el barco no se desentiende de las cuestiones clasistas y de castas. El barco, respetando la lógica de los trenes indios, está dividido en tres clases. La mayoría de los pasajeros viaja en Bunk Class. Es la clase más barata y la más populosa. Imagínese un gran salón con casi 400 camas y unas pocas paredes de madera que hacen de medianeras y líneas divisorias entre las literas. Bunk Class se ubica en las bodegas del barco y la circulación de aire sólo está dada por un viejo y desvencijado sistema de ventilación. La situación no es mala salvo por los baños. Si bien hay más de uno y están separados entre hombres y mujeres, estos son tierra de nadie. Ya sabe como son los indios, no comparten su mismo parámetro de limpieza. Cualquier agujero es una letrina o escupidera en potencia y de eso no se salvan ni los tachos de basura ni las piletas para lavarse las manos. No voy a entrar en detalles con el olor ni con las imágenes que aún me acompañan en mi memoria, usted solo podrá imaginarlo.
Dos pisos más arriba se encuentra Primera Clase. Camarotes de cuatro camas con un baño propio. Sábanas, cortinas, sillas, escritorios e incluso un armario. Comodidades que no existen en Bunk Class. Luego, Deluxe Class es muy parecida a Primera pero con la única diferencia de que aquí los camarotes son sólo para dos personas.
Y aquí tengo que decirle algo importante. Su boleto es el número 381 en Bunk Class. Los próximos cinco días dormirá en un gran salón junto a otros cuatrocientos indios. Pero eso no es lo peor, su litera está a sólo dos metros de la puerta de baños de hombres. Sí mi querido amigo, lo espera un gran ejercicio de paciencia y autocontrol. Le recomiendo llevarse algún perfume o desodorante e impregnar un pañuelo y tenerlo siempre a mano. Pero no todo es tan grave, usted cuenta con un pequeña armar a su favor a bordo del MV Campbell Bay ¿Aún no lo descubrió?
Además de la zona de camarotes, el barco tiene otras áreas compartidas: un salón comedor y un área común. A decir verdad no son sólo dos. Hay dos salones comedor, uno para los pasajeros de Bunk Class y otro para los de Primera Clase y Deluxe. También hay dos áreas comunes o de descanso. La de primera clase además de incluir cómodos sillones también cuenta con un televisor en el cual se proyectan a diario dos éxitos de Bollywood (el Hollywood indio). No se sorprenda por el mobiliario, ya sabe la antigüedad del barco y de su inexistente decoración y terminaciones.
Recuerde que tanto para el salón comedor de Bunk Class o de Primera Clase debe respetar ciertas reglas de etiqueta. Las mismas estarán indicadas en la puerta del salón. Tampoco está permitido escupir dentro del salón, si lo descubren deberá pagar una multa.
Y aquí está un arma a su favor, su mera condición de extranjero le va a permitir asistir al salón comedor de primera clase y a los baños limpios y prolijos del área común. Siéntase dichoso, su presencia le sirve como tarjeta de entrada a todas aquellas zonas circunscriptas a los indios adinerados.
Hay, además, un tercer espacio y este si es compartido entre todas las clases y es dónde usted más tiempo va a pasar. Se trata de la cubierta. Allá suben quienes quieren fumarse un cigarrillo, tomar aire fresco o hacer un poco de sociales. En cubierta, los indios caminan a diario durante media hora para mantener su estado físico. Desde allá arriba podrá contemplar el azul y tranquilo Océano Índico y con un poco de suerte, encontrarse con algún grupo de delfines o de peces voladores nadando a la par del pesado barco. Desde ahí, también, podrá contemplar increíbles amaneceres y puestas de sol.
Junto a usted en el barco sólo van a viajar ocho extranjeros más, en su mayoría europeos. El MV Campbell Bay no cuenta con entretenimientos a bordo ni tampoco con internet, como le decía anteriormente. Si está aburrido de mirar el mar, de leer o de escribir puede dedicarse a hacer sociales y a jugar a las cartas. Lamentará que en todo el barco nadie tenga un mazo de barajas españolas para poder jugar al truco. Si no quiere hablar con sus coetáneos extranjeros o con sus vecinos de primera clase que desconocen su condición de infiltrado basta con subir a cubierta y una decena de familias indias harán fila para sacarse una foto con usted. Las preguntas se van a repetir. Le van a preguntar por su país, si le agrada la India y por la clase en la que viaja. Muchos pondrán cara de decepción y desentendimiento cuándo les diga que viaja en Bunk Class. Algunos incluso le pedirán explicaciones por su alocada idea.
Le recomiendo no encerrarse sólo a hablar con los demás extranjeros y dejarse contagiar por la curiosidad india. Aproveche los encuentros. Conocer más de adentro la cultura fue la razón por la que compró el pasaje en Class Bunk. Eso y los cincuentas dólares de diferencia entre una clase y otra. Si continua con nuestros consejos es probable que se encuentre en la cubierta del barco con militares de alto rango que van a la isla en una misión secreta y que son aficionados al patriotismo hinduista, con biólogos marinos que van a medir la presión del agua en la zona de corales y con familias que se van de vacaciones por primera vez. También hay grupos de jubilados y agentes de turismo que organizan los viajes de los grupos de jubilados.

El grupo de militares liderados por la versión india de Berugo Carámbula
Si llega a tener muchísima suerte es probable que a bordo del MC Campbell Bay esté la pequeña Laxjmi junto a sus padres, su tía y sus dos primas. Si por casualidad ella se acerca temerosa a pedirle una foto, no pierda la oportunidad y tómese también una con ella y sus primas. Si ella da por hecho que usted viaja en primera y le pide el favor de llevarla a conocer su camarote no la decepcione. Usted conoce el baño de Bunk Class y la pobre chica sólo quiere una foto del salón de primera clase. Mantenga la confusión (no es una mentira ya que ella nunca le preguntó nada, sólo supuso que viajaba en primera por el hecho de ser de piel blanca). Invítela a ella y a sus primas a ver la película del día, no sabe que contentas se van a poner. Se van a vestir para la ocasión, le van a invitar con galletitas y lo más interesante es que le va a contar parte de su vida. Déjese abrazar en las fotos y deje, si es mujer, que las niñas les pinte las manos con henna y le prueben un sari. Las va a poner muy contentas y van a agradecérselo por el resto del viaje en barco. Según ellas, usted va a ser su primer amiga extranjera. Lo que ellas no entienden es que usted quien más agradecido está.
Imagine también que el barco representa una pequeña muestra de todos los aspectos de la sociedad india. En altamar la espiritualidad también va a tener su lugar. Por la mañana el barco se va a impregnar de aroma a sándalo, son los hinduistas que realizan sus bendiciones matutinas. A lo largo del día, también, va a ver a los musulmanes desplazándose para realizar sus rezos. Según la orientación del barco La Meca estará en una u otra dirección.
Si no quiere perder cinco días de su precioso tiempo, si no quiere dejarse adoptar por algunas horas por alguna familia india, sino no quiere comer arroz todos los días infiltrado en el salón comer de primera clase, si no quiere comprobar cuanto tiempo es capaz dejar de respirar por la madrugada para al ir al baño que solo tiene a dos metros de distancia, le recomiendo que se tome el avión. Si quiere tener otra anécdota increíble para contarle a sus hijos o a sus nietos, suba a bordo del MV Campbell Bay. No muchas personas visitan las Islas de Andamán, y mucho menos lo hacen el barco. El trayecto puede llegar a ser tedioso pero le aseguro, y creame, que allá le espera el paraíso.
Un día cualquiera en India
India a veces es incómoda para el viajero. Y lo que supone ser un simple desplazamiento de 120 kilómetros puede convertirse en una odisea.
Bien temprano dejamos atrás Pondicherry con la esperanza de conseguir algún lugar lindo y barato en Auroville Beach. Un pueblito costero que está sólo a diez kilómetros y recibe ese nombre por Auroville, aquella famosa comunidad formada por europeos en el sur de India con la idea de vivir en paz y armonía, sin plata y así lograr salirse del sistema de consumo masivo.
A las nueve de la mañana, luego de haber conseguido un alojamiento barato (pero no lindo) y de haber desayunado un masala dosa, me despedí de L. y subí al colectivo público rumbo a Chennai. En la misma parada subió una pareja (un nepalí con una francesa) con sus dos hijas. Daba la impresión de que venían de Auroville. No se a que iban a Chennai, pero yo iba a comprar pasajes de barco para ir a las Islas Andamán.
Las tres horas del viaje fueron tranquilas, salvo porque la hija más pequeña de esta pareja lloró casi todo el trayecto. Con el ruido habitual que puede haber en un micro indio, no me había dado cuenta hasta que la madre empezó como si estuviese poseída por un demonia a zamarrearla y gritarle “¿QUÉ TE PASA? ¿QUÉ CARAJO TE PASA?”
Estaba fuera de sí. Como si toda la paz y armonía que pudo haber cultivado en Auroville se le esfumó al subirse al primer colectivo. Hasta los indios se sorprendieron y decidieron parar el colectivo. Así la nena, pero un poco más la madre, pudieron calmarse.
Aproveché para preguntarle al vendedor de boletos (porque en toda India hay al menos dos personas que trabajan en un colectivo: el chofer y el vendedor de boletos) por la estación Broadway (léase brodwei). Se lo habré dicho cinco veces, no me entendió hasta que se lo mostré escrito. “Ahhh, bradwei, yo te aviso”, me respondió.
A la hora, me indicó donde bajarme. Parecía estar en Pampa y la vía. Me crucé con un indio joven caminando que tenía apariencia de saber inglés, y esta vez le pregunté con mi mejor acento indio por bradwei. Me miró extrañado. Le mostré el papel escrito. “Ahh brodwei”.
Para esa altura era un misterio para mi como se pronunciaba aquel nombre, pero tenía que tomar otro colectivo que paraba a doscientos metros. El desafío de hacerme entender se repitió. Me habían dicho tomate el 6D, el 1A o el 1C. Cuando viene el 24F me hacen señas de que me suba. Parecía que ese también iba. Me senté en el fondo. Al lado de una señora con una bolsa. El colectivo estaba bastante vacío. En la primer parada, la parte trasera se llenó de mujeres que a los empujones me echaron para adelante. Tácitamente el micro tiene una línea imaginaria que divide los asientos de mujeres y los de hombres. En Kerala me acostumbré a subirme al fondo, que era el lugar de los hombres, lo había aprendido. En Tamil Nadu el fondo es de las mujeres.
La ciudad se me presentó enorme, con edificaciones por todo lados, mucho tráfico y un desorden generalizado propio de cualquier ciudad india. El sol del mediodía hacía que cualquier atascamiento convierta al colectivo en un horno. Sólo el movimiento y el aire de las inexistentes ventanillas proporcionaba una oportunidad para refrescarse.
Cuando me bajé, empecé a preguntar a los transeúntes por el lugar que buscaba. Tras recibir tres indicaciones distintas de tres personas distintas y caminar siguiendo un poco mi instinto encontré el lugar. Una oficina que se caía a pedazos donde me hicieron subir dos pisos por un ascensor que te hacía pensar en todas las ventajas físicas la escalera.
A las 13 cerraba la ventanilla. Llegué 13:05. El vendedor todavía estaba ahí, me acerqué rápidamente y le pedí dos boletos. “Tenés que volver a las 14:00”. Miré el reloj, lo volví a mirar a él y me fui.
Al salir habré agarrado el peor callejón de Chennai donde unos mendigos que eran puro hueso me miraron con sus ojos que me parecieron extremadamente grandes. Un grupo de leprosos me pidió unas rupias y me costó definir si un cuerpo tirado al costado y lleno de moscas respiraba aún o no. Unos nenes jugaban descalzos con los pies llenos de barro mientras la madre comía un puñado de arroz con la mano.
La sensación que uno tiene es que la pobreza en India se vive en otra forma. Cortázar alguna vez dijo “…entendí que esa gente estaba realizada. No en el sentido vedántico, no en las alturas místicas; los pobres no saben nada de eso, son de una superstición y una ignorancia abominables. Pero están realizados en la medida justa de su ser, y eso es lo que nos falta a nosotros, para nuestra desgracia y nuestra grandeza a la vez. Quiero decir que esa gente está perfectamente calzada en su piel, abarcando el máximo de sus posibilidades de vida, y que eso lo ha alcanzado renunciando a toda ambición barata, a toda pérdida de tiempo.”
Me senté a comer en una cantina de mala muerte dónde tenían una foto de Ganesha, otra de Jesús y la tercera de una mezquita con la medialuna musulmana. Pedí 3 parathas y un omelette, todo por poco más de cincuenta centavos de dólar. Me tomé un chai y volví a la oficina por los boletos.
Llegué 13:50. El tipo seguía en el mismo lugar. Yo era el único interesado en aquél gran y mal cuidado salón. Me senté adelante, justo en frente y me empecé a leer. Cuando las agujas ya marcaban las dos me llamó y me dio un formulario para completar. Aparecieron cuatro empleados más.
Le entregué el formulario a uno, este se lo dio a un segundo para que lo revise, un tercero abrochó unas fotocopias. Al cuarto le di la plata y el quinto controló el vuelto.
Así son las oficinas de atención pública en India, sea el correo, comprar boletos o en el hospital. Una maquinaria de funcionarios donde el trabajo que pude hacer uno se lo dividen entre cinco y pobre del osado que haga más de lo que le corresponde.
Contento, con mi pasaje en mano y con un licuado de melón en mi panza me tomé el autobús hacía la estación de colectivos. Fue el viaje más placentero del día, iba casi sólo y hasta me dormí en una parte del trayecto. Llegué a la terminal con muchas ganas de ir al baño, me puse en un mingitorio apartado del resto de los indios y me dispongo a hacer lo propio, pero un indio, de alrededor de cuarenta años se puso al lado. No paraba de mirarme la entrepierna. Me inhibió totalmente y mis ganas de orinar se cortaron de inmediato. Y así quedé yo, como un tonto, haciendo fuerzas para terminar el asunto de una vez.
Ya en el colectivo de vuelta le dijo al vendedor:
– Hasta Auroville Beach.
– Este colectivo no va para ahí.
– ¿Y para dónde va?
– Pondicherry
Significa que al llegar tenía que tomarme otro colectivo por diez kilómetros. Y yo ya quería volver. El viaje, más el calor del mediodía, más el caos de la gran ciudad me había dejado aturdido. Saqué mi libro electrónico y me puse a leer. Llama la atención ser una persona más blanquita en un colectivo público, pero llama mucho más la atención si esa persona tiene en la mano un aparato electrónico. Todas las miradas se posaron sobre mi. No pasé ni una página cuando ya me estaban preguntando que era. Siempre trato de explicarles:
– Esto sirve para poder leer libros.
– ¿Es un Iphone?
– No no, sólo para leer. No se puede hacer nada más.
– ¿Y cuál es la diferencia con el iphone?
– Lo otro es un teléfono. Se pueden hacer muchas cosas, llamar, mandar mensajes, internet, sacar fotos, etc. Este aparto sólo sirve para una cosa: leer.
Mis explicaciones no suelen ser muy buenas porque se quedan hablando entre ellos y luego me vuelven a preguntar si es un iphone. La penetración del capitalismo y su necesidad de hacer de cualquier persona un potencial consumidor llegaron a todos lados.
Un chico que está en el asiento adelante mío, vestido de oficinista, pero con sandalias, sacó su Iphone y se lo mostró al público. Se quedaron más tranquilos. Intenté retomar la lectura. Por momentos lo lograba, el tráfico que salía de la ciudad era tal que avanzábamos muy lento. El inconveniente era mi compañero de asiento. Cada tanto cruzaba su brazo y se agarraba de un caño de la no-ventana (donde estaba yo apoyado) interponiéndose, así, entre mis ojos y el libro.
Decidí dejar la lectura para otro momento y contemplar el sol rojo que se iba escondiendo en el horizonte, mientras mi compañero, el que cruzaba la mano me hacía las preguntas de rigor: ¿De dónde sos? ¿A dónde vas? ¿A qué te dedicás?
Tras un largo traqueteo y con el cansancio acumulado llegamos a un peaje donde mi compañero insiste con que me tenía que bajar ahí. Es el camino más corto para ir a Auroville Beach. No se por qué, no suelo hacerlo, pero le hice caso. Y tenía razón. Era el camino más corto, pero no pasaban colectivos en esa dirección.
Estaba sólo, de noche, con sueño y ganas de una ducha, en una nueva ruta esperando un nuevo colectivo que me lleve a Pondicherry. Lo que pensé que iba a ser una tranquila vuelta no resultó serlo.
En el nuevo colectivo conocí a un hombre que muy pintoresco se peinaba en cada curva. Parecía apurado por llegar. Cuando le comenté mi destino me recomendó bajarme con él, porque el colectivo que iba para donde yo quería pasaba por ahí.
Otra vez, sin haber aprendido la lección anterior, le hice caso. Cuando empezó a preguntar yo empecé a dudar de sus certezas. Me dijo que el colectivo no pasaba por ahí, pero que vayamos juntos en autoriksha a la parada. El lo pagaba, que no me haga problema. Así hicimos. En el trayecto le pregunté dos o tres veces “a la parada de colectivo ¿no?” “sí, sí, sí” me respondía. El se bajó antes, pagó, se despidió y el conductor siguió su marcha. Me extrañó cuando empezó a meterse en el barrio que funciona como gueto para los turistas. Pero cuando estacionó en la puerta de un hotel enloquecí. “¿Y la parada de colectivos?”. No hablaba inglés. Maldiciendo al conductor, al hombre del colectivo, al que me cruzaba el brazo, a Shiva y Ganesha caminé diez cuadras hasta la parada. Esperé con mucha paciencia el último colectivo del día y tras pasarme una parada volví caminando al lugar que hace rato quería llegar.
Este es sólo un ejemplo de todo lo que a uno le puede pasar viajando por estos pagos. Lo bueno es que tenemos pasajes a las Islas Andamán.
Hoy los estímulos abundan, los celulares no paran de sonar y la propagandas no paran de decirnos que comprar. Entonces la mente no tiene paz y el silencio es una quimera. Los pensamientos son cortos, ya no se permiten ideas de más de ciento cuarenta caracteres. Nos vamos a las Islas Andaman a cortar con eso, a desconectarnos. Dicen que el silencio lo vuelve a uno loco. Lo que vuelve a uno loco es el ruido. Y en India, ruido es lo que sobra.